I.- SU EFICACIA

Tratándose de centros de educación o de cualquiera otra cosa, hay un peligro muy grave de destruir su eficacia: la ilusión de extender el bien teniendo más obras de las que se pueden llevar prestigiosamente.

No basta para llevar dos instituciones educadoras tener el número preciso de profesores para las clases, abrumados de trabajo. Si en dos colegios se necesitan 60 sujetos, certísimamente habrá un tanto por ciento de no aptos ya sea por falta de talento, de virtud, de ciencia, y como no se les puede sustituir, creeremos tener dos obras, pero en realidad sólo tenemos educadores para una, y lo que es peor, dos que se llevan mal, en vez de una que se llevaría bien.

Esto es muy grave, porque se producen los males siguientes:

1. Malestar de los educadores no aptos, por verse obligados a hacer lo que no saben.

2. Desprestigio de los institutos docentes.

3. Malestar de los educadores aptos que concurren con los inhábiles en la dirección de un mismo curso; porque los no aptos dejan clases indisciplinadas.

4.° Perturbación de la marcha regular de la obra, apenas falta un sujeto por indisposición o porque no se puede suplir por apto por inepto, se recarga de trabajo a los que suelen tener trabajo excesivo.

5.° Deseo de no entregarse a la obra de la educación, ni los ineptos, por serlo, ni los aptos, por exceso de ocupación. Es decir, que por haber querido duplicar el bien de la educación, la habremos desprestigiado y retraído de la obra de educar a los que hubieran consagrado a ella toda la vida.

Todo lo cual sobreentendido, el pensamiento es: Ninguna obra penetra más hondamente en el hombre que la educación cristiana.

1. Profundidad
Depende de la fuerza de la causa y disposición de la materia. Un incendio será más o menos violento, según la causa productora: una cerilla o un depósito de gasolina. Y según la disposición de la materia: un edificio de madera viejo o de cemento armado. La materia en nuestro caso es el corazón, la mente y la fantasía del niño abiertos a todos los sentimientos, todas las verdades, todas las impresiones sensibles de la piedad y de la ciencia.

El alma, como el cuerpo, con los años y los sucesos se hacen más resistentes a los influjos. Se endurece el cerebro; y así se explica que hombres listos que no estudiaron de niños se hagan incapaces de trabajo intelectual. Se endurece el corazón, que no siente, ni se conmueve como en la edad más tierna. Las penas encallecen el sentimiento.

Se endurece el entendimiento que con los años sólo ve bien lo viejo. Por eso los viejos protestan contra lo nuevo. Se endurece la conciencia, porque el hábito de las faltas acostumbra a cometerlas con menos remordimiento. Se amortiguan la fantasía y la memoria. Por eso recordamos cosas menadísimas de la infancia y no nos acordamos de otros muchos sucesos más importantes de nuestra vida.

De ahí que la educación haya que comenzarla desde muy niños: por los padres, desde los dos o tres años, por los maestros, desde los seis o siete. Cuando se retrasa indebidamente, siempre es con perjuicio de la formación: de la intelectual, por la mayor dificultad del entendimiento y de la memoria; de la moral, porque se adquieren hábitos de desobediencia, de caprichos, etc.. Esto en cuanto al alma niño.

En cuanto a las causas que actúan sobre su espíritu, son poderosas.

– La gracia de Dios, que penetra a raudales en las puras. Altísimo ministerio es el de la dispensación de los sacramentos. Ahora bien; puede pensarse que es más fructífero administrarlos a los provectos que a los niños de un colegio, que apenas se dan cuenta de lo que hacen.

Pero hay en ello mucho que distinguir: ¿mejor es confesar y dar la comunión a grandes pecadores arrepentidos que a niños inocentes? Sí. ¿Mejor es confesar y darla comunión a un grupo de devotas que a los niños de colegio? No. Ni siquiera a un grupo de cristianos más o menos corrientes. Comulgar diariamente y confesar semanalmente, desde la primera comunión, es uno de los grandes beneficios que Dios
puede dispensar a las almas.

Y eso, aunque el niño sea travieso y obre con la irreflexión propia de su edad y parezca que no se da cuenta de lo que hace. Porque exigirle la seriedad de un viejo y la atención de un adulto y la reflexión de un novicio, es un absurdo. Un niño irreflexivo puede tener, y de hecho tiene, muchas veces más gracia de Dios, y recibe la comunión más agradablemente a Dios, a pesar de su movilidad y nerviosidad, que no un hombre maduro que tenga la compostura de un santo. Dios no exige a los niños que procedan como hombres, sino como niños en gracia, aunque padezcan las distracciones propias de su edad.

Por consiguiente; un sacerdote que confiesa y da la comunión a colegiales y les hace contraer el hábito de la comunión frecuente, y aun diaria, en nada tiene que envidiar a quien ejercita el mismo ministerio con personas mayores. Los sacramentos en los niños obran con más eficacia por su inocencia, por su limpieza y pureza de alma, por la verdad de sus sentimientos, por su falta de pasiones violentas. De ahí el hecho de no pocas almas que, habituadas desde la niñez a la comunión diaria, conservan una pureza que las asemeja a los ángeles.

– El prestigio de los educadores, que son oráculos para el niño.  Los padres son como dioses para sus hijos: si quieren, los hacen cristianos; si quieren, gentiles; si quieren, protestantes. En sus almas pueden sembrar con seguridad lo que quieran: la verdad, el error, el amor, el odio, el pudor, la desvergüenza, la piedad, la irreligión. Todo lo aprenderán de ellos: lo que oigan y lo que vean. Los padres pueden hacer de sus hijos ángeles o demonios.

El niño lo ve todo, lo observa todo, lo imita todo: lo bueno y lo malo, lo inmoral y lo moral. De los padres aprendemos la lengua, las costumbres, la religión, los ademanes, hasta el modo de mirar y de reír. Físicamente heredamos de ellos la sangre, las inclinaciones, el carácter; pero por el contacto y la educación, nos parecemos a ellos en infinitas cosas menadísimas, que copiamos de ellos inconscientemente.

Pasa lo mismo con los educadores que tienen personalidad propia. Se copia su modo de componer en música, en literatura, en pintura, en todas las artes. No damos a la formación de educadores la importancia que se merece. Si es educador virtuoso, hará colegiales virtuosos; si no lo es, no los hará.

– La fuerza de la verdad, que no halla prejuicios en las inteligencias infantiles. El alma es naturalmente cristiana, y por eso el niño acepta sin vacilar las verdades de orden moral: la existencia de Dios, del cielo, del infierno, del pecado, de la virtud. Todo es tan conforme a razón, que no duda de su verdad. Se la proponen sus maestros, se la razonan, le refutan las objeciones. Es lo mismo que creen sus padres y enseña la Iglesia.

Con los años varía la docilidad de su espíritu; oye impugnar lo que cree, le asaltan dudas, sabe que muchos lo niegan, le ofuscan sus pecados y pasiones. Sin embargo, aquellas primeras impresiones, tan hondas, difícilmente llegarán a borrarse de un modo total de su memoria. Lo que una vez ha satisfecho el espíritu con la verdad, podrá querer olvidarse y aun negarse, pero no arrancarse del alma. Las ideas primeras son como la grama, cuyas raíces difícilmente se extirpan.

Los que se educaron en un colegio católico llevan en sus almas, durante toda su vida, un mundo absolutamente diverso del de los niños en general. Un mundo de ideas morales y religiosas, sobre Dios, sobre la vida, sobre el deber. Un mundo diverso de sentimientos: de temor de Dios, de amor a la Virgen, de horror al pecado. Un mundo diverso de criterios sobre la Iglesia, sobre la sociedad, sobre las relaciones entre la ciencia y la fe. Los educados en colegios católicos son a veces más pecadores que otros; pero con más conciencia de su pecado, con más remordimiento.

Infinitos jóvenes se extravían moralmente, porque carecen de luz que les haga ver el abismo. El educado cristianamente sucumbe a la tentación, pero ve la tentación, ve su pecado, siente el remordimiento, se acuerda de Dios, se acuerda de la Virgen. Y eso es un bien inmenso; porque el que ve su desgracia puede remediarla y más tarde o más temprano la remedia. ¡Desgraciados los jóvenes no educados cristianamente!

– La fuerza del ejemplo, que mueve a la virtud con impulso poderoso. La vida de los educadores influye intensamente sobre el corazón del niño. Influye mientras se educa, si le saben educar, y con tanta mayor eficacia cuanto mejor sea el sistema de educación, y el educador más virtuoso.

Un maestro indiferente no hará fervorosos; un maestro abnegado, prudente y piadoso, sí. Lo hará, con su palabra y con sus actos. Si educa bien, hará maravillas; si no sabe admirarán su virtud. Muchos que cuando colegiales llevaron la vida con amargura, no vacilan en enviar a sus hijos al colegio que educó. Es que con los años aprecian el bien de la educación, prefiriéndola a cualquiera otra más libre y gustosa, pero menos fecunda y formadora.

2.- Multiplicidad
Son muchas las causas que actúan sobre el ánimo  de los adolescentes. La formación doctrinal, acaso la más decisiva; la de religión, la de historia, la de las ciencias en los puntos relacionados con la fe; la ciencia de la vida, dada en forma de consejos, hijos de la experiencia de la práctica de la doctrina ascética, que se entrevera en los demás conocimientos; la doctrina de los espirituales, que si se dan conforme al método de San Ignacio, son un compendio maravilloso de toda la teología católica, en su parte relacionada con la salvación y amor a la perfección.

La influencia de la filosofía cristiana, en los colegios bien llevados con la libertad de enseñanza que les es debida, es de una trascendencia tal como no pueden sospechar los que juzgan ligeramente sobre la capacidad de los jóvenes para asimilarse estas cuestiones. Un error pierde un alma, como la salva. ¿Qué no hará la lluvia incesante de ideas verdaderas, trascendentales, como las relativas al deber, al pecado, a la eternidad?

Fuera de la formación doctrínal está la que se logra con la disciplina, la obediencia, la exigencia del deber, la corrección de las faltas, la convivencia con otros adolescentes, la emulación de las clases. Causa de influjo extraordinario es la educación religiosa, no sólo especulativa, sino práctica, por los deberes de piedad, misa, rosario, sacramentos, lectura espiritual, examen de conciencia, ejercicios espirituales del año, etc.

Influye notablemente en la educación esmerada de los alumnos la compañía de otros adolescentes selectos. Influye la vigilancia paternal y exquisita de los educadores. Influye el apartamiento de los peligros que amenazan los jóvenes en Televisiones, Juegos de consola e Internet espectáculos. Influye la reflexión en las horas de silencio, que aunque no muy continuada se da siempre en todo colegio, que da ocasión a rumiar, a la consideración de hechos y observación de sentimientos hondos, que no escapan en absoluto a la juvenil, y siembran en ella semillas de pensamientos que maduran en la edad provecta.

Estas y otras causas convergen sobre el ánimo juvenil para producir un solo efecto profundo: la formación de un carácter firme y constante, religioso, vencedor de las pasiones, que desde la más temprana edad combaten al hombre. Cuando se piensa en este número y pujanza de causas, lo que debe maravillar es como puede darse el caso de que quede uno solo de los educandos sin formarse con perfección moral.

Se da unas veces por inhabilidad de los educadores, otras por la libertad del hombre, otras porque el bien ha de luchar con la naturaleza caída, con las instigaciones del demonio, con el vencimiento de las pasiones, con el esfuerzo del sacrificio y el trabajo del deber. Pero eso no quita que las influencias santas, cuando son muchas y poderosas, abren surcos y siembren gérmenes de bien, que dan frutos tempranos o tardíos, copiosos o no, según la tierra en que caigan y los demás elementos que las fecundan.

Ahora bien, ¿qué otra obra produce huella tan profunda? Ninguna. Ni la predicación, ni las misiones, ni el ejercicio de la caridad en los hospitales.

3.- Continuidad
Ninguna obra derrama sus influencias sobre el hombre de un modo tan continuado como el colegio, en orden a obrar bien libremente. Acaba un influjo y comienza otro. La capilla le educa cuando oye misa, comulga, reza el rosario, escucha la palabra Dios o hace el examen de conciencia; todos son frenos de las pasiones. El estudio, cuando guarda silencio, se sacrifica aprendiendo la lección; todos son vencimientos. Las clases, cuando le enriquecen el entendimiento con las ciencias o con las letras, con la filosofía o las matemáticas: son luces que le ilustran. El recreo, cuando le da ocasión de dominar sus impulsos y vigorizar su cuerpo. Y eso un día y otro día, todos los días del curso y de varios cursos.

Un educador en el colegio no tiene por qué suspirar por las misiones populares, pensando que en ellas haría más fruto en las almas que educando adolescentes. Y eso aunque cada misión durase no ocho días, sino un mes.

4.- Amplitud
El influjo del colegio no se limita al número de muchachos que en él se educan. Pongamos que sean 12.000 alumnos. ¡Doce mil cada año! Doce mil, destinados a ser los directores de la sociedad, de la administración, la política, la justicia, la banca, la industria, la agricultura. Los pueblos son lo que son sus directores. Si éstos son buenos, aquéllos serán prósperos; si los directores son incapaces, los pueblos serán desgraciados. Por eso San Ignacio fundó los colegios de la Compañía y otros santos los suyos. Por eso la Iglesia educa a sus sacerdotes en los seminarios y exige su derecho a educar en centros de todo grado de cultura. Unos educan las clases elevadas, otros la clase media, otros al pueblo.

Así, entre unos y otros educan a los selectos, que no son sólo aristócratas, sino los que han de estar al frente de las distintas clases sociales. Un colegio no sólo produce el bien, sino que evita el mal de la educación en colegios neutros u hostiles a la religión.

Unos xxxxx niños, por ejemplo, se educan actualmente en los colegios de segunda enseñanza privada, prácticamente todos católicos. ¡Qué enorme daño para ellos, para la Iglesia y la Patria, si esos colegios fueran indiferentes u hostiles a la Iglesia! Ese número da idea del daño que evitan. Y el del influjo moral, social y político que de esta mala educación se derivaría en el porvenir para la sociedad.

Es un error creer que el bien de la educación en los colegios se limita al de muchachos que se han formado en ellos piadosamente. Ése es el bien principal. Pero téngase en cuenta que en la escala del bien y el mal propio, y la del bien y el mal ajeno, que podemos producir, hay infinitos grados.

Tal vez el mayor fruto de la educación en los colegios consista en la formación de su inteligencia y sus ideas. Pensar bien, cuesta poco, cuando se ha recibido educación cristiana; obrar conforme a las ideas morales y religiosas cuesta mucho más. De ahí que muchos que no piensan bien haganbien con sus ideas buenas, aunque ellos no obren bien.Un príncipe de ideas católicas firmes podrá ser un pecadorprivado y un gobernante de influjo bienhechor.Un mal sacerdote, pero oculto, podrá salvar a muchas almascon su predicación y sus ministerios.

De la misma manera, muchos colegiales educados cristianamente podrán llevar una vida más o menos moral y más o menos indiferente o tibia; pero a la vez podrán tener ideas morales y religiosas; de que estarán ayunos los educados cristiana y profundamente. Pues esas ideas morales y religiosas trascienden en vida a través de todos los actos que se relacionan con quienes vivimos y sobre quienes influimos.

Hemos visto indiferentes mandar a sus hijos a los colegios católicos. Hemos conocido anticlericales educar a los suyos con jesuitas. No era sólo por la educación literaria y civil, sino por la moral y religiosa. Veían lo bueno, conocían la ley, les constaba su práctica; no vacilaban en educar a sus hijos en lo mismo que no practicaban por falta de virtud. De modo que no practicando la vida cristiana, influían sobre sus hijos para que la tuvieran.

Pues ese mismo influjo se ejerce sobre los empleados, sobre los subordinados, sobre las amistades, sobre la sociedad, en la política en la literatura. Nuestro ideal en la educación es la virtud; y la formación en las ideas es de influencia social extraordinaria y bienhechora.

5.- Duración
Fuera del influjo de la familia o de la vida religiosa, ¿qué otra institución hay que influya por espacio de tanto tiempo en el ánimo del hombre como el colegio? En la actualidad son años los que se invierten en la primera y segunda enseñanza. ¡Nueve años! Nueve años educando la memoria, el entendimiento, la voluntad, la imaginación. Nueve años recibiendo las verdades trascendentales de la religión y de filosofía; las lecciones de la las bellezas de la literatura y de las artes.

Nueve años aprendiendo a cumplir con el deber, a vencerse, a formarse como hombres útiles a sí mismos, a la Iglesia, a la Patria, a la sociedad. Nueve años aprendiendo a gustar las emociones del culto, el amor a la Virgen María, las hondas impresiones de las verdades eternas en los ejercicios. Nueve años observando los ejemplos de unos educadores con defectos por ser humanos, pero que consagran su vida a Dios, renunciando a todo lo que tiene de halagador el mundo.

Si después de esa labor no sale el joven perfectamente educado, es porque la educación cristiana ha de luchar con las malas inclinaciones de la naturaleza, con el ambiente social que nos rodea. Supongamos que a ese joven se le coloca en un colegio neutro o irreligioso, con profesores indiferentes o impíos. ¡Nueve años con ese influjo! ¿Quién es capaz de no pervertirse? Ni uno.