IV.- EL SOLTAR LA PRESA Y SUS ETAPAS

El trabajo psicológico del duelo no se orienta a hacer olvidar, sino a establecer una nueva relación con las realidades que fueron preciosas para uno, tanto si se trata de personas como de actividades, habilidades, cosas materiales, etc. Recordemos aquí las peculiaridades del proceso del duelo: es simultáneamente natural, progresivo, comunitario y temporal. Natural, porque se desencadena por sí mismo desde el momento en que se dejan caer sus resistencias. Progresivo, porque su resolución se va haciendo por etapas sucesivas. Comunitario, porque para curarse del duelo es indispensable la ayuda de otros, sobre todo el apoyo de una comunidad empática. Temporal, finalmente, porque, a medida que el duelo se va resolviendo, la persona reencuentra un nuevo equilibrio psicológico y espiritual.

1.- El shock

El «soltar presa» encuentra duras resistencias: el shock y la  negación. No obstante, estas resistencias pueden resultar provechosas para el individuo en duelo. Le dan el tiempo  necesario para atenuar su sufrimiento y proporcionarse recursos que le permitan afrontar lo inevitable. En otras palabras, esas resistencias ayudan a la persona en duelo metabolizar poco a poco su sufrimiento y a evitarse, a la vez, un hundimiento demasiado grande.

2.-  La negación

La negación es un segundo reflejo de defensa contra la  toma de conciencia de la pérdida. Actúa de dos formas:  hace olvidar el acontecimiento doloroso y reprime las fuertes emociones del duelo. La primera tentación es la de volver a «los viejos buenos tiempos», olvidar la situación presente y creer que todo volverá a ser como antes. Por desgracia, la vida no se repite nunca; no permite revivir el  pasado.

La otra tentación consiste en imaginarse que uno puede, ahorrarse el trabajo del duelo. Así uno se empeñará, por ejemplo, en lograr sustituciones: reemplazar a su pareja por
otra, su empleo por otro, su perro por otro, etc. Es caso frecuente entre los hombres. Tras un divorcio o una defunción, son muchos los que se buscan una joven compañera para llenar su vacío interior y poner un poco de bálsamo en su herida narcisista. Esta huida hacia adelante es engañosa; los lleva a creer que han resuelto su duelo y que han dado una orientación totalmente nueva a su vida. ¡Una ilusión! En efecto, es imposible esquivar un duelo, sin tener que pagar por ello un precio más adelante.

Los mecanismos de resistencia al duelo tienen, así pues, un papel positivo: ofrecen a la persona el tiempo de «sobrevivir», de digerir la pérdida a su propio ritmo y de acumular fuerzas para afrontar los momentos más penosos de la separación. En revancha, si perduran, paralizarán la resolución del duelo e impedirá la apertura a los demás y a otros proyectos. Si ocurre esto, la persona en duelo debe solicitar ayuda, sin más demora, para’ poder disolver sus resistencias:

3.-  La expresión de las emociones

Cuando empiezan a ceder las resistencias al duelo, la persona se siente sumergida progresivamente por una ola de emociones y sentimientos: miedo, tristeza, soledad, abandono, cólera, culpabilidad, liberación, etc. Estas oleadas de emociones se elevan, se retiran, vuelven a levantarse, como los flujos y reflujos del mar; sin embargo, en cada uno de sus movimientos van perdiendo intensidad.

La expresión de las emociones no es algo que esté reservado a la pérdida de un ser querido. En cuanto se produce un despido laboral, un divorcio e incluso un ascenso, la persona afectada se siente invadida inmediatamente por la ansiedad. Lo desconocido, aunque se trate de una buena noticia, se .percibe como una amenaza. El afectado tiene entonces la impresión de que ha perdido el manda del desarrollo de su vida. Pensemos en los padres que asisten a la marcha definitiva de sus hijos del hogar: se sienten desolados ante la idea de ver que vuelan sus polluelos y que el nido se queda vacío.

La tristeza, generalmente llamada «pena», es la emoción característica del estado de duelo. La persona tiene entonces el sentimiento de haber sido amputada del objeto de sus afectos. Ese dolor sumerge muchas veces en la depresión, y hasta en la desolación, como ocurre con quienes preferirían morir con el ser querido antes que vivir sin él.

La pérdida de un empleo, de un animal doméstico, de su ideal o de un sueño puede parecer, a primera vista, menos trágica que la muerte de un ser querido o un divorcio, pero no es menos dura de sobrellevar en algunos casos. Recuerdo la situación de un bibliotecario que acababa de jubilarse. Al principio se sentía muy feliz de no tener que ir .1′ ya al trabajo cada mañana; pero poco a poco empezó a aburrirse, a sentirse mal, hasta caer en la depresión. Los días se le hacían muy largos; se sentía inútil y no encontraba razones para vivir. Cuando me habló de ello, le pregunté si había hecho el duelo de su biblioteca. Mi pregunta le intrigó y le cogió de improviso. Le invité entonces a que fuera a despedirse del fichero central que él había ayudado a crear durante sus treinta años de servicio. Siguió mi consejo. Oculto entre dos estantes de libros, dijo su adiós a los lugares a los que había consagrado su tiempo, su trabajo y su abnegación. Se sorprendió llorando a lágrima viva. No lloraba por las cosas que había dejado, sino por lo que ellas representaban: treinta años de dedicación a una tarea que le había hecho feliz.

La persona en duelo experimenta también un sordo sentimiento de cólera, que puede tomar diversas formas: irritabilidad, descontento, impaciencia, frustración, etc. Se trata de una protesta camuflada contra la ausencia cruel de un ser amado, de un ideal, de una actividad o incluso de un simple objeto. No es raro, por ejemplo, oír a inmigrantes hacer una crítica acerba de su país de adopción. Una señora de origen italiano me confesaba que las flores de Canadá no tenían ninguna fragancia en comparación con las de Italia. Otro me hablaba de la poca hospitalidad de los canadienses Evidentemente, esas personas no habían hecho el duelo de su país de origen.

Hay otras personas en duelo que dirigen su cólera contra ellos mismos. Tienen un sentimiento de culpabilidad, que en muchas ocasiones son ellos mismos los primeros que cultivan. Algunos tienen la impresión de no haber hecho lo suficiente en su vida. Otros se acusan de no haber amado suficientemente a la persona desaparecida. Algunos jubilados se sienten culpables de haber dejado sus amigos, ‘porque tienen la impresión de haberlos abandonado. Personas recientemente divorciadas se dedican a lamentar su felicidad pasada y se odian a sí mismas por no haber sido  más tolerantes con su «ex».

La expresión de las emociones alcanza su cima en el momento del «gran grito». La persona en duelo toma repentinamente conciencia de que ha perdido definitivamente a la persona o el objeto amado. Se deja arrebatar su última esperanza de reencontrarlo o de volver atrás. El «gran grito» se reconoce en la intensidad del dolor que se expresa, entonces, en lágrimas y en lamentaciones. Tras esta vibrante descarga de emociones, la persona en duelo experimenta habitualmente una paz profunda, e incluso a veces estados místicos.

4.- La asunción de las tareas ligadas al duelo

Cuando ha avanzado bastante el trabajo emocional del «soltar presa», la persona en duelo tiene que pasar a la acción y poner en regla los asuntos ligados a la separación. En el caso del fallecimiento de un ser querido, por ejemplo, se trata de poner en regla todo lo referente a la sucesión y herencia, al enterramiento definitivo según lo que uno cree que debe hacer y los ritos propios de su cultura, de realizar las promesas hechas al difunto, etc. Una persona que se jubila deberá hacer sus despedidas, vaciar de sus efectos personales su sitio de trabajo, reorganizar su tiempo y sus actividades, acabar de cumplimentar todos los formularios al uso, quizás, a veces, hasta descubrir nuevos amigos que sustituyan a sus colegas de trabajo, etc. Las tareas a realizar varían según sea el tipo de separación. Estas actividades en apariencia insignificantes contribuirán a que se acelere el proceso de «soltar presa».

5.-  El descubrimiento del sentido de su pérdida

La expresión de sus sentimientos y la ejecución de las tareas ligadas al duelo permiten a la persona tomar distancias respecto a la ruptura y resituarla en sus verdaderas proporciones. Para progresar en la resolución de su duelo, le falta todavía descubrir que opciones le permitirán proseguir su ruta. En vez de quedarse desamparada y aplastada, está en disposición, de ahora en adelante, de aprovecharse del mayor grado de madurez que la pérdida le ha permitido adquirir. He aquí algunos ejemplos de acciones positivas realizadas por algunas personas tras la pérdida sufrida. Para algunas, era su propia misión, que ahora se les revelaba claramente.

Una esposa abandonada por su marido se encuentra sin recursos; aquella desgracia le mueve a terminar sus cursos de enfermera, un ideal de vida que la ilusionaba desde su infancia, pero que había tenido que abandonar para cuidar de su familia. Una educadora, profesora de danza, se ve afectada por una esclerosis en placas: ¡se acabó la danza para ella! Pero se dice a sí misma que por ello no ha acabado su vida; y se dedica a realizar su segundo sueño: crear programas de ordenador con ejercicios de francés. Un joven se queda parapléjico tras un accidente de moto; durante su rehabilitación se descubre aptitudes para la electrónica. Un hombre afligido por una inmensa decepción amorosa se sorprende componiendo poemas, él que se creía totalmente desprovisto de talento literario; su desgracia le obligó a entrar en contacto con sus emociones y a desarrollar su talento de poeta. En muchos casos, una herida se convierte en ocasión para que la persona descubra su misión. Lo trataremos más detalladamente en el capítulo siguiente.

6.-  El intercambio de perdones

El perdón es un medio excelente para «soltar presa». Mi experiencia personal me ha permitido constatar su importancia en el proceso de duelo. Para lograr hacer el duelo de una persona, tanto si ha fallecido como si vive, importa mucho perdonarla. El que piense dejar una relación, una situación o un lugar de trabajo manteniendo su corazón lleno de resentimiento, de amargura y de cólera sorda, sufre espejismos y se engaña, porque arrastra consigo un gravoso pasado.

Un día preguntaron a un antiguo prisionero de guerra si había perdonado a sus verdugos; Afirmó que nunca los perdonaría. Su interlocutor le dijo: «Entonces; usted no ha salido todavía de su prisión».

7.- Entrar en posesión de la herencia

La última etapa de la resolución de un duelo consiste en recuperar el afecto que dedicamos al ser querido, a la actividad o al objeto apreciados. En otras palabras, la herencia consiste en reapropiarse del afecto, de las esperanzas, de los sueños y de las expectativas de que habíamos rodeado al ser querido. He aquí un ejemplo. Una amiga mía acababa de dejar su puesto de directora de una agencia de servicios sociales. Le invité a recoger la herencia y las rentas de lo que ella había invertido durante quince años en su trabajo. Ella concibió el siguiente ritual para la fiesta de despedida que se había organizado con ocasión de su marcha. Al final de la velada, abrió la maleta que había recibido como regalo; y dijo a sus compañeros de trabajo que deseaba partir con todos los momentos felices que habían vivido juntos. Hizo entonces el gesto de tomar las manos de su secretaria y depositarlas en su maleta, significando con ello a su deseo de heredar su espíritu de servicio; hizo lo mismo con la sonrisa de su asistente, símbolo para ella de su buen humor; también lo hizo con los hombros de otro, signo de su tesón en el trabajo; y así sucesivamente fue haciéndolo con cada uno de sus colegas. Para terminar, cerró la maleta y les declaró que se marchaba con su maleta llena de todas las riquezas que había vivido entre ellos.

8.- ¿Cómo llevar a cabo el «soltar presa»?

El medio más eficaz para «soltar presa» es contar la historia de su pérdida y expresar la propia vivencia emocional que se siente. Si la persona en duelo tiene la suerte de encontrar oyentes atentos y que estén realmente presentes a ella, podrá narrarse a sí misma, liberarse de su carga emocional y recobrar su aplomo psicológico.

Para soltar presa, es importante evaluar debidamente la gravedad de la pérdida. Podemos hacerlo respondiendo a las siguientes preguntas: «¿Qué representaba para mí esa persona o realidad? y también: «¿Qué energías he gastado en esa persona o en esa situación?» Así puede medirse el valor subjetivo de lo que se ha perdido. Esta toma de conciencia, por muy dolorosa que sea, permite entrar más a fondo en el duelo y resolverlo lo más rápidamente posible.

9.- Rituales del «soltar presa»

Un ritual es un teatro del alma en el que se lleva a cabo, de una forma simbólica, el cambio que uno desea ver que se produzca en su vida. Ese ritual. tiene el poder de indicar al inconsciente lo que tiene que hacer para liberarse de un pasado ya obsoleto. El hecho de vivir un ritual con personas amigas ayuda a veces a hacer realidad el desprendimiento que permitirá, seguidamente, asumir la misión propia. He aquí algunos ejemplos. Cuando quiso desprenderse interiormente de los sucesos de su pasado, un amigo mío… se puso a limpiar su granero, su bodega y su garaje. Para significar que tenía que abandonar un empleo muy lucrativo para realizar su misión, un hombre quemó un billete de banco. Una mujer quería liberarse de una falsa creencia que le había inculcado su padre; éste le había hecho creer que al nacer había llevado a su madre a la muerte: Para librarse de este secreto de familia, reunió a unos cuantos amigos para un ritual: primero hizo que le atasen los brazos y las piernas, para mostrarles cómo su padre la había tenido mucho tiempo paralizada con aquella falsa creencia; luego, con unas tijeras, que apenas conseguía manejar al estar atada, logró romper sus ataduras, significando así que su padre ya no ejercería ningún influjo sobre ella.

Otra mujer había tenido que sufrir una histerectomía, con lo que se acaba para ella toda esperanza de maternidad biológica. Decidió entonces vivir un ritual que le ayudara a pasar a una nueva etapa de su vida. Procedió de esta forma: le pidió al cirujano que conservase su útero en formol; cuando se recuperó de la operación, convocó a sus amigos en la finca de uno de ellos para un ritual de transición: deseaba significar que, al haberse hecho imposible su maternidad física, se convertiría en madre espiritual para sus clientes en psicoterapia. Hizo un hoyo en la tierra y depositó allí su útero; y luego, sobre él, plantó un árbol, símbolo de su nueva maternidad.