III.- LAS PÉRDIDAS QUE VAN JALONANDO UNA VIDA
1.- Las pérdidas previsibles y las renuncias necesarias
Todos los periodos de la vida, el nacimiento, la infancia, la adolescencia, el noviazgo, el matrimonio, la segunda vertiente de la vida, la marcha de los hijos (el nido vacío), la jubilación, la ancianidad -comienzan por una ruptura con el estado anterior. Es la ley de la muerte irremediable para renacer. Describamos detalladamente las separaciones que exige todo periodo de transición. He aquí algunas.
Muchos jóvenes buscan su vocación, pero les cuesta mucho trabajo encontrarla. Una de las causas principales de su dificultad sería la falta de una iniciación que les permitiría desvincularse de sus ataduras familiares. Los chicos, en particular, tienen mayor dificultad en cortar el «cordón umbilical» que los vincula a su madre. Muchos no evolucionan y se quedan bajo el dominio del arquetipo del Puer aeternus (el eterno niño). Cuando les llega el tiempo de elegir pareja, buscan a una persona que siga jugando el papel de madre ideal. En general, las chicas consiguen emanciparse mejor de sus familias. Con todo, también muchas de ellas permanecen durante mucho tiempo bajo el amparo de la autoridad paterna. Temen traicionar a Su padre si son ellas mismas. Es el caso de esa joven que desea de todo corazón ejercer de decoradora, pero que vive resignada su trabajo de contable… por no disgustar a su padre.
Algunas transiciones pueden causar verdaderos traumas. Como le ocurrió a una joven madre que acababa de dar a luz; se sentía deprimida y no comprendía por qué no se sentía feliz por haber dado a luz un niño lleno de salud. La llegada de su hijo había trastornado su vida: abandono temporal de su trabajo por maternidad, menos intimidad con su esposo, poco tiempo para sus aficiones, etc. Se creía anormal y tenía la sensación de ser una mala madre. Lo que realmente había pasado era que todavía no había aceptado las renuncias que exigía su reciente maternidad.
Tampoco un acontecimiento feliz, un ascenso o un cambio de orientación, por ejemplo, dispensa siempre de las angustias del duelo. Una amiga mía, directora de un centro escolar, había visto, por fin, realizados sus sueños: la enseñanza directa en contacto con los alumnos. Sin embargo, luego se sintió muy mal, peor que antes de lograrlo; se sorprendía añorando penosamente las facetas agradables de su antiguo trabajo. Lo mismo les sucede a muchos jubilados que no han hecho el duelo de su empleo.
Efectivamente, algunos se imaginan que una jubilación largo tiempo deseada les permitirá ahorrarse el duelo de haber dejado su trabajo. Una maestra esperaba con ansias la fecha de su jubilación. Se había preparado minuciosamente para ello. Pero se vio totalmente desarmada cuando, al final del año escolar, no paraba de llorar al despedirse de sus alumnos y colegas. Se había imaginado que, preparando su retiro, estaría ya inmune contra toda explosión de tristeza. Su preparación no la dispensó de las renuncias ligadas a la transición. Con todo, sí le permitió vivirlas con mayor armonía.
¿Qué decir, entonces, de las personas que nunca han pensado en tener que negociar transiciones semejantes en su vida? Se aferran desesperadamente a un escenario de vida que ya ha pasado. Como aquella madre de familia, tan deprimida desde que sus hijos abandonaron la casa. ¿En qué se queda una madre cuando ya no tiene hijos sobre los que velar?
La condición sine qua non (necesaria) para acoger una nueva misión es, por consiguiente, aprender a soltar la presa del pasado, a pesar de la impresión que uno puede tener de morir en la tarea. Richard Bach, autor de El prophete récalcitrant, escribe: «El gusano siente como el fin del mundo lo que el Maestro llama una mariposa».
2.- Las pérdidas imprevisibles
A las pérdidas previsibles se añaden las pérdidas accidentales o imprevistas: la muerte repentina de un ser querido, un accidente, un divorcio, un despido laboral, un fracaso, una bancarrota, una desilusión amorosa, etc. El carácter repentino e imprevisible de esas pérdidas hacen que el duelo sea más difícil de resolver. A pesar del carácter dramático de este tipo de pérdidas, siempre será posible hacerles el duelo.
3.-Las pérdidas necesarias para proseguir la misión
Lo desconocido da miedo. ¿Por qué poner en peligro una vida bien organizada, confortable, para comprometerse en una misión que podría resultar una quimera? Después de haber alcanzado una seguridad económica, una vida cómoda y un status social envidiable, no está uno muy dispuesto a correr el riesgo de perder todas sus garantías de seguridad. ¿Qué vale más? ¿Valen más unos sueños cuyo éxito es incierto o «más vale pájaro en mano que ciento volando?».
Un sacerdote se vio ante este dilema. Había conseguido crear varias obras útiles en la comunidad. Pero sus obras habían adquirido tal impulso que se había visto a obligado confiar su propiedad y su gerencia a una sociedad. Esta le contrató como funcionario para dirigir un sector de servicios. Poco a poco se fue sintiendo mal en su nueva función. Cayó en una depresión y empezó a sentir malestares de tipo angustioso. Su trabajo le causaba tal stress que tuvo que consultar con un psicoterapeuta. Éste le aconsejó que dejara aquel trabajo rutinario y que desarrollara más su creatividad, como lo había hecho antes para responder a situaciones sociales urgentes. Pero este cambio de vocación significaba un notable recorte en sus ingresos. ¿Cómo podría cubrir los gastos que ocasionarían su nueva casa, su coche de lujo, sus costosas vacaciones…? En vez de seguir su talento creativo y adoptar un régimen de vida más modesto, prefirió conservar su statu quo… y seguir cuidando sus angustias. ,
¡Cuántas personas, como él, rechazan la perspectiva de una. vocación que supondría cambios draconianos en su estilo de vida! Algunos prefieren hacer que callen los sueños que amenazan su seguridad y su tranquilidad. Se refugian en excusas y se niegan a tener en cuenta la constante atracción que les susurra su alma. De ahí el malestar que experimentan en forma de aburrimiento, de vacío espiritual de agresividad y de depresión. El mero pensamiento de comprometer lo que tienen adquirido los paraliza. ¿Por qué desprenderse de tantas inversiones materiales, de relaciones humanas, de hábitos confortables, de un retiro asegurado, de unas habilidades bien rodadas por años de ejercicio? ¿Por qué abandonar todas esas ventajas palpables para abrazar un sueño que quizás nunca llegue a realizarse?
4.- Las pérdidas difíciles de concretar
La pérdida del sentido de la vida toma la forma de melancolía, de vacío del alma y de aburrimiento existencial. ¿No es ése el estado anímico que aflige a muchos de nuestros contemporáneos? Tedio, malestar, aplanamiento, frustración, impresión de vacío y de inutilidad. Nada les satisface, nada les atrae. Lo que antes constituía su alegría de vivir ya no les llena. Languidecen en un vacío existencial que intentan llenar con cosas y actividades cada vez más decepcionantes. Unos se vuelven escépticos, otros agresivos. Unos se aíslan en una soledad malsana, otros se refugian en el consumismo, la enfermedad o la depresión. Algunos intentan escaparse de su vacío interior refugiándose en el alcohol o en extraños comportamientos sexuales, cuando no se dejan seducir por pensamientos suicidas: «¿Para qué vivir? ¿Hay algo más en la vida que tanta pura rutina? ¿Para qué seguir viviendo?». Son signos indicadores de una neurosis existencial.
Viktor Frankl define la frustración existencial como una ausencia radical de sentido en la vida. La falta de razón de ser está en el origen de la neurosis espiritual, especialmente en la persona que ha perdido toda pasión. ¿Dónde encontrará esa persona la cura de este mal de ser, de esta morriña? ¿Qué devolverá un sentido a su vida? La respuesta reside en gran parte en el descubrimiento de su misión.