I.- Punto de partida

Los peligros de la era nuclear en que vivimos son signos exteriores de otra fuerza interna mucho más terrible, explosiva, destructora y atomizadora. La vida psíquica de pensamientos, impulsos, instintos, emociones y sentimientos descontrolados que se dan en el hombre moderno su proceder y deseos inconfesados, sus prisas, preocupaciones y quebrantos nerviosos son más amenazadores para la paz que la bomba atómica.

Cada día nos vemos expuestos a impresiones explosivas de periódicos, radio, cine y televisión. Se viaja a 1.000 kilómetros por hora sobre potentes reactores, los negocios y la vida social se van complicando hasta llegar a situaciones explosivas. El vivir en el marco de 24 horas se hace cada día más y más difícil por los mil detalles embarazosos a los que hay que atender. Tan fuerte y tan terrible es la presión que esto ejerce en nuestra mente, que para muchos la vida se asemeja una explosión tras otra.

Las naciones de técnica más avanzada y muchos hombres de ideales elevados y de gran capacidad mental y afectiva, lo van sintiendo en su organismo. En 1956 las estadísticas norteamericanas nos hablaban de 19.000.000 de personas que necesitaban cada noche píldoras para dormir; de 10.000.000 de nerviosos o neuróticos declarados; de otros 20.000.000 sin esa etiqueta oficial, y de 800 millones de dólares gastados aquel año en psicotropos, estimulantes o calmantes. En 1971 esta cifra había subido a 70.000 millones y las otras se habían casi duplicado.

Son tantos los ejecutivos o gerentes de la industria o comercio con úlceras gastrointestinales que se ha llegado a clasificar esa dolencia como propia de ellos. Hay tanta hipertensión y tantas enfermedades de corazón que a ellas atribuyen el 60 por ciento de las defunciones. Y es que en nuestro pensar ya no hay aquella calma socrática en que las ideas se suceden ordenadas y gradualmente, ni aquel recibir con nitidez, paz y alegría las impresiones con que el mundo de los colores, de las formas y de los sonidos iba a enriquecernos, alegrarnos y tranquilizarnos. Apenas nos damos cuenta de lo que vemos u oímos porque tenemos la mente ocupada con ambiciosos proyectos, con tristezas y preocupaciones, Hemos cambiado la sofrósine griega o la ecuanimidad clásica por un tumulto de imágenes o ideas que se agolpan en nosotros sin poderse grabar ni asentar en la mente, sin paz para concentrar la atención en una cosa sola. De donde: confusión, nerviosidad, cansancio cerebral, inquietud, insomnio, etc.

En la vida afectiva de sentimientos y emociones, aquellas sanas y santas expansiones de la vida de familia van cediendo lugar a multitud de impresiones anormales y sin cohesión, a excitaciones precoces o brutales, a temores o deseos exaltados, que se graban o se exageran o se transfieren a objetos indebidos, dando origen a variadísimas fobias, obsesiones, angustia, preocupaciones y tristezas.

En la vida volitiva de deseos y decisiones, tampoco son ya aquellas personalidades con normas fijas a que atenerse, esos caracteres que saben encarar la vida y superar sus dificultades, sino por el contrario, son gentes sin principios, sin fuerza de voluntad, hombres y aun jóvenes derrotados, hasta el suicidio. Es una multiplicidad de impulsos incoherentes o de deseos inmoderados, procedentes de las excitaciones externas o del instinto desenfrenado, que eliminan la decisión deliberada, gobernada por la razón y van produciendo la indecisión, la abulia, la inconstancia y el desaliento, hasta que el “Yo consciente y superior” deja de ejercer el control sobre el “Yo bajo e inconsciente”, y la voluntad pierde las riendas para gobernar su mundo psíquico.

Vida agitada y bulliciosa, divertida si se quiere, pero triste, vacía, desaprovechada, atormentada, anárquica. Vida en que no se sabe descansar reposadamente, ni trabajar eficientemente, ni querer de veras, ni dominar los sentimientos y el instinto sexual. Vida, en fin, en que no se sabe ser íntimamente feliz, sino a lo sumo se encubre la tristeza y vacío en un montón de diversiones y pasatiempos.

En este libro queremos presentar al apostol una serie de herramientas que le serviran de cara a su apostolado para:

– Facilitar la adquisición del dominio de pensamientos y emociones, asegurando una  mayor eficiencia en nuestro actuar, preservando nuestra salud y alcanzando una mayor felicidad.
– Buscamos intercalar casos prácticos que, grabadas en la mente por la repetición, aumenten la salud, eficiencia y felicidad.
– Enfocarnos sobre el cansancio cerebral y el descontrol emocional a través de los siguientes pasos:
a) La concentración de la atención.
b) Fortalecer la seguridad del hombre que crea valores, aprendiendo a usar nuestra voluntad mediante la decisión deliberada.
d) Al equilibrio afectivo, y orgánico y al gozo de irradiar bondad y recibir amor, mediante el control de sentimientos y emociones, sobre todo, la ira, el temor y la tristeza, y viviendo el amor, la seguridad y la alegría.

Este breve manual pretende ayudar especialmente a aquellos hombres de buena voluntad, que no son tan felices como debieran serlo, por no entender ni manejar convenientemente los mecanismos psíquicos que les darían unidad y plenitud de vida.

Unos carecen de nitidez y precisión en lo que perciben por los sentidos; no se dan cuenta exacta de lo que ven o hacen; no dejan entrar en si la paz y alegría de las sensaciones conscientes ni del placer estético. Otros, por excesiva fatigabilidad o por divagación mental, no consiguen reposo y profundidad en sus pensamientos careciendo del gozo y eficiencia que su trabajo mental ordenado les daría. A otros les domina la indecisión e inconstancia; no saben utilizar la fuerza inmensa de su voluntad. Finalmente, otros muchísimos sienten antipatías y repugnancias, atractivos e inclinaciones que les dominan o arrastran más allá del deber; o tienen tristezas, temores o disgustos exagerados; les falla su mecanismo emocional.

Por desgracia, en nuestro siglo de vida acelerada, son éstos legión, reclutados no precisamente entre nulidades intelectuales o afectivas; se encuentran sobre todo entre politicos, hombres de grandes empresas, apóstoles, sacerdotes; entre personas de sensibilidad exquisita, entre estudiantes de grandes aspiraciones y talento, entre funcionarios u obreros superdotados. ¡A cuántos de ellos no hemos visto en nuestros días fulminados de “agotamiento”!
El caso de N. I. M. se describe así: “A los 20 años, con una afición insaciable a los libros, me encontré repentinamente imposibilitado de estudiar, diez minutos de lectura o de escritura bastaban para dejar en mí una sensación penosísima de fatiga, dolor, y más frecuentemente, de calor alrededor de la cabeza y de las órbitas. Imposible., por otra parte, repeler esa sensación y concentrarme en otras ideas. Un tropel de pensamientos sucediéndose de modo obsesionante me oprimían, sin que supiese frenarlos; pensamientos de ordinario tristes, recordando el pasado, o angustiosos, previendo desgracias para el futuro, a veces tan obsesionantes, que ni la conversación, ni los paseos, ni el trabajo manual conseguían apartarlos totalmente.

Era un desgarrarse el alma en lo más íntimo, era como si otro “yo” se sobrepusiese al “yo” consciente. Y con el pasar de los días… desaliento, preocupaciones, sentimiento de inferioridad, indecisión; otras veces, brusco tránsito del optimismo al pesimismo, de la alegría a la tristeza, sin causa objetiva. “El camino quedaba franco para todas las fobias, e1 temor de aparecer en público, amagos de vértigo, escrúpulos de conciencia, etc…

Poco después, el insomnio o el descanso poco reconfortante, interrumpido por sueños y pesadillas. Al levantarme me encontraba más cansado que cuando me acostaba. Agravábase el mal y la tristeza por la incomprensión de los que me rodeaban: unos, al verme robusto y exteriormente bien dispuesto, diagnosticaban una enfermedad imaginaria; otros, con caridad, pero no según la ciencia, trataban de persuadirme que hiciese lo que tan ansiosamente anhelaba, esto es, no preocuparme, distraerme, no temer, dominarme; pero no me enseñaban el modo de hacerlo. Era como si a quien sufre de tos o vómitos le aconseja-sen que no tosiese ni vomitase, pero no le diesen los remedios para ello.

Así seguí por diez años, hasta que con seis meses de ejercicios de reeducación cerebral, fui de tal modo venciendo todas estas dificultades, que me olvidé de queestaba enfermo, y aunque no he conseguido la misma capacidad de trabajo queantaño, me encuentro curado y satisfecho”.

Una tragedia estudiantil.- ”Tengo 18 años; antes era un roble: podía leer horas y horas, sin fatiga, me sentía optimista y capaz de todo. Pero el curso pasado estudié muy poco y me divertí mucho con otros compañeros. Al acercarse el examen pasamos varias noches estudiando juntos hasta las tres de la madrugada, apartando el sueño a fuerza de café. Pasada la prueba no sé lo que me sucedió. El sueño es para mí un tormento: es una cinta de imágenes, o una sola que se repite continuamente. De día también me bulle el cerebro. No puedo atender a la conversación, me cansa la lectura, no se distraerme, me aterra la vida, tengo miedo de todo y hasta de mí mismo”.

Este joven perdió el control por exceso y desorden en el trabajo mental. Tenga ánimo, fortalezca un poco su sistema nervioso sobreexcitado, viaje un poco, descanse, y comience luego el trabajo de reeducación psíquica.

Lector amigo, si no sientes todos esos síntomas ni tienes necesidad de tratamiento psíquico, es posible sin embargo que te moleste alguno de ellos. Si logras eliminarlo tendrás mas salud y felicidad.

Reconozcamos que las emociones nos dominan con frecuencia. “Soy muy nervioso, muy sensible, tengo demasiado corazón”, dicen algunos para cohonestar sus faltas. “Soy poco señor de mis pensamientos y sentimientos”, deberían decir. Ahora bien, para gobernar los sentimientos es necesario dominar los actos y las ideas, pues la idea precede e inclina al acto; y los actos y las ideas modifican los sentimientos.

Los sentimientos son una fuerza anárquica, como el vapor de la locomotora. Nuestras ideas y nuestra voluntad son el maquinista que los utiliza y dirige. Necesitamos, pues, controlar bien nuestras ideas. Pero, cuántos hay que no saben lo que piensan, o que no piensan lo que quieren, dominados como están por continuas distracciones, en el estudio, durante el trabajo, en la oración. ¡Cuanto cansancio innecesario! ¡Cuántas energías perdidas por falta de unidad psíquica! Y podrían ser grandes genios, inventores, artistas, políticos, santos, apóstoles, si aprendiesen a concentrar sus fuerzas intelectivas y volitivas en un ideal.

¡Cuántas personas quieren, o les parece que quieren! Pero no ejecutan sus propósitos, porque de hecho no tuvieron actos verdaderamente volitivos: no saben utilizar esa fuerza sublime que llamamos “voluntad”.

¡Cuántos no saben ser felices, ni siquiera en el grado más bajo y fundamental, gozando por lo menos del descanso psíquico en el sueño sereno, o en las sensaciones conscientes, tranquilas y perfectas, que nos ponen en comunicación y en posesión de la bondad y belleza objetiva de la creación!

Trataremos, pues, de reeducar nuestra receptividad, esforzándonos por tener sensaciones, y actos conscientes y voluntarios, con el consiguiente descanso y paz. Luego conseguiremos el dominio de nuestros pensamientos de cosas sensibles o espirituales, concretas o abstractas, hasta llegar a pensar cuando queramos y en lo que queremos, y a desviar la atención de lo que nos molesta o perjudica, reeducando para ello la emisividad intelectual.

Finalmente, pudiendo pensar clara y libremente en la acción que proyectamos y en los motivos o bienes que con ella pretendemos, podremos quererla de veras y pasar libre y fácilmente a su ejecución, aun bajo la repugnancia o el temor subde consciente. Y con el pensamiento y la voluntad expeditas podremos modificar y controlar nuestros sentimientos y emociones. En otras palabras, conseguiremos ser hombres racionales, señores de nosotros mismos, y no esclavos de pensamientos o de impulsos irracionales.