3.- Carácter batallador

P.- ¿Será posible que con el tiempo se creen unas órdenes militares políticas, como se establecieron las órdenes militares guerreras?

R.- Éstas se fundaron para la defensa de la cristiandad mediante la guerra contra los mahometanos ¿Por qué no se habrían de poder crear órdenes mitad místicas, mitad políticas, sin armas claro está, para la defensa de la cultura cristiana? ¿No se hallarían almas generosas dispuestas a arrostrarlo todo, consagrándose, incluso con votos, a la defensa del pueblo cristiano, de un relativismo dictatorial que esta persiguiendo a quién no piensa igual?  Tal vez un día parecerá, no sólo viable, sino necesaria, para evitar la ruina de la Iglesia y de las naciones.

No serían partidos políticos, sino fuerzas católicas organizadas con el exclusivo objeto de defender los intereses morales y religiosos contra los sin Dios, y defender los intereses materiales del pueblo, conforme a las normas sociales de la Iglesia. Si llegase el tiempo en que no tuviéramos otro medio eficaz de defensa que la creación de unas órdenes políticas, de seguro que se crearían, porque cuando Cristo dijo aquello del no prevalecerán contra ella (Mt 16,18), no prometió que mandaría ángeles del cielo para defenderla, sino que con su providencia de medios humanos la mantendría incólume.

Nos confirma más en esta idea el hecho de la ineficacia universal de los partidos políticos para el gobierno en católico de los pueblos cristianos. Sobre todo en los hispanos, que, por su exceso de fantasía y su vehemencia de pasiones, son más propensos a las divisiones y subdivisiones de los partidos.

P.- La crisis actual del mundo político, ¿a qué se debe sino a la falta de ideas católicas y a la falta de entereza en mantenerlas?

R.- Cuando vemos cómo los enemigos de la Iglesia, los que se tienen y son tenidos por sabios, alardean de sus ideas, y vemos cómo a veces hasta los católicos les rinden homenaje de admiración, sino a sus ideas, a su falso prestigio, asistiendo a sus sabias disertaciones, como si no fuera ello cooperar a su pernicioso influjo; sentimos honda pena comparando esa como abdicación de la dignidad cristiana, con la entereza de nuestros enemigos en el desprecio público de nuestra religión, y en la conspiración del silencio con que responden a todas las manifestaciones de nuestra piedad y de nuestras ideas religiosas.