IV.- LA CONQUISTA DE LA MISION PERSONAL

La realización de la Misión Personal implica un trabajo de autoformación que sólo concluye con el término de nuestra vida, y supone una lucha planificada y constante contra el «hombre viejo», hasta revestirnos del hombre nuevo» creado según Cristo Jesús . Nos referimos a ese proceso vital que el mismo San Pablo vivió intensamente. Dice el apóstol:

“No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús Yo, hermanos, no creo haberlo alcanzado mi carrera todavía. Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia, la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús … Por lo demás, el punto a donde hayamos llegado, sigamos adelante.”

Y al final de su vida escribirá:

“Porque yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He competido en la noble competición, he llegado a  la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, el justo Juez; y no solamente a mí, sino también a todos los que hayan esperado con amor su Manifestación”.

La vida cristiana es un combate, supone una constante conquista porque el «Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan». Por eso dice el Señor: «a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más. En verdad, Cristo espera que crezcamos, que demos fruto, que multipliquemos con nuestro trabajo los talentos que nos ha dado.

Esforzarnos por la santidad guiados por la Misión Personal, quiere decir que aspiramos a la perfección del amor para conquistar así la auténtica libertad de los hijos de Dios.

La Misión Personal, como lo hemos explicado en los capítulos anteriores, es nuestra manera original de amar o de vivir la Alianza de Amor con Cristo en la forma más alta posible. Considerando, entonces, esta perspectiva central del amor como el núcleo de nuestra santificación, podemos señalar un triple crecimiento de la Misión Personal. Podemos crecer, primero, respecto a la conciencia que poseemos de la Misión; segundo, respecto al objeto que amamos, y tercero, respecto al sujeto que ama.

Primero, respecto a la conciencia que tenemos de la Misión Personal.
Quien ama de verdad quiere tener siemprepresente la voluntad del amado y cumplirla fielmente.En la Misión hemos expresado la voluntad de Dios para nuestra vida y recordarla siempre de nuevo equivale un deseo de comuniónen el amor vez más creciente.

La Misión Personal conoce, en segundo lugar, un crecimiento respecto al objeto del amor. Nos mueve a extender nuestro amor a todo aquello que es digno de ser amado en la tierra y en el cielo. De acuerdo al mandamiento del Señor, nuestro propio yo es objeto de un amor ordenado a sí mismo, amor que abarca y se expresa en el amor al prójimo y al mundo sobrenatural.

Tenemos, además, un crecimiento de la Misión Personal con relación al sujeto que ama, en cuanto éste escaptado con mayor o menor intensidad por la fuerza delamor. Debemos alejar y superar, progresivamente, los obstáculos que impiden crecimiento, es decir, nuestros pecados e imperfeccionesLa meta es alcanzar la plenala conformidad con la voluntad de Dios llegandohasta el amor a la cruz.

Todo este esfuerzo por crecer en la conquista de la Misión se guía por la divisa: «Nada sin ti, nada sin nosotros.» Es decir, aspiramos a la más alta perfección poniendo en juego todo nuestro empeño, pero teniendo conciencia que incluso ese empeño es un don de la gracia, pues sin El nada podemos. Un puro esfuerzo ético nunca nos conducirá a la meta. Es el Señor quien nos redime y libera, El quien completa la obra que ha comenzado. María, nuestra Madre y educadora, implora constantemente para nosotros su gracia. Este convencimiento imprime a nuestra lucha por el ideal una victoriosidad y esperanza que nos animan constantemente a seguir el camino, y a emprenderlo cada día de nuevo, a pesar de los múltiples fracasos y caídas.

Abarcar en este trabajo todas las dimensiones del crecimiento de la Misión Personal, desborda nuestro propósito. Por eso, nos limitaremos a señalar algunos aspectos que parece importante destacar.

Primeramente, trataremos el crecimiento de la Misión Personal en relación al grado de conciencia que tenemos de él. Luego nos referiremos a los métodos concretos que ofrece la ascética schoenstattiana, y que nos ayudan en relación al crecimiento intensivo y extensivo. Estos son: el Examen Particular, el Horario Espiritual, la dirección espiritual y otras ayudas complementarias.

1.- Concenciarnos de nuestra de la Misión

Cuando Moisés promulga la ley de la Alianza, dice al pueblo de Israel:

“Escucha Israel. Yahvéh nuestro Dios es el único Yahvéh. Amarás a Yahvéh tu Dios con todo tu Corazón con toda tu alma y con toda tu fuerza. Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se las repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado; las atarás a tu mano como una señal, y serán como una insignia entre tus ojos: las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas”.

El esfuerzo que realizamos por concientizar nuestra Misión Personal, con el fin de mantenerla siempre presente en nuestra mente y en nuestro corazón, es semejante al que pide Yahvéh al pueblo de Israel a través de Moisés.

Como ya hemos explicado, la Misión Personal  es la concreción de la Alianza. Somos hombres débiles con  facilidad perdemos de vista al Dios de la Alianza y olvidamos nuestros ideales. A veces la fuerza de los instintos desordenados, el bullicio del mundo que nos rodea, o el activismo, acallan en nosotros la voz de la Misión Personal. De ahí que, si no existe una concientización permanente y planificada de la Misión Personal, terminaremos perdiéndolo de vista. El olvido natural, los cambios de nuestro estado de animo, las múltiples motivaciones que nos acosan por todos lados, acabarán borrándolo de nuestra mente.

Un paso en esta línea, es haber logrado expresar el la Misión en un lema o en un símbolo y haber formulado una oración de la Misión. Pero no nos contentemos solo con el esfuerzo por recordar la Misión. Queremos convertirlo en la motivación principal y constante, en la estrella que ilumine nuestro camino, en nuestro criterio de decisión y acción. Cuando formulamos por primera vez la Misión personal, decimos que tenemos una Misión Personal. Aspiramos a algo más. Quisiéramos lograr que, más allá de tener una Misión personal, estemos poseídos por ella.

«Estar poseído» por la Misión Personal significa que éste ha captado y puesto en movimiento todo nuestro entusiasmo, nuestra vitalidad consciente y subconsciente, que se ha convertido como en una «segunda naturaleza»para nosotros, de tal manera que actuamos no sólo reflexiva sino espontáneamente en el sentido de la Misión.  Lograr esta meta es producto de nuestro esfuerzo, del «actuar a propósito pero, en último término, es un regalo de la gracia del Espíritu Santo que actúa en nosotros y nos «posee» desde adentro.

Las siguientes prácticas son una ayuda eficaz para hacer presente, en nuestra mente y en nuestro corazón, la Misión Personal:
– renovaciones frecuentes de la Misión,
– revisión de los acontecimientos a la luz de la Misión Personal,
– programación de acuerdo a la Misión Personal,
– hacer de la Misión Personal un criterio de decisión, y
– convertirlo en fuente de nuevas iniciativas.

a) Renovar frecuentemente la Misión Personal

En el trozo del Deuteronomio que citamos anteriormente, se decía a Israel que debía grabar en su corazón las palabras de la ley, y que debía repetirlas y atarlas como recordatorio en las manos, en las puertas de las casas, para tenerlas siempre presentes. Algo semejante hacemos con la Misión Personal.

Cuando hablamos de renovar o «repetir» la Misión Personal, no pensamos en una repetición mecánica y forzada. Se trata de renovaciones que son una actualización del amor y de nuestra unión afectiva con el Señor; son «pausas creadoras» a lo largo del día, momentos en que nos vinculamos en forma más intensa y profunda con el Señor y con María en el santuario del corazón, donde mora el Espíritu Santo; son breves instantes en que nos recogemos interiormente para ofrecemos al Señor con lo que somos y tenemos en el sentido de nuestra Misión.

El amor quiere renovarse y debe hacerlo para mantenerse vivo. Estas renovaciones «planificadas» nada restan a la espontaneidad de ese amor. Por otra parte, pedagógicamente se hacen necesarias debido al hecho que estamos heridos por el pecado original, que somos seres de carne y hueso y no Ángeles, que estamos en camino y en medio de una lucha, de modo que si nos adormecemos y no vigilamos, nuestros corazones se harán pesados y serán otros amores los que nos arrastre en pos de si. No en vano nos amonesta el Señor a estar constantemente en una actitud de vigilia.

Hay dos renovaciones de la Misión Personal que revisten especial importancia: la renovación al inicio y al término del día.  Normalmente, acostumbramos hacer una revisión amplia del día en forma detallada, en la noche o en la mañana; esto depende de cada persona y de su disponibilidad de tiempo. En esta renovación, recorremos el día a la luz de la fe práctica en la Divina Providencia. Entonces, todo lo que nos ha acontecido cobra sentido en relación con la Misión Personal.

La oración de la noche recoge todo lo que ha ocurrido en el día y lo contempla a la luz de la Misión, para agradecer, pedir perdón, alabar y adorar. Esa oración encuentra su complemento y su prolongación, antes de dormirnos, cuando elevamos con simplicidad nuestro corazón al Señor, le entregamos nuestro descanso y le ofrecemos levantamos al día siguiente a la hora señalada para realizar con alegría nuestra Misión Personal y cumplir así su voluntad.

Al día siguiente, cuando nos levantamos, los primeros pensamientos se dirigen al Señor para saludarlo y ofrecerle, a El y a María, la nueva jornada que quiere ser conformada según la Misión. Este corto saludo encontrará mayor expresión en las oraciones de la mañana y en la Eucaristía.

La acción de gracias después de la comunión y la meditación, que hacemos diariamente si es posible, son siempre ocasiones privilegiadas de renovación y de profundización de nuestro Misión Personal, en el diálogo íntimo con el Señor.

Además de las renovaciones al inicio y al término del día, es conveniente renovar la Misión Personal a lo largo del día a través de cortas pausas creadoras: a media mañana, a mediodía y en la tarde. Se trata sólo de uno o dos minutos en que volvemos a compenetrarnos de nuestra idea-fuerza y en que actualizamos nuestro «pequeño secreto», dando una mirada de conjunto a la parte del día que ha transcurrido y a las horas próximas. Renovamos entonces nuestra intención de ser fieles al Señor y a María. Es aconsejable determinar un momento fijo para estas «pausas creadoras», por ejemplo al inicio o término de nuestras actividades de estudio o trabajo, o en relación con alguna actividad que realizamos regularmente. De este modo se evita que nos absorba totalmente el ajetreo diario y que olvidemos por largos períodos nuestros compromisos espirituales.

En todas estas renovaciones, el lema, el símbolo y la pequeña oración de la Misión Personal, constituyen una valiosa ayuda. Basta una personal, o el recuerdo de nuestro lema, para revivir todo el contenido que ellos esconden y ponernos en contacto en forma simple y directa con el Señor desde el centro de nuestra personalidad.  Ciertamente que, más allá de estas renovaciones «programadas», también existen las renovaciones «espontáneas» de la Misión Personal, que se dan en cualquier momento del día, o cuando alguna circunstancia nos lleva a pensar conscientemente en él.

b) Revisión de los acontecimientos a la luz de la Misión Personal.

Como explicamos has arriba, uno de los caminos preferidos para descubrir la Misión Personal es la meditación de nuestra historia a la luz de la fe. Una vez encontrada la Misión, este a su vez nos ayuda a interpretar las circunstancias concretas por las cuales atravesamos, y nos lleva a descubrir el mensaje que por ellas nos envía el Dios de la vida. Es así, como el proyecto de nuestra vida, expresado en la Misión, nos permite entender mejor lo que Dios requiere de nosotros en un momento determinado, y nos hace más fácil desentrañar su voluntad, en medio de nuestros éxitos y fracasos cotidianos y de las encrucijadas de nuestra existencia. Esto no quiere decir que el Ideal nos aclare las cosas, a tal que no quede siempre un amplio campo para la audacia de la entrega. Sin embargo, la conciencia del designio general de Dios sobre nuestra vida nos ayudará eficazmente a encontrar el camino y a darle coherencia a nuestra vida en medio de las vicisitudes a las cuales estamos sometidos.

La Misión Personal, al mismo tiempo, es criterio de valoración de nuestras acciones. No nos guiamos simplemente por la norma de evitar el pecado. Por la Misión, aspiramos a una vida cristiana autentica. Que en todo momento esté orientada por la luz de la magnanimidad. Entonces, la Misión es esa luz que nos ilumina para juzgar nuestras actitudes, lo que hemos hecho y lo que hemos dejado de hacer en nuestra jornada diaria. Como ya explicamos, para poner esto en práctica, normalmente hacemos cada día una revisión de vida o meditación de la vida diaria., y allí consideramos lo que Dios nos ha querido decir por los acontecimientos. Esta referencia constante a la Misión hará que esta se arraigue cada dia mas en nuestro ser.

c) Programar, decidir y tomar nuevas iniciativas según la Misión Personal

No solo el pasado y el presente son objeto de la concientización de la Misión Personal, también lo es el futuro, lo que tenemos por delante. Todo lo que emprendamos debe estar de alguna manera inspirado por la Misión.

Como personas libres y dotadas de inteligencia, tenemos la obligación de prever, de programar y decidir, disponiéndonos a enfrentar el futuro y forjarlo según nuestros principios. Por eso una vez fomulado nuestra Misión, es importante aprender a tomar decisiones por un largo tiempo, conscientemente bajo su luz, hasta que este modo de proceder según la Misión, paulatinamente se torne algo espontáneo y natural en nosotros.

Muchas veces en nuestra vida, en momentos cruciales nos encontramos ante disyuntivas. Tendremos que tomar decisiones importantes y no las podremos postergar. Existen horas en las cuales la indecisión significa desperdiciar las posibilidades que nos da el Dios de la vida y no aceptar la invitación que El nos hace.

Precisamente ahora, analizaremos explícitamente los hechos y las posibilidades a la luz de la Misión Personal y tomaremos las determinaciones de acuerdo con sus exigencias. No solo las grandes decisiones estarán inspiradas por la Misión Personal, también han de estarlo las pequeñas decisiones de la vida cotidiana.

La Misión Personal debe convertirse también en un factor de creatividad e iniciativa, tiene que llevarnos a sobrepasar las categorías de lo normal y sacarnos de la pasividad. Por la Misión queremos declarar la guerra a la mediocridad que pesa en nosotros. Por eso nos preguntamos, una y otra vez, qué mas podríamos hacer, que más podríamos dar, qué nueva iniciativa podríamos emprender a la luz de la Misión. Quien ama trata de hacer todo lo mejor posible y busca careadoramente como dar mayor alegría al Señor.

Como vemos se trata de una concientización progresiva de la Misión, de modo que logre informar toda nuestra vida y que ésta, a su vez, confluya hacia la Misión y de el reciba impulso y cohesión.

2. Propositos Intermedios

a) En general

Los |Propósitos Intermedios y el Horario Espiritual, son dos métodos prácticos
para la realización de nuestra Misión. Trabajemos en caminos prácticos que nos conduzcan a la conquista de nuestros ideales. Nuestro seguimiento de Cristo debe ser eficaz. En general, cuando actuamos en el mundo de los negocios o en el campo profesional, somos mucho mas pragmáticos y consecuentes, mas concretos y realistas, que cuando llevamos a la practica los ideales cristianos. Cristo no quería vaguedades. Lo dejaba bien claro:

No todo el que me diga: Señor, Señor, entrara en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi padre celestial… Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y  todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edifico su casa sobre arena: cayo la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayo, y fue grande su ruina” (Mateo 7,21-27) .

El Apóstol Santiago afirmó en el mismo sentido: “Poned por obra la palabra y no os contentéis solo con oírla, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno se contenta con oír la Palabra sin ponerla por obra, ese se parece al que contempla su imagen en un espejo: se contempla, pero apenas deja de mirarse, se olvida de como es. En cambio el que considera atentamente la Ley perfecta de la libertad y se mantiene firme, no como oyente olvidadizo sino como cumplidor de ella, ese practicándola será feliz (Santiago 1, 22-25).

Tanto los Propósitos Intermedios como el Horario Espiritual quieren
poner en juego nuestra real cooperación con la Gracia. Suponemos que siempre contamos con la ayuda del Señor y de María, nuestra Madre. Somos nosotros los que desperdiciamos las ocasiones de santificarnos por falta de decisión y seriedad en nuestros propósitos. El Horario Espiritual, del que hablamos extensamente en el apartado Totus Tuus, dentro también de El Hombre, pretende asegurar que superemos esa vaguedad en que generalmente nos movemos y vayamos mas allá de los buenos deseos, pues pretende crear una especie de infraestructura espiritual que asegure un crecimiento orgánico y positivo. El Horario Espiritual procura asegurarnos el alimento espiritual para que nuestra vida de cristianos sea rica y vigorosa. Así como la persona necesita alimentos, y para saciar el hambre toma su comida en diversas ocasiones durante el día, así también nuestro hombre interior necesita alimentarse espiritualmente en forma regular. De otro modo,  pronto se notaran los efectos de la desnutrición y el raquitismo espiritual, seremos propensos a toda clase de enfermedades y vicios. El Horario Espiritual asegura ese alimento adecuado en el momento conveniente.

Los Propósitos Intermedios, en cambio, son un arma de lucha. Sirven para ponerse activamente en marcha hacia la conquista de nuestra Misión Personal, y en concreto de las actitudes que éste implica. A través de los Propósitos intermedios, poco a poco, en forma progresiva y planificada, tratamos de morir al hombre viejo que hay en nosotros y de revestirnos del hombre nuevo creado según Cristo Jesús. Consideremos más en detalle qué son los Propósitos Intermedios.

b) El Propósito Intermedio

La expresión Propósito es tradicional en la espiritualidad cristiana. En general, por Propósito se entiende la elección de un campo determinado de lucha en nuestra vida.  Implica un objetivo concreto y definido, que corresponde a una decisión clara de nuestra voluntad, no un simple deseo o intención vaga e indefinida. La persona entonces se examina varias veces al día con el fin de renovar este propósito y verificar su cumplimiento.

El Propósito y el examen sobre el cumplimiento de ese propósito tienen por objeto poner en nuestras manos un arma de lucha para la conquista de esa Misión a la que Dios nos llama. Para que la Misión llegue a plasmar la vida, no debe permanecer en el plano de una pura motivación general. Tiene que convertirse en norma de actuar concreta. Sería utópico e imposible aspirar a la realización global y simultánea de todos los aspectos que incluye la Misión. Tratar de hacerlo significaría desperdiciar nuestras fuerzas porque, como dice el refrán popular, «quien mucho abarca, poco aprieta». Además, pronto nos desalentaríamos ante nuestros fracasos. Por eso, es preciso ir paso a paso, poniendonos metas parciales, intermedias, objetivos que realmente podamos abordar con éxito.

En la vida espiritual sucede algo semejante a lo que pasa con la ley de los vasos comunicantes: si se llena de agua uno de los tubos, al mismo tiempo sube al nivel del resto. Nuestra vida espiritual es un organismo: crecer en una actitud, implica que simultáneamente se fortalecen también las otras. Así, por ejemplo, si alguien se concentra en la conquista del espíritu de servicio, al mismo tiempo, luchando por esa virtud, desarrollará el espíritu de renuncia, de iniciativa, de sacrificio, de generosidad, de obediencia…El avance en un frente significa también avanzar en los otros.

Este método de trabajo con objetivos parciales, corresponde también al hecho de que nuestro campo conciencial es limitado. No somos capaces de tener siempre todo presente en la conciencia, ni tampoco es necesario. Mientras estamos motivados por la conquista de algo determinado, otros aspectos de nuestra Misión quedarán en segundo plano. Luego, orgánicamente y de acuerdo a lo que Dios señale por las circunstancias, nos abocamos a la lucha por otras actitudes que hasta el momento no habíamos considerado mayormente. Esta concentración es lo que podemos y debemos hacer, pues «a cada día le basta su afán».

No se trata de enumerar todas las posibles actitudes que incluya nuestra Misión, para luego comenzar a conquistarlas «metódicamente», una tras otra, mediante Propósitos Intermedios. No, de ninguna manera. Eso sería proceder mecánicamente y podría llevarnos a una real deformación de nuestra personalidad. Es el Espíritu Santo quien en ultimo termino, va guiando sabiamente la realización de nuestra Misión Personal y su sistema no es precisamente rígido o puramente lógico, sino que posee la riqueza y la variedad de la vida

Es preciso, por lo tanto, limitarnos a metas concretas y objetivos parciales. Si consideramos, desde el punto psicológico, que tenemos una pasión dominante que es el impulso básico de nuestra Misión Personal, entonces nuestro Propósito Intermedio buscará el perfeccionamiento y sublimación de esa pasión dominante, para que nos sirva para alcanzar la Misión Personal. Así, por ejemplo, lucharemos teniendo como arma, el Propósito Intermedio de superar aquellos defectos de nuestra pasión que son contrarios a nuestra Misión. O bien, buscaremos cultivar positivamente los lados fuertes de nuestra pasión dominante, tratando de perfeccionar y ennoblecer las actitudes que nos resultan más connaturales.

Nuestro esfuerzo puede concentrarse también en tratar de adquirir aquellas actitudes complementarias a nuestra pasión dominante. Así por ejemplo, tomemos el caso de alguien cuya pasión dominante sea el ansia de dar y recibir amor, lo que le ha llevado a la siguiente formulacion de su Misión Personal: «Por ellos me santifico». Esa persona, de acuerdo a las circunstancias, podría concentrar su esfuerzo en superar los defectos del egoísmo y la comodidad, actitudes éstas opuestas al amor al prójimo. O bien, positivamente, podría orientar su Propósito a la conquista de una actitud de servicio alegre a los demás, como sublimación y ennoblecimiento de su tendencia a darse. Y, en el caso del cultivo de la pasión complementaria, podría esforzarse por tomar iniciativa en el salir de sí mismo o cultivar la constancia heroica en el servicio a aquellos que no le son naturalmente cercanos.

Siempre es necesario tener presente que nuestra lucha, que pone plenamente en juego la fuerza de la voluntad, se complementa con la acción de la gracia que actúa en nosotros, sin la cual nunca alcanzaríamos nuestros ideales. Por otra parte, nuestra dependencia de la gracia se manifiesta en la búsqueda constante de la voluntad de Dios para nosotros y del camino por el cual El quiere conducirnos. El Propósito Particular  nos asegura el tomar verdaderamente en serio su querer. Es por esto que debemos considerar atentamente el modo cómo elegimos los Propósitos Particulares.

c) Elección del Propósito Intermedio.

Para elegir bien un Propósito Intermedio es necesario tener presente varias cosas. De acuerdo con lo que hemos explicado, es decisivo que la persona capte que los Propósitos Intermedios cooperan a llevar a cabo La Mision. La autoeducación siempre es una cooperación de la voluntad con la gracia del Espíritu Santo. Pero,  ¿cómo saber qué esos propositos intermedios vienen de Dios? ¿Cómo saber lo que Dios quiere que acentuemos en particular? Hay varios medios para saberlo:

– Las «voces del ser»,
– Las «voces del tiempo», y
– Las «voces del alma».

Por voces del ser, entendemos el orden objetivo querido por Dios. Debe ser norma de nuestro actuar vivir conforme a la Palabra de Dios revelada, la doctrina de la Iglesia, la ley natural. Todo ello nos orienta respecto a lo que debemos hacer. Este orden de ser también se refleja en nuestra propia estructura individual querida por Dios. En este sentido, un adecuado conocimiento de nosotros mismos es insustituible. Ya nos hemos referido a la pasión dominante y a la necesidad de conocer nuestro temperamento o a la estructura psicológica original que poseemos y como usarlos a favor de Nuestra Mision.

Todo ello nos ayudará a detectar cualidades y defectos que requieren ser perfeccionados, ennoblecidos y, en el caso de los defectos, superados. Para ello es conveniente hacer una lista con los defectos y cualidades principales de nuestro carácter. Así tendremos siempre a mano una gran variedad de puntos concretos que pueden ser objeto de nuestros Propositos Intermedios. Con el fin de objetivizarnos, es bueno tomar en cuenta las criticas o las correcciones fraternas que nos hacen otras personas. Las verdades que otros nos dicen, a veces nos muestran con mayor claridad lo que verdaderamente somos y necesitamos desarrollar o superar.

Las voces del tiempo son aquellas que nos manifiestan la voluntad de Dios a través de los acontecimientos. Dios nos hace señales, nos llama la atención y nos requiere a través de los sucesos que nos rodean. Para descubrirlo es necesario observar la realidad con una mirada de fe, descubrir las necesidades, las carencias, los anhelos y aspiraciones de nuestro ambiente, como una interpelación y llamada suyo. Situaciones determinadas en el orden personal, en los estudios, en el trabajo, en el orden familiar o nacional, serán signos que, debidamente interpretados, deberán traducirse en acciones y actitudes.

Por ellos me santifico, podría ser que la situación de comodidad e individualismo reinante fuese una clara llamada para esa personas a tomar como Propósito Intermedio la generosidad magnánima y el desprendimiento. Dios habla no solo al tiempo en general, sino que a cada uno nos da entender sus signos, siempre que tengamos ojos para ver y oídos para escuchar.

Las voces del alma registran las insinuaciones de la gracia en nuestro interior. Dios habla en nuestra alma, nos da impulso hacia el bien, y hace surgir en nosotros determinadas inquietudes. En la medida que cultivemos la meditación y la oración, se agudizara nuestro oído para discernir su voz y distinguirla de otros ecos que también se escuchan en nuestra alma, como puede ser, por ejemplo, la voz de los instintos desordenados o de las ganas.

Lo que aquí explicamos en forma analítica, en la vida real es un proceso simple. Normalmente, en el examen personal nos ocupamos de determinar el Propósito Intermedio. La mayoría de las veces será relativamente fácil discernir cuál debe ser su objetivo. Una  mirada a las circunstancias, el conocimiento de nuestro carácter y el impulso espontáneo de la gracia en nosotros, nos darán la claridad necesaria para ver en qué frente quiere Dios que luchemos con especial ahínco.

d) Características del Propósito Intermedio

Para que el Propósito Intermedio sea un arma de lucha que verdaderamente asegure la conquista de la Misión Personal y la integración progresiva de nuestra personalidad en sí misma y en la comunidad, debe poseer las siguientes características:

– El Propósito Intermedio debe estar íntimamente unido con la Misión
Como se ha explicado, por el Propósito Intermedio la persona concentra su esfuerzo en la conquista de una actitud o en un aspecto particular de la Misión Personal que Dios le señala como especialmente necesario por las voces del ser, del alma y del tiempo. De este modo, la Misión Personal da sentido y motiva interiormente al Propósito Intermedio y, a la vez, le confiere fuerza e impulso. Si una persona lucha, con la pura voluntad, por conquistar el espíritu de sacrificio o el orden, pero no une fuertemente ese esfuerzo con la motivación central de la Misión Personal, pronto perderá su entusiasmo y su vigor.

Por eso, es de gran importancia que la elección del Propósito Intermedio este acompañada de la reflexión y de la meditación. Tenemos que estar vitalmente convencidos que vale la pena luchar por la actitud que nos proponemos conquistar, pues con ello estamos enriqueciendo nuestra personalidad, dándole una mayor plenitud, cumpliendo con nuestra responsabilidad histórica y social. No basta con que elijamos superficialmente un punto cualquiera que, de suyo, podría estar conforme con nuestra Misión Personal. Hay que estar realmente convencido lo que el Señor espera de nosotros ahora, en este momento, en ese esfuerzo y que así le damos alegría.

En la práctica, esto significa que la elección del Propósito Intermedio requiere meditación y oración. Una vez que lo asumimos, debemos valorarlo siempre de nuevo e interiorizarlo, profundizando su contenido y alcance. Podemos agregar a la oración de la Misión Personal alguna frase en la cual hagamos referencia al Propósito Intermedio y pidamos al Señor y a María las gracias para realizarlo. Así mantendremos presente la unión entre Propósito Intermedio y Misión.

– El Propósito Intermedio debe ser concreto; requiere una decisión  firme de la voluntad.
Hay decisiones y decisiones. Unas son tomadas con toda el alma, otras, en cambio, son anhelos, sueños y «buenos deseos», intenciones vagas que no conducen a nada. Desgraciadamente, muchas de nuestras «decisiones»  se quedan sólo en buenos deseos. Sabemos de antemano que no las realizaremos y que no nos comprometen. Son un autoengaño que resulta extremadamente dañino, Pues termina haciéndonos  perder la confianza en nosotros mismos, en nuestra capacidad de lucha.

El Propósito Intermedio nos enseña a decidir para ser libres. Queremos tomar en serio nuestros propósitos. Es preferible no adoptar ninguna decisión, a tomar decisiones a medias. De tal modo que si alguien nos pregunta cuál es nuestro Propósito Intermedio, en cualquier momento deberíamos poder dar una respuesta clara.

El cincuenta por ciento del éxito del Propósito Intermedio radica en una decisión bien tomada. Aquello que realmente se quiere, se consigue, aunque sea necesario un dura pelea. San Pablo decía: lucho no como dando golpes en la vacío. Esa frase suya también la podemos aplicar en este contexto.

La decisión tiene por objeto determinar claramente un campo de lucha. Se trata precisamente de esa acentuación o concentración de nuestras fuerzas en una actitud que queremos conquistar: servicialidad, espíritu de sacrificio, actitud de respeto, etc. Es decir, aunque tratemos de superar un defecto, por ejemplo la comodidad, o la superficialidad, lo formulamos positivamente en relación a la actitud contraria, en nuestro caso la lucha por la reciedumbre o por hacer bien aquello que estoy haciendo.  En determinados casos podría formularse en forma negativa, v. gr., «lucha a muerte contra la flojera», o «no al desorden», pero siempre deberá consonar en ello lo positivo que pretendemos alcanzar.

Para facilitar la conquista de la actitud, es aconsejable concretar y asegurar un punto determinado. Si el objeto del Propósito Particular es conseguir el espíritu de oración, es bueno agregar, por ejemplo, «para ello voy a realizar en la mejor forma posible las oraciones de la mañana y de la noche. Si queremos ser más recios, concretaremos y aseguraremos nuestro esfuerzo diciendo, por ejemplo, y para lograr mi meta me propongo levantarme cada mañana a la hora exacta». Una actitud se logra por la repetición de actos que están llenos de valor, que poseen una clara motivación; entonces, la continua sucesión de gotas de agua es capaz de horadar la piedra.

Cuando el Propósito Intermedio busca la superación de un defecto, es más fácil determinar y controlar esas concreciones. Tratándose de propósitos que positivamente miran al crecimiento y perfección de una actitud, tal vez sea más difícil. En ese caso, el seguro concreto del Propósito Intermedio puede ser simplemente las mismas renovaciones periódicas del propósito.

En esas renovaciones, reactualizamos siempre de nuevo la voluntad de conquistar esa actitud, y con ello ésta se arraigará cada vez más en nuestro ser. Cuando luchamos por las actitudes básicas de nuestra Misión Personal, muchas veces ocurre, en las etapas más avanzadas de la vida espiritual, que el Propósito Intermedio se confunde prácticamente con la Misión Personal, sin que ello signifique vaguedad o indefinición.

– El Propósito Intermedio debe ser difícil, pero no imposible de realizar
Ponerse metas que van más allá de nuestras posibilidades, puede conducirnos a una frustración que dañe nuestra vida espiritual y que termine socavando nuestra capacidad de lucha. Por eso, la meta que nos propongamos ha de ser alcanzable, algo que aún no tenemos o que sólo poseemos parcialmente, pero que queremos llegar a poseerlo en forma más plena. El Propósito Intermedio quiere acortar así la distancia entre la realidad y la Misión.

Sobre todo, en las primeras etapas de nuestra autoformación, debemos ser concretos. Si se trata, por ejemplo, de conquistar una actitud de orden, no decimos simplemente; de hoy en adelante tendré en orden todas mis cosas; estudios, cuaderno, escritorio, pieza, diversiones etc.. Algo así, además de ser vago, es imposible de alcanzar simultáneamente. Por esto, lo normal será limitarse, dentro del campo de lucha del orden, a uno o dos puntos concretos que cueste ejecutar, pero que la persona normalmente puede cumplir.

En etapas más avanzadas de la vida espiritual, podemos tener como meta la conquista de actitudes generales, sin necesidad de concentrar siempre el esfuerzo en un punto concreto. En ese caso, el seguro serán las mismas renovaciones periódicas del Propósito Intermedio.

– El Propósito Intermedio debe mantenerse por un tiempo prolongado
La autoformación apunta a que logremos actuar espontáneamente según la Misión, es decir, que la Misión y las actitudes que éste implica actúen «funcionalmente» en nosotros. Aspiramos a que sea espontáneo y natural para nosotros reaccionar y tomar iniciativas de acuerdo a la Misión. Ahora bien, para conquistar un hábito o virtud, se requiere una prolongada repetición de actos saturados de valor. Una repetición mecánica de actos, esto es, desligada de la Misión, no crea verdaderas actitudes, sino formas que luego se dejan y son reemplazadas por otras cuando cambian las circunstancias. Por otra parte, si el acto o esfuerzo que realizamos, a pesar de estar motivado, es sólo esporádico, no alcanza a calar hondo en nuestra alma y, por lo tanto, no deja una huella, no nos «acostumbramos» a hacer el bien.

Por eso, cuando decidimos dar una batalla por conquistar una actitud, entonces debemos disponernos a mantener una lucha prolongada. Un cambio apresurado de Propósito dejaría inconcluso nuestro esfuerzo y lo haría infecundo. De ahí que es aconsejable mantener el Propósito al menos por un mes, preferentemente por un tiempo más prolongado todavía, incluso por años. Podemos, sin embargo, modificar y cambiar más a menudo la concreción o punto específico que lo asegura. Así, por ejemplo, si luchamos por la conquista del espíritu de oración, podemos concentrarnos durante un tiempo en el esfuerzo por lograr la meditación diaria y, en otra ocasión, nos centraremos en las oraciones al inicio y al término del día, o bien, profundizaremos nuestra vida eucarística, etc. Si queremos conquistar una actitud de servicio, entonces, por ejemplo, la concreción puede ir tocando diversas facetas de esta actitud, acentuando el servicio en una u otra circunstancia determinada o ante personas diferentes. Sin embargo, siempre volveremos a la motivación central de la Misión Personal expresada en la actitud que aspiramos conseguir.

– El Propósito Intermedio  debe renovarse periódicamente.
Nos hemos referido ya a las renovaciones de la Misión Personal. Las renovaciones del Propósito Intermedio están siempre unidas a éste. A través de las «pausas creadoras», tomamos contacto nuevamente con el «núcleo de nuestra alma», con nuestra «idea predilecta»,en medio de la actividad diaria. Al hacerlo actualizamos la unión personal con el Dios de la vida y nos reorientamos hacia lo que da sentido a nuestra existencia.  En otras palabras, creamos en nuestro interior un «clima espiritual»que nos vivifica y da un estilo a nuestra vida.

Renovando el Propósito Intermedio, aflora nuevamente en nuestra conciencia la decisión de llevar a la práctica la Misión Personal; lo reafirmamos y proyectamos en nuestras actividades. A excepción de las renovaciones en la oración de la mañana y de la noche, las otras renovaciones del Propósito Intermedio se caracterizan por ser cortas.
Mirar el símbolo de nuestra Misión, repetir lentamente nuestro lema, rezar la oración personal, son ayudas que facilitan la concentración y que permiten llegar a tener estos pequeños encuentros vivificantes con la Santísima Virgen y con el Señor. De ellos sacamos las fuerzas para continuar el camino. Así, en forma sencilla y breve, miramos las horas transcurridas y lo que tenemos por delante, y nos proponemos nuevamente luchar por nuestro propósito.

Al hacer la revisión del día, nos examinamos más detenidamente sobre el Propósito Intermedio; allí volvemos siempre a la motivación profunda de la actitud que queremos   conquistar. Si en la revisión constatamos que la lucha ha sido débil o que ha habido una falta seria, junto con nuestro arrepentimiento, conviene que hagamos una pequeña penitencia. No porque la falta cometida constituya un pecado grave sino, en último término, porque es una traición a la Misión. Por la penitencia expresamos nuestra voluntad de seguir luchando aún con más fuerza para alcanzar la meta. La penitencia debe estar normalmente en la misma línea de la falta. Si alguien tiene como Propósito Intermedio la reciedumbre, y en la mañana se dejó vencer por la pereza y se quedó hasta tarde en cama, entonces, por ejemplo, la penitencia podría consistir en levantarse cinco minutos más temprano el próximo día. Si se lucha por conquistar el espíritu de servicio y, conscientemente, nos hemos negado a servir en un momento dado, o se tomará tal vez como penitencia ayudar a alguien sin que se nos lo solicite.

Estas pequeñas penitencias hacen que nos tomemos mas en serio. Actuando así, crece el respeto ante nuestras propias decisiones. Nos tomamos en serio nuestra Misión Personal.