III.- CAMINOS DE BUSQUEDA DE LA MISION
– Descubrir la Misión Personal es un don de la Gracia.
Esclarecer cuál es la voluntad de Dios para cada de nosotros no es un simple trabajo de investigación, sino una gracia que es necesario pedir, un don gratuito del Señor: No decimos que nuestro esfuerzo por encontrar la Misión Personal sea algo superfluo, sino que esa actividad no serviría de nada si no es fecundada por la gracia. Partiendo del análisis de nuestro carácter o de la pura observación objetiva de la realidad, nunca alcanzaríamos una comprensión profunda y total de nuestra Misión Personal. Para encontrar la Misión Personal se requiere oración. La Misión Personal es un don de la gracia, y solamente a la luz de la fe la reconocemos como tal.
– El conocimiento de la Misión Personal crece en la medida que lo realizamos.
Un enfoque racionalista y teórico nos llevaría a «imaginarnos» una Misión Personal, o a fabricarla como una mera proyección idealista. La Misión Personal empieza a serlo en la medida en que se encarna y nos esforzamos por ponerla en práctica. Es allí donde se prueba si es verdaderamente la voluntad de Dios para nosotros. La Misión Personal es ante todo vida, pues lo leemos en la vida, en nuestra estructura personal, en nuestra historia, y está destinado a conformar nuestra vida. Por eso, la «praxis» de la Misión es tan importante. La Misión Personal no es una ideologización o una teoría acerca del propio yo. Lo que cuenta es captar «nuestra verdad»y ponerla en práctica.
No bastan las buenas intenciones. En la medida en que tratemos de ser consecuentes, entonces, esa verdad se nos hará más evidente, porque, como dice el Señor: «El que obra la verdad va a la luz.
– ¿Existen caminos más reflexivos o más intuitivos para llegar al conocimiento de la Misión Personal?
El camino concreto que se siga, dependerá, en gran parte, del temperamento de la persona, que puede ser más intelectual o más emotivo. Hablamos de caminos «más» reflexivos o «más»intuitivos, porque no se excluyen mutuamente, sino que se complementan. Y si hubiese que preferir una acentuación, ésta sería la intuitiva, sin separarla nunca de la oración y de la praxis. El exceso de reflexión puede confundirnos y llevarnos a un intelectualismo infecundo.
2.- Caminos concretos.
a) Dios elige personas y las destina en forma extraordinaria para una Misión.
Ciertamente que no es éste el camino normal. En general, Dios nos da a conocer su voluntad en forma ordinaria a través del orden de ser, de las voces del tiempo o del impulso del yo en nuestra alma. Sólo raras veces manifiesta su voluntad en forma extraordinaria o milagrosa. Sin embargo, nos referiremos a este camino en primer lugar, porque ello nos ayudará a conocer mejor el sentido de la búsqueda de la Misión Personal.
Si recorremos el Antiguo y Nuevo Testamento y consultamos la historia de la Iglesia, nos encontramos siempre de nuevo con el hecho de la irrupción extraordinaria de Dios en la vida de una persona, a la cual El confiere una Misión y un encargo especial, para su esta elección, Dios no suprime la libertad del hombre. Al contrario, la potencia al máximo. No todos los escogidos se abrieron al llamado del Señor. Basta recordar el caso del joven rico del Evangelio.
Algunos lucharon consigo mismo hasta dar el sí. Otros, en cambio, se abrieron con prontitud al requerimiento de Dios, y dieron un sí alegre y arriesgado a la tarea que El depositaba sobre sus hombros. A ninguno de ellos Dios le reveló en detalle todo lo que implicaba su Misión. La intervención extraordinaria de Dios no suprimió la fe, ni el riesgo, ni la oscuridad:
Personas a las cuales el Señor confiere una forma extraordinaria deben contar siempre con pruebas extraordinarias. Apoyados en la fe de que «Dios está-con, son capaces continuar su camino. Ese fue el caso de Abraham, de Moisés, de los Profetas, de María, de los Apóstoles de muchos santos y fundadores a lo largo de la historia la Iglesia.
Recordemos brevemente algunas de estas intervenciones de Dios. El caso de Abraham es especialmente ilustrativo. Abraham lleva una vida tranquila y normal en su tierra, como uno de tantos nómades de la época. Sin embargo, Dios tiene previsto algo mucho más grande para él. Irrumpe en su vida y le manda abandonar su tierra y partir hacia un lugar desconocido, prometiéndole que será padre de un gran pueblo: Yahvé dijo a Abraham: ‘Sal de tu tierra y de tu patria y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. De ti haré una nación grande y te bendeciré.. .’.» Y Abraham obedece: «Marchó, pues, Abraham como le había dicho Yahvé».
Abraham recibe en la fe, la Misión de ser padre de una nación numerosa. Conocemos su historia. Tuvo que creer y esperar contra toda esperanza. Sabemos también hasta qué punto Abraham fue fiel a Dios: estuvo dispuesto a sacrificar a su propio hijo si así Dios lo deseaba.
Como señal de elección y del encargo que ha recibido, Dios le cambia el nombre, tal como Cristo lo hará también con Simón Pedro:
“Se le apareció Yahvé y le dijo: Yo soy EI-Sadday, anda en mi presencia y sé perfecto. Yo establezco mi alianza entre nosotros dos, y te multiplicaré sobremanera.’ Cayó Abraham rostro en tierra, y Dios le habló así: «Por mi parte he aquí mi alianza contigo: serás padre de una muchedumbre de pueblos. No te llamarás más Abraham, sino que tu nombre será Abraham, pues padre de muchedumbre de pueblos te he constituido”.
La elección y el llamado de Moisés también son especialmente ilustrativos. Nos muestran cómo Dios ha pensado en el destino y en la Misión personal de cada hombre, ya desde su nacimiento. Moisés es salvado de las aguas y conducido a la casa del Faraón. Lleva su Misión Personal en la sangre. Al ver la miseria de su pueblo, se siente interiormente llamado a liberarlo de la esclavitud. Duramente tiene que experimentar que sólo con fuerzas humanas es incapaz de cumplir su tarea. Su propio pueblo lo rechaza y tiene que huir al desierto. En ese momento Dios se le aparece y le nombra liberador del pueblo de Israel. A Moisés le resulta duro aceptar la Misión. Se siente incapaz de cumplirla y busca, por todos los medios, sacarse de encima esta «carga» que Dios le confía. Yahvé le dice:
“El clamor de los hijos de Israel ha llegado hasta mí y he visto además la opresión con que los egipcios los oprimen. Ahora, pues, ve; Yo te envío a Faraón, para que saques a mi pueblo, los hijos de Israel, de Egipto. Dijo Moisés a Dios: ¿Quién soy yo para ir a Faraón y sacar de Egipto a los hijos de Israel?” Respondió: yo estaré contigo”.
El libro del Éxodo nos relata toda la lucha interior que experimenta Moisés hasta que acepta el encargo que Dios le confía, y que llevará a cabo en medio de las dificultades e incomprensiones de su pueblo. A medida que lo realiza, experimenta que verdaderamente «Dios está con el y apoyado en su poder se tornará en el conductor y el libertador de Israel.
A diferencia de Moisés, el profeta Isaías se muestra dispuesto a seguir el llamado de Dios desde el primer momento. Dice Isaías: Entonces oí la voz del Señor que decía: ‘¿A quién enviaré?, ¿y quién irá de parte nuestra?’ Dije: ‘Heme aquí, envíame’ .
Jeremías, en cambio, primero duda y pone dificultades, pero después acepta el encargo de Dios:
Entonces me fue dirigida la palabra de Yahvé en estos términos: «Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado: yo profeta de las naciones, te constituí». Yo dije: «¡Ah, Señor Yahvéh! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho». Y me dijo Yahvéh: «No digas: soy un muchacho, pues adondequiera que yo te envíe irás, y todo lo que te mande dirás. No les tengas miedo, que contigo estoy yo para salvarte -oráculo de Yahvéh-». Entonces alargó Yahvéh su mano y tocó mi boca. y me dijo Yahvéh: «Mira que he puesto mis palabras en tu boca. Desde hoy mismo te doy autoridad sobre las gentes y sobre los reinos para extirpar y destruir, para perder y derrocar, para reconstruir y plantar».
María es caso ejemplar de una elección extraordinaria. Por el ángel Gabriel, Dios le manifiesta su vocación de ser Madre del Mesías. Acepta libremente, manifestando así su actitud fundamental: «Yo soy la sierva del Señor». Como Abraham, también cree y es fiel hasta el final. Poco a poco Dios le va mostrando la trascendencia y la amplitud de su Misión. Está llamada a ser no sólo Madre del Señor, sino también su compañera y colaboradora en toda la obra de la redención. Comprende que su vocación le llevará hasta la cruz. Y porque es la sierva fiel, está de pie al lado de Cristo crucificado que ofrece su vida al Padre. El canto del Magníficat nos expresa sus sentimientos, su conciencia de elegida y la trascendencia de su responsabilidad histórica. En sus palabras también nosotros debiéramos sentirnos interpelados:
“Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación”
Aunque no podemos hablar en sentido estricto de una revelación en el caso de Cristo, sin embargo, es un caso preclaro de vocación personal y de conciencia de Misión. Su personalidad está netamente definida por el envío del Padre y por su voluntad de rescatar a la humanidad, haciendo de los hombres hijos de Dios, e incorporándolos en un solo cuerpo, del cual El es Cabeza, a fin de conducirlos a todos hacia el Padre. Las primeras palabras que de El escuchamos en el Evangelio, nos manifiestan su conciencia de Misión «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?».
Sus últimas palabras antes de expirar nos revelan la misma actitud, cuando dice al Padre desde la cruz: «Todo está cumplido». Puede morir porque ha cumplido su tarea hasta lo último. Ahora puede recibir la gloria del Padre.
Cristo está absolutamente compenetrado de su Misión. Vino del Padre y regresa al Padre. Su alimento es cumplir la voluntad del que lo envió, y no descansa hasta que esa voluntad se realice. Cuando Pedro quiere disuadirlo del sacrificio que implica la fidelidad a su Misión, le dice: «¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».
Se podría añadir otros ejemplos sobre la manifestación extraordinaria de la Misión Personal que Dios ha hecho a diferentes personas en la historia de salvación, pero para nuestro objetivo bastan los ya mencionados.
b) Búsqueda de la Misión Personal a partir de una Misión más amplia
Dado el hecho de que nuestra Misión Personal se encuentra contenido en la Misión de la comunidad a la cual pertenecemos o en el ideal más universal, lo encontraremos con relativa facilidad indagando al interior de ese ideal. La Misión Personal aparece entonces como la manera original de captar y realizar la Misión superior. Cada estado de vida y cada comunidad tienen un ideal querido por Dios y poseen una naturaleza determinada, según la cual deben orientar su desarrollo.
Son muchos los ideales que pueden y deben ayudarnos en la búsqueda de la Misión Personal. En primer lugar, el mismo ideal del hombre y de la humanidad como tal. Al
saber qué es el hombre y cuál es el sentido de su existencia, conozco entonces quién soy yo y cuál es la finalidad de mi vida. Lo mismo vale para el ideal específico del varón y de la mujer. Ambos tienen una modalidad de ser propia. Si la mujer quiere encontrarse consigo misma, se verá a la luz del eterno femenino, o de la idea original que Dios tuvo desde toda eternidad al pensar en la mujer. Si el varón quiere descubrir la finalidad de su vida y el papel que tiene que desempeñar en la sociedad, deberá mirarse a la luz de las características propias de la identidad masculina. De modo semejante, si quiero saber cuál es mi Misión específica como cristiano, necesito conocer qué significa ser cristiano como tal y cuál es la vocación del Pueblo de Dios en medio del mundo. Cada profesión, cada comunidad, cada estado de vida, en la medida que son queridos por Dios, tienen un ideal que comprende, señala e ilumina la Misión Personal de quienes participan en ellas.
Este proceso puede darse para cualquier miembro de una comunidad viva en el seno del Pueblo de Dios. Se dejará guiar, entonces, por carisma propio conferido por Dios a esa comunidad a través de su fundador. Este camino concreto de búsqueda puede orientarse por las siguientes preguntas:
– ¿Qué aspecto de general Misión Católica me siento llamado a realizar en forma especial, considerando mi propia manera de ser; mis anhelos, mi historia de vida y las necesidades de mi ambiente?
– ¿De qué aspecto de la Misión Católica quiero hacerme yo especialmente responsable? ¿Por qué valores me siento particularmente atraído?,
– ¿Qué cosas me resultan más difícil en esta Misión?
– ¿Para qué tarea creo que Dios me ha dado una capacidad particular?
– ¿Cómo quiero poner en práctica mi Misión en la comunidad?
Estas preguntas u otras semejantes ayudarán a determinar la Misión Personal. No basta con la pura Misión General de todos los católicos. Es importante personalizar y determinar el «carisma»personal en el amplio contexto de la Misión comunitaria. De este modo, aseguramos y hacemos posible a la vez la realización del carisma comunitario.
c) La estructura personal como punto de partida para el encuentro con la Misión Personal
El método al cual nos hemos referido, se basa más bien en criterios objetivos. Este nuevo camino para buscar la Misión Personal, parte de fundamentos objetivos, pero en nuestro interior. Nos referimos a las tendencias vivas que impulsan a la persona a actuar y a aspirara determinados valores. Dios, al crearnos y confiarnos una tarea en elmundo, nos confirió a través de las leyes de la herencia, denuestro carácter y de nuestras capacidades naturales ysobrenaturales, fuerzas internas que impulsan nuestrodesarrollo desde dentro.
Así como una planta posee una orientación intrínseca hacia su pleno desarrollo, también nosotros poseemos pasiones e inclinaciones que nos mueven hacia la realización de nuestro ser.
Es cierto que las fuerzas que nos impulsan están sometidas a tensiones y suelen oponerse recíprocamente, debido a la complejidad de nuestro ser y al desorden causado por el pecado. Por eso, será siempre necesario un discernimiento, basado en la reflexión y en la oración, para llegar a determinar si los impulsos vitales que nos animan son queridos por Dios o son, más bien, manifestaciones de instintos desordenados. La complementación de este camino con los otros caminos de búsqueda, nos ayudarán a discernir. En todo caso, tendremos siempre presente que nuestra naturaleza está herida por el pecado original, pero no está corrompida. Contamos con la realidad de la gracia del Espíritu Santo que presupone y edifica sobre nuestra naturaleza. La gracia no se yuxtapone a la naturaleza sino que la compenetra y la anima desde dentro, sana las desviaciones de nuestros instintos e impulsos, los eleva y perfecciona, los purifica y fortalece.
De allí que para encontrar la Misión Personal sea necesario conocernos a nosotros mismos y descubrir cuál es el impulso fundamental que vibra en nuestro ser, cuáles son los valores y los intereses que nos atraen espontáneamente. Este impulso básico es como el alma de la Misión Personal y su energía intrínseca. La Misión Personal no capta sólo la esfera intelectual o racional en nosotros, sino que actúa como una fuerza que brota de las capas más profundas de nuestra realidad.
Para determinar nuestro impulso fundamental, un primer paso podría ser detectar la pasión dominante.
Se podría consultar muchos sistemas de caracterosiologia para descubrir cuales son nuestras tendencias. Por razones practicas, utilizamos una nomenclatura que tiene su origen en la filosofía escolástica y que aun guarda su vigencia. Se trata de la distinción entre la pasión dominante concupiscible y la pasión dominante irascible
Cuando decimos pasiones, entendemos aquellas fuerzas instintivas que nos impelen desde dentro, pero sin que ello connote una valoración moral. Las pasiones no son buenas ni malas. Son simplemente fuerzas. Su bondad o su malicia dependen del objeto hacia el cual las orientamos mediante nuestra libertad.
Cuando decimos pasión dominante, constatamos que la persona posee diversas pasiones, pero una entre ellas destaca mas que la otra. Será raro encontrar una persona
en la cual una sola pasión domine casi exclusivamente. Normalmente se da un cierto equilibrio. Además, a partir de la pasión dominante, debe cultivarse también la otra complementaria a fin de lograr una personalidad más armónica.
– Por pasión dominante concupiscible se entiende el impulso de dar y recibir amor, o el ansia de alcanzar una unión de amor con el tu. Al referirse a ella hablaremos simplemente del ansia de dar y de recibir amor.
– La pasión dominante irascible es aquellas que nos impulsa a la acción y a la conquista, es la que nos mueve a superar los obstáculos que se presentan en el camino. La llamaremos ansia de conquista.
Si se analizan estas pasiones en profundidad, constatamos que radican, en ultimo termino, en el instinto fundamental del ser humano creado según la imagen de Dios: El impulso al amor. El amor es, en definitiva, la pasión básica del hombre. Las pasiones dominantes que hemos nombrado son solo diversas modalidades del instinto fundamental del amor. El amor es una tendencia hacia un bien con el fin de poseerlo o de unirse a el. La persona aspira a un valor impulsada por el amor, que despierta en el la totalidad de sus fuerzas. Ante el objeto amado reacciona fundamentalmente de dos maneras: puede predominar en ella el deseo de poseerlo y unirse a este para gozar y gozar en esa unión, o bien, puede estar mas vivo el impulso de conquistarlo, cueste lo que cueste. Quien ama siente un impulso interior a superar las dificultades que obstaculizan al posesión del objeto amado
Analizaremos brevemente cada una de las pasiones dominantes:
– La pasión dominante concupiscible o el ansia de dar y recibir amor.
Como ya dijimos, esta pasión busca la unión con el ser amado y se complace en la comunidad del amor. A las personas en quienes domina esta pasión, no les importa tanto ser grande hombres, prefieren tener un gran amor. Desean primariamente darse personalmente y ser acogidas por un tu. Son temperamentos mas bien afectivos. Instintivamente tienden al contacto personal, a crear lazos de amistad y a relacionarse. Poseen una tendencia que les impulsa naturalmente a la entrega y al sacrificio por el tu. Personalidades de este tipo poseen, normalmente, la capacidad de comprender y de sentir con los otros, están dispuestas a ayudar y a servir. Como son personas que buscan sobre todo la comunidad y goce del amor,carecen con frecuencia de espíritu de lucha y de conquista. Caen con facilidad en la sensualidad y en el pasivismo, enla pereza, en el subjetivismo, en la hipersensibilidad, enla cobardía y en la tendencia a poseer al otro egoístamente,o bien en una dependencia no sana del tú. Quien está impulsado por esta pasión, quiere ser comprendido y amado, y si no lo logra, se desconcierta y termina a veces cerrándose y amargándose.
Esta pasión dominante es positiva por la inmensa fuerza con que impulsa hacia el tú, hacia el intercambio personal, al servicio y a la entrega de sí mismo. José Engling, uno de los jóvenes fundadores de Schoenstatt, poseía esta pasión dominante. Formuló así su Misión Personal:«Ser todo para todos, dependiendo especialmente de María». Supo encauzar esta fuerza fundamental y darle la orientación querida por Dios, logrando el heroísmo del amor. Otro ejemplo clásico es San Francisco, el «poverello» de Asís, que quiso dejar todo para identificarse plenamente con Cristo crucificado viviendo en la simplicidad y en la pobreza su mensaje de amor.
‘
– La pasión dominante irascible o ansia de conquista.
Tiene comoobjeto principal el espíritu de superación yde lucha. Es una pasión típica de personas combativas queson atraídas por valores como el poder y la gloria. Sienten el impulso instintivo a realizar cosas heroicas y se complacen en superar las dificultades que se presentan en la consecución de su objetivo. Son personalidades hechas para la acción. Quisieran ser héroes y realizar grandes hazañas, toman iniciativas con gusto y organizan, se sienten satisfechas cuando han logrado una conquista, mostrando así su capacidad de lucha.
Este tipo de personas tiende generalmente a caer en el orgullo, la ambición, el despotismo, la crueldad, la dureza, el utilitarismo y la falta de respeto. Les cuesta mucho aceptar los propios limites y darse personalmente. Encuentran placer venciendo situaciones difíciles, compitiendo y ganando, pero a veces, sin darse cuenta, imponen sus opiniones y sus deseos.
Quien posee esta pasión dominante cuenta con una fuerza que lo puede llevar muy lejos en la realización de su Misión Personal. Max Brunner, otro de los jóvenes schoenstattianos fundadores, tenía como Misión Personal «ser una columna de la Iglesia». Era una típica personalidad en la que predominaba el ansia de conquista. San
Ignacio de Loyola también poseía la misma pasión dominante. Su lema era: «Para la mayor gloria de Dios»; él deseaba que se aceptara en la Compañía de Jesús sólo a aquellos «que querían ser insignes». La personalidad de San Pablo está marcada por rasgos semejantes.
Como ya dijimos, toda persona posee ambas pasiones. Debemos descubrir cual es nuestra pasión dominante para poder encauzar positivamente todas sus fuerzas al servicio de la Misión Personal. Mediante la Misión Personal, aprovechamos y orientamos esa energía básica que Dios puso en nosotros. Nuestra Misión Personal nos ayudará también a despertar y desarrollar la pasión secundaria a fin de alcanzar una madurez integral de la personalidad. Por eso, quien está orientado hacia la conquista y posee un marcado espíritu de lucha, debe también a aprender a cultivar los valores de la entrega personal y del servicio abnegado a la vida ajena. Si alguien en cambio, por su temperamento, posee un fuerte impulso hacia la comunicación personal, al servicio y a la amistad, deberá cultivarlos rasgos combativos de su carácter, la valentía para enfrentar los obstáculos y todo aquello que es más propio del ansia de conquista.
En la búsqueda de la pasión dominante, es necesario tener en cuenta que ésta se presenta dentro del marco de un amplio campo de posibilidades y formas. De acuerdo a la estructura psicológica propia de la persona y según las circunstancias que condicionan al individuo, la pasión dominante se actualiza de diversas maneras. Por eso, más allá de la determinación de la pasión dominante en general, nos interesa llegar a captar el impulso básico original de nuestro modo de ser. Puede suceder que alguien vibre hondamente por la verdad, o tenga un marcado afán por construir y realizar, que posea una tendencia innata hacia lo social, o un frío sentido por la pureza las formas y los matices con los cuales puede expresarse la pasión dominante. Por eso es importante captar ese impulso fundamenta original y convertirlo en el alma o energía interior de la Misión Personal. De esta manera, cultivando este impulso fiel y consecuentemente, bajo la influencia de la gracia que sana y eleva la naturaleza, y guiándonos por lo que nos indica la Divina Providencia mediante las circunstancias, conquistaremos poco a poco la plena libertad de los hijos de Dios en el amor.
Para descubrir la pasión dominante, podemos hacernos un test recorriendo las características de cada pasión y viendo cuáles son propias para nosotros. La persona debe observarse a sí mismo y recordar especialmente los momentos en que actuaba de manera espontánea cuando no estaba bajo el control de una reflexión consciente o sujeta al imperio, directo de la voluntad. Tratamos, entonces, de captar nuestras reacciones más primarias, en nuestra manera de enfrentar la vida y en nuestros «sueños despiertos». Pueden ayudarnos las preguntas sobre cual ha sido la causa de mayores alegrías de nuestra vida, por qué, en ciertos momentos nos hemos sentido-plenamente realizados, o bien preguntarnos qué cosas son las que más nos han hecho sufrir. A través de esas preguntas con relativa seguridad llegaremos a tocar las raíces de nuestra estructura psicológica a lo que hay de más vivo en nosotros, a aquello para lo cual tenemos más receptibilidad
d) Nuestra historia de vida.
La Misión Personal no es algo estático, ni una idea preconcebida. Tampoco es puramente un valor subjetivo según el cual orientamos nuestra vida. La Misión Personal es una vocación, un llamado que Dios nos hace personalmente y que no va desvelando progresivamente a lo largo de nuestra vida. Queremos captar y escuchar este llamado para entregarnos con todas nuestras fuerzas a su realización.Desde este punto de vista, descubrimos la Misión Personal en la medida que paulatinamente vamos detectando, a lo largo de nuestro caminar, el designio particular que la Divina Providencia tiene para nosotros.
Por lo tanto, si nos basamos en el hecho de que Dios tiene un plan de amor con nosotros y que nos lo va revelando lentamente en el transcurso de nuestra vida, haremos de la reflexión sobre nuestra historia personal el camino predilecto para la búsqueda de nuestro Misión. Esta misma historia será fuente constante de inspiración para su desarrollo, pues Dios siempre nos habla en la vida y a través de la vida.
El Señor nos llamó, ya desde el seno materno, por nuestro propio nombre, y su Divina Providencia nos acompaña desde el primer momento de nuestra existencia. El previó las circunstancias en que crecimos, y a través de ellas nos exige y nos educa. Por consiguiente, consideraremos, a la luz de una fe práctica, los acontecimientos más significativos de nuestro caminar, para desentrañar su significación profunda, para conocernos a nosotros mismos y descubrir nuestra tarea de vida. Estos hechos son un llamado de Dios. Así como Dios tejió con Israel una historia sagrada, así también teje con nuestra vida-y nosotros con El- una «pequeña historia sagrada», la historia de nuestra alianza, el de nuestra Misión Personal.
Para lograr este objetivo es necesario, primero, hacer memoria; segundo interpretar nuestra historia, y tercero detectar las constantes más notables que se manifiesten en ella.
Primero es necesario hacer memoria.
Sabemos quienes somos en la medida en que conocemos nuestro origen y nuestro devenir. Por eso, partimos recordando las diversas etapas por las cuales hemos pasado, los acontecimientos que han marcado nuestra vida. Hacemos una cronología de nuestro camino: nacimiento, primera infancia, pubertad, juventud etc. Subrayamos tos acontecimientos más sobresalientes y las vivencias más profundas. Tal es el cambio de una ciudad a otra, pruebas o caídas graves, encuentros o amistades significativas, etc. En resumidas cuentas, registramos todo aquello que nos parece importante por su influjo positivo o negativo, y revisamos nuestra vivencias fundamentales en el encuentro con Dios, en relación con el prójimo, en el trabajo etc…
Una vez hecho este recuento cronológico o breve autobiografía pasamos a interpretarla a la luz de la Divina Providencia. Es decir, tratamos de desentrañar en la meditación y en la oración, iluminados por la luz de la fe, el mensaje que Dios nos envía a través de nuestra historia. El Señor habla mediante los acontecimientos, sean estos positivos o negativos. Muchas veces Dios nos llama la atención y nos señala una tarea de vida por los sucesos o las vivencias que nos han causado un profundo sufrimiento, o han constituido para nosotros una fuerte crisis existencial. Dios quiere que aprovechemos las experiencias dolorosas que hemos tenido sin excluir el pecado, de acuerdo a la afirmación de San Pablo: todo coopera al bien de los que aman a Dios. Nada importante debe quedar fuera de nuestra reflexión. Cada acontecimiento significativo será elaborado en la meditación y oración. Cuando tomamos conciencia que Dios tiene un plan de amor, conseguimos una profunda reconciliación con nosotros mismos y con nuestra historia de vida concreta.
El tercer paso en este camino, consiste en buscar los grupos de hechos que se repiten, o descubrir las constantes de la propia vida. Dios nos va haciendo «señales» en el camino y nos llama la atención sobre cosas que son importantes, que nos muestran su voluntad. Lo hace, a veces, a través de importantes dificultades o por la fecundidad especial en alguna actividad nuestra. En nuestra historia se revela también la estructura psicológica original con que Dios nos ha dotado, el impulso fundamental que vibra en nuestro ser, la tarea hacia la cual tendemos, el compromiso que requieren de nosotros los signos del tiempo y las circunstancias, todo aquello que el Espíritu Santo infunde en nuestro ser como gracia y carisma personal. La meditación de nuestra historia es, desde este punto de vista un camino privilegiado para encontrar la ideal personal, al cual debemos dar una importancia particular.
No está de más en insistir que la reflexión de nuestra historia, a la luz práctica en la Divina Providencia, debe estar acompañada en la oración. No es simplemente un análisis; es una meditación y una revisión de nuestra vida con la mirada de Dios. Para realizar bien está revisión, necesitamos tiempo y tranquilidad. Conviene por eso, efectuarla durante un retiro espiritual o tomando un tiempo de meditación más largo que el habitual, durante algunas semanas o meses.
e) Caminos intuitivos
Junto a los métodos mas reflexivos para encontrar la Misión Personal, existen otros caminos de búsqueda mas intuitivos. Los preferirán personas de naturaleza mas emotiva y vivencial. Ambos caminos de búsqueda se complementa y esclarecen mutuamente.
Aunque no conozcamos reflexivamente nuestra Misión Personal está presente en nosotros de manera funcional, por nuestra estructura de ser mediante el impulso de la gracia que actúa en nuestra alma o en nuestro compromiso profesional. Esto ocurre sobre todo en personas que han logrado un cierto nivel de vida interior. La presencia funcional de la Misión Personal será entonce más fuerte, en la medida en que la vida espiritual haya sido más profunda.
Lo dicho explica que podamos encontrar, por ejemplo, el núcleo de nuestra Misión Personal en la oración que rezamos con predilección. Puede ser una oración o una jaculatoria muy personal, o quizás una oración que hemos adoptado y que siempre rezamos porque nos gusta y sentimos que ella interpreta nuestros anhelos y sentimientos más profundos. Si nos preguntamos por qué nos gusta esa oración, o cuales son los valores más importantes que se expresan en ella, entonces encontraremos allí reflejado el impulso básico de nuestra alma.
Podemos preguntarnos también por nuestra vivencia religiosa más profunda, por aquella experiencia que brota del encuentro con Dios y constituye lo que suele llamarse el pequeño secreto del alma. En este contexto existe tal vez un pasaje del Evangelio, algún episodio de la vida del Señor, de Maria o de algún apóstol, que siempre nos ha atraído e inspirado. Esto significa, entonces, que ese pasaje o en esa escena se encuentra, de algún modo, nuestra Misión. En forma irreflexiva, se manifiesta nuestra receptividad original de valores y el llamado que nos hace el Señor por la acción del Espíritu Santo en nuestra alma.
Quizás hemos formulado nuestro Misión Personal espontáneamente en un lema o en una frase que de una u otra manera he estado presente en nuestra vida y en nuestra acción. Una frase del Evangelio, de algún santo o tal vez un lema comunitario, tocaron en un momento dado las fibras mas profundas de nuestro ser y de nuestra vocación personal, y por ello han permanecido siempre presentes en nosotros, inspirando y animando nuestra vida interior y nuestras actividades.
Preguntémonos por las personalidades que mas nos atraen, por los santos por los que sentimos mayor afinidad y que mas llaman nuestra atención.
Por tratarse de vivencias e intuiciones religiosas básicas, muchas veces la Misión Personal la captamos en algún símbolo o imagen que, espontáneamente, nos atrae. Tras ese símbolo se esconden fuerzas y anhelos profundos. Las montañas, la paz de un lago que refleja el cielo, el agua que baja impetuosamente de las cumbres, el fuego que irradia luz y calor, la fortaleza y cobijamiento que prodiga un árbol, la imagen de los alpinistas que escalan las alturas, la solidez de las rocas; estas y otra imágenes, muchas veces, traducen intuitiva y certeramente la tendencia fundamental de nuestra personalidad, mejor que los conceptos puramente racionales.
En esta misma dirección puede ayudarnos eficazmente, en la búsqueda de la Misión Personal, la lectura meditada del Evangelio. Subrayamos o anotamos entones las frases o escenas que mas nos toquen interiormente y en las cuales sentimos que el Señor nos interpela de forma personal. La consideración global de esta meditación nos mostrara en que dirección se mueve nuestra Misión Personal.
Estos métodos mas intuitivos para buscar la Misión Personal poseen un importancia peculiar, ya que a través de ellos lo conocemos en forma mas espontánea y fácil, sin caer en el peligro de posibles construcciones conceptuales, que en si tal vez sean validas como ideales objetivos, pero que en realidad no reflejan ni traducen la novedad original de nuestra personalidad.
Este modo de encontrar la Misión Personal se complementa con la reflexión sobre nuestra historia de vida a la luz de la fe practica en la Divina Providencia, y se esclarece ulteriormente con la ayuda de los otros caminos mencionados. Como ya hemos dicho, son modalidades complementarias de búsqueda, y cada persona dará especial importancia a aquellas que le ofrezca una ayuda mas eficaz.
3. Formulación de la Misión Personal
La etapa de búsqueda de la Misión Personal culmina con la formulación de un lema, y de su expresión con un símbolo y una oración personal.
a) Necesidad
Haremos primero algunas anotaciones previas para luego referirnos al camino práctico que conduce a estas formulaciones.
La Misión Personal puede considerarse en la perspectiva de lo que hemos llamado «ideal de personalidad» e «ideal de tarea». De acuerdo con esto, el lema de la Misión puede expresar una u otra acentuación. Por eso, en la formulación de la Misión Personal, muchos elementos quedan implícitos. Incluso, no sólo se acentúa en el lema una u otra de las perspectivas recién nombradas, sino que también pueden destacarse en él ciertos elementos básicos de las actitudes o Misión propias de la persona.
La vivencia que encierra nuestra Misión Personal, ese «pequeño secreto» del alma, la oración predilecta o nuestra actitud fundamental, implica una «unilateralidad orgánica» que comprende el desarrollo de otras facetas de nuestra personalidad y de nuestra proyección social.
Por ejemplo, puede suceder que alguien posea una rica experiencia de la paternidad de Dios y vea todo desde el punto de vista de la filialidad. En ese sentido, pensemos en Santa Teresa de Lisieux. El desarrollo fiel de esa gracia y de esa tendencia fundamental, lleva a captar progresivamente la vinculación a Cristo, al Espíritu Santo y a la Iglesia . A partir de la filialidad se descubre la fraternidad, el espíritu de servicio, la obediencia, la audacia, etc. , es decir, el conjunto orgánico de la realidad natural y sobrenatural. Por medio de esa concentración o «reducción» propia de la Misión Personal, alcanzaremos paulatinamente la madurez en Cristo. La Misión Personal nos da así un rostro y carácter definidos evita que permanezcamos en la dispersión o que nos esforcemos mecánicamente por la consecución de actitudes separadas unas de otras. En este sentido, es válida la frase de Nietzsche: «Temo al hombre de una sola idea».
Podríamos contentarnos con esta captación global de la Misión sin llegar a expresarlo en un lema o en un símbolo definido. Podríamos usar a la vez varias fórmulas o imágenes. Sin embargo, creemos que es particularmente útil, y hasta necesario dado el tiempo que vivimos, llegar a una mayor concreción. Es cierto que una frase o un símbolo nunca podrán resumir adecuadamente toda la riqueza de la Misión. Pero, si atendemos al tipo de vida que llevamos, a la atmósfera adversa en la que normalmente nos movemos, o a la pluralidad de motivaciones que nos solicitan, al ajetreo de nuestro ambiente, entonces es claro que se requiere una concreción y cultivo conscientes de la Misión por medio de un lema o de un símbolo.
El lema o símbolo de la Misión Personal se convierte así en el punto de referencia o centro de asociación de nuestras vivencias y actividades, les da un sentido profundo
y, a la vez, continuidad. Evocar el lema o el símbolo basta para ponerse en contacto con el núcleo de nuestra personalidad, con nuestro «pequeño secreto». De este modo alcanzamos la meta de poder mantener un contacto vivo con el Señor y «caminar en su presencia, en medio de la «dispersión y complejidad de nuestro medio ambiente y de las múltiples ocupaciones que nos requieren y exigen constantemente.
Normalmente no es aconsejable cambiar la formulación, a menos que la elegida se muestre realmente inadecuada. Ciertos desarrollos verdaderamente esenciales de la Misión Personal hacen necesario agregar o cambiar a veces una palabra del lema, o modificarlo conjuntamente con el símbolo. Pero, para justificar ese cambio, no basta que en un momento dado el lema elegido «no nos diga nada». Una fórmula que se elige y luego se archiva, pasado algún tiempo probablemente no nos dirá nada. Primero debemos trabajar efectivamente con la fórmula de la Misión. De otro modo no alcanza a llenarse de valor ni es capaz de despertar nuestras energías.
b) Modos de formulación de la Misión Personal
Luego de haber hecho estas observaciones generales, nos preguntaremos de qué manera concreta llegaremos a la formulación de la Misión Personal.
Una vez recorridos los diversos caminos de búsqueda de la Misión Personal, se hace necesaria una labor de síntesis. Al contemplar y comparar el fruto de nuestras meditaciones, descubriremos con relativa facilidad que ciertos elementos tienden a repetirse. Se trata normalmente de tres o cuatro elementos referidos a nuestras tendencias básicas y que expresan la Misión que Dios nos ha encomendado.
Una vez hecho este trabajo de síntesis iremos aún más a fondo, buscando cuál es la raíz última, qué es aquello que está más vivo en nuestra alma, cuál es el aspecto más fuerte de nuestra pasión dominante, la tarea que más nos atrae y que enciende nuestro ser con mayor vigor.
Si consideramos, además, que junto a nuestro lado fuerte» existe un «lado débil», que nuestro impulso fundamental se topa con obstáculos y resistencias en nuestro yo, entonces será necesario precisar cuál de todos esos obstáculos es el más importante.
Una vez dados estos pasos, estaremos en condiciones de formular nuestra Misión Personal o de expresarla en un símbolo.Sin embargo, antes de decidir cotejaremos diversas posibilidades. En forma sucinta, el lema recogerá el núcleo de nuestra Misión, matizándolo con la evocación de otros elementos centrales si así nos parece conveniente. En todo caso, es aconsejable aludir en el lema a las notas positivas y también a los obstáculos que más impiden la realización de nuestra Misión Personal. Si alguien acentúa la tendencia a la donación y servicio, o a la fidelidad, y elige como lema, por ejemplo: «fiel en la entrega», podría ocurrir que la falta de iniciativa y de espíritu de lucha hagan que ese ideal pierda poco a poco su dinámica. Debería completar entonces su formulación diciendo: «heroicamente fiel o «por tu reino, fidelidad heroica». De este modo, en el mismo lema se da una polaridad que invita a la acción y a la superación de nuestras debilidades.
El lema elegido como formula de la Misión Personal no debe ser una idea abstracta, vaga, ni un puro concepto, sino una frase corta, concisa, emotiva, que llame a la acción. Ese lema nos hará así vibrar interiormente, y despertar el núcleo de nuestra vivencia religiosa y de nuestra vocación personal
En lugar de un lema podemos usar un símbolo, o bien ambas cosas a la vez: un símbolo suele sugerir más que las palabras y traducir mejor nuestras aspiraciones. También es útil una formula más larga de la Misión, como complementación al lema, e incluso escribir uns especie de resumen general o carta magna de la Misión. Así podremos revisar y profundizar mejor el contenido de nuestra Misión en las renovaciones mensuales y en nuestros retiros espirituales.
Un acto de ofrecimiento y compromiso con el Señor y la Santísima Virgen, puede sellar esta etapa de búsqueda de la Misión Personal. Entonces, a ellas pedimos el auxilio de su gracia, que así nos hace dóciles a la voluntad del Padre Dios.
Es útil tener una oración de la Misión Personal, en la que se exprese su contenido en forma sencilla. Debe ser más bien corta para que pueda rezarse a modo de consagración personal.