IV.- EL SUPERVISOR DE DISCIPLINA

1.- Debe ser instrumento del rector
En todos los colegios debe haber un sujeto encargado de hacer guardar la disciplina. Al menos en los actos de gran número de alumnos. Nadie más obligado a identificarse con quien dirige que el supervisor de disciplina; porque la discrepancia de los criterios haría ostensible y, sobre ser no edificante, daría lugar a críticas, perplejidades o desorientación de los educadores noveles. ¿Cómo cooperarían éstos al pensamiento del director si viesen que el supervisor no lo secunda?

¿Cómo secundarían el gobierno del supervisor si supiesen que no se acoplaba al del rector? ¿Qué bienestar podría existir entre los educadores si comenzasen por observar semejante discordancia de pareceres? ¿Cómo podría evitarse que se dividiesen las opiniones entre los jóvenes?

No se puede evitar tener criterios distintos; pero sí manifestarlos.

2.- Debe orientar a los jóvenes en los principios de educación
Al supervisor de disciplina incumbe deber, acomodándose a las normas fundamentales de reglamento interior y a la mente del director en la interpretación. De la inteligencia y aplicación de esas normas depende el bien del colegio. y es evidente que los educadores no están capacitados para educar si antes no se les prepara de algún modo. Tan clara es esta necesidad, que hasta en el magisterio secular, antes de adjudicarse las plazas, debe acreditarse la competencia mediante las prácticas de enseñanza durante algún espacio de tiempo. y si eso no se exige en las cátedras de institutos y universidades, no es porque no se necesite, sino por defecto de organización.

3.- Debe tener conocimiento del arte de educar
Es evidente, si ha de saber orientar a los educadores jóvenes. Como es evidente que esa orientación no ha de ser cosa exclusiva y personal, sino el plan del colegio, anterior y superior a las iniciativas de todos los que trabajan en el centro de formación.

La verdadera eficacia de su labor estará no tanto en la vigilancia de la disciplina general cuanto en la inculcación a sus educadores subordinados, noveles sobre todo, del modo de cooperar a la educación de la libertad, cada uno en su esfera de acción.

Los recreos, el estudio, las clases, la capilla, todos los diversos campos de acción de los diversos formadores, ofrecen aplicaciones distintas para un ejercicio recto y fecundo de la voluntad libre.

El supervisor ha de señalar esas aplicaciones y ha de exigirlas. y de esa manera, todos sus subordinados procurarán con discreción, pero con constancia, exhortar a los educandos a que se muevan a obrar bien por los altos ideales del amor de Dios, del amor de sus padres, de su propia formación, de su porvenir.

Con lo que los que se forman estudiarán bien, jugarán bien, guardarán la disciplina bien y tendrán conciencia de que el gran fin que con ellos se proponen sus maestros es prepararlos para las futuras luchas de su vida.

El supervisor de disciplina no ha de ser doctor en pedagogía por la Universidad de París. Con un buen doctorado, se puede no saber educar. No son teorías y sistemas y erudiciones históricas las que se necesitan para ser un buen supervisor, sino cuatro ideas muy claras, fijas y experimentadas. Si tiene eso, cuantos más doctorados, mejor.

Estamos ahítos de filosofías sobre educación; hombres prácticos, de muchos años de colegio, sensatos, con gusto para educar, espíritu de sacrificio y carácter, ésos son los verdaderos doctores por la Universidad de Berlín. Manjón, el gran educador, condensa toda su ciencia educadora no en un catecismo como el Ripalda, sino en unas líneas brevísimas, donde cada palabra es un capítulo.

4.- Debe tener experiencia en el arte de educar
El supervisor de disciplina no debe ser un intelectual, sino un hombre de gobierno. No estorban los títulos académicos, pero no bastan. Antes de darle el oficio debe sufrir un examen de los dos o tres años de magisterio, que suelen tener los jóvenes en todos los institutos de sacerdotes consagrados a la enseñanza.

Lo que debe aplicarse a los directores de colegios católicos. ¿Supo hacerse amar de los alumnos, hacerles cumplir el deber con seriedad, hacerles estudiar bien, tenerlos contentos en el colegio? Pues ése será el encargado de guardar la disciplina. ¿Supo castigar mucho, hacer guardar un silencio cartujano y hacerse temer como un policía? Pues no sirve para el caso.

Ni servirá el que hizo de su clase una jaula de cotorras, por el gran principio educativo de que los niños deben estar contentos. Quien en su clase sacó abundantes calabazas, no tiene vocación para este cargo. Ni quien puso notas malas a la generalidad de los muchachos. Ni quien quedó harto del magisterio. Ni quien no les perdonó el menor descuido. Ni quien se hizo odioso a los colegiales. Así que el concepto del oficio es totalmente diverso del que se tiene a veces; el supervisor de disciplina ha de ser amado y respetado, pero no temible.

5.- Debe inculcar motivos sobrenaturales y humanos para cumplir con el deber
Tener siempre el látigo levantado para castigar es obligar a cumplir el deber por necesidad. Eso es cristiano, educativo; porque se educa para ser buenos libremente por Dios, por deber, por pundonor, por amor a los padres. Todo motivo elevado, natural o sobrenatural, debe aprovecharse como resorte para hacer observar buena conducta; todo motivo menos el puro miedo al castigo. No es malo el castigo, antes bueno, como medio auxiliar, que ayuda al cumplimiento deber. Quien obra sólo por la sanción, que se vaya; es preferible.

6.- Debe implantar una libertad propia de niños
Dar a un niño de diez años la libertad de un joven de diecisiete es un error funesto; pero quitar a un niño de diez años su propia libertad es otro error. Un niño de diez años, en su casa, tiene libertad de hablar cuando come. Hay razones de disciplina que en el colegio obligan a restringirla, ¿pero a considerarla peligrosa? ¿A escatimarla por disciplina?

Es equiparar el colegio a un noviciado o a un correccional. Un niño no tiene ganas de correr. ¿Ha de hacerlo a la fuerza? ¿Ha de jugar a lo que no quiere? ¿Ha de jugar con quien no quiere? ¿Ha de pasear con quien no quiere? ¿No ha de poder salir nunca con su familia? ¿No ha de poder estudiar de sus clases lo que quiere? ¿Por qué no ha de poder tener a veces juegos sedentarios?

La libertad debe suprimirse cuando sea necesario para guardar el orden. No pueden suprimirse las filas donde deben moverse centenares de niños para acudir a sus distribuciones; no puede suprimirse el silencio en el estudio, en las clases, en los claustros, etc., porque dejarles hablar entonces sería un desatino. Lo que sí puede es concederse a los de sexto y séptimo, alumnos selectos y muy probados y no en excesivo número, vayan sin filas a ciertos actos, aun sin silencio absoluto. Porque sería contra la disciplina, contra la libertad propia de sus años. Sobrentendido que el supervisor de disciplina sabe tratarlos y tiene autoridad sobre ellos para hacerles usar bien de esa amable concesión.

7.- Debe dar más libertad cuando el cultivo espiritual sea intenso.
Con el cultivo espiritual intenso se fomenta el temor de Dios. y es claro que quien tiene temor de Dios obra por él y no por el castigo, con lo que se le podrá conceder una libertad mayor.

Quien está bien seleccionado, porque es bueno y estudioso, necesitará menos del estímulo de la coacción para obrar bien dentro de cierto margen de libertad. De estas dos fuentes brotará el bienestar del colegio, con lo que, contento el niño, procederá con rectitud, sin temor al castigo, por gusto y por deber.

Todo el secreto de la buena dirección del colegio está en la prudente aplicación de estas ideas, de suerte que se acierte con el medio justo de una libertad razonable, sin exageraciones en un sentido en otro. Se puede pecar o por exceso de libertad o por exceso de disciplina; libertad y disciplina son dos cosas necesarias en absoluto.

De lo contrario se caería en uno de dos extremos, igualmente viciosos: o el de la disciplina y desorden, que son un peligro para la moralidad; o el de la educación en serie, que consiste en no poder hacer nada libre e individualmente, sino todo corporativamente, a toque de campana. Con lo cual el niño pierde su personalidad y no es más que parte de un organismo que también la pierde, porque obra sólo a impulsos del exterior: la campanilla, el pito o la voz del que le manda. Estos movimientos corporativos son precisos en un colegio.

Lo son en una comunidad y en un cuartel; pero condenamos el abuso, que estriba en la exageración de esa necesidad, la cual lleva a querer que el niño no pueda nunca, ni aun para cosas menudas, proceder como una persona capaz de obrar bien con libertad.

8.- Debe corregir y castigar
Como la educación, en lo que toca a la disciplina, es deber y derecho del supervisor, a él toca la corrección y el castigo en los casos de alguna más gravedad. La corrección privada la hace en su cuarto, llamando al infractor y amonestándole conforme a la gravedad de la falta. Corrección amorosa, más o menos fuerte según la culpa, haciendo resaltar las atenuantes y mostrando la esperanza de la corrección, fundada en las buenas prendas del culpable, en su amor y temor de Dios, en el amor de sus padres, en las dolorosas consecuencias de la conducta mala de los que acostumbran a faltar a su deber.

La corrección pública se hace en la lectura de las notas, la cual no se puede improvisar, sino meditarla de antemano, para hacerla con peso, ajustada al carácter y condición de cada alumno, con el conocimiento exacto de las faltas que hayan merecido calificaciones desagradables. Entre los medios de corrección no hay ninguno comparable al de las notas.

9.- Debe sostener la autoridad de los educadores
Nadie que gobierne podrá hacerlo bien sin autoridad suficiente y bien respaldada por el superior. Un joven que comienza a gobernar emprende una obra difícil, en la cual le será precisa una fuerza moral grande para someter a los díscolos y dirigir a los dóciles.

Es un trabajo rudo, diario, humanamente nada apetitoso, que dura varios años. Ha de avisar, reprender, castigar, no a uno, sino a muchos. Nada de ello agradable, sino contra la natural inclinación a hacernos amables a aquellos con quienes vivimos. Luego si se resta autoridad a los maestros, el ejercicio de la autoridad será molesto al superior, molesto al colegial, molesto al que educa, inútil para el fin propuesto y nocivo a todos los alumnos, que se darán cuenta de que pueden hacer lo que quieran sin temor a los castigos, y como no es humano que ni los maestros noveles ni los más experimentados hayan de poder ser tan prudentes que acierten en todos sus actos de dirección de los muchachos, la prudencia más elemental exigirá que se parta del supuesto de que se han de tener errores en su gobierno. Han de tenerlos, pero mayores serían desautorizando a los maestros jóvenes.
Porque no se atreverán a mandar.
Porque perderán el gusto de educar.
Porque los colegiales se reirán de las órdenes del encargado de disciplina.
Porque el mal de sostener una orden no discreta será menor que el mal producido por el disgusto de los subordinados y la insubordinación de los colegiales.

Una orden de un educador joven deberá revocarse cuando se haya lesionado gravemente la justicia, pero aun en este caso habrá de hacerse con gran prudencia, para reparar el daño y no inutilizar al que lo hizo. Mantener, pues, la autoridad de los educadores es el primer principio de un buen gobierno. por el contrario, el mal más grave será restarles la menor sombra de autoridad. Si no sirven, que se les quite, pero mientras eduquen, que gocen de plena autoridad.

10.- Debe enseñar urbanidad
La cortesía es como la vestidura de la educación: son las formas, los modales, la finura en el trato, eso de que tanto alardea el mundo y que tanta falta le suele hacer. Se estima más que la virtud y más que la legítima educación: cosa más honda y espiritual, en que a veces el pobre aventaja al rico y el rudo al sabio. Un niño mal educado es afrenta de sus padres y baldón de su colegio; por lo que enseñar modales finos no es sólo deber suyo, sino su gloria.

El supervisor de disciplina del colegio es el primer responsable de esta formación; a él toca educar la cortesía. Puede hacerlo en la lectura de notas; de un modo especial en el salón de actos o en el mismo comedor. Éste es el sitio apto y la ocasión mejor: al tiempo de la comida de mediodía. Todo es tener visión de la necesidad, de la posibilidad y del modo. De lo contrario, abrumados los educadores con el trabajo, no hallarán comodidad, ni tiempo, ni gusto para esta tarea tan fructífera y honrosa.

Parte de esta formación la constituye la redacción de cartas, no tanto en su forma literaria, sino en su pulcritud, en sus frases de cortesía, en el tratamiento de las personas y, sobre todo, en la ortografía. Una carta llena de faltas de ortografía es deshonor del colegio y del colegial. Una carta sucia, con tachaduras, con líneas mal trazadas, con frases vulgares, deberá hacerse repetir en el recreo.

11.- Normas del supervisor de disciplina amable
El supervisor de disciplina se hará amable, acomodando su gobierno a normas propias para niños.
1. Deberá estimular más con la alabanza que con la censura.
2. Cuando censure, deberá al mismo tiempo dar esperanzas de enmienda.
3. Avisará paternalmente antes de dar el castigo.
4. No usará lenguaje despectivo; pero sí que ruborice, duela y no amargue.
5. No criticará los defectos naturales; pero sí destacará los dones.
6. Ponderará mucho la mejoría de conducta, aunque no sea notable.
7. En los colegiales de conducta buena, la alusión a una falta será muy discreta o no se hará.
8. En lo que toca a inmoralidad, forme la conciencia de los colegiales sobre su gravedad y su sanción.
9. El supervisor de disciplina no levantará ni rebajará las notas sino de acuerdo con el director y conocimiento de quien las puso.
10. Dejará los castigos menudos a los profesores, y así robustecerá la autoridad de ellos y hará la suya menos ingrata.
11. Entreverará las concesiones amables con las amonestaciones necesarias.
12. Castigará poco y premiará mucho. En una familia bien llevada, el castigo es la excepción, y la prueba de amor, diaria.

12.- Supervisor-padre y Supervisor-policía
No sabemos porqué tradición nefasta se tiene la idea de que el supervisor de disciplina debe ser un coco de los niños. Idea falsa y funesta, aunque el encargado deba hacerse respetar. También se hace respetar el padre de sus hijos, y no se debe hacer temer, como si fuera un policía.

Un supervisor de disciplina-policía es intolerable; que aceche desde los escondrijos, siempre de rostro grave, dispuesto a la amonestación, propenso a las negativas, corregidor sin cansancio de las faltas más menudas, que en la lectura de notas escasea las alabanzas y prodiga las críticas, que goza cogiendo fraganti al delincuente y se gloría de observar unas filas impecables. Nada de lo antedicho se opone a que el supervisor vigile la conducta de los alumnos, antes al contrario.

Pero esa vigilancia no es la del policía, sino la del padre. El policía goza con coger al malhechor; es su profesión. No anda a la caza de conductas buenas. El padre vigila para observar el proceder de los hijos, para educarlos. Si los ve proceder bien, los alaba y les premia. Nunca muestra desconfianza, nunca es áspero en la corrección, como no se trate de delito grave. y aun entonces habla con amor dolorido y castiga con profunda pena.

El policía pone la ocasión para que en ella caiga el delincuente, pero el padre evita la ocasión para que no caiga el hijo. El supervisor, pues, si ha de ser padre, debe prevenir las ocasiones en que los niños pueden fácilmente faltar por su natural irreflexión.

13.- El supervisor de disciplina chinche
No se da, pero podría darse esta otra especie de educador. Sería el que frecuentemente con su palabra escociese y no dejase sosegar o contristara con la negativa de lo justo, inocente y grato.

Si se preocupa haciendo pensar no sólo en la picadura pasada, sino en la futura. Si no viese sino lo imperfecto de los niños y creyese que se les ha de negar mucho y conceder poco. Si se figurase que ser amable es sonreír y amonestar. Si su presencia se hiciese tan ingrata entre los niños como la de las avispas o los tábanos.

No se da esta especie de educador; pero es posible y sería funestísima si se diese.