III.- HOMBRES DE OBRAS

1) Diferentes clases de hombres.

Entre los católicos, como entre los que no lo son, hay hombres de ideas, hombres de deseos, de palabras y de obras.

Los hombres de ideas, intelectuales, son los que conocen la doctrina católica, la definen, la defienden, la explican. Los de deseos son los que se entusiasman con sus planes, se los leen a todo el mundo, hacen las mejores presentaciones, renuevan el mundo con una facilidad pasmosa.

¿Un teólogo profundo habla sobre la Trinidad?  Todos le oyen con reverencia. ¿Un fantaseador planea la regeneración rápida de un país? Los demás le escuchan con cierta curiosidad y complacencia benévola. ¿Un orador echa un discurso magistral? Todos dicen: «¡Qué maravilla!»

Finalmente, los hombres de obras son los que hacen cosas eficaces, acomodándose a las direcciones de la Iglesia y a las necesidades de la sociedad actual, en el orden que sea, religioso, social, cultural, deportivo etc. ¿Un pobre está hambriento? Pues no echan un discurso sobre la limosna, sino que se la dan. ¿Un videojuego, una película, un programa de TV tiene imágenes violentas o pornograficas que no debe ver un menor? No hablan sobre tan grave calamidad, sino que la denuncian. Y así sucesivamente.

¿Que ocurre cuando un hombre de acción hace cosas sin meterse con nadie ni pedirle nada a nadie? Todos opinan y critican al hombre de obras, sin saber en qué consiste lo que hace: El intelectual se muestra profundamente disgustado y sorprendido, porque no se han acomodado a sus teorías trascendentales, el iluso, el que no sabe hacer nada, arremete contra el que es practico porque lo que hace no tiene importancia ni valor alguno. Contra un hombre de obras se actua de la misma forma, en que por ejemplo un cantante, un presentador de TV y un politico desprecian, sin entender de filosofia, a un filosofo.

Es un abuso. Sólo los hombres organizadores de obras tienen autoridad, nacida de su experiencia y de su aptitud demostrada con los hechos, para ser oídos. Por eso cuando algún hombre ilustre parezca exigiros el acatamiento a sus juicios, en materia de organización, preguntaos a vosotros mismos: Y este señor, ¿qué ha hecho? y si no ha hecho nada ni dirigido nada, guardaos de inclinaros a respetar su parecer, aunque esten basados en su cultura, en su talento, en su fama de orador o de matemático, porque os engañará miserablemente sin pretenderlo.

Recordamos a este propósito haber oído a un hombre de gran talento decir que no había necesidad de que los católicos se organizaran políticamente. ¡Qué horror! Y se indignaba si se le contradecía….. Los sobresalientes en algo suelen ser vulgares en lo demás y a veces llegan a decir verdaderos dislates. Es el caso de los intelectuales que se consagran a una materia determinada; de aquello saben mucho; de lo demás, nada. Discurren teóricamente bien; sobre lo práctico, mal. Si se dedican a la prehistoria, dirán maravillas; pero en cuanto comienzan a hablar de lo que sucede delante de sus ojos, dirán vaciedades o cosas inverosímiles….. y no hablan como quien expone una opinión, sino un dogma científico.

2) El hombre de obras

Hombre de iniciativa es el de ideas propias, actos y obras sugeridos espontáneamente por su propio espíritu. El tener ideas personales no se opone al estudio de las ideas y obras ajenas. No hay hombre, por independiente en sus juicios y actos, que no necesite del estudio y observación de lo pensado y hecho por los demás. Sería fatuidad. 

La iniciativa es el gran sello de la personalidad; porque por ella somos los verdaderos creadores de nuestras ideas y nuestras obras. Estar siempre a lo que opinan los demás es una mutilación del propio espíritu. Ni aún en la vida religiosa es eso apetecible, ni el ideal. Cuantas veces tendremos que escuchar en nuestros grupos: ¿Qué es lo que dice el Padre tal o el Obispo cual?  Esta frase refleja la tipica excusa para no hacer nada, esta para seguir siendo niños en nuestra fe, para no crecer, para hacer responsable a otros de nuestra pereza, de nuestra cobardía.

¿Con qué medios puede crearse la iniciativa?

– Primero. Poniendo a las personas en la necesidad de actuar por cuenta propia. A un perrito de pocos días se le arroja al agua y el instinto le despierta la aptitud de nadar. 

– Segundo. Dándoles puestos de responsabilidad en proporción con los años. Es lo que se practica en los campamentos de jóvenes. Se reparten los trabajos y han de ejercitarlos y conocerlos, y por consiguiente ingeniarselas para resolver las continuas dificultades que surgen en el campo.

– Tercero. Excitando la emulación para que agucen los ingenios y presenten soluciones a problemas prácticos. Premiando las ideas más originales y útiles.

– Cuarto. Respetando la espontaneidad y libertad especialmente de los jóvenes en todo lo que no es nocivo a su alma o su cuerpo. Respetarla, estimarla y disimular los errores, pues la excesiva corrección puede encoger el ánimo y hacerle cobarde para la acción.

El estímulo de las iniciativas es de una importancia muy grande en los negocios, en la pedagogía, en la política, en el apostolado. La vida toda, salvo las normas esenciales en todo género de actividad, se está renovando más o menos rápidamente, pero sin cesar. Y esa renovación no se hace sino por los hombres de iniciativa, que van fundamentalmente desde la politica a los medios de comunicacion, que están cambiando la manera de pensar y de vivir de la gente.

Los hombres capaces de algo nuevo son los guías de la sociedad: los demás les siguen, como los corderos al pastor. Hoy en día, para el mundo, para la Iglesia, un hombre de iniciativa en el orden moral o espiritual es un valor social de mucha importancia por la corrupción generalizada en que estamos viviendo, aunque no sea un portento de inteligencia. Y eso basta para hacerle un sujeto muy estimable.

3) Cómo tener hombres de obras

Cuando un médico joven quiere formarse bien, practica al lado de un médico eminente. Cuando un abogado novel pretende completar su educación, practica como pasante de un abogado experimentado; para cuando un seglar o un sacerdote joven van a encargarse de una obra católica, parece que no hay necesidad ninguna de que practique al lado de un experimentado director, se le coloca de golpe al frente de la organización.

Una obra cualquiera de importancia es un mundo de cosas menudas: como un negocio cualquiera, aunque sea una papeleria, es un mundo de conocimientos. Si se tienen, producen lucro, y si no se tienen conocimientos se producen pérdidas. Por consiguiente, es error figurarse que porque un hombre tiene talento, tiene ya la aptitud y preparación necesarias para cualquier cosa. Ha de adquirir los conocimientos necesarios para ella, poco a poco, más que en los libros, en la misma dirección, no llevando él el peso de la responsabilidad, sino auxiliando al que la lleva, aprendiendo de él, experimentando las dificultades, resolviéndolas con el consejo ajeno. Y eso, no por espacio de una semana o un mes: de la misma manera que no se satisface un médico incipiente en practicar al lado de otro por espacio de un mes. Todo esto exige el sacrificio de tener a dos hombres ocupados en la misma cosa; pero es lo seguro y tiene además la trascendencia grande de hacer posible la continuidad.

El ideal es que los hombres puestos al frente de organizaciones importantes estén en ellas toda su vida. ¿No puede ser? Pues que a los directores que han de cesar, se asocien hombres que reciban la debida preparación práctica, antes de ponerse a dirigir bajo su responsabilidad exclusiva, asociaciones de las que depende el bien espiritual de un gran número de sujetos, y por consiguiente, de la sociedad y de la Iglesia.

Es claro que cuando un sujeto se forma como auxiliar al lado de un director, su papel ha de ser, observar, estudiar, preguntar, exponer dificultades; no censurar ni discutir. Primero, ha de aprender de quien se supone tiene autoridad para enseñar, y luego, pasado un razonable lapso de tiempo, podrá comenzar a juzgar por su cuenta y a apreciar la realidad de las cosas, y aun entonces, será prudente. Visitará entidades similares y acreditadas, para con la experiencia propia y la ajena, formarse un juicio fundamentado sobre lo propio y lo ajeno.

4) Hombres utiles para la vida.

Hay muchísimos hombres que desde la niñez se acostumbran a una conducta pasiva en todo lo que sus padres pueden hacer por ellos, aunque sean trivialidades. Sin embargo, el procedimiento del sentido común es: ¿se quiere aprender el piano? Se toca el piano. ¿Se quiere aprender francés? Se habla francés. Es el método racional para todo género de aprendizajes.

Así, puede ocurrir que haya quién estudie castellano y no sepa escribir una carta, o quién estudie inglés y no separ traducir al Cardenal Newman, estudian aritmética y no saben resolver un problema, estudian anatomía y desconocen los huesos del esqueleto humano. Muchas veces sobran ideas y programas: lo que falta es hacerlas.

Como ejemplo describimos una escena que pasa en un gran centro comercial. Un empleado maduro pide autorización para presentar una queja al Director:
– Señor Director: ayer ha sido nombrado X para ocupar la vacante de Z. Yo soy cinco años más antiguo que X y X dieciséis años más joven que yo.
– El Director le interrumpe: ¿Quiere usted averiguar la causa de ese ruido?
El empleado sale a la calle y regresa diciendo: Son unos camiones que pasan.
¿Qué llevan? Después de nueva salida: Unos sacos.
¿Qué contienen los sacos? Otro viaje a la calle: No sé lo que contienen.
-¿Adónde van? Cuarta salida: Van hacia alli (señalando con el dedo).
El Director llama al joven X, al preferido para el ascenso.
-¿Quiere usted averiguar la causa de ese ruido?
X sale y regresa cinco minutos después: Son cuatro camiones, cargados de sacos de lana; forman parte de una gran partida que la casa A remite a Amberes. Esta mañana pasaron los mismos camiones con igual carga; se dirigen al puerto; van consignados a…
El Director, dirigiéndose al empleado antiguo: ¿Ha comprendido usted la causa del ascenso de X?»

Cuantas veces no ocurrirá esto en nuestra asociaciones católicas, dónde sólo unos cuantos se ponen a trabajar, mientras los otros se excusan continuamente de no saber hacer nada. Egoismo, puro egoismo.

5) La acción

Hay quien primero compra toda suerte de libros sobre cómo evangelizar… y allí se ponen a estudiar con toda precisión: ¿Qué es evangelizar?–Su naturaleza. Sus divisiones.–Su historia.-Su militancia.–Sus frutos.-Muy bien, ¿quién puede decir que no? Lo que sí se puede asegurar es que con eso no saldrá apóstol.

Quien quiera formarse para la acción, que actúe: ése es el método. Es un error figurarse que para ejercitarse en el apostolado es necesario estar primero educándose a sí mismo años y años. Qué buena excusa es esta para no actuar y cuánto se práctica en nuestros movimientos? Sí, hay que estudiar, para dar una conferencia científica ante una asamblea de sabios, para defender a la Iglesia de una agresión injusta. Estudiar desde luego, pero actuando: como debe estudiar un ingeniero, conociendo el mecanismo de una máquina y manejándola.

Por otra parte, hay que impulsar a nuestras juventudes a enrolarse en el ejército de los apóstoles desde muy jóvenes, actuando como elementos de lucha, gustar las intensas dulzuras del apostolado desde los tiernos años, sentir ese estímulo poderoso para la acción, cuando ésta se toma con la intención recta de servir a Dios. Indudablemente hay una satisfacción humana, pero no ilegítima en el joven que logra el aplauso y el entusiasmo de las multitudes: la de ver que con su esfuerzo personal influye notablemente en el sentir y pensar de sus amigos, familia o  compatriotas.

6) El organizador

a) Globalización: Hoy la lucha está entablada, no entre individuos, sino entre organizaciones; no entre organizaciones aisladas, sino entre grupos de organizaciones. Estamos globalizados. Y para de alguna manera contrarrestar o defender al hombre de los abusos que por desgracia se dan en este proceso, solo está la Iglesia, porque es Universal, esto es global.

No tenemos paciencia para esperar el fruto, después de una actuación prolongada, tal vez de muchos años.

La organización es fuerza, porque es previsión, unión, disciplina, perseverancia, actividad, claridad del fin y de los medios conducentes a él. La falta de organización, falta de todo eso. La globalización como organización es la que hace posible que sólo unos cuantos poderosos esten imponiendo a la inmensa mayoría de los ciudadanos que al final tienen que sucumbir pues sus ahorros depende de las entidades financieras y multinaciones.

Para contrarrestar este abuso no teníamos en España organización de ninguna clase. En política sólo existen, partidos fuertes que están muy lejos de defender los intereses legítimos de los católicos, que lo son también los de la sociedad, y  que no son otros que el bien común, la libertad religiosa, el derecho de los padres a educar a sus hijos y la defensa de la vida y la familia.

Desgraciadamente, los católicos nos hemos encontrado sin apoyo, ¡Cuánta desunión por parte de todos: ricos y pobres, altos y bajos, sacerdotes y laicos!

Nos cogido sin casi  organización civil de defensa. Hay escuelas y colegios católicos y centros de enseñanza superior; hay medios de comunicación pero sin coordinación, sin defensa, sin conciencia colectiva de lo que tenemos en juego.

No hay tampoco organización económica para  conseguir contrarrestar el poder económico de los que nos oprimen y no hay nada más imposible hacer la guerra sin dinero o una empresa sin capital. La cooperación económica era y es, desgraciadamente todavía una idea recóndita para los católicos, más para los ricos que para los pobres y, por lo menos, tanto para los sacerdotes y religiosos como para los seglares, aun tratándose de las obras propias.

No hay organización católica: Personas y grupos aislados, competentes y entusiastas, beneméritos de la Iglesia, los hubo siempre, pero organismo vivo, plan, campañas, eficacia, eso no. Ha sido una falta colectiva la nuestra, como en otras tantas cosas; hemos claudicado moral y materialmente.

No hay unos medios de comunicación organizados y coordinados para la batalla, ni  tampoco una agencias de prensa para el servicio de nuestros medios de comunicación.

b) Cualidades del organizador
Visión de la fuerza y necesidad de la labor organizadora. Visión, no especulativa solamente, sino que haga sentir hondamente ambas cosas: la fuerza y la necesidad.  Percepción clara de un fin y de sus medios y voluntad enérgica para superar las dificultades en orden a conseguirlo.

Actividad intensa, porque aun con ella, toda labor de esta clase es lentísima. Una organización crece insensiblemente.Gran asiduidad y vigilancia para inspeccionar el trabajo de los que están por debajo, cuyas cualidades de ejecución y cooperación a los planes del organizador han de ser conocidas de antemano.

Sinceridad en la apreciación justa y desinteresada de los resultados prácticos. ¿No se tienen? Pues que el organizador reconozca el fracaso y busque otros caminos para llegar al fin.

Paciencia, perseverancia, tenacidad. Los hispanos somos al revés que los alemanes. Si nosotros les imitásemos en esto, tendríamos obras maravillosas como ningún pueblo.
Los organizadores se encuentran rara vez. Y si las queremos, hemos de pagarlos. Un Banco, una multinacional industrial, comercial o de la alimentación, cualquiera que sea, no se acomete sin antes hallar un organizador, remunerándolo como al que es su creador y su almavivificadora. Hay organizadores mecánicos, incapaces de concebir una obra nueva; máquinas de hacer ficheros; pero organizadores de algo fecundo y original, muy escasos.

Un organizador es un hombre temible. Porque es un creador de fuerza constructora o destructora del bien o del mal. La pólvora, diseminada en granos dispersos, no sirve para nada; encerrada en una cápsula con bala de cañón es de una eficacia incalculable.