II.- CARACTERISTICAS DE LOS LIDERES

La caracteristica esencial de la formación de líderes-apóstoles no es la producción de abogados, ingenieros, funcionarios, informaticos o cientificos, eminentes todos ellos en conocimientos; No se trata de formar inteligentes, sino de formar hombres de lucha, de un gran influjo en la sociedad. Los hombres capaces de ese influjo no son precisamente los de mayor talento, sino los que reúnen un gran conjunto de cualidades, entre las cuales figura el talento.

1) Inteligencia
Todo lider ha de ser inteligente. Pero no todo inteligente es líder; hay muchos hombres de buen talento que no influyen nada en la sociedad. Un hombre de talento es el que discurre pronto y bien. Pero se puede discurrir especulativamente bien y prácticamente mal. Porque para lo primero bastará tener inteligencia clara y visión de las ideas y los principios abstractos; mientras que para lo segundo se necesitará contar con los hechos y las realidades de la vida, y como los problemas del apostolado no son sólo especulativos, aunque puedan serlo en parte, resulta que no basta la buena facultad del discurso para formar un sujeto de influencia positiva en la sociedad.

Un hombre especulativo, ¿puede ser un líder? Lo será si con sus doctrinas orienta a otros para la acción, aunque él no sea hombre de acción. No lo será si con su talento no produce ningún bien, ni en el orden científico ni en el práctico.

En el mundo, hay talentos inútiles, incapacitados, funestos y sin sentido de la realidad.
a) Talentos inútiles: Decir que hay muchos hombres de talento, que no sirven para nada, no es hablar contra los talentos especulativos, sino contra los especulativos que se contentan con tener facilidad de discurrir. Talentos inútiles, aunque discurran bien, son:

– Los conferenciantes, que producen admiración, pero no mueven al bien.

– Los maestros, que saben mucho, pero no saben enseñar.

– Los gobernantes, que saben muchas leyes, pero no promueven el bien común.

– Los comunicadores famosos, que en veinte años no logran una conversión.

– Los directores de grandes Bancos y empresas multinacionales, o los Premios Novel en economia que nos han arruinado.

b) Talentos incapacitados: Unas veces lo son por falta de las dotes peculiares para los cargos y otras, por falta de estudio y preparación. En cualquier cosa hay que hacer notar, que muchos de los puestos importantes en el mundo se desempeñan por las razones siguientes:

– Porque siendo listos y de un partido politico, ya por eso creían que sabían llevar la dirección de un país. Porque, como habían sido Ministros de Hacienda, podían serlo de Educación. Porque, como eran grandes abogados, ya entendían de Banca.

– Porque, como eran aristocratas, sabían ser embajadores. Porque, como eran grandes comunicadores, tenían derecho a ser académicos de la Real Academia de la Lengua.

– Porque, como eran hombres de confianza, tenían rótulo preferente para ser gobernantes. Porque, por ser Presidentes de Consejos, ya eran ilustres dramaturgos. Porque, por ser buenos teólogos, ya tenían cualidades para ser directores de movimientos religiosos.

c) Talentos funestos: No nos referimos a los que a sabiendas abusan de su inteligencia para extraviar a otros, sino a los que, pretendiendo el bien, hacen el mal. Lo que es más fácil y frecuente de lo que parece. Son hombres de talento, sin juicio, pero que creen que lo tienen. Confunden sus fantasías y vehemencias con la verdad. Talentos funestos que arrastran a otros, sugestionándolos con el resplandor de su palabra, de su imaginación, de su entendimiento, que exponen lo blanco y lo negro, y no eligen lo bueno condenando lo malo.

2) Talento
En los gobernantes:Nadie que conozca la historia de nuestra Patria, España, no dejará de reconocer que hemos tenido hombres de valer, conferenciantes elocuentísimos, escritores de primera, diputados ilustres, ingenieros de mérito; y ultimamente deportistas importantes, hemos tenido abundancia de talentos; pero abundancia de gobernantes aptos, de políticos discretos, de conductores del pueblo, experimentados y conocedores del arte de regir para bien a las masas, de eso no.

Porque no es arte de gobernar el arte de ganar unas elecciones, persiguiendo a los contrarios, ni el arte de quitar a uno para ponerme yo, ni el arte de repartir subvenciones a los amigos y hacer ayunar a los contrarios, ni el arte de pactar con otros partidos para prolongar mi permanencia en el poder, ni el arte de repartir los cargos entre yernos y amigos políticos, ni el arte de echar magnificos discursos en el parlamento, en la TV y la radio.

En los comunicadores:Pocas naciones podrán presentar una pléyade tan ilustre de comunicadors eminentes como nosotros. Pero de ordinario, ¡qué poco aprovechada la oratoria, qué poco fecunda! Muchos de los comunicadores españoles famosos que hemos conocido han pecado de los defectos siguientes: Se ha pecado de derroche de charlas, discursos y conferencias por todas partes, mítines, parlamentos, radio, TV, fiestas. Los comunicadores y politicos generalmente han preferido el aplauso al provecho, a la verdad demostrada, la excitación a la

3) Juicio
– ¿Quiénes son los hombres de juicio?
Ser inteligente es necesario para ser lider; pero es más necesario ser hombre de juicio. Sin ser un gran talento se puede ser hombre de un gran flujo bienhechor; sin ser hombre de juicio, no. Llamamos hombre juicioso al ordinariamente acertado en sus afirmaciones, y no sólo en las teóricas, sino en las prácticas.

– Son hombres de juicio
Los reflexivos que piensan maduramente las cosas, antes de calificarlas. Los hombres prudentes que saben elegir los medios aptos para el fin. Los hombres de empresa que las hacen prosperar bien de ordinario. Los gobernantes que saben oír, ser justos y producir satisfacción interior en sus subordinados.

– Sentido común y santidad.
Es notable la relación entre la santidad y el sentido común. Todos los santos tuvieron sentido común: lo que parece demostrar claramente la influencia de la virtud en el buen juicio. y así es; porque el buen juicio no es sólo el resultado de una visión natural acertada, sino que influyen en ella la moderación de las pasiones, la prudencia, la sinceridad, el pensar maduramente las cosas.

Los santos hablaban poco, pensaban mucho y hacían las cosas después de mucha consideración. La humanidad debe más bien, a los hombres de juicio, que a los hombres de talento. A los hombres de gran inteligencia debe los grandes descubrimientos científicos; pero a los hombres de juicio debe los grandes bienes de orden moral.

El mundo lo han civilizado los santos, no los inventores  o descubridores de secretos de la naturaleza. Los hombres sin juicio, puestos en las alturas del poder, ¡qué de males han acarreado al mundo! Si encima de no tener juicio tuvieron talento, muchísimo peor. El talento es un don de Dios altísimo, pero si hemos de tenerlo sin juicio, mejor es pedir a Dios se contente con darnos un buen grado de cordura y sensatez.

– Sentido de lo real.
El sentido de lo real es mucho más amplio que el sentido común. La visión de un hombre de empresa comprende un círculo de verdades mucho más amplio y más elevado que el de las verdades de sentido común.
El sentido de la realidad es una cualidad innata, como el buen oído. Así como algunos nacen ciegos, así hay quien nace sin pizca de sentido práctico y sin posibilidad de adquirirlo. Pero si la naturaleza no nos lo ha negado en absoluto, podemos perfeccionarlo.

– Reflexivos
Hay pueblos que piensan las cosas maduramente, cualidad preciosa para no juzgar con desacierto. Mientras un inglés hace un juicio, nosotros los hispanos despachamos diez.  La rapidez en el discurso es menos estimable que la seguridad en el acierto.
Los consagrados a la especulación carecen de espíritu observador, de lo que pasa en torno suyo. Si se pasan la vida estudiando el modo de pensar de los musulmanes, forzosamente han de observar menos la vida en que ellos se desenvuelven.

– Observadores
Observo, por ejemplo, que cuantos me rodean coinciden en la manera de apreciar un asunto. Pues el sentido común me dicta que probablemente esa apreciación es verdadera. Los que no saben dar valor a este juicio unánime de muchos sobre los hechos y las personas que nos rodean, suelen ser hombres fantaseadores. Aunque el género humano entero diga que sí, ellos dirán que no. ¡Como si el género humano entero pudiera ser un iluso!

– Examinemos nuestros vaticinios
Buen medio de cerciorarnos de si poseemos el sentido de lo real es el cómputo de los aciertos y desaciertos en los vaticinios que hacemos sobre los acontecimientos próximos a realizarse. Se necesita sinceridad; porque es frecuente no contar los fracasos. Este acierto profético es una vista clara del conjunto de cuantas circunstancias influyen en los acontecimientos, que suelen ser muy complejas: intuición natural

– Seamos modestos
Es decir, desconfiemos discretamente de nuestro propio juicio y creamos que el juicio ajeno vale tanto como el nuestro, y el juicio adverso de muchos, y más de todos, vale muchísimo más que el nuestro. Nadie lo sabe todo. El más listo es el más necesitado de oír qué piensan otros, porque el talento engríe e infatúa.

– Instruyámonos bien
La enseñanza es la forjadora de las inteligencias, y mientras no se organice bien, no sólo con planes sabios, sino con maestros discretos, el pueblo será un pueblo de desorientados, de inteligentes sin sentido de la vida.

– Eduquemos bien
Es decir, seamos morales, religiosos, disciplinados y cumplidores de nuestros deberes y con eso solo seremos sensatos y juiciosos, prácticos y activos. ¿Cómo se hace eso? Favoreciendo la educación católica, subvencionando la enseñanza privada, escogiendo educadores de la juventud que no se limiten a la pedantería de echar discursos. Haciendo cumplir las leyes, no haciéndolas para que no las cumpla ni quien las da.

– Capacitémonos bien
Cada uno para su cargo, cada uno para su carrera. Así entenderemos lo que tratamos y acertaremos en lo que dirijamos.

– Estudiemos filosofia
Los principios fundamentales de la filosofía, no sólo los de lógica, sino los de psicología, ética, derecho natural y catecismo, son las bases indispensables de casi todos nuestros juicios morales y por falta de ellas es por lo que se dicen y hacen tantos desatinos.

– Moderemos nuestras pasiones
La mayor parte de los hombres rigen su vida por sus pasiones, que afecta no sólo a sus actos, sino a sus criterios para juzgar. Una parte del pueblo hispano lleva en sus venas sangre mora. Sangre ardiente, apta para el heroísmo, pero también para los mayores desafueros. Y desde luego, idónea para exaltar la fantasía y las afirmaciones rotundas y falsas.

– Pidamos consejo
El hecho de que un hombre no lo pida de ordinario, revela que no tiene juicio. Cuanto más talento tenga un hombre más debe oír el consejo. Porque el talento engríe y hace creer que se sabe todo. Porque tener talento no es tener sabiduría.

– Observemos a los que nos oyen
Pueden ocurrir dos cosas cuando nos oyen hablar: Que se callen, y ni contradigan ni nos apoyen, o que sientan lo contrario alguno o todos aquellos a quienes hablamos. Si se callan, prudentemente, ¿Por qué se callan? Si el que nos oye nos refuta, lo razonable sería pensar: ¿Me equivocaré yo? Si los que nos oyen todos opinan lo contrario, lo sensato es decir: Luego no estoy en lo correcto. Pero no decimos eso, sino esto: No nos comprenden.

– Sepamos hacer cosas
Una cosa es decir, discurrir, proyectar, criticar cosas, y otra muy distinta hacer cosas. Hacer cosas es hacer obras útiles, no según el propio juicio, sino según el juicio ajeno y general. Hacer cosas es hacerlas estables, no efímeras, que se hundan al desaparecer el que las hizo. Cosas, son las obras en que sólo se pretende el bien, y no el aplauso y la exhibición. Que requieren trabajo y sacrificio, porque la naturaleza ha unido la utilidad al esfuerzo y la abnegación, que dan honra a Dios, provecho al prójimo y al que las hace y que tal vez provoquen la indiferencia o la crítica de los que no hacen cosas.

Hacer cosas es dar euros a los pobres, trabajo a los obreros, instrucción a los niños, prensa honrada a la sociedad, espectáculos decentes a los jóvenes, es hacer catedráticos sabios y católicos para la universidad.

¡Cuántos al morir se encontrarán con que el Juez Supremo les dirá: ¿Qué hiciste? Perder el tiempo protestando mucho y no haciendo nada!

4) Conocimiento de los hombres
Es una gran cualidad, sin la cual no hay buen director de obras. Un general que sepa escoger a sus lugartenientes los más aptos para la guerra, sólo por ese hecho es un buen general.  El don de conocer las personas es una cualidad que no se identifica con el buen entendimiento; y así, hombres de inteligencia superior yerran lamentablemente acerca de los sujetos.
– Para conocer a los hombres y juzgarlos acertadamente se necesita:
Una madre ¡con qué dificultad juzga bien a hijos! Por eso todos sus pequeñines le parecen soles y luceros matutinos. Con el odio pasa lo mismo: ciega y no deja ver las cualidades buenas del enemigo. Generalmente, observamos lo que nos interesa: Así, una mujer se fijará en todas las novedades de la moda de un escaparate; pero no si hay en él una colección de sellos. Y es que, quien no se interese por el apostolado católico no reparará en las cualidades de los hombres aptos para él.

– Justa estimación de los valores
Todos observamos algunas modalidades del carácter de aquellos que nos rodean. ¡Son cosa tan de relieve! Pero no todos, después de haber pensado en ellas les atribuimos su justo valor. ¡Cuántas veces vemos que se falta a esta debida ponderación, enalteciendo a los hombres públicos, sin criterio católico, sólo porque son inteligentes o buenos cantantes, o por que salen en la tele…!

Los árboles se conocen por sus frutos, y los hombres, por sus obras. Pero los frutos no se pueden conocer sino poniendo a los hombres en la ocasión de darlos. ¿Queremos conocer si un sujeto es un gran general? Que mande primero y veremos lo que da de sí. Los hombres, como los árboles, no dan sus frutos ni se conocen, sino con tiempo

Hay que reflexionar sobre los actos de·los hombres y no juzgarlos rápidamente. Que un auditor de una entidad de importancia crea que en una semana va a conocer sus personas y sus obras, es una ilusión. Cada día se descubre una modalidad nueva de aquellos con quienes tratamos; porque cada día varían las circunstancias y, según ellas, proceden de distinto modo.
Por las palabras pueden conocerse los hombres. Pero no es el sonido material lo que nos revela el interior, sino el acento, la expresión, el fuego que late dentro de las voces. Hay un mundo de diferencia entre un humorista y un apóstol, aunque los dos digan lo mismo.

Cuando entre las palabras y las obras hay contradicción, atengámonos a las obras. Un político habla y escribe como el Santo Padre; pero, a la par, acepta y consolida las conquistas de otros políticos sin moral. ¿Cómo le juzgaremos? Como un hombre funesto. ¡Cuanto hay de esto en el mundo!

– El conocimiento de los hombres exige cierta dosis de malicia.
Los que han corrido y visto mucho, y tratado a muchos, están más capacitados para juzgarlos atinadamente. El trato engendra cierta dosis de malicia absolutamente necesaria para no ser engañados por la doblez de los hipócritas; señaladamente, por la doblez política.

– Apreciación justa de todas las circunstancias personales
Lo que es laudable en un seglar puede ser reprobable en un religioso; lo que es disculpable en un joven, no lo es en un hombre maduro.

– El valor de un hombre es la resultante de todas sus cualidades y defectos
Sumando lo bueno y restando lo malo, se sabe lo que es: juzgarlo sólo por lo bueno o sólo por lo malo es un error. Hay sujetos que tienen defectos, y a veces graves, y a la par cualidades y aun virtudes notables.

– Es un mal grave juzgar aptos para una cosa por ser eminentes en otra
Un gran periodista no es por eso apto para gobernar. Un gran talento no sirve, por serlo, para organizador. Más bien lo corriente es, que por ser un hombre de estudios, no sirva para nada práctico.

– Dos consecuencias graves se deducen de juzgar con criterio estrecho a los hombres
Primera, que en los directores fácilmente existe la obsesión de mudar el personal. ¡Como tiene defectos!… Sólo que la experiencia demuestra que se quita a uno de un puesto porque tiene una mala cualidad, y el que le sustituye, tiene más y peores. De donde se deduce que nadie se forma; porque la formación supone tiempo, experiencia, corrección de errores, adquisición de hábitos. Más fácil es educar a sujetos de cualidades corrientes, con paciencia y tiempo, que no a sobresalientes, si porque tienen imperfecciones, se los muda con facilidad. La segunda consecuencia es que, por juzgar por solos los defectos, nadie tiene autoridad entre nosotros. En España no hay hombres indiscutibles. No hay prestigios consagrados en ningún orden, ni en el científico, ni en el politico, ni en el católico. ¡Como tienen defectos!…

5) Aptitud para dirigir
Seleccionados bien los sujetos que han de cooperar a la realización de una obra, queda saber dirigirlos. Para ello se necesita: dar a los subalternos un amplio margen de libertad de acción; sostener su autoridad a toda costa contra los chismes y murmuraciones de los inferiores; disimular las faltas y deficiencias menudas, mientras en lo sustancial procedan bien; premiar generosamente el trabajo, por lo menos con el elogio discreto.
Es decir, en último término, que el mismo sentido común que hace ver el fin, los medios, las dificultades y las soluciones de la obra, ese mismo sentido común, ha de hacer conocer las condiciones de los colaboradores y el modo de manejarlos.

6) Tenacidad y carácter
En orden a la formación de líderes, ¿a quién corresponde un mayor influjo en los destinos de la sociedad, a un poderoso entendimiento o a una voluntad poderosa?

Hay un hecho admitido por todos, a saber, que la conversión del mundo la han realizado, no los sabios, sino los santos. Considerando los santos como hombres, despojados del elemento sobrenatural, no es la nota común de todos ellos la excelencia de su razón, ni la profundidad de su sabiduría, sino la fuerza, la rectitud, la energía y la constancia de su voluntad. Y si de los santos, pasamos a los apóstoles de la Iglesia, ni la inmensa obra de los misioneros, ni la de sus prelados y sacerdotes, ni la de las monjitas consagradas al ejercicio de la caridad, han debido sus magnificos resultados a sus grandes inteligencias, sino a las buenas, sacrificadas y firmes voluntades.

San Ignacio de Loyola no fue un sabio, como lo fue Suárez, y San Ignacio ha ejercido en el mundo un influjo incomparablemente mayor que el Doctor Eximio. Una voluntad firme con un talento corriente hará lo que quiera. Si no lo consigue en un día, lo conseguirá en dos, si no, en cuatro. Un ensayo le servirá para otro mejor, éste para otro más perfecto, y así hasta lograr el éxito apetecido. La voluntad por consiguiente, es la gran facultad que debe educarse para todo género de empresas. La humanidad tributa culto supersticioso al talento. Llegó a adorar la diosa Razón. La voluntad tiene una fuerza inmensa en el orden sobrenatural con la gracia, y en el natural con el trabajo, la experiencia, el estudio y el consejo.

En el orden práctico, un genio con tenacidad obrará maravillas; un talento corriente con una gran voluntad también. El genio más rápidamente; el tenaz con más seguridad. El talento es luz; el carácter, fuerza. La luz es necesaria para ver; el carácter es fuerza para andar. La luz enseña los tropiezos, la tenacidad los vence.

El selecto ha de tener tenacidad fundamentalmente congénita. No negamos que un hombre naturalmente inconstante puede llegar a ser tenaz; pero será un caso rarísimo. La tenacidad se funda en la conciencia del valer del propio esfuerzo y en la esperanza del éxito.

– La tenacidad es precisa por las razones siguientes:

a) Porque el hombre de acción no tendrá cooperadores. No los tendrá ni abajo, ni en medio, ni arriba. No los tendrá por nuestro individualismo. No los tendrá ni para el trabajo, ni para el dinero. No será ni por envidia, ni por falta moral alguna; pero no los tendrá… ¡Y es tan duro luchar solos!

b) Porque no encontrará hombres formados. Aun supuesta la voluntad de cooperar, las obras tropiezan con la falta de hombres formados. Y los hombres formados no se improvisan, ni se suplen; y cuando no se tienen, corren las obras gravísimo peligro de hundirse.

c) Por falta de espíritu comprensivo. Que no se ayude, pase; pero que encima se murmure, es para dejar lo comenzado, si no se tiene mucho temple de ánimo. Unos ciudadanos sitiados se esfuerzan por tapar una brecha, por donde el enemigo puede entrar en la ciudad: y otros, recostados a la sombra de un árbol, contemplan impasibles cómo sudan aquéllos, y encima les abuchean. Es un absurdo, pero muy real y muy español.

d) Porque la labor es ingente. Un periódico, una asociación poderosa, un centro educativo, cualquier organización de verdadera eficacia para el bien de la Iglesia, necesita muchos años. Y ya se ve por sólo ello las dificultades que deben superarse y la paciencia y tenacidad en el propósito que han de tenerse.

– Conciencia del poder del propio esfuerzo
¿Por qué la conciencia del valer propio ha de ser soberbia, si se ajusta a la realidad? Es una verdad como otra cualquiera. El auxilio de Dios y la fe en su Providencia y en su poder quedan descartados y supuestos, aunque un católico tenga conciencia de su valer. ¡No faltaba más!
Esta seguridad moral de que se ha de vencer los obstáculos es condición precisa para trabajar con entusiasmo y perseverar con constancia. Y se deriva de la comparación entre las dificultades que se ofrecen y las cualidades propias en orden a superarlas.

– La esperanza del éxito
La esperanza del éxito en las obras de apostolado tiene un poder inmenso; como que se trata del bien de las almas y de la gloria de Dios; aparte de la satisfacción del apóstol, no por humana pecaminosa, sino legítima y de gran fuerza.

Existe en muchos una especie de indiferencia estoica con respecto a la misión y al éxito de las obras, que está muy lejos de ser resignación y muy cerca de parecer insensibilidad. En el orden humano a nadie es indiferente el éxito. Un banquero trabaja por su negocio, y viene la bancarrota; pues, aunque sea un santo, no se conformará sin sentir pena profunda. ¿Por qué? Porque se trata del porvenir de sus hijos.

A toda costa, pues, ha de buscarse el éxito. Por Dios y por nosotros mismos, no por nuestro mérito, sino por acrecentar los intereses divinos.

– ¿Qué es el carácter?
Nosotros queremos entender aquí por carácter, a saber, es un hombre de voluntad enérgica, constante, que arrostra las dificultades y las vence, que no se doblega ni ante el peligro, ni ante el favor, que persigue un ideal recto y justo. Éste es el carácter que decimos ha de tener todo selecto para influir en la sociedad eficaz y bienhechoramente.

Educar el carácter es la gran dificultad de los educadores: ¡Como que viene a ser el conjunto de las virtudes! Ya que es la constancia en el cumplimiento de todos los deberes ya sean  religiosos, patrióticos, familiares etc..

– ¿Qué no es el carácter?
a) No es el mal genio: Muchos lo tienen pésimo y a la par falta absoluta de carácter.

b) No es la testarudez: El testarudo no es constante, sino terco, que no es lo mismo. Se obstina en su parecer o en sus deseos, no racionales, sino caprichosos.

c) No es la inflexibilidad: El inflexible y rígido no es prudente. La prudencia cede cuando es razonable y justo. El hombre de más carácter ha de ceder muchas veces, no para incumplir sus obligaciones, sino para mejor cumplirlas y hacerlas cumplir.

d) No es la alegria, ni la tristeza, la locuacidad o la serenidad de ánimo

f) No es sólo la constancia en obrar del mismo modo

– ¿Quién no tiene carácter?
El político que cambia de partido, alistándose precisamente en el que disfruta del poder. El gobernante que se mantiene en su puesto a fuerza de claudicaciones. El católico que oculta o no defiende su fe por miedo a la burla, a la sonrisa o al perjuicio. El sacerdote que por temor a un contagio deja de asistir a los enfermos. El catedrático que un día asiste a clase y otro no, un día asiste a una hora y otro media hora después.

El que en la lucha diaria de la vida tiene la propensión constante a no negar nada, a no malquistarse con nadie. El que tiene por principio: siempre al lado del poder. El que ensalza lo bueno y calla lo malo. El católico que, recibida una prebenda del poder, se figura que la Iglesia está de enhorabuena.

El que hace favores creándose amigos para el porvenir.

El que hoy es blanco y mañana negro, según los vientos que soplan.

El que mira por encima del hombro a los luchadores, como si fueran tontos.

El que tiene prudencia y templanza; pero no justicia ni fortaleza.

El que si media entre dos que riñen, les da la razón a los dos; a cada uno su partecita.

El que si recibe una subvención exclama: «¡Qué gran gobernante!»

El que no quiere polémicas, sino que la autoridad haga callar a su contrario.

El que defiende su alta posición condescendiendo con el error, para que no venga otro menos afecto a la Iglesia. Son hombres que tolerarán graves daños contra ella y harán bienes baladíes de carácter personal y privado. Votarán contra la libertad de enseñanza y dispensarán un favor a un sacerdote. Desconocerán el derecho de la Iglesia a fundar universidades y comulgarán devotamente. Permitirán la inmoralidad de las parejas y rezarán el rosario en familia. Siendo gobernantes no combatirán las leyes contrarias a la Ley de Dios y despues irán a misa como si tal cosa.

7) Misión elevada
Lo es la defensa de la religión, de la moral, de la familia, de la justicia social, de la patria. Peculiaridad de los selectos es tener una misión elevada, que se convierta en la aspiración de su vida.

Para el sacerdote, la santificación de las almas; para el militar, la defensa de la patria; para el educador, la formación cristiana de la juventud; para el gobernante, la prosperidad de su pueblo.

8) Amor a la misión
En la mayoría de los casos, no llevamos a término las obras buenas no por falta de visión de su excelencia, ni de visión de los medios necesarios para lograrla, sino por temor a las dificultades. Es que amamos el bien muy tibiamente. El amor de Jesucristo y de su Iglesia es el que ha movido a todos los apóstoles, fundadores de órdenes religiosas, mártires y defensores de los intereses católicos a llevar adelante sus empresas y trabajos.
Inculquemos pues en nuestros selectos, un amor profundo y sacrificado hacia la Esposa de Jesucristo, la Iglesia, que Ellos serán audaces e intrépidos en las obras de gloria de Dios. Y les dará tenacidad, valor y entusiasmo para defenderla.
Pero, ¿qué es amarla? Obedecerla, respetarla, favorecerla, estudiarla, conocerla y propagarla. Estar siempre dispuesto a secundarla como madre y como maestra. A la Iglesia hoy en día se la ataca en sus dogmas y en sus derechos, en su cabeza y en sus miembros, en su honra y en su libertad.

Quien no la defiende, no la ama. Quien no defiende su libertad de enseñanza, no la ama. Quien no defiende su derecho a tener universidad propia, no la ama. Quien no defiende su derecho a crear organizaciones católicas, no la ama. Quien no defiende la libertad de sus prelados a comunicarse libremente con los fieles, no la ama. Quien no consulta con ella en los asuntos religioso-políticos, no la ama.

9) Espíritu de sacrificio
Dios, tan sabio en sus providencias, ha establecido una maravillosa relación entre el fruto de las obras y el sacrificio en hacerlas. Por consiguiente, el hombre que quiera hacer cosas grandes ha de tener un gran amor al sacrificio. El santo es santo por el sacrificio, el pecador es pecador por huir del sacrificio. Cuanto más grande es una obra, mayor es el esfuerzo y trabajo que ha de poner en ella. Los heroísmos se miden por el desprecio de los peligros y el riesgo en acometerlos. La constancia y tenacidad son difíciles por nuestro amor a la vida fácil. Todos los selectos necesitan este menosprecio del interés y la comodidad propia; pero más que todos, los llamados a gobernar.

10) Valor personal
El valor personal es la resolución de defender los intereses que estimamos más: la religión, la patria, la familia, aun a riesgo de exponerse a peligros materiales, incluso de la vida.
Un cobarde es todo lo contrario de un carácter. El valor personal ha de tenerse más para defender la fe que la vida. Es más fácil arrostrar la muerte por la fe, que arrostrar las incomodidades de la vida por la fe. Quien quiera formar selectos habrá de estudiar primero si el candidato es un hombre dorado, por lo menos, de la dosis suficiente de sangre para no poder llamarle un pusilánime o cobarde.

Estamos hartos de Sancho Panzas, amigos de las alforjas llenas y amigos de las Ínsulas Baratarias.

11) Medios de formación del carácter
– Habituar al niño a que cumpla el deber desde su más tierna edad. Depositemos en el alma de los pequeñuelos el germen de una idea trascendental: el deber, y hagámosles sentir que para los que no se portan bien hay una sanción, que es la severidad del rostro, la privación de las golosinas y, en ocasiones, algo más desagradable. Y eso de un modo indefectible.
Los niños pequeñitos son más listos de lo que parecen; la idea del deber la cogen muy pronto y la idea de que hacen de sus padres lo que quieren, lo mismo. Rarísimo será el joven apto para el apostolado cuyos padres hayan sido débiles con él, aunque fueran de comunión diaria. Crear el hábito: eso es lo esencial.

– Dirigir la voluntad del niño desde sus primeros años. Dirigirla, aun en los deseos legítimos; pero con discreción, no negando a troche y moche, evitando los caprichos no razonables.

– No dejar las faltas sin sanción, proporcionada a la culpa y a la edad.

– Acostumbrar al adolescente a que sufra con ánimo generoso las pequeñas contrariedades de la vida y animarle a que no se descomponga por una travesura del hermano, o una descortesía del amigo.

– Hacerle sobrellevar bien las molestias de la vida, el calor, el frío, el cansancio, el sueño. Sobre todo, cuando se sufren por cumplimiento del deber.

Hay quienes son incapaces de sufrir las inclemencias del tiempo. De todo se quejan, todo les parece insoportable. No pueden experimentar una contrariedad, de las infinitas de las que forman el tejido de la vida. Y decaen de ánimo, se entristecen, abandonan las obras…

Precisamente esas contrariedades y esos sufrimientos físicos y morales son los que dan temple de acero a la voluntad. Con las heladas arraigan mejor las siembras.

De ahi que los jóvenes más dispuestos a la virtud y al apostolado sean los pobres y los de posición modesta. Porque están avezados a padecer: se cumple en ellos aquella promesa:

Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el reino de los cielos.

– Educarle en la mortificación voluntaria, haciéndole que sepa privarse por amor de Dios o de la Virgen de sus gustos y caprichos y aun deseos razonables.

Sin carácter no hay apóstol. Por consiguiente, el joven que quiera serlo ha de ser esclavo de su deber religioso: del que le imponen todos los mandamientos. De su deber profesional. ¿Es estudiante? Pues que estudie seriamente. ¿No lo hace? Pues no sirve para el apostolado. De sus deberes ciudadanos. Que el obrero vive hambriento, que la inmoralidad pública cunde, que los profesores inversitarios envenenan a la juventud, que se hunde la gestión municipal, que la nación se desquicia… ¡Nada le turba! Pues aunque vaya a misa los domingos, es un mal joven católico.

La contemplación de las grandes miserias ajenas enseña al hombre a ser sufrido y agradecido a Dios.

– Hacerle leer hechos heroicos de los santos y de los héroes de nuestra historia. Eso enardece el ánimo.

– Hablarle de las consecuencias desastrosas que se siguen de la falta del cumplimiento del deber, del deshonor, de la ruina, de la pérdida de la salud.

– Inculcarle el santo temor de Dios, para buscar asé el bien y detestar el mal.

– Hacerle varonil arrostrando los peligros aun graves, cuando se trata de la defensa de la Iglesia o de la patria. Valientes y héroes se mostraron muchos jóvenes cuando la defensa de los conventos o las huelgas de los comunistas en la guerra civil española.

Premiarle con la alabanza y con la satisfacción de sus legítimos deseos cuando haya cumplido con deberes que exigieran sacrificios.

12) ¿Porqué hay tan pocos jóvenes de carácter?
Porque se han educado mal, porque no piensan en el deber, sino en el placer, porque cuantos les rodean viven impresiones y sensaciones, porque ven escarnecida la virtud y triunfante el vicio, porque la TV, el Internet, los juegos electronicos, los empuja por la pendiente de la sensualidad, por su falta de fe y de temor de Dios, por el respeto humano y por herencia fisiológica de sus padres. El carácter hay que formarlo no sólo por motivos sobrenaturales, sino por hombría, por virilidad, por valor personal.

Cuando a un joven lo tildan de mojigato, porque es devoto, ha de saber contestar: soy así porque amo a Dios, y además porque me da la gana.  El joven de carácter ha de tener convicciones y un poco de genio. No mucho, lo suficiente.

13) Sacrificio
El sacrificio es una ley de la vida: ¿quién no tiene que sacrificarse? El rico y el pobre, el gobernante y el ciudadano, más el primero que el segundo. Los reyes son unos esclavos del protocolo, de sus gobiernos, de la opinión. Todos hemos de sacrificarnos, unos queriendo, otros por fuerza.

La diferencia entre el virtuoso y el pecador no está en que aquél padece y éste goza, sino en que aquél busca el sacrificio y éste el placer; pero los dos encuentran el dolor, el vicioso más que el varón justo. Porque el santo halla en el dolor sufrido por Dios la fuente de la felicidad, mientras el pecador halla en el placer un hastío que no sacia con nada, una inquietud que con nada se sosiega.

Pues siendo la vida dolor y sacrificio, los jóvenes se preparan para ella con un ansia de diversiones. Qué insensatez la de sus padres, que si no los empujan por ese camino, no los apartan. Como si no tuvieran experiencia bastante para saber que la tierra es un valle de lágrimas, de más lágrimas cuanto más ansia de goces. Lo saben, y, no obstante, miman a sus hijos, les dan una libertad absurda, se gastan en ellos lo que no tienen. Son padres católicos que les hacen proceder como paganos. Y así queremos conciliar, lo grave inmoral con la comunión frecuente; la caridad que obliga a socorrer a los pobres con lo superfluo, con el gasto diario de meriendas opíparas; las amistades y trato en que los jovenes andan libremente con un amor muy sincero a la castidad.

Jóvenes católicos, que andáis hambrientos de dicha, mendigándola en los esparcimientos y deleites del mundo: equivocáis el camino. ¿Queréis ser felices? Sacrificaos. ¿Queréis rebosar de consuelo y tener una vida dichosa, incomparable? Sed apóstoles, renunciad al honor vano de los puestos, buscad a Dios en vuestros trabajos, sacrificad vuestras diversiones, sed generosos con los pobres en darles limosnas, visitad a los que sufren y consolarlos. Ése es el camino de la felicidad, y no hay otro. Si queréis hacer grandes cosas de la gloria de Dios, no busquéis las honras, ni los provechos, ni las altas direcciones, ni la fama; sino el trabajo oculto, sacrificado. Es el gran secreto del apóstol.

Ahí está el ejemplo de las monjitas que viven entre salvajes. Vedlas; para conquistar las almas, no tienen más armas que su pobreza, su castidad, su obediencia, su renuncia a todos los afectos y sentimientos más queridos, la patria, la familia, las amistades, las comodidades de la vida civilizada.

A los misioneros protestantes les sobra el dinero, la protección de sus gobiernos, los medios de propaganda: lo único en que los católicos les superan es en el espíritu de sacrificio. Cuando unas Hermanas de la Caridad fundan un hospital en tierra de salvajes, es evidente que éstos se sentirán con inclinación de arrodillarse ante ellas y venerarlas como a divinidades.

14) Penitencia
He aquí una palabra que suele horrorizar. ¡Como si la necesidad de la penitencia no fuese el abecé de la doctrina cristiana! ¿Hemos pecado? Hemos de hacer penitencia. ¿Podemos pecar? Pues también hemos de hacerla. ¿Queremos sacrificarnos? Pues no le demos vueltas, penitencia. Pensar que vamos a ser unos santos, divirtiéndonos a más y mejor, es un mito.
Algunos tienen esta norma de vida: gozar cuanto se pueda lícitamente. Es un engaño. El ansia de placeres no tiene límites. ¿Quién puede asegurar hasta aquí llegaré? Además de ser un engaño, es una vergüenza: ¿para eso murió Cristo en la cruz? Para redimirnos no fue preciso, para enseñarnos, sí… ¡Como que ni aun muriendo sacrificado hemos querido aprender!
Penitencia es una idea claustral. ¡Como si los seglares no la necesitaran! El religioso vive aislado, medita, ve ejemplos de santos y necesita penitencia, porque es hombre, padece tentaciones y es frágil. Y tú, joven, lleno de vida, de pasiones, rodeado de objetos que te incitan a la culpa, asistiendo a cosas peligrosas, ¡tú, que estás oyendo enormidades de toda clase, que regalas tu oído y tu paladar y tu vista con toda suerte de impresiones y sensaciones!, ¿no la necesitas? Desengáñate: no irás al cielo si no la haces.

La puedes hacer, aunque te parezca que no. Puedes ayunar, cuando es obligación y aun cuando no lo sea, sin que por eso enflaquezcas y te quedes tísico. Puedes mortificar la vista, el oído, la lengua, sin que te mueras por eso. ¿No lo haces y te das todos gustos lícitos? Pues cuando menos lo pienses, habrás caído en lo ilícito. Y además no harás nada útil en el apostolado, el cual no lo hace Dios fecundo sino por el espíritu de penitencia y abnegación del apóstol.

Una comida no bien condimentada es una catástrofe familiar para los dichosos de la vida; pero viene la adversidad y no se muere nadie ni porque la comida no esté bien sazonada, ni porque haya de ayunar, ni porque se padezca frío o calor o falta de lo más preciso. Parece que a medida que crecen las privaciones, la naturaleza va dando de sí, como si fuera de goma.

¿Cuántas muchachas no se someten a un régimen de alimentación severo y ayunan rigurosamente para adquirir las lineas de moda; pero luego no ayunan cuando lo pide la Iglesia?

De modo que penitencia por caprichos y vanidades absurdas puede hacerse con gusto y sin miedo a perder la salud; penitencia por los pecados o por amor a la cruz de Cristo, ésa destroza el organismo.

Si queréis hacer grandes cosas para la gloria de Dios, no busquéis las honras, ni los provechos, ni las altas direcciones, ni la fama; sino el trabajo oculto, sacrificado. Es el gran secreto del apóstol.

15) Castidad
Los sensuales juzgan a los castos de afeminados: es al revés, es el joven casto el verdadero hombre, en quien la razón manda al instinto. El lujurioso es la bestia, que obra como si no tuviera inteligencia y voluntad. Tener a raya de un modo constante los apetitos animales supone un gran señorío de sí: un vencimiento de sí mismo, que es el valor por excelencia.
El joven no casto es un joven incapaz de nada serio. Por eso cuando se desenfrena y corre tras sus apetitos, se inutiliza para el estudio y para la vida espiritual. Entonces es cuando abandona los sacramentos y sus devociones, y es que pierde el paladar de los manjares del espíritu. Los placeres espirituales son el deleite de la difusión del bien, de la gloria de Dios, de la salvación y perfección de las almas, del sacrificio por amor a Jesucristo. Todo esto, ¿qué tiene que ver con las groserías de la sensualidad?

Podrá un hombre sensual realizar el trabajo de organizar cosas para propagar la fe; pero el espíritu no se lo comunicará a la obra.

Por otra parte, quien sucumbe ante las dificultades de la castidad y no tiene fortaleza de espíritu de mortificación para superarlas, tampoco podrá sobreponerse a las asperezas del apostolado, que son muchas y continuadas y de todo género. En cambio, la misión católica, natural y sobrenatural, es una fuente de energías para la conservación de la pureza.
En el orden natural, porque la ocupación y el entusiasmo por la propagar la fe preservan de innumerables peligros, y dan pábulo honesto a la imaginación juvenil, tan solicitada en otros por las impresiones nocivas de los sentidos. Y en el orden sobrenatural, porque Dios derrama a manos llenas su gracia y sus consuelos sobre las almas que se consagran a hacer el bien a los prójimos. De manera que la castidad y el apostolado se favorecen mutuamente; sin la primera, no puede existir el segundo; y la acción católica, cuanto más intensa, más preserva de los peligros de la sensualidad. Esta es el verdadero enemigo de la juventud, el más peligroso.
Sin embargo, es notable la absoluta falta de cautela con que proceden muchos jóvenes en este punto. No quieren pecar, pero tampoco dejan la ocasión: les parece mal lo que ven; pero, dejarlo, les parece peor. Y así ocurre lo que ha de ocurrir: que se habitúan a bordear precipicios, hasta que un peligro mayor los empuja al fondo.

16) Docilidad
La independencia de juicio es de suyo una excelente cualidad. El hombre es tanto más hombre cuanto en el gobierno de sí y de sus cosas, más obra por dictámenes propios: es el sello de su personalidad.

Obrar a impulsos de un juicio ajeno es convertirse en una máquina, que no anda sino a merced del obrero que la manejaEsta anulación de la propia personalidad es, a veces, no una imperfección humana, sino un acto heroico y a la par el más perfecto de nuestra libertad, a saber, cuando en aras del amor de Dios, se hace un voto de obediencia, por el cual renunciamos a nuestra libertad y a nuestro juicio para gobernarnos por la voluntad yel juicio del superior, en cuanto representa a Dios.

Pero ser independiente no es ser duro de juicio. Se puede y se debe conciliar la independencia con la docilidad. Cuando un hombre de excelente entendimiento juzga un asunto y sabe cambiar de juicio por las razones poderosas que otros le dan, ese hombre no se hace esclavo del parecer ajeno, sino de la docilidad: es independiente y dócil.

Mas cuando no oye el parecer ajeno, o si lo oye, nunca lo sigue, porque cree que él siempre tiene la razón, entonces no es esclavo de ella, sino de su orgullo. La docilidad es amable e indicio de ánimo desconfiado de si. La terquedad nace, o de falta de luces, o de sobra de amor propio.

Cuanto más grande es un hombre, más prueba da de talento, sabiendo oír con gusto los pareceres ajenos; porque cuanto más ve una inteligencia, más ve su pequeñez y su ignorancia. Despreciar el juicio de los demás, aunque sean juicios aislados, es vanidoso: despreciar el juicio unánime de los que nos rodean es de soberbios e imprudentes. No decimos con esto se pida consejo a muchos. En cualquier asunto, en que hallemos dos o tres hombres prudentes, podemos darnos por satisfechos; y si coinciden, descansar en ellos y actuar con gran probabilidad de acierto.

Desde luego, no los busquemos entre los muy listos; ¡como si por serlo hubieran de dar sabios consejos! Más bien habrá que buscarlos entre los ancianos, los hombres de experiencia de negocios, los reflexivos que piensan maduramente las cosas. Apreciamos poco a estos hombres para las obras de apostolado. Para los negocios sí. El día en que nos preocupe tanto el fruto de la misión católica como la caja de caudales, tendremos consejeros de la misión católica largamente retribuidos.

17) Humanos
– Hemos de ser humanos en todo. Y lo primero, en juzgar.
Los años enseñan a ver en el fondo de la naturaleza humana menos malicia y más fragilidad de las que la poca edad imagina. ¡Cuántas faltas, y a veces notables, hay que atribuirselas al poder inmenso de la educación, del temperamento!

Juzgar duramente a los demás, y eso habitualmente, es propio de entendimientos incomprensivos. Muchas veces vemos que son injustos los juicios ajenos sobre nosotros, y es gue nos juzgaron precipitadamente, sin datos bastantes, por antipatías apriorísticas, fiados en la autoridad de otros que estaban apasionados.

Verdaderamente que cuando se piensa bien el número de los elementos que influyen en nuestros actos, la sangre y el clima, la educación y las tradiciones, la temperatura y las amistades, y no digamos nada del orden sobrenatural, de la gracia…, Con esto se ve clarísima la razón de aquellas palabras de Nuestro Señor: «… No queráis juzgar.»

Los santos no fueron seres predestinados desde su nacimiento a vivir en un plano superior a donde no alcanzan las fragilidades de la naturaleza: fueron hombres, y tuvieron pasiones y flaquezas; pero fueron santos y supieron dominarlas, sin destruirlas.

Sin embargo, sus coetáneos muchas veces no les juzgaron bien porque notaron en ellos mucho humano, imperfecto, lo que no quitaba la coexistencia de virtudes heroicas, que es en lo que estriba la santidad: no en carecer de toda imperfección.

– Humanos en exigir
El que dirige ha de exigir el cumplimiento del deber, de un modo perseverante. No hacerlo es rebajar la disciplina y matar las obras. Pero eso no se puede hacer de un modo mecánico; porque los hombres han de faltar alguna vez, aunque sean santos. Echarles encima el peso de la ley cuando eso sucede, es confundirlos con los ángeles.

Cuando un hombre cumple bien en su conducta diaria, es una injusticia grave no saber disimularle alguna vez. Y es convertir la autoridad en yugo odioso e intolerable.

– Humanos en el trato
Para tratar racionalmente, hay que acomodarse a la naturaleza en todo. A las edades, desde luego. No se puede tratar lo mismo a un niño que a un hombre. ¡Pobres niños! ¡Cuántas veces los hacemos víctimas de nuestra falta de sindéresis! Los queremos atraer a una catequesis y ponemos los medios para ahuyentarlos. Se les lleva a veces a locales estrechos, sin comodidad para sentarse ni movilizarse; se les tiene largo tiempo en el aprendizaje del catecismo, sin amenidad de canciones o juegos que les alegren, sin método intuitivo o activo que les fijen la atención, sin variedad de ejercicios que les descansen y por añadidura sin premios que les estimulen.

En cuanto a la juventud, no la conquistaremos si no sabemos comprenderla. Es generosa, inquieta, alegre, efusiva. Necesita antes que nada ser amada. Es irreflexiva y frágil. El que la dirija ha de ser indulgente y de gran longanimidad. Entusiasmarla sólo con la idea de que asista a misa a las nueve de la mañana, los domingos y fiestas de guardar, es una ilusión.
Claro es que no se ha de utilizar tanto el elemento humano, que ahogue el espíritu sobrenatural. Pero tampoco se ha de buscar tan escuetamente la educación religiosa que prescinda de la idea de que el joven católico es un hombre con alma y cuerpo, con necesidades del espíritu y de la materia.

– Humanos con los enemigos
No sólo por caridad, sino por razón pura, debemos ser indulgentes con nuestros enemigos. No nos odian, ni odian la religión. Si se escarba un poco en su espíritu no se encontrará en el fondo un Diocleciano, sino un sueldo o un puesto honroso.

Hay muy pocos anticlericales auténticos. Truenan contra los curas pero mandan a sus hijos a sus colegios; son socialistas y pertenecen a cofradías de Semana Santa. Se mueren y al punto piden los sacramentos. Aun entre los masones, ¡cuántos lo son de pega! Parece que pretenden hundir la Iglesia, pero es una cosa más modesta lo que pretenden… vivir. Por eso una vez arriba, se declaran durmientes. Su flaco es la ambición; pero por subir, eso sí, harán cualquier barbaridad.

¡Pobres gentes! Dan pena en vez de ira. El mal ejemplo, los compromisos, el respeto humano, el ambiente, los empuja a veces incluso a crímenes de sangre; pero viene la desgracia y los que habían disparado contra los sacerdotes, esos mismos, momentos después, les piden los sacramentos. Así son muchos progres modernos.

Roguemos por ellos, para que Dios les ayude para hacer algo más provechoso a su espíritu, que los derribe de su pedestal. La medicina de estos enfermos es la desgracia; una desgracia rotunda, sin esperanzas de cambio. La vanidad los pierde y la humillación y el ridículo los curan. Y si no, no tienen remedio.

Sintamos por ellos más lástima que indignación; son aún más desgraciados que culpables. No conocen ni a Dios, ni a su Iglesia, ni sus culpas, ni sus consecuencias. ¡Y ésa sí que es desgracia!
Cambian de católicos a progres con extraordinaria facilidad, a veces en bloque y es que no tienen teorías, sino necesidades, prejuicios y a veces justos motivos de queja.¿Es eso indiferencia religiosa? No, es la necesidad suprema de vivir, por lo cual están con los progres muchisimos que no lo son.

– Humanos con los católicos
No es justo tratar a los amigos como a los enemigos. Justicia para todos, imparcialidad para todos, caridad para todos. Sí, pero de muy diversa manera; porque tratar igualmente a los desiguales es una desigualdad.

Un hombre íntegro comete un error, aunque de ordinario acierta. No es justo que se le juzgue con la misma severidad que a un hombre público chanchullero y vividor. Un hombre público católico tiene una debilidad. No es justo se le trate como a un progre que hace de su vida un puro sectarismo.

Porque el católico yerra con recta intención, va a servir en su puesto a la Iglesia y a la sociedad y, por lo mismo, acierta, de ordinario, en su gestión, aunque no sea el ideal de los hombres públicos.

– Humanos con los que sufren
Los santos tenían mucha humanidad porque la padecieron mucho. Pero muchos educadores, a veces por ser demasiado espirituales, no saben consolar al triste. Hallándose una persona afligida, la consolaba su director con estas palabras: «Levántese sobre todas las cosas de este mundo y hágase cuenta de que no pone los pies en la tierra.»

Por eso es más humano hablarles condoliéndose con ellos, llorando con ellos, dándoles esperanzas de mudanza de las cosas, justificando su dolor. Luego vendrá levantar los ojos y el corazón al cielo. Es el lenguaje del amor, que no entiende sólo las penas ajenas, sino que las siente y comparte.

– Humanos con los pecadores
Si no lo supiéramos por el Evangelio, ¿quién hubiera podido sospechar que fuese Dios tan humano, que a una mujer adúltera la perdonase tan mansa y benignamente? Dios, con ser Dios, es más humano que los hombres, y los juzga y trata más humanamente que ellos, porque los conoce infinitamente mejor. Pecar facilísimamente y perdonarse el pecado dificilísimamente, no es propio de Dios, que sabe nuestra fragilidad.

De la misma manera hemos de concebir a Dios humano en el premio de la gloria. Concebir el cielo como una aniquilación de nuestro ser para transformarle en Dios, es cosa tan repugnante a la naturaleza como que se trata de su propia destrucción. El cielo no puede ser eso, sino una perfección absoluta de la vida humana con una felicidad divina. Antes que nada, ser hombres, y luego, sentirse divinamente felices.

Conforme a este modelo divino, hemos nosotros de proceder con los pecadores. ¿Se arrepienten? Quedan absueltos. De los hombres es el caer, y por lo mismo, ser perdonados. ¿Queremos estimularles con el premio? No les pintemos un cielo absurdo por antihumano y, además, dificilísimo de conseguir.