II- El Secreto de su Fuerza
Cuando un apóstol deja de rezar, su compromiso no pasa de ser el compromiso de un luchador más en la línea de lo político-social, será un hombre cuyas ideas, armas y procedimientos, serán perfectamente controlables y dominables. Lo difícil es cuando hay que vérselas con un hombre-apóstol a fondo, con un hombre de oración, con un hombre de fe hasta el tuétano de su vida, con un contemplativo…..con un místico.
Todo el mundo tendrá la impresión de estar ante uno de los discípulos de Cristo, ante otro Pablo, cuyo servicio a la sociedad lo trasciende, va más allá de todas las políticas del mundo. Su testimonio será desconcertante, original, distinto de los demás.
Necesitamos urgentemente recuperar la oración para los apóstoles que actúan en la vida pública. Queremos trabajar y servir de otra manera a la sociedad. Queremos decirle al mundo que al ser humano no lo podemos abarcar plenamente sino a través de Cristo. Solo El es el camino y la verdad, solo el revela al hombre quien es el hombre y lo guía hacia el bien común, lejos de los intereses de los grupos de poder o ideológicos, pues el bien y la verdad que El nos ofrece están plantados en el amor y la sabiduría de Dios, esto es, fuera de todo relativismo cambiante.
Este planteamiento supondrá muchas veces enfrentamientos y contradicción, y exigirá de nosotros adoración, eucaristía y desierto. Decididamente, si los apóstoles no son hombres de oración con Cristo, para poco sirve nuestro testimonio al mundo.
¿No ha llegado ya la hora de decir a este mundo que el estilo nuestro es diferente, es un estilo que procede de la oración y se expresa en el amor el bien común de la sociedad, el amor a la verdad y nuestro amor preferencial por los más necesitados.
Casi a la mañana siguiente de la elección del cardenal Karol Wojtyla como Sumo Pontífice, Virgilio Levi se preguntaba, en L’Osservatore Romano, de dónde le proviene a Juan Pablo II “tanta fortaleza, tanto celo, tanta perseverancia”. Y respondía: “El secreto está en su lema: Totus Tuus. Lo que está escrito en los libros espirituales, en el Tratado de la Verdadera Devoción. Nuestra Señora es la omnipotente por gracia, y quien se confía totalmente a Ella llega a ser un gigante en las obras de Dios”.

El encuentro providencial del joven Karol Wojtyla con el Tratado de la Verdadera Devoción de San Luis María de Montfort remonta a los lejanos años de cuando era obrero, primero en una cantera de piedras y después en una fábrica de Solvay. Más tarde él mismo confesará que el Tratado mariano de Montfort marcó entonces “un cambio decisivo” en su vida.
Cuando llegó a ser sacerdote, obispo y papa, Karol Wojtyla sacó siempre del Tratado la expresión Totus Tuus. Llegará así el momento cuando Juan Pablo II, en el radiomensaje desde la Capilla Sextina, el día siguiente de su elección dirá: “En esta hora, para Nos ansiosa y grave, no podemos hacer menos que dirigir nuestra mente con filial devoción a la Virgen María, la cual siempre vive y actúa como Madre en el misterio de Cristo y de la Iglesia, repitiendo las dulces palabras totus tuus que hace veinte años escribimos en nuestro corazón y en nuestro escudo, en el momento de nuestra Ordenación episcopal”
“Totus tuus”. Lo llevaba en el tuétano. Era su vida, recorrió todo su pontificado pastoral, su entrega total a la Madre de Cristo. Dice San Ambrosio que María es tipo de la iglesia, “typus Ecclesiae”. Como la vocación que une a María con la Iglesia es la maternidad, porque las dos son Madres, entregarse a María es entregarse a la Iglesia, y entregarse a la Iglesia es entregarse a Dios. La orientación hacia una devoción tal, se afirmó en mí, en el período en que, durante la Segunda Guerra Mundial, trabajaba de obrero en una fábrica. En un primer momento me había parecido que debía alejarme un poco de la devoción mariana de la infancia, en beneficio de un cristianismo cristocéntrico. Gracias a San Luis Grignion de Montfort comprendí que la verdadera devoción a la Madre de Dios es, sin embargo, cristocéntrica, más aún, que está profundamente radicada en el Misterio trinitario de Dios, y en los misterios de la Encarnación y la Redención.
Respecto a la devoción mariana, cada uno de nosotros debe tener claro que no se trata sólo de una necesidad del corazón, de una inclinación sentimental, sino que corresponde también a la verdad objetiva sobre la Madre de Dios. María es la nueva Eva, que Dios pone ante el nuevo Adán-Cristo, comenzando por la Anunciación, a través de la noche del Nacimiento en Belén, el Banquete de bodas en Caná de Galilea, la Cruz sobre el Gólgota, hasta el cenáculo del Pentecostés: la Madre de Cristo Redentor es Madre de la Iglesia.