III.- EL DIRECTOR DEL COLEGIO
1. Plan educador
Tratándose de instituciones educadoras, el plan no puede ser otro que el de desarrollar armónicamente todas las facultades del educando. Pero este desarrollo tiende, como a su fin primordial, a conseguir que el hombre sea, antes que nada, virtuoso; pues para eso lo ha puesto Dios en el mundo.
De donde se saca que el objeto más sustancial de la educación es formar la voluntad, para que libremente acepte lo bueno y libremente rehúya lo malo. El plan, pues, de los centros de educación es esencialmente educar la libertad. Luego debe en ellos existir libertad: la propia de los niños, de los adolescentes, de los universitarios, de los seminaristas, de los religiosos.
¿No se tiene? Pues será imposible educarla. ¿Se tiene inadecuada? Pues se educará la libertad inadecuadamente. Como tampoco se educará bien si no hay leyes educadoras,
si no se conocen, si no se aplican por todos los educadores: comenzando por el rector, el director, o como quiera que se llame el que dirija la institución.
Puede asegurarse que todo el éxito del plan educador, y por consiguiente de la formación de la libertad, presupuestas unas cuantas leyes en orden a conseguirla, consiste en la conciencia refleja del plan por parte de todos los educadores y en la inculcación a los educandos de la necesidad de obrar por los altos motivos de su formación.
Para educar la libertad no basta, v. gr., conceder a los colegiales vacaciones en Navidad. Eso es una libertad de la que puede usarse bien y usarse mal. Por tanto, no basta su concesión para su buen uso. Lo mismo decimos de todo acto libre que pueda ejercitarse en el recinto de los centros de educación, aunque se trate de menudencias, como la elección de materias que quieran estudiarse con preferencia a otras en los salones de estudios o de guardar el silencio, etc.
Todo ello puede observarse maquinalmente o conscientemente por el fin de la formación, como ejercicio de la libertad, por motivos altos naturales o sobrenaturales. Ése es el gran ejercicio de educación de la libertad; y en el plan conocido y aplicado y exigido y comunicado a los educandos de esa formación, en todo aquello que puede ser libre por parte del que se forma, estará el secreto de la educación.
En toda institución educadora hay un campo amplísimo de actos libres interiores con que puede educarse la voluntad. Todo lo que puede ser objeto de mortificación interior y de los sentidos puede ser objeto de un ejercicio de la voluntad libre, que la educará tal vez más que las concesiones de la libertad externa, no tan fáciles y frecuentes en los centros educadores.
Mas sobre ese campo de vencimientos internos existen otros muchos ejercicios de la libertad en actos de actividad externa, que no por ser menudos dejan de ser fecundos; v. gr., la elección de sus compañeros para el juego, para el paseo, la elección de deportes, etc., etc.
El plan de todos los educadores, cada uno en su propia esfera, ha de ser educar la libertad, haciendo que reflejamente se use bien de ella en todas las menudencias de la vida escolar, precisamente como medio de robustecer la voluntad y fortalecerla en orden a su buen uso en la vida ulterior de total independencia.
2. El director ha de ser hombre de gobierno
No le bastan el talento y el espíritu. Le son necesarios, pero no le son suficientes ha de saber regir, es decir, gobernar una institución docente. Un director necesita, ante todo, ser competente en materias de enseñanza y educación No puede dirigir un colegio quien no entiende de educación, quien no gusta de educar, quien no se consagra a educar. No puede hacer bien la enseñanza quien no entiende de enseñanza, quien no se interesa por los métodos de enseñanza, quien no ve la trascendencia enorme de la enseñanza. no es hacer, es hacer que se haga bien lo que se debe hacer.
El director no puede dedicarse a cosa ajena a su deber ni siquiera dedicarse a enseñar, como no sea cosa que le lleve poco tiempo. Porque podrá enseñar muy bien y dirigir muy mal. Y lo que a él le toca es hacer que cada uno cumpla su obligación, que enseñe bien, que vigile bien, que forme espiritualmente bien, que organice los juegos bien, hacer bien en un colegio es darle crédito, éxito en los exámenes, satisfacción y alegría a los alumnos, orientación y bienestar a los educadores.
Debe mirar por el espíritu y la disciplina regular. Antes que director en materia de enseñanza, es director en materia de espíritu. Como director, ha de tener contentos a los alumnos y contentos a los educadores.
Como director, ha de procurar que los colegiales estudien, sin que se les cargue de trabajo; pero como superior, ha de procurar que profesores no lleven sobre sus hombros una carga abrumadora. Como director, ha de orientar, ayudar, alentar a los educandos. Como superior, ha de tratar a los maestros, ayudarlos en el espíritu, aconsejarlos, animarlos a la perfección. Como director, ha de dar a los colegiales descansos extraordinarios; como superior de los profesores, ha de dárselos a ellos.
Sería desagradable que el director contentase a las familias y descontentase a los profesores . Que el director fuese amado de los colegiales y el superior no lo fuera de los maestros y supervisores. ¡Cuántas vocaciones se podrían perder en los colegios, si sus directores no cultivasen esmeradamente las de los jóvenes!
Es que los colegios son una prueba, prueba fuerte, no insuperable, ni temible, pero sí prueba en que se necesita fidelidad a Dios, fortaleza para luchar, claridad de espíritu, consejo, aliento y ayuda del superior.
Prueba por el trabajo, por la dificultad de la vida espiritual, por la lucha con los alumnos, por los fracasos, a veces duros; por ser el primer contacto con el mundo, después del período de formación religiosa; por la edad, que es mala; por la inexperiencia, que es grande.
Del magisterio debe salirse con la vocación más firme, por más probada. Si la prueba es a costa del espíritu, no debe atribuirse a la prueba que tiene por fin vigorizar la vocación, sino a que el trabajo resta tiempo al espíritu, o se oculta el peligro por falta de claridad del alma. Esta prueba del magisterio es común a todos los institutos docentes religiosos en que hay sacerdotes: escolapios, agustinos, salesianos, jesuitas, etc.
3.- El director debe consagrarse a su colegio
Nunca pudimos entender cómo un sacerdote secular en su parroquia, o un religioso en su residencia, se quejasen de que no tenían qué hacer. De la misma manera, nunca entendimos cómo un director de colegio, por tener poco que hacer en él, se dedicase a estudiar profundidades teológicas.
Una parroquia es un mundo de necesidades del espíritu, que requiere una serie interminable de actividades, ¡y el párroco no tiene qué hacer! Una residencia es un campo de apostolado que nadie tendrá ni talento, ni actividad para cultivar debidamente, ¡Y el religioso no tiene qué hacer!
Un colegio es un mundo de problemas. Más bien debieran decir: No sabemos qué hacer: no tenemos ideas sobre lo que se debe hacer y cómo se debe hacer. Y eso sí puede ser verdad. Creer que un colegio ha llegado al ideal, y que no necesita reforma alguna, es un engaño.
Pues si la necesita, es el director quien ha de hacerla, y la hará tanto mejor cuanto más se consagre al modo de realizarla, cuanto más tiempo y actividad le dedique. Pero aunque no la necesite y aunque sea el ideal de los colegios, por eso cabalmente debe el rector consagrarse en absoluto a mantenerlo en la altura en que está puesto. Un colegio es una obra complejísima, de carácter religioso, moral, cultural, económico, patriótico, etc.; será poca toda la atención que se le dedique.
4.- El director es educador de educadores
Es por excelencia el educador del colegio. Y por eso y para eso se le ha escogido. Por su experiencia, por sus ideas, por su aptitud, por su gusto para esta labor primorosa, y por todo ello, está capacitado para dirigir a los demás, jóvenes sobre todo.
Salvo en pormenores, sus ideas no pueden ser personales; porque en educación, como en arte, hay normas inmutables que deben siempre aplicarse. Estas leyes son pocas, pero con muchas aplicaciones, y todo el mérito del director estribará en formularlas con claridad, con brevedad, con insistencia, con interpretaciones prácticas. Aun en la hipótesis de que estos principios se expongan por otros en clases destinadas a ello, el rector debe recordarlos y repetirlos, porque es el único modo de llegar a tener como un compendio brevísimo de leyes sustanciales de educación, claras y definidas.
Ha de preocuparse por que los educadores tengan tiempo, libros y comodidad para formarse; que sean estables y enseñen siempre las mismas cosas; que no enseñen materias no dominadas. Que saquen títulos, que escriban libros, que se especialicen, que tengan revistas de pedagogía, y, sobre todo, que su vida sea humana, que se instruyan en los métodos pedagógicos.
Hemos dicho en un capítulo anterior que las bases más fundamentales para la educación de los alumnos son bienestar y pues lo mismo decimos de la formación de los educadores: bienestar y espíritu. Si no tienen bienestar en el colegio, no podrán amar la vida de colegio ni formarse como educadores. ¿Qué bienestar podrán sentir si revientan con la carga? ¿Cómo cultivarán su espíritu si no tienen comodidad para la oración, ni para los exámenes?
Los educadores son hombres y necesitan, como los niños, no sólo el descanso diario razonable, sino el descanso razonable extraordinario. El cual en los internados es más difícil y preciso. Sólo por este motivo se justificarían muy bien las salidas frecuentes reglamentarias de los alumnos con sus familias; salidas que si aprovechadas no para que los maestros más, sino para que descansaran más, contribuiría ello a la formación de los educadores más que la explicación de un tratado de pedagogía.
5.- El director debe tener cultura pedagógica
Los rectores de los colegios no pueden vivir ajenos al movimiento bibliográfico en materia de educación. Entre mil libros sobre pedagogía encontrarán uno aprovechable, y no será decoroso desconocerlo. Menos lo será desconocer los colegios religiosos más atados por su sistema de educación; no precisamente para copiarlo, sino para tomar de él lo aplicable a nuestro temperamento y modo de ser.
Tan equivocado es querer imitar todo lo extranjero como querer rechazar todo lo extraño. La razón de que nosotros no somos ingleses o yanquis es ridícula para negarnos por eso a conocer sus instituciones y leyes educativas, y la manera de conocerlas no es sólo leer libros, sino visitar colegios. Hubiéramos ganado notablemente sólo con haber entresacado de las costumbres y prácticas de la vida escolar media docena de principios que, por estar basados en la misma naturaleza, son tan ingleses como españoles; pero que no por serlos se conocen y aplican en todas partes.
6.- Juntas de profesores
No sería justo que mientras el rector tal vez medite profundamente sobre el modo de hacer una piscina, no se preocupe por celebrar juntas de educadores. O las celebre rarísima vez y sin ninguna utilidad. O las celebre como un capítulo de culpas: faltas de silencio, faltas de puntualidad, faltas de orden.
Las juntas deberían ser clases íntimas y familiares en que se renovara la memoria de los principios fundamentales de educación, se pidieran interpretaciones sobre ellos, se advirtieran sus infracciones. En cada junta convendría que uno de los profesores desarrollase un principio de educación. En sólo unos minutos, y con eso y tener constancia, se adelantaría mucho en la formación de educadores.
Los que conocen el agobio de trabajo de encargados y maestros, se sonreirán al leer estas fantasías. También nos sonreiríamos nosotros considerando cómo daríamos más importancia a la preocupación por que haya en el colegio pista de patines que no a la preocupación por que los maestros sepan cómo tienen que educar.
7.- El rector ha de ser educador de escritores
El rector no debe ser sólo un educador de educadores, ni sólo un educador de maestros, sino un educador de escritores. Si los maestros se educan bien, serán estables, serán buenos pedagogos y, como consecuencia natural, deberán ser escritores de buenos textos. Sin buenos libros, escritos por los maestros, éstos, a lo más, serán unos buenos practicones, no hombres de prestigio entre los hombres de ciencia.
El instituto docente carecerá de especialistas, y sólo tendrá vulgaridades, cuando pudiera tener sobresalientes. Todo por falta de un impulsor y formador de escritores, que con serlo prestigiosamente añadirían a su buen nombre y al de su orden la satisfacción humana, pero legítima, de servirla con decoro, con provecho y sin el prurito de cambiar de oficio. Como el director, antes que nada, es un educador, nadie le veda que dé a sus subordinados el buen ejemplo de escribir sobre educación o sobre enseñanza.
¿Quién está más autorizado? Tiene formación (debe tenerla), tiene experiencia, tiene tradición, tiene necesidad, debe tener gusto. La pedagogía civil y secular escribe con exceso de educación, y la pedagogía católica no. Se escribe mucho, bueno y malo, con frecuencia desatinadamente, o por lo menos vulgarmente, y no se escribe con prestigio de parte de los católicos sino rara vez. Son los directores de los colegios los llamados a hacerlo, admitiendo lo bueno de la pedagogía moderna y rechazando las pedanterías de los pretendidos educadores anticatólicos. No se trata de libros voluminosos, ni de metafísica de la educación, sino de normas sencillas y prácticas, breves y luminosas, sobre el modo de hacer de los colegiales hombres instruidos, buenos, laboriosos y de carácter.
8.- El director debe ser defensor de la enseñanza católica
Los rectores de los colegios de religiosos son los defensores natos de la enseñanza católica. ¿Quiénes más capacitados? ¿Quiénes más obligados? ¿Quiénes más necesitados?
Desgraciadamente, son rarísimos los seglares católicos que tienen ideas claras sobre la enseñanza y la educación católicas. Rarísimos los catedráticos católicos, de institutos y universitarios, que no tienen errores garrafales y funestos sobre los derechos de la Iglesia en este punto. Por otra parte, los colegios de religiosos son la representación de la Iglesia en materia de educación.
Si ellos no, ¿quién? Están aprobados los institutos docentes como tales. Luego tienen una institución canónica para enseñar, como la tienen las residencias para confesar y predicar. No se puede decir que los colegios de religiosos no tienen la representación de la Iglesia porque no son fundaciones del Papa o de los obispos. El Papa aprueba los institutos docentes y el obispo aprueba la apertura de los colegios. Resultaría que la enseñanza cristiana, trascendentalísima para la Iglesia, carecería de representación legítima.
Y eso en el mundo entero, porque salvo alguna universidad, casi toda la enseñanza media está en manos de religiosos, que la llevan como cosa propia de sus respectivos institutos. Por consiguiente, los rectores de los colegios de religiosos son los representantes natos de los derechos de la Iglesia en punto a enseñanza, y por ello, los defensores natos de esa enseñanza, no ya en lo que toca a la educación moral y religiosa, sino en las cuestiones técnicas, tan absolutamente relacionadas con la formación moral y religiosa. Los rectores de los colegios de religiosos son los más capacitados para la defensa de la enseñanza católica, técnicamente considerada.
Primeramente, son ciudadanos, y, por lo mismo, tienen derecho a defender sus opiniones como cualesquiera otros. En segundo lugar son técnicos, que se pasan la vida estudiando estos problemas. En tercer lugar, pertenecen a institutos docentes de tradición gloriosa secular. A la Iglesia no interesa sólo la educación cristiana, sino la perfecta educación técnica; porque le interesa no sólo el bien del niño sino el bien de la sociedad, que sin una buena enseñanza no puede lograrse.
Ahora bien, los rectores de los colegios de religiosos no pueden quedarse tranquilamente sentados en el sillón de su cuarto esperando a que otros ciudadanos les resuelvan los problemas de educación, sino que han de unirse, organizarse, estudiar, representar a las autoridades superiores, defenderse, asistir a las asambleas y hacer una labor callada, continua y fecunda en favor de los colegios.
No hay un organismo estable de los colegios que se reúna periódicamente para estudiar la defensa de la enseñanza católica. Es un mal grave porque otras agrupaciones se constituyen para defender intereses más o menos antagónicos con los de la educación católica. Cualquier organismo de vulgar, movido por el interés, puede poner en peligro los derechos de la enseñanza católica sólo por intrigar, por mover y revolver, por sugerir ideas falsas, pero lucrativas, para una clase, y cuando llega el caso, los rectores se sobresaltan, se asustan, se enojan y a lo más hacen el esfuerzo heroico de reunirse en asamblea.
¡A buena hora! Cuando tienen el terreno minado y el pleito perdido. Es una vulgaridad creer o decir que estas reuniones son inútiles. No son inútiles; pero se las puede hacer inútiles, aunque sean provechosas y necesarias. Son inútiles si se celebran cada tres años. Inútiles si los reunidos no están capacitados. Inútiles si los reunidos no son luchadores. Inútiles si los reunidos no dejan un comité permanente, de poquísimos sujetos: tres bastarían de hombres de autoridad, que estudiaran bien los problemas, que los comunicaran a los demás rectores de España, que organizaran la propaganda, que representaran los intereses católicos ante las autoridades civiles y eclesiásticas.
9.- El director debe ser educador de educandos
Es el primero de los educadores de los alumnos. Como que todos los demás no han de hacer otra cosa sino seguir sus orientaciones. No basta nombrar los subalternos, fijarles su cometido, confiar en su competencia y laboriosidad, y en lo demás esperar tranquilo en su aposento las informaciones y dificultades.
No basta eso: debe enterarse de cómo van las clases, la disciplina, los juegos, la formación religiosa. No basta este estudio global de las clases en conjunto, de las divisiones en conjunto, de los actos religiosos corporativos. Es necesaria la información individual, no de todos y cada uno de los pequeños, pero sí de los mayores. No acontezca que cuando los papás hablen con el director sobre sus hijos, se den cuenta de que el director ni siquiera sabe que los tiene en el colegio.
Bueno es que los colegiales amen a sus educadores y maestros, que profesen afecto a su Padre espiritual; pero no es bueno que su director les sea indiferente, que no le traten, que no reciban de él sabios consejos, ya que es el más indicado y el más obligado a darlos.
10.- El director debe ser administrador del colegio
Y por lo mismo ha de preocuparse por las reformas materiales del edificio, tan relacionadas con la educación, y por la prosperidad económica del colegio, sin la cual no podrán prosperar ni su prestigio ni la formación perfecta de los alumnos. Todos los años hay que reparar cosas, modificarlas, a veces ampliarlas, renovarlas. Todo ello requiere estudio y consulta. Lo que no es razonable es consagrar tanta o más atención a la conveniencia de tirar unos tabiques para agrandar un aula, como a la de considerar los medios convenientes para que los niños estudien con entusiasmo.
La pintura de las ventanas, la colocación de unos cuadritos de arte, la reparación de las carpetas y los bancos, y hasta la clase de tinta y papel para las composiciones, todo tiene su valor en un colegio. Lo que no es laudable es que lo menudo absorba el ánimo y el dinero, y lo formal y lo educativo se olvide; que se gaste con exceso en destruir y edificar y no se gaste lo necesario en material de enseñanza. Lo defectuoso material impresiona más que lo imperfecto moral. Y por ello, antes se podría montar un buen gallinero o una vaquería que se enseñase a saber fijar la atención de los discípulos o a dar carácter religioso a la enseñanza.