VII.- LOS ENCARGADOS

1.- No deben ser encargados
Son los educadores que acompañan a los alumnos en todas partes fuera de las clases. Acompañan, los observan, los corrigen, los alegran, los amonestan. Ni el nombre de supervisores ni el de vigilantes es adecuado y honroso: rebajan la condición del educador. El educador ha de inspeccionar y vigilar; pero como medio en orden a algo más elevado. El padre y la madre vigilan y no son vigilantes; aman, instruyen, educan.

Más propia y decorosamente se llamarían educadores los que inspeccionan y profesores los que enseñan, aunque todos hayan de formar: los profesores enseñando y los educadores como ayos de los alumnos. Educar es difícil.

Labrar una estatua de mármol bella requiere arte, gusto, formación. Labrar un alma y hacerla bella requiere más arte, más inteligencia, más trabajo, sentido de la hermosura espiritual. Escultores aceptables no faltan; educadores buenos son muy pocos.

2.- Cualidades de los encargados
– El encargado debe amar a sus educandos. Los debe amar por sus peligros morales, porque hacen las veces de sus madres, por su inocencia y candor, por la previsión de lo futuro, en que el recuerdo de un cariño santo de sus amables educadores podrá servirles de tabla de salvación. Si no se siente el amor, si sólo se siente el sacrificio, si repugna el trato de los niños, si sólo se está satisfecho cuando no se está con ellos, no se sirve para el caso.

Se podrá ser inteligente, culto, literato; pero educador, a todo tirar, mediano. Porque el desagrado rezumará por las palabras y las acciones, y los niños, que son linces para comprender el amor, dirán para su interior: No nos ama. O lo que seria peor, verán que se los ama desigualmente, por naturales, por simpatía, por talento, por su familia.

Cuando el amor es sobrenatural, las manifestaciones del cariño son iguales para todos, porque los motivos del afecto son los mismos en todos, y entonces tiene el amor su nota característica: el sacrificio. El sacrificio para que adelanten en los estudios, para que adelanten en la virtud, para que estén contentos en el colegio. El sacrificio debe manifestarse en aquellas menudencias de la vida escolar que la hacen grata y suponen trabajo y abnegación. ¿Tan difícil sería inventar alguna sorpresa grata?

Una piñata, una corrida de sacos, un chocolate que se dan recíprocamente dos con los ojos vendados, una carrera con las velas encendidas, un tiro al blanco con escopetas de salón, una venta de pasteles y merengues… Todo ello, los pasteles sobre todo, endulzan la vida extraordinariamente.

Otras veces un prestidigitador, unos títeres, unos Clowns, una merienda en las afueras de la ciudad, una excursión en autobús, o cine para los de sexto y séptimo curso. Preparar estas concesiones cuesta trabajo. Conseguirlas de los superiores, organizarlas, variarlas. Muchas no originan gastos; muchas los originan, costeados con gusto por alumnos; el colegio podría sufragar algunas con provecho propio, porque ganarían la educación y el crédito. Ni es imposible, aunque sí penoso, para quienes están abrumados por la carga.

– El encargado debe ser amable exigiendo el deber.-No basta como ideal del colegio que los alumnos estén contentos y sean devotos, aunque no estudien. Ni basta que estén contentos, sean piadosos y vivan en la más perfecta indisciplina. Ni es suficiente que amen a sus maestros y no cumplan con sus deberes.

La sociedad no quiere incumplidores de sus deberes, porque lesionan derechos donde quiera que va. De un colegial poco estudioso nunca saldrá un médico eminente. Vale más un hombre serio, cumplidor de sus deberes, que un Salomón perezoso. Vale más un estudiante esclavo de sus obligaciones que un potentado indolente. El que cumple íntegramente sus deberes es el verdadero hombre de carácter, que triunfará en la vida y hará más alegre su vida.

El colegial piadoso, disciplinado y trabajador es el único predestinado a destacarse en la sociedad, Exijamos a los niños, el deber seriamente cumplido; así formaremos los verdaderos directores de la sociedad futura. No basta inculcar mucho el deber; hay que exigir el deber.

Exigiéndolo mucho y facilitando su cumplimiento, se forma el hábito de cumplirlo y experimenta gozo en practicarlo. Es deseducador no exigir seriamente el deber que se puede cumplir con un esfuerzo razonable. Pero el deber, es decir, el estudio. la obediencia, el orden, se pueden exigir haciéndose amables o haciéndose ociosos. Pueden por el temor y por el amor, conciencia y por la fuerza.

Un encargado puede imponerse a los colegiales por sus puños, por su mal genio y por su carácter; pero así no los educará, porque le aborrecerán, y con él al colegio, y con él la educación. Lo meritorio, difícil y educador, es exigir el deber y hacerse amar. ¿Se puede conseguir? Lo consiguen los hábiles en tratar muchachos, como lo consiguen los padres que saben educar a sus hijos.

Parece contradictorio exigir el deber y hacerse amar: pero no lo es. Como parece contradictorio condescender con la indisciplina y hacerse aborrecible. La exigencia del deber ha de ser no heroica, aunque costosa, y entonces, cuando se facilita la ley y se observa buena conducta, se producen los bienes siguientes:

Satisfacción del colegial por el deber cumplido.
Estimación del colegial por parte de sus educadores.
Contento de los padres del colegial
Amor del colegial a quien le educa.

Por el contrario, cuando no estudia, ni es obediente, ni guarda la disciplina, porque nada se le exige, llega un momento en que todo ha de imponerse a fuerza de castigos. Y entonces se producen efectos contrarios a los anteriores:

Disgusto de los colegiales.
Disgusto de los educadores.
Desafecto de aquéllos para con éstos.
Descontento de las familias.

¿Cómo podrá conseguirse el amor de los educandos y a la par su buena conducta?

Tratándolos con dulzura y energía.
Sacrificándose por ellos para hacerles amable su vida de disciplina.
Satisfaciendo sus deseos razonables.
Haciéndoles sentir que se les ama, se goza cuando ellos gozan, y se sufre cuando se les castiga.
No perdonando trabajo para que salgan airosos de sus exámenes.
Castigando poco y premiando mucho.
Cuando todo esto se hace, el niño ve que se le ama con obras, y cuando eso ve, por amor a su educador se inclina a observar buena conducta.

– El encargado debe tener carácter. Un encargado puede tener mal genio y a la par división indisciplinada. Colegio en que abunden mucho las notas bajas, suele tener supervisor sin carácter. Como es débil, los colegiales enredan, y él se venga, poniéndoles notas bajas o castigándolos a todos. La energía exigir el cumplimiento del deber, en que consiste el carácter, es muy compatible con la dulzura. Los santos eran suaves en su gobierno y firmes en su autoridad.

Si el educador es pusilánime, tímido, encogido, servirá tal vez para escribir, no para colegios ni congregaciones, ni siquiera para confesar devotas, que pueden ser caprichosas y testarudas.

El ideal de los supervisores es hacerse obedecer y amar, imponer la disciplina con suavidad, lograr se juegue sin coacción, producir la satisfacción de la vida por el trato fino y afable, por la convicción y por el deber, por la conciencia y por Dios.

– El encargado debe vigilar.-Los inspectores no deben exagerar la vigilancia; pero deben vigilar. No deben manifestarse suspicaces, desconfiados e inquisidores. Han de ser muy prudentes en faltas, por medio de los colegiales mejores; porque es violento para ellos y los hace aborrecibles. Debe vigilar, pero no espiar.

Que un encargado se coloque en la capilla, frente a su división, para observar si se habla, si se ríe, si se reza, será prueba del deseo de que los niños sean piadosos, pero manera contraproducente de conseguirlo.

¿Quién concibe que son padres los que para vigilar el recreo de los alumnos se sitúan en los dos extremos de diagonal de un patio con los brazos cruzados, cien ojos en los colegiales, y espantándolos de su lado como moscas importunas, para que no les priven de la dulce tarea de observar si se juntan, si se hablan, si se miran? Vigilancia, sí; pero disimulada.

Porque el niño se siente herido en su pundonor, se siente mal conceptuado, y eso le retrae del educador y le resta amor. Los encargados suspicaces hacen tanto daño como los encargados benditos, que se figuran que los niños son ángeles.

La vigilancia ha de recaer especialmente sobre aquellos que por su conducta inspiran justos recelos. Los inspiran; pero no es educativo mostrárselos. A no ser a los que estén a punto de ser eliminados. La vigilancia ha de recaer sobre los de moralidad dudosa, si se les nota propensión a tratar con inocentes. y ha de extremarse si se observan amistades particulares, por motivos mezquinos, entre niños no seguros.

La vigilancia, pues, no ha de pecar por ningún extremo. ha de ser desconfiada, investigadora; pero tampoco cándida y floja, como si los niños fuesen ángeles. En cierto centro de educación, una mamá fue a preguntar por su niño interno. Se le buscó y no se le encontró. Apurada la madre, insistió, y no hallándole, el encargado se satisfizo con decir: usted, señora: Como no se haya escapado por esa ventana, no sé por dónde habrá podido escaparse». Debió quedar aterrada.

– El encargado debe tener la autoridad de la virtud, que es la que da más prestigio. La autoridad del carácter, sin el cual es imposible mandar ni a los pequeñines de primeras letras. La autoridad del poder y del mando, que no se le debe menoscabar por los superiores.

La autoridad los años y la experiencia, que tanto ayudan al proceder prudente. La autoridad científica, que reconocen y estiman en alto grado los colegiales. Si se limita a tocar la campanilla, vigilar los recreos, asistir al comedor, no podrá mostrar talento ni ciencia. Podrá demostrar virtud, pero su prestigio crecerá si es docto y sabe enseñar.

– El encargado debe tener ideas educadoras.-¡Qué ridiculeces, ramplonerías e inutilidades hubieran hecho todos los grandes hombres del mundo, puestos a hacer cosas sin formación: Virgilio qué zapatos más lindos; Alejandro Magno, qué pinturas más bellas; Napoleón, qué pasteles más ricos!

Del mismo modo, ¿qué educación puede dar un helenista, o un filósofo, o un cenobita, sólo por serlo? Aun el arte de plantar flores requiere ideas y práctica de plantarlas. con tanta o más razón se exigirá tener ideas y método de educación para darla debidamente. ¿Se necesitan más lecciones para plantar patatas que para plantar hábitos virtuosos?

Luego los encargado en los no pueden ponerse a educar si antes no tienen ideas de formación. A no ser que prefieran tener el mismo éxito que si de repente les mandaran cortar y coser unos pantalones o una levita. Entre esas ideas han de figurar las siguientes: el alumno es un sagrado depósito que se confía a nuestros cuidados, y al aceptarlo contraemos un deber de justicia con los que nos los confían. Ese deber no es sólo de instruirlos, sino de educarlos. Luego hemos de saber hacerlo.

Debe tratarse a los discípulos con suavidad y paciencia, y castigarse raras veces. Y llegada la necesidad de castigar, que se note se hace por necesidad y no por pasión: de modo que el niño sienta más el enojo que causa a sus profesores que el castigo que se le impone.

No debe exigirse una obediencia militar o casi automática. No es necesario que los discípulos se muevan a obedecer viendo un gesto, un movimiento de cabeza, una palabra. Es preferible que los discípulos amen a sus educadores, se lleguen a ellos con confianza y les expongan filialmente sus dificultades. Es preciso que se sepa explotar el amor propio de los alumnos, cuidando de no perder un elemento o resorte poderoso y necesario como éste.

El fundamento de la educación religiosa y moral de la juventud estriba en la enseñanza sólida de la doctrina cristiana, acomodada a las diversas edades. La observancia de la disciplina externa, que no poco ayuda para la formación del hombre interior, exíjase suave y firmemente. Se puede y debe formar a los niños de modo que se muevan en sus actos, más que por el temor de la pena, por el amor y el temor de Dios.

No debemos ser precipitados en los castigos, ni excesivamente inquisidores, ni imponer castigos graves e inusitados, sin aprobación del superior. Se puede y debe formar a los colegiales en el espíritu de apostolado.

No se han de educar los colegiales como monjas, con sólo actos de piedad, sino por medio de la acción. Es muy provechoso para los alumnos el trato privado con los educadores. Cuando algunos de los alumnos faltare en algo, se le debe avisar antes de castigarle. Esto, por lo menos, en cuanto a principios especulativos.

En cuanto a la formación práctica, sólo podrá recibirse teniendo maestros muy experimentados que sepan orientar a los jóvenes y comunicarles su propio entusiasmo por el ideal de la educación. Si se tienen encanecidos en su oficio, entusiastas de su ministerio de formar niños, convencidos de la excelsa labor que pueden llevar a cabo orientando a los maestros jóvenes, descargados de otras tareas que les aparten de ésta, que requiere al hombre entero, y consagrados a la dirección exclusivamente; si esto se tiene, podrán formarse buenos educadores; si no, fácilmente se convertirá la pedagogía en el arte de arreglárselas cada cual como Dios le dé a entender.

– El encargado debe tener convencimiento del valor de la educación.- Son poquísimos los educadores que se sienten con vocaciónpara pasarse la vida en los colegios. Prefieren confesar,predicar, misionar, escribir, dirigir asociaciones. Es evidente que todo eso, con todos sus sacrificios, es menos duro que enseñaren un colegio. Aunque es verdad que no hay ministerio más fecundo que el de la educación y la enseñanza

Ello puede ser no falta de sacrificio, sino de visión de la trascendencia de los colegios.
Los que no ven esa eficacia desfallecen y nunca llegan a formarse bien; porque para educar, como para hacer cualquier cosa bien, hay que pasar muchos años haciendo siempre lo mismo.

Convencerse de la eficacia de los colegios es fácil; sentirla, gustarla, resolver al sacrificio, querer consagrar a eso la vida, es de muy pocos. Se puede llegar a eso contando siempre con las aptitudes necesarias, considerando frecuentemente la eficacia y el bien incalculable de la educación cristiana. por tanto, la gloria de Dios, el bien de las almas, el mérito, la santificación y la gloria propias.

– Debe hacer jugar sin coacción.- Pretendemos hacer resaltar aquí este deber como propio de los supervisores. Y dar a entender su trascendencia y dificultad. Ésta estriba en que si no se juega con entusiasmo y libremente, no habrá bienestar en el colegio. Porque si lo que es más amable a los colegiales, los recreos, no los alegran, ¿qué pasará con lo que les es penoso, el silencio, el estudio, la clase, los ejercicios de piedad?

Mejor es que el encargado haga en la oración un propósito sobre los medios de tener a los niños entusiasmados con sus juegos, que no que haga un propósito sobre exigirles que vayan en filas en correcta formación. Es más educador y de más trascendencia que gocen plenamente en sus ratos de deportes, y aun que se les con un aumento de recreo, que no que se les escatimen las expansiones de sus juegos para asegurar el éxito de los exámenes.

No es verdadero el principio: a más estudio, más aprovecha y, en cambio, sí lo es a más bienestar, mejor disposición para educarse. No es barómetro verdadero del espíritu de un colegio ni el orden ni el silencio rigurosos, y, en cambio, sí lo es que los colegiales mayores jueguen con entusiasmo, no forzados por nadie.

¿Puede conseguirse esto? Sí, con una buena organización de los juegos, de que hablaremos más adelante.

– Los encargado con experiencia o con cautela.- El ideal de los educadores es el apto por su experiencia, con edad madura y cualidades. Pero ese ideal, por diversas causas, no puede conseguirse a veces. Porque han de ser jóvenes que comienzan su trabajo de educadores.

¿Qué deberá hacerse entonces?

Si han de ser maestros, que no se les confíen asignaturas de compromiso con colegiales mayores. Si han de ser supervisores, que no se les confíe la dirección principal de los alumnos de los últimos cursos. Si se les entrega el gobierno de los cursos medios, que se les ponga de auxiliares de otros supervisores más antiguos. Por supuesto, bajo la disciplina y magisterio de los superiores encargados de la disciplina o de las clases.

O se correrá el riesgo de que sólo salgan a flote los dotados de cualidades sobresalientes. Si a un aprendiz de piano se le dijese: Esta tecla es el do, ésta el re y así sucesivamente; el teclado tiene tantas octavas; hay dos pedales: uno para reforzar el sonido, el otro para debilitarlo. Ahí tiene usted ese vals: tóquelo usted…

El discípulo quedaría estupefacto. ¡Tocar un vals después de unos días de teórica! Pues esa burla es la que se daría a ciertos educadores si se les dijera: a educar. ¿A educar sin experiencia? Ésta es la causa por la que los jóvenes que comienzan su oficio de educadores deben ser auxiliares de otros de más edad, experimentados en este arte. Darles la dirección total es una temeridad. Dársela de los colegiales mayores en su primer año de magisterio, un peligro; una exposición muy grave de fracaso, aun de jóvenes con dones; un modo de quitar el gusto por el ministerio de los colegios.

En institutos religiosos dedicados a la enseñanza, es una necesidad dar a los jóvenes que terminan la filosofía ocupación de enseñanza y de educar.

1. Porque se han de probar sus aptitudes.
2. Porque se ha de probar su virtud.
3. Porque se ha de lograr cierta madurez de juicio, que dan los años y el trato con los alumnos, antes de pasar a teología.
4. Como una prueba más de la vocación. Luego cuando esto tenga lugar, habrá de procederse con gran prudencia, para no exponer a los jóvenes al fracaso y los colegios al descrédito. De lo contrario, se perderán verdaderas vocaciones de educadores, como acontece que se pierden verdaderas vocaciones de gobernantes. ¡Cuántos que hubieran podido gobernar bien, por tener cualidades para ello, se hunden por comenzar a gobernar antes de tiempo, sin la debida preparación!