XXVI.-UN HOMBRE UNA OBRA
Es un absurdo que los directores de la Misión Católica consagren a su trabajo ratos perdidos. Un banquero se entrega a su negocio todo el día; un político sin creencias religiosas, si quiere hacer algo de provecho para el partido, le dedica el día y parte de la noche; un hombre de ciencia no deja sus libros ni un momento, fuera de las horas precisas para comer y dormir; pero un director de una misión católica basta muchas veces con que se ocupe de ella una horita o dos a la caída de la tarde. Es un absurdo.
Será necesario muchas veces remunerarle bien, para que pueda despreocuparse del problema de la vida, y para esto se necesitará que el plan general del apostolado católico cuente con que ha de tener recursos abundantes para estos casos. ¿Se hace? Pues habrá organización en todos los órdenes. ¿No se hace? Pues no la habrá. Más aún: el director ha entregarse a una sola cosa. El lema un hombre, una obra, es evidente; porque si divide su atención en unas cosas y en otras, quizás en todas haga algún bien; pero unas obras vivirán a expensas de las otras.
El sacerdote que quiera educar, que se consagre a educar; el que quiera predicar, que no haga otra cosa; de lo contrario, se figurará que hace dos obras completas: educar y confesar, y no hará sino educar a medias y confesar a medias; hacer mal una cosa muy buena por intentar hacer dos. De ordinario nos figuramos que aumentamos el bien multiplicando el número de nuestras obras. No es exacto. Un sujeto al frente de una docena de asociaciones podrá hacer menos que al frente de una sola, con tal de que esa sola asociación forme un núcleo de selectos, para lo cual es necesario tiempo, atención y estudio, que no se puede consagrar cuando las obras son muchas.
No sólo debe buscarse un hombre para una obra, sino hallar el hombre para ella. El es el dotado de todas las cualidades precisas para ella. Esta es toda la dificultad, y en resolverla hay que poner todos los esfuerzos antes de comenzarla. Cuando se encuentra al hombre, se ha encontrado todo, porque él hallará la solución para todo. A nosotros nos aqueja el mal de no preocuparnos por el hombre, sino de poner un hombre. Son a veces hombres de grandes cualidades, a quienes falta alguna necesaria. Y por faltarles esa única cualidad son inútiles para sus cargos.
Un gerente de una fábrica puede ser inteligente, activo, emprendedor, hombre que conoce perfectamente el negocio; pero si descuida la administración, por ese solo portillo se le irá el negocia. No era el hombre. Un director de un colegio puede ser culto, pedagogo, laborioso; pero si es un erizo para los niños y profesores, cerrará las clases. No es el hombre. Un hombre de gobierno tendrá tal vez mucha ciencia, mucho carácter, mucho trato; pero si es impetuoso y agrio, no servirá para gobernar. Tampoco éste es el hombre. En los tres casos faltó una sola cualidad, pero necesaria. Y por serlo, siendo hombres de grandes cualidades, no sirven para sus puestos. No es que sirven poco; es que no sirven nada. Y si por considerar que tienen cualidades excelentes se les pone al frente de las obras, sucederá, no que éstas marchen regularmente, sino muy mal.