IX.- LA LUCHA ECONÓMICA
Hay quien no es partidario de la lucha económica contra los enemigos de la Iglesia y la sociedad. Será por su ilicitud, o por su ineficacia, o por los peligros de su aplicación. La lucha económica es licita, como la guerra, cuando hay justas causas para hacerla. No sólo es licita; es eficacísima. No caeremos suficientemente en la cuenta de que el dinero es el punto flaco de muchos anticatólicos. Se les demuestran sus contradicciones; se quedan tan tranquilos. Se les prueba que calumnian; no se inmutan por ello. ¿Se les ataca al bolsillo? Ya es otra cosa.
Con la lucha económica, los católicos mejicanos pusieron en grave riesgo el gobierno de Calles. Con la lucha económica obtuvieron un triunfo resonante contra el cine inmoral los católicos yanquis, bajo la dirección de sus obispos. No falta eficiencia a este sino organizadores. Se estrena una obra de teatro o una película dónde se ven imágenes indecentes, donde se hace mofa de los sentimientos religiosos de las personas. Al punto, las personas piadosas comienzan a lamentarse en sus tertulias y a pensar en los medios de atajar el mal y hacen lo siguiente:
Que la respetable señora doña Fulana de Tal, amiga de una prima tercera de una cuñada del empresario, haga unas gestiones diplomáticas para que se pongan en escena cosas visibles. Resultado: la empresa sigue haciendo su negocio, y la gente, al mismo tiempo que se lamentan, van a ver esa película o a ese teatro, porque, como no hace caso el dueño del teatro o del cine, no es cosa tampoco de perderse lo divertida o sensual que a pesar de todo pueda ser la película.
El método eficaz lo conocemos todos; pero cuesta. Al público, no divertirse; al director de las Asociaciones religiosa, echar de la Asociación a quien asista a ese espectáculo; a los predicadores, hablar claro desde el púlpito; a los confesores, hablar claro en el confesonario. Así que, en último término, los que faltan son hombres.
Cuánto más eficaz no sería usar los medios siguientes: Que se haga campaña enérgica contra las películas indecentes en los medios de comunicación locales. Que se celebren uno o más actos públicos contra la inmoralidad de las obras que se proyecta poner en escena. Que las asociaciones católicas se comprometan a no asistir al teatro o no ver la película o la serie de TV, y a dar de baja a los socios o socias que falten a este compromiso. Sería el efecto fulminante. No hay empresa que se resista a estas suaves insinuaciones. Y así se conseguiría desterrar de los espectáculos, de la TV etc. las desvergüenzas que los degradan.
Y vamos al punto más delicado: las aplicaciones. Desde luego, hay cosas evidentemente licitas: Quitar suscripciones y anuncios a los medios que corrompen a la sociedad y procurar que se las nieguen otros. No comprar en establecimientos ni productos que anuncien estas cosas. Hacer listas blancas de empresas y establecimientos católicos para favorecerlos con nuestras compras. Hacer listas negras de establecimientos y empresas reconocidos como anticatólicos. Debe procederse con prudencia e información documentada para no perjudicar a personas y empresas no culpables; pero una cosa es la dificultad y otra la ilicitud.