I.- SELECCION DE LIDERES PARA LA MISION

1.- Selección de líderes.
Enla producción de hombres notables para influir en el mundo de la educación, el de los comunicadores sociales o el politico, pueden intervenir dos causas principales: la selección natural y la formación. ¿Cuál es más decisiva? Aun en el caso de una excelente educación, nosotros daríamos la primacía a la selección natural. La educación tiene el poder de una segunda naturaleza; pero Dios da la primera.
De aquí se desprende la trascendencia de elegir bien a los que han de formarse, y por consiguiente, la necesidad de conocerlos y apreciar debidamente sus cualidades. Choca esta visión con la exagerada importancia que hoy se da a la cualificación profesional para elegir líderes. En la selección deben tenerse en cuenta cualidades innatas y cualidades adquiridas. Las primeras dependen exclusivamente de la naturaleza; las segundas, preexistentes y anteriores a la selección, dependen de una educación incipiente preliminar.
Cómo ha de hacerse la selección:
– Se ha de hacer entre sujetos de edad bastante para conocer todas sus cualidades sobresalientes y necesarias.
– Se hará entre los que reunan un conjunto de cualidades naturales y sobrenaturales, que unidas a una formación conveniente, nos den el resultado de unos apostoles de influencia positiva en la sociedad.
Una inteligencia no es un hombre. Un hombre es el conjunto de sus cualidades físicas, intelectuales, afectivas y morales. Es falsísimo que un hombre valga lo que vale su entendimiento. Hombre de inteligencia corriente puede valer incomparablemente más que otro de inteligencia muy superior para ser líder.
¿Para qué sirve un talento holgazán? ¿Para qué sirve un talento charlatán?  ¿Para qué sirve un talento mentiroso? ¿Para qué sirve un talento extravagante?
Un apóstol, un líder social, ha de ser hombre de juicio, emprendedor, enérgico, sufrido, enamorado de su misión dentro de la Iglesia, luchador, de miras elevadas, desinteresado, modesto, consciente de su necesidad de aconsejarse.

2.- Un hombre, una mision (una obra), y no más.

Es un absurdo que los directores de las organizaciones  católicas consagren a su trabajo ratos perdidos. Un banquero se entrega a su negocio todo el día; un político, si quiere hacer algo de provecho para el partido, le dedica el día y parte de la noche; un hombre de ciencia no deja sus libros ni un momento, fuera de las horas precisas para comer y dormir; pero un director de una obra católica basta muchas veces con que se ocupe de ella una horita o dos a la caída de la tarde. Es un absurdo. Será necesario muchas veces remunerarle bien, para que pueda despreocuparse del problema de la vida, y para esto se necesitará que el plan general del apostolado católico cuente con que ha de tener recursos abundantes para estos casos. ¿Se hace? Pues habrá organización en todos los órdenes. ¿No se hace? Pues no la hay.
Más aún: el director ha entregarse a una sola cosa. El lema un hombre, una obra, es evidente; porque si divide su atención en unas cosas y en otras, quizás en todas haga algún bien; pero unas obras vivirán a expensas de las otras. El sacerdote que quiera educar, que se consagre a educar; el que quiera predicar, que no haga otra cosa; de lo contrario, se figurará que hace dos obras completas: educar y confesar, y no hará sino educar a medias y confesar a medias; hacer mal una cosa muy buena por intentar hacer dos.
De ordinario nos figuramos que aumentamos el bien multiplicando el número de nuestras obras. No es exacto. Un sujeto al frente de una docena de asociaciones podrá hacer menos que al frente de una sola, con tal de que esa sola asociación forme un núcleo de selectos, para lo cual es necesario tiempo, atención y estudio, que no se puede consagrar cuando las obras son muchas.
Ser un matemático notable y recorrer el mundo para ver sus museos de pintura, no puede ser. Cuando observemos que un sujeto le da la vuelta al orbe y se llama astrónomo o teólogo, podemos estar ciertos de que no hay nada de eso: sencillamente, porque no puede ser. No da para tanto la correa humana. O una cosa u otra: o filósofo o turista.
No sólo debe buscarse un hombre para una obra, sino hallar el hombre para ella. El es el dotado de todas las cualidades precisas para ella. Esta es toda la dificultad, y en resolverla hay que poner todos los esfuerzos antes de comenzarla. Cuando se encuentra al hombre, se ha encontrado todo, porque él hallará la solución para todo. A nosotros nos aqueja el mal de no preocuparnos por el hombre, sino de poner un hombre. Son a veces hombres de grandes cualidades, a quienes falta alguna necesaria. Y por faltarles esa única cualidad son inútiles para sus cargos.
Un gerente de una fábrica puede ser inteligente, activo, emprendedor, hombre que conoce perfectamente el negocio; pero descuida la administración, por ese solo portillo se le irá el negocio, no es el hombre. Un director de un colegio puede ser culto, pedagogo, laborioso; pero si es un erizo para los niños y profesores, cerrará las clases. No es el hombre. Un hombre de gobierno tendrá tal vez mucha ciencia, mucho carácter, mucho trato; pero si es impetuoso y agrio, no servirá para gobernar. Tampoco éste es el hombre. En los tres casos faltó una sola cualidad, pero necesaria. Y por serlo, siendo hombres de grandes cualidades, no sirven para sus puestos. No es que sirven poco; es que no sirven nada. Y si por considerar que tienen cualidades excelentes se les pone al frente de las obras, sucederá, no que éstas marchen regularmente, sino muy mal.