V.- CODIGO DE EDUCACIÓN

1.- Colegio-fábrica y colegio-escuela
En los colegios hay una abundancia muy grande de oficios con fines y deberes diversos. Los oficios y fines particulares son medios en el orden a la aplicación de los principios generales de formación. El estudio, la clase, los juegos… han de ordenarse al fin superior de formar jóvenes completos intelectual, moral y religiosamente.

Si las clases hacen odiosos a los educadores, no se conseguirá el fin de la educación. Si los juegos se convierten en un tormento, no serán medio en orden a formarse debidamente. Por consiguiente, hay normas que pueden considerarse como el de toda la vida del colegial, de la cual es cuerpo todo el mecanismo que se mueve al toque de la campana.

Pueden, pues, distinguirse dos clases de colegios: el colegio-fábrica y el colegio-escuela.

El colegio-fábrica, en que arranca el motor el primer día y no se para hasta el final del curso; y el colegio-escuela, en que sobre el mecanismo de las distribuciones hay unas normas generales, de educación. La fábrica produce bachilleres; la escuela, jóvenes educados. El colegio-fábrica tiene sus normas educativas; pero no tan bien interpretadas ni aplicadas ni tan consciente y reflejamente conocidas por todos los educadores.

Llevar un colegio-fábrica es mucho más fácil que llevar un colegio-escuela. Para lo primero basta el automatismo del orden corporativo, a toque de campana. Para lo segundo se necesita cooperación refleja para educar la libertad de los colegiales. Esta cooperación se basa en el conocimiento de las normas educativas, que han de ser:

– Leyes prácticas
No queremos sobre el concepto de pedagogía, ni hablar de clasificación de métodos. Tratamos sólo de dar normas prácticas, con cuya aplicación los niños contentos, amen a sus maestros, estudien bien, sean virtuosos y queden unidos a ellos al separarse del colegio con el vínculo del afecto y el recuerdo imborrable.

Para eso no necesitamos divisiones y subdivisiones de los métodos, ni citas de autores: necesitamos sólo unas cuantas ideas viejas, prácticas, bien comprendidas, bien exigidas. Si esas ideas las acogen bien los educadores, todos y todas, se forman con ellas buenos maestros y viven ocupados y no sobrecargados, entonces tendremos buenos educadores, y si los tenemos, los colegios irán admirablemente.

– Leyes breves
No está la eficacia de las ideas ni en su número ni en su profundidad; lo está en su realismo, en su aplicación, en su comprensión. Pasa con las ideas lo que con el buen vino: cuanto más viejo y más condensado, más fuerza y más exquisitez posee.

Con dos principios entendidos y aplicados puede educarse perfectamente: satisfacción interior y educación del espíritu. En torno a esos dos principios pueden agruparse otros pocos; de modo que con poquísimas fundamentales se podría hacer una labor espléndida, a condición de que los educadores las comprendiesen y aplicasen.

– Leyes educadoras
Líneas de conducta que hagan amable la vida escolar, llevadero su sacrificio; el colegio ha de ser centro de ilusiones infantiles, no sólo escuela de renunciamientos costosos. Las normas educadoras no pueden producir el efecto de alejar del colegio a los niños, de manera que no quieran poner los pies en él. Ni pueden producir el resultado de tener al niño con la obsesión de salir del colegio, para lo que le faltan 238.421 minutos, a contar desde las seis de la tarde, en que ingresó, hasta el día tantos del mes tal, a las doce en punto de la mañana.

Las normas educadoras no hacen de la clase un potro, donde el niño calla, no se mueve, no tiene gusto en atender, entiende con dificultad, aprende con heroísmo, se atiborra de ideas diversas, hace poco, habla a lo papagayo. Las normas educadoras no hacen de los actos del culto manjares insípidos, plantones en pie, audiciones de cantos insulsos, sino participación activa en la oración, en la música, en la liturgia.

– Leyes tradicionales
Hay que crear la tradición, de modo que durante muchos años y muchos rectorados el plan sea el mismo. Así habrá ambiente, experiencia del método, y si éste es acertado, entusiasmo por él. Aun arraigado un sistema por la práctica de siglos, acontece con esto como con todas las cosas humanas, que se desvirtúan y desaparecen.

Todos los institutos religiosos florecieron en santidad en sus comienzos; ¡Y cuántos de ellos degeneraron! Volver a renovarles su primitivo fervor es obra de una dificultad muy ardua. Como volver a un modo de educación perdido, necesita años, y años para consolidarse, como si fuera nuevo.

Cuando se pasa un modo de educación con disciplina exagerada a otro modo de educación de la libertad con disciplina más suave, aunque seria, se corre el peligro por parte de los educadores no mantenerse en el justo medio y pasar de un procedimiento de rigor excesivo a otro procedimiento de laxitud intolerable. Éste es un peligro muy verdadero, porque acertar en el justo medio es difícil y propio de educadores muy formados y obra de prudentes tanteos.

Con lo que podrá ocurrir que la inhabilidad de los educadores en ser laxos en la disciplina y el consiguiente desbarajuste que esa falta de tino produzca, se achaquen al sistema nuevo; sobre todo por los partidarios de lo viejo que siempre lo conocieron y era menos complicado. Bastará que los jóvenes interpreten mal las leyes nuevas para que fracase el sistema por entenderlo mal. Por consiguiente, hay que crear la tradición, formar educadores, seleccionar los rectores, persistir años y años en lo mismo, hasta asegurar el sistema. Con estos prenotandos, entre las muchas normas educadoras que podrían establecerse, nosotros elegiríamos las siguientes:

2. Código de educación
Artículo 1. Supuesto que la educación consiste esencialmente en la formación del hombre tal cual debe ser, y como debe portarse en esta vida terrena para conseguir el sublime para que fue creado, dos son las normas prácticas más esenciales en los colegios en orden a conseguir este fin: el bienestar de los alumnos y su cultivo espiritual intenso.

En el orden de excelencia, primero es la formación en el espíritu; en el orden del tiempo, primero es el bienestar. El bienestar nace de que, amándoseles con amor sobrenatural sacrificado e igual para todos, se les someta a un régimen humano, acomodado a su edad y condición. Este régimen humano abarca toda la vida del colegial, desde el trato amable y benigno hasta el interés en proporcionarle todos los deportes propios de su edad, desde la práctica de las devociones, que ha de ser activa, variada y agradable, hasta la cesión de una libertad discreta, sin la que sería imperfecta la educación. El ideal es que el niño se sienta en el colegio como en su propia casa.

Art. 2. La formación en el espíritu comprende dos partes: la del entendimiento y la de la voluntad. El fundamento de toda la educación moral y religiosa se basa en la instrucción sólida de la doctrina cristiana acomodada a la edad. La formación de la voluntad se funda en el cumplimiento constante de los deberes para con Dios, para consigo y para con el prójimo.

Art. 3. Condiciones para que el colegio responda al prestigio que le es debido en la enseñanza y educación, serán:

Que el peso de la dirección recaiga sobre hombres experimentados.
Que los maestros jóvenes sólo ocupen puestos auxiliares.
Que los profesores enseñen siempre las mismas materias.
Que sean estables, para que se formen bien como maestros y educadores eminentes. Que no se admitan demasiados maestros seglares, ni se les den las asignaturas principales, ni se les reciba sino después de exquisita información sobre su carácter para mantener la disciplina; y en todo caso, durante varios meses, en calidad de prueba.

Art. 4. La disciplina es medio, no fin.
La disciplina es necesaria para el orden y la virtud, pero exigir severamente lo menudo, no necesario, es hacer la vida indeseable. El orden, el silencio, las normas la puntualidad, no son contrarios a la libertad que debe concederse a los niños; la cual consiste no en quebrantar estas cosas impunemente, sino en no exigir minucias que hagan la vida infantil de una dureza extremada.

Art. 5 Suprimir la libertad por su posible abuso es deseducador.
El que educa debe limitarse a conceder la libertad prudentemente con arreglo a la edad y con la preparación ascética necesaria. El abuso castíguese, pero la libertad no se suprima.

Art. 6 La formación de los selectos es el fruto principal del colegio. Selectos son los jóvenes aptos por su carácter, virtud, talento y acción para influir en la sociedad. Se forman literariamente, haciéndoles tomar parte en los actos públicos, cuantos más mejor. En la virtud, haciéndoles ejercitarse en el sacrificio con las obras de caridad, catequesis, etc. En el carácter, cultivándoles el sentido de la responsabilidad, concediéndoles participación en el gobierno de cosas muy menudas.

Art. 7 El colegio es la fuente mejor y más natural de las vocaciones a la vida religiosa. Por lo mismo, si no se dan, o se dan escasas, debe ello atribuirse a la dirección del colegio. Las vocaciones no son obra exclusiva del Padre espiritual, sino de todos los educadores. La cooperación de éstos consiste en lograr que los colegiales gocen de un gran bienestar; en que, sin mezclarse en las cosas de su conciencia, inculquen con discreción ideas fundamentales de carácter ascético.

Art. 8 Implántese en el colegio un régimen de moderada libertad, pero no se deje a los maestros y encargados su libre interpretación, porque fácilmente pasarán del rigor a la relajación.

Art. 9 Se dará la debida importancia a la instrucción religiosa en cuanto a las horas de clase, oportunidad del tiempo y competencia doctrinal y pedagógica del profesorado.

Art. 10 Promuévase la celebración de certámenes privados y públicos, cuantos más mejor, con tal de que se preparen con perfección, no sean demasiado largos, se premien con generosidad y sean de materias no inasequibles al público en general. Lo mismo ha de decirse de la presentación de actos literarios solemnes, a los que convendrá asista numeroso y selecto público, profesorado de institutos, y universidades, altos dignatarios de la nación o la provincia, etc.

Art. 11 Cuídese que sea justo y uniforme el que se pongan las notas: ni excesivamente benigno, ni excesivamente riguroso. La nota demasiado baja deprime, sobre ser injusta, y quita el gusto del trabajo para notas superiores, y la nota demasiado alta rebaja el esfuerzo, porque con hacerlo escaso se obtiene calificación brillante.

Art. 12 Procúrese que haya abundante material de enseñanza, apropiado a cada clase, la cual convendrá decorar en armonía con las materias que en ella se expliquen. El material no sea lujoso, sino útil, y tal que los alumnos lo manejen cuanto más mejor, pues de lo contrario se convertirá en un museo de curiosidades inútiles para enseñar.

Art. 13 Fuera de la dirección de los colegiales en el espíritu, que requiere el hombre entero, el Padre espiritual no tendrá otras ocupaciones. Su labor será doble: individual y colectiva. La individual la hará:

a) el confesonario.
b) En su despacho, llame a los alumnos en cualquier tiempo, de ordinario fuera de las clases, una vez al mes, a ser posible, a todos aquellos de quienes fuese Padre espiritual, aunque no sean confesados suyos.

Art. 14 Colectivamente hábleles en tiempo de lectura espiritual, en la preparación semanal para confesiones, en la plática quincenal y en la congregación, si la tuviese. Los ejercicios espirituales se darán en retiro, con silencio riguroso, durante cuatro o cinco días, a mediados de curso, al mayor número posible de colegiales que lo deseen, desde los catorce años. Y a los de los cursos superiores, siendo factible, en la casa-noviciado. El Padre espiritual procurará que los dé un especializado en darlos a niños. Esta especialización exige se les hable con lenguaje gráfico, no especulativo, siempre orar unos minutos; terminando las meditaciones con algún canto religioso.

Art. 15 Edúquense los colegiales en el amor al apostolado. El apostolado forma en el espíritu, con el método activo, el más grato y eficaz de todos. Rompe la monotonía escolar y la hace más humana y gustosa. Hace despreciar el respeto humano, tan fuerte a veces en los niños. Causa la íntima satisfacción de las obras de caridad. Descubre cualidades y energías, a veces ocultas y de gran valer. Suscita con facilidad la vocación religiosa y aunque exige sacrificios por parte de los educadores, no introduce desorden en la disciplina.

Art. 16 Seis son las reglas más esenciales que deben observarse para el aprovechamiento literario de los discípulos.
– Que éstos estén gusto en la clase, con la comodidad, luz, ventilación y decorado apropiados a las materias que se dan en ella.
– Que estén contentos, lo cual se logra usando el método intuitivo, teniendo a la vista algo gráfico relacionado con lo que se estudia: fotos, etc.; y el método activo, que consiste en obligar a hacer las cosas para aprenderlas, preguntando mucho y bien. Que se sientan los discípulos por el acicate del honor y el deshonor.
– La cuarta regla del buen profesor es que no se canse de repetir la materia. Esa ha de ser su obsesión. A los principios más,para que los conceptos fundamentales se fijen en la memoria, seguros y claros; aunque parezca método lento, que no lo es, sino alcontrario, rápido, todo queda bien aprendido.
– La quinta norma del buen maestro es el activo de la enseñanza, el cual consiste en hacer practicar lo que se quiera saber. Es el método que facilita más la inteligencia de las cosas, el más gustoso, porque se ve el fruto de los preceptos; el más breve, porque el trabajo se hace con más atención e intensidad; el provechoso, porque se consigue el fin que se pretende: saber hacer lo que se estudia; el más racional porque es el más fácil, más deleitable, más útil y más breve.
– La última norma del profesor, aunque la primera en la intención y en la importancia es que la enseñanza es un medio para la educación religiosa, la cual no sólo se da en la clase de religión, sino en cualquiera otra materia, aprovechándose de las innumerables coyunturas que ofrece para inculcar el amor y el temor de Dios, la vanidad de todo lo temporal, la trascendencia de lo eterno, etc.

Art. 17 Verdadera preocupación de todos los educadores debería ser la de que los niños tuvieran a su disposición todo género de deportes. Un salón espacioso con juegos de billar, ping-pong, ajedrez, damas, etc. Campos de fútbol, béisbol, baloncesto y tenis. El ideal es que espontáneamente jueguen los niños con entusiasmo, haciendo el ejercicio físico conveniente, lo que dependerá especialmente de la buena organización de los juegos y de la habilidad y plan de los educadores.

Art. 18 La vigilancia en los recreos es importante pero tanto menos cuanto el bienestar general mayor, la formación espiritual más intensa, el entusiasmo por los juegos más vivo, la lección más esmerada y las sanciones por faltas de moralidad graves, muy raras, pero públicas, como sanciones.

Art. 19 Los tiempos de la comida y del recreo son aquellos en los que se manifiestan los colegiales con más sinceridad descubren sus pasiones y sus modales. Por lo mismo, se les debe observar más para conocerles y educarles. Ordinariamente los .alumnos hablarán en el comedor a mediodía y frecuentemente por la noche. El permitirles que hablen no se ha de mirar como un premio, sino como un medio de educación y fomento del bienestar.

Esta distribución se aprovechará con fruto para la educación haciendo que los socios de la academia literaria lean o declamen en el púlpito sus trabajos, improvisen un cuarto de hora de preparación y lean reseñas breves de nuestras misiones, del apostolado de las congregaciones marianas, etc.

Volvemos a repetir que no consideramos únicas estas normas, y que una gran parte de ellas las necesarias. Pero en la idea de que tener escritas y sucintamente formuladas unas reglas, es necesario; pero de ningún modo suficiente si no se explican, si no se repite muchas veces la explicación durante el de la vida escolar.