V.- EL SUPERVISOR DE ESTUDIOS

1. El plan oficial
Comencemos por observar que si el plan de estudios al que han de someterse los alumnos es descabellado. ¿Qué milagros podrá hacer, v. gr., con un sistema no cíclico, como lo fueron muchos planes o cuando cada curso hayan de aprobar los discípulos doce asignaturas?

Semejante absurdo sólo cabría en cabezas más o menos cultas, pero sin juicio ni conocimiento de lo que son los niños, ni de lo que son los grandes, ni de lo que han de aprender y saber los alumnos de enseñanza media. En un Estado juicioso, el plan de enseñanza secundaria no deberían redactarlo los empleados técnicos del Ministerio, sino los que se pasan la vida enseñando con crédito, v. gr.: los directores y supervisores de estudios de los institutos docentes y acreditados.

Por consiguiente, en la hipótesis de que el plan no sea aceptable, lo primero sería que los colegios redactaran un plan sensato, con las asignaturas fundamentales más formativas y con las de cultura general precisa, en total pocas, cinco o seis, a lo más, en cada curso, con sistema cíclico; plan que se elevaría al estudio del Ministerio de Educación.

¿Sería inútil? Nada de eso. Sería inútil si, como solemos hacer los españoles, después de un escrito de esta naturaleza nos fuéramos tranquilos a nuestra casa, a descansar del agotamiento de fuerzas que nos hubiera producido semejante heroico trabajo. Los institutos docentes tienen una inmensa fuerza, de que no se dan cuenta, y que por ello no aprovechan.

Con un comité permanente, comité de cuatro o cinco directores de colegios y algún técnico científico, sobraría para hacer una labor magnífica en favor de la enseñanza católica. Pero a condición:
1. De que quisieran molestarse trabajando.
2. De que quisieran molestarse reuniéndose con gran frecuencia.
3. De que quisieran molestarse con representaciones continuas a las autoridades académicas.
4.° De que quisieran molestarse ilustrando a la opinión con actos públicos etc.
5.° De que no se cansaran de molestarse porque fracasaran en una gestión, ni en dos, ni en veinte. Es el camino que sigue todo el mundo para conseguir sus intereses.

2.- El Supervisor de estudios debe hacer estudiar con seriedad
Ésta es obligación de todo el colegio: obligación de justicia, porque los alumnos pagan para que se les enseñe, y no aprenderán si no estudian. Pero obligación especial del supervisor de estudios; porque para dirigirlos se le ha puesto, y nadie podrá dirigirlos si no se estudia con seriedad.

El entusiasmo por el estudio está en relación con una multitud de concausas que ha de poner en juego quien lleve la dirección de las clases:
l. Depende de que el profesorado estimule a los discípulos con todos los medios de emulación convenientes.
2. Depende de que el profesor explique bien y exija las lecciones con seriedad.
3. De que los ejercicios literarios sean racionales, justos y asequibles a los que quieran trabajar.
4. Depende de que las lecciones no sean excesivas, sino tales que se puedan aprender con buena aplicación, y no tales que sobre tiempo de estudio.
5. Depende de que, con una ordenada repetición de las materias, se vayan quedando en las inteligencias los conocimientos aprendidos.
6. Depende del bienestar del colegio y del bienestar de la clase, de que se origina la satisfacción de la vida escolar, sin la que es imposible el sacrificio.
7. Depende del régimen de los recreos y fiestas, que deben darse con criterio más bien amplio que estrecho; porque es falso el principio de a más estudio más aprovechamiento.
8. Depende del uso discreto de las notas, que han de ponerse con prudente severidad.
9. Depende de la formación espiritual, que ha de educar en el amor al deber, al sacrificio, al recto uso de la libertad y a la preparación para el porvenir.
10. Depende de la sabia organización de los deportes, que, a la par que cause contento, ejercite el organismo y produzca el conveniente equilibrio entre el espíritu y el cuerpo. Cuando se juega poco, de ordinario se estudia poco.

Es claro, por consiguiente, que el entusiasmo por los estudios es fruto de un complejo de causas que no depende exclusivamente de una persona, sino de todo el ambiente de los centros de educación. En gran parte depende ese fervor del supervisor de estudios, pero no de él sólo. A veces, en un colegio se estudia y en otro no; en un mismo colegio, un año se estudia y otro no; en un mismo colegio, en una clase se estudia y en otra no.

De todas maneras, el entusiasmo y fervor por el estudio es de tal naturaleza y tiene tal importancia, que puede asegurarse que de ordinario es el barómetro más exacto para medir el estado de un centro de educación, su bienestar e incluso su espíritu y hasta su moralidad. Colegio en que se estudia mucho, generalmente, es colegio en que hay contento, buenos profesores, buenos inspectores, buenos y hasta buen trato de cocina.
Cuando se come mal, no se puede estudiar bien; por las quejas, críticas y murmuraciones, que producen ambiente de malestar.

3.- Importancia de la formación intelectual
Todos los que dirigen a colegiales, encargados, supervisores y maestros, sacerdotes o no, educan y forman a los alumnos; pero de distinto modo: el supervisor de estudios educa la inteligencia; el de disciplina, la voluntad.

¿Cuál de las formaciones tiene más importancia? ¿Cuál deja huellas más hondas? Las ideas son más decisivas que la conducta. Se influyen recíprocamente; pero a la larga triunfa en la vida el pensamiento. La pasión es fuerza poderosa, pero fugaz. La idea es una fuerza menos impulsiva, pero persistente. La formación intelectual tiene una importancia extraordinaria.

4.- La religión y la filosofía son fundamentales
Los colegios que dieron muchas más importancia a enseñar ciencias ó cosas técnicas que a la formación en las ideas, sobre todo de religión y filosofía, demostraron no tener visión del problema de educar. El hombre se rige por su entendimiento, que es la luz de su vida, hombre sin ideas religiosas verdaderas es un barco sin timón, que navegará a impulsos de cualquier viento de sus pasiones.

Un joven con las ideas claras sobre Dios, su ley, el pecado, su sanción, faltará a su deber por debilidad, pero con conciencia de su extravío. Un pecador con fe sólidamente ilustrada está más cerca de la conversión que un hombre superficial, sin instrucción en su perseverancia religiosa. Incluso el hombre devoto ha de ser fruto de la convicción y la convicción religiosa, fruto del estudio serio de la religión y la filosofía.

Las ideas son como el árbol profundamente arraigado, que da constantemente sus flores y sus frutos, aunque a veces los malogren los calores o los hielos. Una idea buena no podrá dar una acción mala; como una idea mala no puede dar una acción buena. Las ideas buenas religiosas las combaten los errores, las pasiones, los ambientes, los ejemplos; esas ideas, sin las raíces de un estudio serio, son como flores que marchita cualquier sol del estío.

En España no se sabe religión ni filosofía; no se ha estudiado, ni podido estudiar. No la saben los que estudiaron con religiosos, porque los planes de estudio oficiales no se lo permitieron con su número absurdo de asignaturas y libros voluminosos.

En justicia, estamos obligados a que los alumnos aprendan bien todas las asignaturas; pero no importa lo mismo saber de matemáticas, de ciencias o de ordenadores que saber demostrar la existencia de Dios o la inmortalidad del alma. No suceda que mientras saben tantos conceptos técnicos no sepan por qué son católicos. No acontezca que sepan muy bien la clasificación de los animales y no sepan refutar el ateismo o el materialismo que acaba con el alma.

5.- El supervisor de estudios ha de tener un plan de formación
Ese plan se reduce a que los niños salgan del colegio sabiendo hacer todo lo que han estudiado; no precisamente a saber decir todo lo que han aprendido. Pueden decir de memoria muchas cosas y no saber hacer ninguna. Pueden saber la gramática castellana y no saber escribir una carta; pueden saber la gramática inglesa y no saber traducir una a Oscar Wilde.

En el examen final de los estudios del colegio no se debería pedir de memoria ningún conocimiento, sino sólo exigir saber la práctica de todo: componer una narración castellana, traducir un trozo de Oscar Wilde, resolver un problema de matemáticas, discutir una proposición de filosofía, hacer una experiencia de física o química, etc. Ése debería ser el examen de fin de curso. Así tendríamos hombres útiles, en vez de papagayos.

Si en España tenemos pocos hombres útiles, es cabalmente por eso: porque no se les ha formado obligándoles a hacer lo que se les quería enseñar, sino obligándoles a oír lo que nunca aprendieron a hacer. No ha mucho oíamos lamentarse a un hombre de juicio cómo, cierto maestro, para enseñar encuadernación a sus discípulos, no usaba más método, ni más instrumento, que la tiza y la pizarra. ¡Qué ridiculez tan triste!

6.- Debe formar en pedagogía a los maestros jóvenes
Del mismo modo que el supervisor de disciplina necesita formar a los educadores noveles en ciertos principios fundamentales de educación, necesita el supervisor de estudios formar a los maestros noveles en ciertos principios fundamentales sobre el modo de llevar las clases, y por la misma razón, porque los maestros no llevan a los colegios conocimiento perfecto de lo que van a hacer.

Saben lo que han visto en su propia formación; no saben lo que van a ver; muy diverso de lo suyo. Se necesita algo más concreto, medios de industrias prácticas en orden a enseñar. Y más aún, normas sustanciales de que esos medios sean de aplicación. Los institutos religiosos tienen sus códigos de enseñanza. Hay que estudiarlos y aplicarlos. Y eso es lo que toca al encargado de estudios, que por su edad, experiencia, estudios y aptitudes se le considera apto para desempeñar este cargo importantísimo. Nada de largas explicaciones: breves, pero frecuentes; antes de comenzar el magisterio y mientras se está en él.

En todos los institutos docentes de religiosos debe dedicarse algún tiempo a la preparación de los jóvenes para el magisterio de los colegios. La dificultad está en hallar ese tiempo y modo a propósito para esta formación indispensable. Las lecciones que durante la formación religiosa pueden recibirse de personas experimentadas, con facilidad adolecerán del defecto de especulativas.

7.- Debe visitar las clases con gran frecuencia
Con la mayor que pueda. Por lo menos mensualmente, si se quiere hacer algo de provecho. Porque ha de ver cómo explica el profesor, cómo pregunta, cómo repite, cómo estimula. Ha de darse cuenta de cómo atienden los discípulos, cómo aprovechan, cómo progresan. Ha de saber cómo se adelanta en la materia, cómo queda aprendida.

Ha de observar cómo va la disciplina, qué dominio tiene el profesor sobre su clase. No acontezca que cuando esté para acabar el curso, entonces se caiga en la cuenta de que la clase no sabe nada el profesor la domina, ni tiene método, ni es posible remediar el mal. ¡A buena hora!

Darse cuenta de si el maestro tiene carácter: lo que conviene no tanto por las visitas cuanto por los informes. Si en absoluto no guarda la disciplina, que no le visite más; será inútil. Mas si capaz de mantener el orden con deficiencias, instrúyale y déle medios para que la disciplina sea perfecta. En un maestro, el guardar el silencio y el orden en clase es lo primero e ineludible. Para una clase indisciplinada están de sobra todos los métodos pedagógicos. Aun el de la emulación, de tanta fuerza y eficacia.

8.- El supervisor de estudios y la emulación
Él es quien de un modo especial ha de estimular a los colegiales con el acicate del honor. Tan evidente es su eficacia, que no hay centro de educación donde no se fomenten el estudio y la buena conducta con honores y distinciones.

1. Estimulados con premios.-Una tarde de recreo, una película, una excursión al campo, un partido de baloncesto, una visita a un museo, son un aliciente gratísimo y un justo galardón del trabajo. Lo que eso supone para la alegría de la vida del colegio y para la emulación de los niños sólo lo saben quienes lo han experimentado o tienen fino espíritu de observación. Se puede pecar de criterio estrecho en premiar los actos por temor de perder tiempo de estudio. Vano temor y error claro: no se pierde, se gana. Porque se gana en satisfacción interior y, consiguientemente, en deseo de estudiar, y lo que es más, se gana en amor al colegio y a los educadores y, consiguientemente, en facilidad de educarse bien.

2. Concurridos.- Los certámenes privados, de clase a clase, con asistencia de maestros de otras clases y del rector. Los públicos, con concurso de familias e invitados. Los más solemnes, con asistencia de autoridades y profesorado oficial. Los científicos, con invitación de técnicos y entendidos. Los de filosofía, con derecho a intervenir los concurrentes, y en todo caso, no alargándolos en demasía, amenizándolos según su índole y procurando que el concurso esté capacitado para juzgarlos.

3. Solemnes.– La solemnidad exige gastos: de videos, de música, de decorado, de trajes. Ese gasto no es baldío; es reproductivo. Porque da crédito al colegio y le atrae alumnos. Sobre que el estímulo del aplauso y del honor es un gran acicate para el estudio y aprovechamiento de los alumnos.

9.- El supervisor de estudios, intérprete del valor de las notas de clase
Puede darse el caso de que un alumno en una clase saque cinco y en otra diez, con la misma aplicación. Por consiguiente, no puede dejarse el criterio al arbitrio y juicio de los maestros, sino que deben dárseles reglas que den uniformidad.

El encargado de estudios debe dárselas a los maestros. Y los maestros deben ilustrar a sus discípulos sobre las normas que seguirán para poner las notas. Propéndase más bien a estimular con buenas que no con malas, siempre dentro de un criterio de severidad no exagerada. Las notas generalmente altas demuestran que el maestro es bonachón o que es gran pedagogo. Más generalmente se pensará lo primero que lo segundo. El encargado de estudios es el que debe juzgarlo.