2.- Disciplina y espíritu

Siempre la ley y el orden son necesarios donde viven muchos, pero la ley y el orden se observarán mejor, más que cuando haya libertad, cuando haya virtud.

Donoso Cortés decía que los dos barómetros, el de la religión y el de la represión, son aplicables a la vida de los colegios, y porqué no a la sociedad: a medida que aumenta el espíritu religioso, disminuye la necesidad de la coacción, y en la misma proporción en que disminuye el temor de Dios, aumenta la necesidad de la vigilancia y de las restricciones de la libertad. Esto lo estamos viviendo cada vez más en las democracias occidentales, cada vez hay más normas y menos libertad.

Por consiguiente, son compatibles la virtud y la libertad; más aún; son necesarias. Sin libertad razonable no puede darse la virtud, al menos como hecho general; y sin virtud, es decir, sin temor de Dios, que se adquiere por una intensa formación del espíritu, no hay modo de conceder una libertad justa, porque se abusará de ella. Por eso un colegio de niños pervertidos no se podría llevar ni con carceleros ni con policías.
En la misma medida que crezca el temor de Dios y el amor de Dios, será la disciplina menos necesaria. Necesaria siempre, pero menos necesaria. Necesaria siempre, pero menos austera y exigente. El temor y el amor de Dios son más fuertes que la ley y la autoridad.

La austeridad, que el amor y el temor de Dios impuso a los santos, nadie la hubiera soportado por imperio de una ley o mandato de nadie. El amor o el temor de Dios les hizo amables y dulces. La vida religiosa nadie la sufriría si la caridad de Dios y del prójimo no la hicieran amable.

El espíritu, por consiguiente, hace dulce el sacrificio y llevadero el cumplimiento del deber y, por tanto, la disciplina. Y a su vez la disciplina humana, con el orden y la ley prudente, ayudan al espíritu.