I.- LA MISION COMO REALIZACION DE LA PROPIA IDENTIDAD
La Misión que Dios nos tiene preparada es capaz de devolver al hombre la conciencia de su propio valor y dignidad. En el plan de Dios somos únicos e insustituibles, no fuimos pensados en serie, cada uno de nosotros es un ser original, querido por Dios, que ocupa un lugar propio en la Creación y está destinado a una participación especial de la gloria de Dios en el cielo. Por eso canta el salmista:
“Porque Tu, mis riñones has formado, me has tejido en el vientre de mi madre; yo te doy gracias por tan grandes maravillas: prodigio soy, prodigios son tus obras. Mi alma conocías cabalmente, y mis huesos no se te ocultaban, cuando era yo hecho en lo secreto tejido en las honduras de la tierra”. (Salmo 139,13-15)
Por nuestra Misión personal tomamos conciencia del carácter único de nuestra existencia. Esto tiene importantes consecuencias para nuestra vida concreta. La Misión en primer lugar nos libera del complejo de inferioridad y nos permite aceptarnos tal cual somos, con nuestra estructura de ser personal y nuestra historia de vida concreta.
¡Cuántos no llegan a aceptarse a sí mismos y sufren constantemente, porque no son como tal o cual persona! Se dejan coger por una especie de envidia consciente o inconsciente. No reparan que su manera de ser es un don original de Dios, no aceptan con alegría su propia Misión. Se amargan mirando sólo sus limitaciones, sin llegar a descubrir, también en éstas, una llamada de Dios.
Descontentos consigo mismos, paralizan sus fuerzas y se convierten en una pesada carga para cualquier forma de comunidad. La Misión quiera sacarnos de este estado y acabar con esta triste manera de vivir. Aceptando nuestra Misión damos un sí alegre a lo que somos, y nos inmunizamos contra cualquier tipo de denigración de nuestra personalidad.
Son acertadas las palabras de M. Quoist en su libro “Triunfo” cuando dice: “Muchos hombres están interiormente paralizados, atados, y arrastran una vida mezquina, porque nunca se han aceptado a sí mismos con sus limitaciones y sus cualidades. Una franca lucidez, un acto leal de ofrenda en la fe, les libraría de su complejo y les permitiría ser, al fin, ellos mismos. Solo así pueden perfeccionar su vida y servir a los demás”.
Tus límites no son únicamente barreras sino también indicaciones de Dios para jalonar tu camino. No desees vivir la vida de otros. Por ejemplo, cuantas veces se dice: Tienes que aprender de Fulanito, tan educado, tan diplomático, no se mete en líos, deberías aprender de él…Con esta forma de pensar se ha conseguido amordazar a toda una sociedad, es la dictadura de lo políticamente correcto. El Padre hizo a cada uno, una vida a la medida; endorsarnos la de otros sería un error, como si quisieras enfundarte el traje de tu amigo, so pretexto de que a él le ajustaba perfectamente. Sé tu mismo. Los otros te necesitan tal cual el Señor ha querido que fueses. No tienes derecho a disfrazarte, a representar una comedia, puesto que sería un robo para los otros. Dí a ti mismo: voy a llevar algo diferente a las personas, puesto que jamás se encontró con alguien como yo, y jamás lo encontrará, puesto que soy un ejemplar único salido de la mano de Dios…. Alimenta un solo deseo: ser plenamente, sin enmiendas, aquél que Dios quiere que seas….
Gracias a nuestra Misión vemos nuestra vida como un desafío y una invitación a llegar a ser nosotros mismos. Los griegos decían: Llega a ser lo que eres. Es decir, llega a conquistar en su plenitud tu identidad personal. Si Dios tiene una idea original al crearnos, El espera, que haciendo uso de nuestra libertad, desarrollemos toda la potencialidad latente en nuestro ser. Nuestra tarea es descubrirla y realizarla. Los caminos que se abren ante nosotros, los riesgos que nos invitan a decidir y a actuar son una desafío que ayuda a desplegar esa originalidad oculta en nuestro interior.
Cuando miramos la historia que hemos recorrido, lo que hemos hecho y lo que hemos dejado de hacer, tenemos la posibilidad de descubrir quiénes somos, qué valores nos han orientado, cuáles son las tendencias que nos impulsan. Sería un error rebelarnos ante nuestra propia historia de vida. Incluso, a veces, es en nuestros fracasos y en los golpes del destino, dónde se manifiesta con mayor nitidez la Misión que Dios nos ha confiado.
Nos vamos construyendo y realizando como personas en relación con las circunstancias que nos rodean. Se van sumando a nuestra biografía hechos ante los cuales sufrimos duramente, como también momentos en los cuales experimentamos un atisbo de la plenitud de vida que nos espera. La mayoría de las veces acumulamos estos hechos en la nostalgia de lo irrepetible, o permanecen como una cicatriz imborrable; pocas veces, en cambio, se recogen como un pasado fecundo para el presente y lleno de promesas para el futuro. Nuestra historia la vivimos como la cronología del desgaste y no como maduración que preparara la cosecha.
Es necesario que nos compenetremos profundamente con la verdad de que Dios, al crearnos, tuvo una idea original de nosotros, y que nos va revelando el contenido de esa idea a través de nuestra historia.
Si tenemos una mirada atenta y llena de fe, es en esa historia donde podemos descubrir, cada día con mayor precisión, nuestra propia identidad. Por eso, no sólo aceptamos con alegría el material del cual estamos hechos, sino que también aceptamos nuestra historia, por más dura que haya sido. Esa historia es la maestra de nuestra vida; en ella leemos quiénes somos y qué mensaje quiere Dios que demos en el mundo.
Si Dios tuvo una idea original de nosotros al llamarnos a la existencia, El también cuida que podamos conocer y desarrollar al máximo esa identidad personal, disponiendo en su Divina Providencia el camino concreto para que ello sea posible, escribiendo derecho en líneas torcidas, haciendo que toda nuestra vida coopere, si sabemos distinguir las señales de Dios en el tiempo y en nuestra historia, a nuestro mayor bien.
Dios Padre no nos lanza a la existencia abandonándonos a nuestra propia suerte. El amor que le movió a crearnos le impide dejarnos desamparados a merced del oleaje del mundo. El quiere revivir en la persona de cada uno de nosotros. Estamos llamados a ser otros Cristos para nuestro tiempo. De acuerdo a nuestra estructura y manera de ser personal, y nuestra historia de vida, de acuerdo a lo que Dios nos dice por las circunstancias y por los signos de los tiempos. Cada persona debe descubrir cuáles son sus los rasgos de Cristo que debe reflejar y hacer presentes.
La imitación de Cristo, cuya imagen viva la encontramos en el Evangelio, no se realiza como una copia mecánica. Cristo no es un ideal estático, hacia el cual debemos mirar y tratar de reproducir según nuestras capacidades. Lo más importante y decisivo es que hemos sido llamados a incorporarnos a Cristo por el amor.