II.- CUALIDADES DEL EDUCADOR
1. Educadores virtuosos
Han de serlo para darse cuenta en todo tiempo de que el niño debe ser tratado como tal, con amor y con dulzura de ordinario, con energía cuando llegue el caso. Es esta cualidad necesaria, porque nos pone al nivel del niño y hace caer en la cuenta del valor de sus faltas, mérito de sus actos y de sus gustos, aspiraciones, contentos y pesadumbres. Es más difícil esta nivelación con los niños de lo que puede creerse; es muy difícil en todo: en el lenguaje, para hacerse comprender de ellos en clase; en las obras, para saber juzgar las suyas, conocerlos a fondo, darles los gustos razonables, quitarles los caprichos viciosos y hacerles amable su vida de sacrificio.
En orden a lo cual mucho ayudará ser observador. Porque sin estudio minucioso del educando no cabe dirección Los encargados, sobre todo, que acompañan a los alumnos en todas partes: en la iglesia, en el estudio, en el comedor, en el recreo.
En el recreo, señaladamente, tienen un magnífico campo de observación, pues en él se manifiesta cada niño como es, triste o alegre, hábil o inhábil, irascible o dueño de sí, igual en el trato o con preferencias, raro o con sentido común, y cobarde o arrojado y valiente. En su conversación y trato se descubre a la legua quién es piadoso y quién no.
2.- Educadores humanos
Con la formación ascética, filosófica y teológica, fácilmente se incurre al estudiar las cuestiones de aspecto moral en el defecto de remontarse a las alturas de los principios abstractos; La educación consiste esencialmente en la formación del hombre tal cual debe ser y como debe portarse en esta vida terrena para conseguir el fin sublime para el cual fue criado.
Salta a la vista la necesidad de que el educador sea bueno para que se consiga el fin de la educación. Pero un educador puede ser virtuoso y no entender de educación, y, por consiguiente, presupuesto que la virtud es cualidad necesaria al buen educador, no debemos insistir demasiadamente en ello. Descendamos de las alturas y vengamos a lo concreto y específico. Esto es lo difícil y lo característico y muchas veces olvidado; porque no es consecuencia del análisis de un concepto metafísico, sino consecuencia de la observación, del estudio experimental, de la especialización.
Lo que interesa cuando se trata de educar, que es un arte esencialmente práctico, no son conceptos filosóficos y teológicos sobre lo que es la educación y los elementos que entran en ella, sino, eso sobreentendido, establecer las normas prácticas para conseguir que el niño se forme bien integralmente; primero como cristiano práctico y luego como culto, patriota, urbano, etcétera.
La necesidad de que los educadores sean virtuosos es evidente. Porque los alumnos adquieren una facultad extraordinaria de distinguir los ápices de la virtud. Tener, pues, a su lado educadores no virtuosos es poner ante sus ojos una práctica contraria a la teoría que se les da. Nunca tiene más fuerza el ejemplo que en la presente ocasión, pues los niños no sólo adquieren perspicacia para ver los perfiles y puntos de la virtud, sino lo que han visto. Son sus almas como discos delicadísimos donde se recogen las vibraciones del ambiente espiritual que los rodea, para luego reproducirse en su conducta, en sus palabras y hasta en sus sentimientos más íntimos.
3.- Educadores con satisfacción interior
Dentro de un régimen militar del internado, ¿es posible la satisfacción interior de los educadores? No, porque el niño no puede estar contento, ya que ni es soldado, ni el soldado vive contento en los cuarteles. De donde se originará una causa constante de malestar para los educadores, cuando, por otra parte, suelen tener en los internados ocupación agobiadora. Ahora bien, en estas condiciones, ¿es posible educar como Dios manda?
Los internados son difíciles de llevar, aunque disfruten de un régimen prudente de libertad; porque, aun en ese régimen la vida del colegial es de sacrificio, por el estudio, la separación de la familia, el silencio, el quebrantamiento de la voluntad. y si es ello así, ¿qué sucederá cuando la disciplina sea rigurosa y el niño carezca de todo movimiento libre?
Sucederá que estará descontento, obedecerá por fuerza, no amará a sus maestros, tendrá la obsesión de su encierro y, como consecuencia natural, quitará a sus educadores el gusto por la formación y la satisfacción de quien hace algo de provecho. Ni es ello porque les falte espíritu de sacrificio. Resultaría triste creer que religiosos jóvenes carecían de la virtud necesaria para un ministerio tan excelente, cuando por otra parte se sacrifican en los colegios durante los años del magisterio.
Ni son otros, sino ellos mismos, los que piden las misiones vivas o trabajan en otras obras de abnegación. Es que la vida del internado con militar no es humana. Por otra parte, internados siempre los habrá, porque responden a una necesidad evidente; el caso es que se obvien sus naturales dificultades y se logre el fin de educar a los alumnos de modo que, lejos de hastiarse de sus maestros, los amen y, generalmente hablando, vivan unidos a ellos en el resto de su vida.
4. Educadores seleccionados
Dos períodos diversos podemos distinguir en lo que toca a la selección de cuantos han de cooperar en la obra educadora de los colegios: el de la fundación, y el de la continuidad en lo ya establecido. Salta a la vista que no por ser una obra ciertamente viable ha de dejar de estar expuesta a los fracasos. Mil negocios, evidentemente productivos, se arruinan todos los días: unas veces porque falta director competente, otras porque sobran los subalternos incapaces. Y si el negocio es nuevo, porque se necesita perseverancia en los tanteos.
De la misma manera, un internado por ejemplo en que hubiesen de vivir los alumnos con un régimen benigno, aun siendo perfectamente viable, podría no parecerlo; porque una cosa es que algo sea hacedero y otra que sea fácil. Fácil no es este asunto. Se necesita, antes que nada, una visión clara del problema y del modo de intentar su solución. Ahora bien, el intento de solución no podría ser otro que el de una selección escrupulosa del personal educador, selección de competentes, no tanto en las materias de enseñanza cuanto en las ideas educadoras y en el entusiasmo por el ideal de una magnífica formación.
De esta manera, con tiempo, paciencia, optimismo y confianza en Dios, llegaríamos a un resultado espléndido. De no seguir este procedimiento no sería posible el éxito, porque la formación no es sino la resultante de una multitud de fuerzas que actúan en un punto: el alma del niño. Si llevan la misma dirección, se producirá un efecto notable; si diversas, poco o ninguno. Fuera de que las mejores obras se vienen abajo muchas veces, como la ciudad de Jericó, sólo por el estruendo de las voces y de las trompetas, es decir, por los contradictores.
Bastaría para no poder conservar un gran sistema de educación la actitud pasiva de los cooperadores a la obra del director, y es que se necesitan acción, unidad, entusiasmo y perseverancia tales que sólo podrían exigirse de sujetos seleccionados.
5. Educadores con vocación
Es decir, con cualidades naturales y sobrenaturales para la obra penosa, pero fecunda, de la formación de los niños. Nadie duda de que es necesaria una vocación especial para ser misioneros, como para escritores, y para gobernar, y para todo; para educar no parece necesaria, y, no obstante, más fácilmente se encuentra un buen misionero de infieles que no un buen educador de niños. Por ser institutos docentes, existe a su favor la presunción de que todos son capaces de formar a la juventud; pero la razón y la experiencia demuestran que no todos están capacitados para esta obra, y que si, no obstante eso, ocupan puestos, sobre todo de relieve, y muchos en que haya que enseñar y dirigir, fracasarán, con grave daño de los niños, de la reputación y aun de la prosperidad material de los colegios.
Si el educador no tiene carácter, sentido práctico, amor a los niños, espíritu de sacrificio y un gran entusiasmo por el ministerio de educar (reunir todo eso no es fácil); si el profesor no sabe imponer la disciplina, excitar y mantener la atención de los alumnos, repetir debidamente y estimular su emulación y hacerles trabajar; si no sabe hacer eso, y es muy fácil no saberlo, podrá ser, y de hecho muchas veces lo es, un excelente religioso, pero será también un educador mediano. Son dos cosas nada incompatibles.
6. Educadores formados
Supuesta la vocación, los educadores deben formarse. Lo que supone tiempo, estudio y larga experiencia. De donde se deduce que en institutos docentes religiosos, como los escolapios, los agustinos, los jesuitas, han de ser sacerdotes los que lleven el peso de la dirección; ya que los jóvenes han de estar en el colegio transitoriamente.
Sólo los educadores con vocación, cualidades y entusiasmo para educar podrán formarse de un modo estable pasando muchos años educando o enseñando en los colegios. Con lo que se conseguirá tener profesores eminentes, educadores experimentados, Padres espirituales, encargados y rectores que sepan llevar un colegio con el fruto y los resultados que le son debidos.
Ni las clases principales, ni el peso del gobierno de los colegiales de las clases superiores, pueden encargarse a jóvenes recién salidos de los estudios. El magisterio es una prueba del espíritu y las aptitudes de los maestros jóvenes. Prueba de la cual no todos salen, ni pueden salir triunfantes. Harto harán si desempeñando puestos secundarios, al lado de otros más experimentados, y regentando clases fáciles de colegiales pequeños, salen airosos de su empeño. En todo caso, la formación exige conocimiento de algunos principios fundamentales de pedagogía y práctica de los mismos.
7. Educadores estables
Suponemos ya que los educadores en los colegios tienen vocación; suponemos también que se han formado teórica y prácticamente durante su magisterio; y en estos supuestos que llevan consigo la consecuencia de que se han descartado del ministerio de educar todos los fracasados, decimos que los educadores han de ser estables, porque sin estabilidad en los cargos no hay posibilidad ni de enseñar, ni de educar, ni de nada.
Un hombre, aunque tenga cualidades sobresalientes, será una medianía en su oficio sin estabilidad, y un talento corriente, perseverando en el suyo, tal vez llegará a ser eminente con que tenga voluntad y amor al trabajo. De la continuidad en los cargos, cuando se tienen aptitudes regulares, nace la sabiduría de la experiencia, que produce en el que la tiene la satisfacción honda, no por humana opuesta al espíritu religioso, de tener conciencia del propio valer; nace el arte de hacer bien las cosas, porque se han podido estudiar y se saben, y, consiguientemente, el fruto que se pretende; nace el crédito de los ministerios, que no puede darse donde no hay hombres formados; nace el deseo de no apetecer otras ocupaciones, para las que no se está capacitado, y, por tanto, tratándose de colegios, el deseo de consagrar su vida a este ministerio.
No se educará perfectamente en los colegios mientras no se tengan educadores estables y que se pasen toda la vida educando; como no se enseñará con crédito mientras no se tengan en los colegios maestros que se pasen toda la vida enseñando una materia; como no se tendrán directores de espíritu buscados y estimados mientras no se tengan confesores fijos, que por largos años ocupen un mismo confesonario. Hoy más que nunca se tiende a la especialización, y, por consiguiente, a formar educadores, maestros, confesores y predicadores eminentes.
8. Educadores suficientes
Si los maestros e inspectores llevan sobre sí una carga que debiera soportar doble número de sujetos, en vano se querrá se ocupen y preocupen de educar. Pensarán en salir del día y en la responsabilidad de los exámenes, en preparar sus materias y, como ideal, en hallar unos minutos libres de muchachos para darlos al reposo de su espíritu y de su cuerpo. Todo lo demás serán puras teorías. La labor de educar es delicada, requiere tiempo, serenidad de espíritu y gusto, porque es de sacrificio. Es, pues, necesario que no estén sobrecargados de trabajo.
Exceso de trabajo sería el que no permitiese el descanso necesario para la salud y el tiempo conveniente para la preparación de las clases. De aquí se derivarían los siguientes males: primero, quebrantamiento de las fuerzas; segundo, preparación deficiente de las clases; tercero, como consecuencia, malestar del espíritu; cuarto, formación deficiente de los alumnos; quinto, falta de contento y satisfacción en éstos, ya porque no adelantarían debidamente, ya porque, si los maestros no tienen el espíritu satisfecho y alegre, mal podrán comunicar a sus discípulos lo que no tienen; sexto, costumbre de hacerlo mal todo por necesidad, lo que quita el gusto y el entusiasmo por el ideal de la formación y habitúa a vivir saliendo del paso, de cualquier modo; séptimo, tentaciones contra la vocación.
9.- Los educadores seglares
La organización del colegio exigirá a veces cooperación de seglares, por falta de religiosos. No es ciertamente el ideal, aunque los haya competentes y muy buenos católicos, pero que con facilidad fallan, o por falta de método o por falta de carácter.
De aquí la necesidad de no admitirlos por recomendación, ni por ser padres de familia con muchos hijos, ni por ser parientes de algún religioso. Por lo cual no deberían recibirse sino con una información exacta sobre su ciencia, carácter para imponer la disciplina, métodos pedagógicos y trato amable y humano de los alumnos, y sobre eso, con un período de prueba de varios meses de enseñanza, sin compromiso para el colegio. No acontecería así tener profesores imposibles y forzosos, por una obligación contraída sin conocimiento de causa.