XII.- UNIÓN DE IGUALES, AFINES Y CONTRARIOS

La unión para una acción común puede ser permanente y transitoria: la primera tiene lugar entre iguales, es decir, los que aspiran a un fin por medios idénticos, dentro de una organización estable. La segunda se verifica entre afines y aun entre contrarias.  La Iglesia tiene empeño tenaz en que los católicos se unan con los católicos, no sólo para fines religiosos, sino para los fines más diversos de la vida. De ahí que haya tantas asociaciones católicas
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Ello robustece su espíritu, les da conciencia de su dignidad sobrenatural y atrae las miradas de otras personas menos cristianas. Es de tan evidentes ventajas esta unión, que cada vez se discute menos esta virtud, aun cuando haya de tener lugar no ya en el orden religioso, sino en el profesional. Se olvida a veces que la profesión, sea la que fuere, tiene muchos problemas de orden moral y religioso, que conviene se resuelvan dentro de agrupaciones de carácter confesional.

Un médico católico no puede discutir el deber de avisar al enfermo que está en peligro de muerte para que reciba los sacramentos, ni mucho menos otros problemas, como el del aborto, eutanasia etc., en una Academia de Medicina donde predomine un criterio materialista; se puede discutir sobre estos problemas, pero no como medio de formación propia, como en una asociación de médicos que profesen sus mismas ideas religiosas. Una organización de médicos católicos robustece su fe, les da fuerza social, les presta ayuda recíproca, contribuye a esclarecer con criterio católico sobre las cuestiones morales, da prestigio y fuerza a la Iglesia, es un medio de atracción para otros elementos, etc.

En España, hubo un tiempo en que fueron muchos los que no tuvieron dificultad en figurar como católicos en cualquier organización. Las asociaciones que existían de médicos, abogados, ingenieros, periodistas y doctores, etc., tan numerosas e ilustres por la calidad de sus socios, eran una prueba de que existían innumerables intelectuales, en el sentido más noble de la palabra, capaces de dar sus nombres a entidades católicas sin rebozo de ninguna clase.

– La Unión entre los afines
Afines: Los católicos, o lo son en toda la doctrina y en la obediencia al Papa, o no lo son. La afinidad se refiere a otras relaciones y conceptos; v. gr., el político-religioso. Puede haber partidos políticos afines, es decir, que defiendan un programa católico con diferencias políticas.

He aquí el desiderátum de todos los buenos. Son muchos los que se preocupan de hallar el talismán que realice esta gran aspiración. «¡Que hablen los obispos!», dicen unos, y en efecto, hablan los obispos, y todos dicen que sí, que a unirse… iY nada! «¡Que lo mande el Papa!», suspiran otros. Y lo manda y lo vuelve a mandar y todos acatan sus palabras…, y la unión no parece por ninguna parte. «¡Que venga la persecución!», piden otros; que ésa sí que une, por el instinto de defenderse y viene la persecución y acaba con nuestra cultura cristiana y empieza a cerrar lugares para el culto y… lo mismo que antes.

Como es un asunto tan grave, daremos nuestra opinión.

1. La unión no se hará discutiendo
Dos hombres están separados el uno del otro cincuenta metros. Un bandolero viene a robarles y los dos comprenden que estando juntos se defenderán mejor. y dice el uno: «Venga usted acá y estaremos juntos.» y dice el otro: «Venga usted conmigo y lo estaremos.» ¡Qué cosa! Y a ninguno de los dos se le ocurre andar la mitad del camino y unirse así. ¡Eso, no! Resultado: mientras tanto viene el bandido y despacha al primero y luego al otro. Con discusiones no se hará la unión.

2. Ni por mandato tampoco
Por mandato tampoco se hará. El mandato todos lo acatamos, ¡no faltaba más!, como buenos católicos; pero partir las diferencias… no puede ser. Es como si quisiéramos partir la verdad en dos. Aunque no sería necesario: bastaría unirse en lo que es de interés de todos. Dos generales convienen en tomar una plaza del enemigo común y discrepan sobre la conveniencia de una batalla naval. Que luchen juntos por tomar la plaza. Es de sentido común y lo que quiere la Iglesia. Pero aunque lo quiera y lo mande, moralmente podemos estar seguros de que por mandato la unión no se hará. Tenemos la experiencia de la historia.

3. A palo limpio, menos
A palos se puede hacer callar; unir a palos no se puede.  La unión es cosa de las almas, porque consiste en la igualdad  de las ideas y de los deseos.  Fusilando a quien piensa de distinto modo no se llegaría nunca a un estado en que todos pensáramos del mismo modo. Ése fue el plan comunista; pero equivocado. Si el comunismo hubiese exterminado a todos los católicos, de debajo de las piedras hubieran surgido más católicos. La  sangre de los mártires es semilla de mártires, entre católicos y no católicos. Un ejército puede reclutarse con blancos y con negros por  la fuerza de la ley militar; pero un ejército no es una unión sino  cuando el ideal es común. Y eso no se logra por la violencia,  sino por el amor de una causa.  Lo cual nada tiene que ver con que la justicia se cumpla en  los criminales.

4. Para unirse, lo primero, actuar intensamente.
Proponemos que los sectores que deseen la unión se callen y no hablen nada de unión; que trabajen, que organicen, que formen hombres, que den mítines, que celebren conferencias, que abran periódicos, y, sobre todo, que ataquen al enemigo común. ¡Y ya está la unión! Porque esos sectores se llevarán tras sí las multitudes, hartas de fantasías y hambrientas de realidades y de actuación, fuerza y organización que defiendan lo divino y lo humano. Y los que no actúen así se quedarán con sus programas, pero sin el pueblo y, lo que es más, sin muchos de sus propios partidarios. Ésta es la unión de las masas con los jefes, la fundamental, sin la que importa poco se unan los jefes, seguidos sólo de núcleos insignificantes de partidarios.

En cuanto a la unión de los jefes entre sí, es cierto que cuanto menos actúen menos próximos estarán a unirse; porque quien no trabaja es que no le importa su ideal, o lo considera fracasado, o lo quiere conseguir sólo a fuerza de tertulias. Si de dos jefes el uno actúa y el otro teoriza, nunca se entenderán; porque el uno vivirá en la realidad y el otro de fantasías. Si dos jefes actúan intensamente, como el trabajo aguza el sentido de la realidad, llegarán, por lo menos, a aceptar ciertas conclusiones de interés común. Si el uno actúa y triunfa y el otro actúa y fracasa, éste se sentirá inclinado a abandonar su táctica y seguir la del que logra el éxito. Actuar, por consiguiente, es el mejor camino de la unión.

5. Lo segundo, ver la posibilidad de una gran organización.
La falta de esperanza en una gran organización se fundaba en que ni había acción, ni plan, ni prensa, ni hombres formados, ni dinero, ni nada; ¿quién podía entusiasmarse así?

Hubo, en vez de acción, discusión; en vez de organización, individualismo; en vez de esperanza, desaliento; en vez de estima recíproca, desconfianza y recelo. El día en que se vea la posibilidad de una gran fuerza organizada se habrá dado un gran paso para la unión posible, que no es la de todos, sino la de la mayoría. Pero una gran organización no es una gran aglomeración. Un rebaño no es una organización, ni un presidio tampoco. Se necesita un ideal común, unos jefes aptos, unos medios definidos, entusiasmo y actividad, satisfacción interior por el bien que se reporta.

6. Lo tercero, un programa popular
Un programa de unión ha de estar al alcance de las multitudes que deben unirse, y para eso ha de ser extraordinariamente sencillo: puntos en que todos coincidan, de interés supremo para todos, divulgados hasta la saciedad. Nosotros hemos visto programas con cuestiones intrincadas absolutamente inasequibles para el pueblo.

Este programa ha de ser además de inmediata realización. Se puede congregar en torno a un caudillo un núcleo reducido de prosélitos con un programa realizable; congregar grandes multitudes con una esperanza lejana, no es posible. No es humano. Están demasiado oprimidos los pueblos por problemas e intereses gravísimos y urgentes para satisfacerse con la ilusión de esos horizontes. No es que se desprecien; es que no interesan por el momento.

– La unión entre Contrarios
En las uniones con los que profesan ideas religiosas contrarias a las nuestras, bastará indicar lo siguiente: Que son circunstanciales y transitorias para la consecución de un objeto concreto. Que desde el punto de vista moral hay que atenerse al juicio de los teólogos, no al de uno solo, por prestigioso que sea, sino a una comisión de moralistas de verdadera autoridad. Lo que de ningún modo puede admitirse es que queden esas soluciones al arbitrio particular de los sujetos o de los partidos.

Que hay dos cuestiones muy diversas en estos problemas: el punto de vista moral y el político. Puede una cosa ser licita y no convenir políticamente. Que en principio general, no puede tacharse de ilícita la colaboración de los católicos con los que no lo son. La colaboración con los contrarios no puede rechazarse en principio porque los que la ofrecen sean enemigos.

Un desgraciado se cae a un pozo y un alma buena hace esfuerzos sobrehumanos para sacarle de él. En vista de que él solo no puede, se le acerca un bandolero y el alma buena lo rechaza para no contaminarse. Consecuencia: se ahoga el desgraciado. En el Estado totalitario desaparecen los partidos; legalmente no pueden actuar ni reunirse porque la fuerza material lo impide; pero puede haberlos latentes con ideales contradictorios. ¿Acaso han desaparecido de entre nosotros el marxismo y el capitalismo ateos? Nada de eso. ¿Cómo llegar a la unión de los espíritus, sin la cual no existe nación grande, que ha de constituirse con el esfuerzo de todos?

No basta para ello que tengamos un hombre providencial que rija los destinos de la patria. Se necesitan además cooperadores que secunden sus planes, hombres católicos de corazón y de criterio, hombres capacitados en los diversos ramos de la Administración; no listos sólo, ni oradores sólo, ni activos sólo, sino técnicos capacitados para la resolución de los gravísimos problemas que lleva consigo la construcción de un Estado nuevo sobre las ruinas de otro viejo. Se necesita bienestar general, originado por una justa distribución de la riqueza que permita a las clases trabajadoras una vida razonablemente desahogada.

Se necesita el imperio de la justicia sobre todos, altos y bajos; no de la justicia matemática, sino de la justicia humana, que debe ser comprensiva de que los hombres no pueden ni deben ser todos héroes. Se necesita un alto sentido cristiano de la caridad, para llegar adonde ni la justicia conmutativa ni la justicia social pueden llegar. Se necesita alma generosa y espíritu amplio para no llegar al contrasentido de abrir los brazos al hombre alejado de Dios y negar el fuego y el agua al católico, que no partícipe de nuestros ideales políticos. Y así estaremos todos contentos y todos seremos patriotas, y todos, es decir, la mayoría, nos incorporaremos espiritualmente al movimiento salvador de nuestro país, de nuestra comunidad.