X.- AUDACIA
Hay una audacia cristiana, que no repara en la desproporción entre los medios y el fin; porque cuenta siempre con el poder de Dios y de su gracia.
¡Qué audacia la de los Apóstoles! ¡Querer conquistar el mundo ellos solos, sin armas, sin prestigio, sin autoridad, contra toda clase de pasiones, de intereses, de costumbres arraigadas, de doctrinas y hombres tenidos por sabios! Hernán Cortés no fue sólo un hombre valeroso, fue un ánimo gigante. ¡Conquistar a Méjico con un puñado de hombres! La quema de sus naves es una de las hazañas más grandes del mundo.
No se pide de todo hombre de acción, dedicado a luchar por la Iglesia, que sea un héroe ni que sea un santo; pero sí que no tenga ánimo tan apocado ni tan prudente que mida con exactitud matemática la proporción entre los medios y el fin. Hay que tener una gran confianza en la Providencia y un convencimiento profundo de lo que puede un hombre fiado en ella.
Aun en el orden humano, es increíble lo que puede una voluntad férrea, puesta al servicio de un ideal. Las hazañas de nuestros evangelizadores en América son legendarias y es que lucharon por la difusión del Evangelio. Fue el Papa Juan Pablo II el que invitó a los jóvenes a remar mas adentro. Es decir, al arrojo propio de sus años, puesto al servicio de una causa elevada, aunque los pusilánimes lo tachen de imprudencia y temeridad. Quien ama ardientemente la familia, la patria, la religión, no es un calculador. Es vergonzoso, pero es verdadero; hay más audaces entre sindicalistas y comunistas que entre nosotros. El ideal del lucro tiene más servidores que el ideal religioso entre seglares. Pues mientras eso sea así, renunciemos a la gloria de las grandes empresas del apostolado.
Los santos hicieron grandes cosas sin medios humanos proporcionados. Las comenzaban destituidos de todo menos de un ánimo audaz, confiados en la Providencia, con la conciencia de que ella fecundaría su obra. Esa confianza ciega nacía de una fe vivísima y de la visión de que para el éxito no faltaría lo que el hombre podía dar de su propia cosecha: actividad, fortaleza, constancia, orientación.
Hay dos audacias, una necia y otra sabia. La primera obra por impulsos ciegos, a los que siguen el fracaso y el desastre; la segunda, con conciencia de la posibilidad de las obras por un esfuerzo extraordinario. Cuando esa conciencia se une a la fe en la Providencia, la audacia, lejos de ser temeridad, es una virtud.
Los jóvenes han de tenerla, nacida de su excelso ideal de la restauración de todas las cosas en Cristo. Audacia propia de sus años mozos, llenos de vida y fuerza, de generosidad e ilusión, de anhelo de grandes cosas, de emulación de los contrarios, que sacrifican la vida por un puñado de oro; de deseo noble de gloria, no vana, sino sólida, por basarse en la defensa de la Iglesia. Ningún joven católico debería resignarse a morir sin dejar en pos de sí algo digno de un ánimo generoso. ¡Es muy triste vivir y morir como un vegetal!