V.- LOS ARISTARCOS
1. Los holgazanes
Que son los primeros detractores de las obras ajenas. Como ellos no hacen nada, se entretienen censurando el trabajo de los demás. e
Da pena ver la cantidad de líderes sindicales liberados que hay en España, que no hacen nada y cobran salario, da pena ver la cantidad de personas paradas que hay en Andalucía y cobra un dinero del gobierno y que se sienten con el derecho a seguir sin hacer nada y a criticarlo todo.
2. Los envidiosos
Éstos no pueden soportar que haya quien suba y sea aplaudido delante de sus ojos, y por eso muerden las honras ajenas y rebajan el mérito de sus obras, para de ese modo quedar todos pigmeos.
3. Los soberbios
Que hacen obras, pero que no quieren que otros las hagan iguales o superiores, para eso las roen por sus puntos flacos, reales o imaginarios; que creen tener derecho a que se les consulte su parecer en todo y se siga en todo, y cuando no se hace, porque no entienden de todo, censuran lo que se ha tenido la osadía de hacer sin su consejo.
4. Los ignorantes
Que no están capacitados para juzgar la actuación ajena, porque nunca han hecho nada ni saben cómo se hace, y confunden su propia ignorancia con la incapacidad de los demás y aun la misma imposibilidad de las obras.
5. Los amargados
Que se creen injustamente preteridos y arremeten contra la sociedad y contra todos los que no están hundidos como ellos. Llenos de bilis, no pueden vivir aislados y se suman al coro de los descontentos de la vida, y donde encuentran un grupo de descontentos de la sociedad, o de sus iguales y superiores, allí están ellos, abominando siempre de las injusticias que se han cometido contra ellos.
6. Los fracasados
Que intentaron obras y se hundieron por su impericia, y no reconocen su yerro, sino que atribuyen el fracaso a todos menos a ellos mismos.
7. Los exaltados
Por una idea, mala o buena, pero que los saca de quicio, hasta el punto de no ver nada bueno, sino todo malo, en los ideales de los que piensan de otra manera. Da pena ver cómo se ciegan hasta las personas más religiosas cuando se apodera de ellas una idea falsa, pero que ellos juzgan salvadora, o una idea verdadera, pero cuya eficacia se exagera desmesuradamente.
8. Los satisfechos
¿Quién lo diría? Pues una de las especies más dañinas de pesimistas son los satisfechos, es decir, los que tienen plenamente resuelta su vida. Como carecen de graves preocupaciones, les sobra tiempo para juzgar los problemas sociales, políticos y religiosos, y como están contentos de la vida, se figuran que todas las dificultades públicas y privadas se despachan con la misma rapidez con que ellos trinchan y descuartizan en el plato. Cualquier contratiempo los amilana y entristece.
9. Los incomprensivos
Los que no se hacen cargo; los que resuelven las cuestiones desde un punto de vista absoluto; los que, ignorando las dificultades de los demás, les echan en cara la falta de resoluciones tajantes; los que desconocen la diferencia entre edificar y destruir; los que, olvidando lo hecho, ponen los ojos en lo que está por hacer.
Son hombres que desde su despacho leen Internet y pretenden con la espada ahogar tanta inmoralidad, son hombres que en la plaza de toros, desde su asiento en la sombra, dan al toro estocadas formidables. Si los que actúan no remedian los males graves de la patria, como ellos, los incomprensivos, quieren y dicen y saben que se puede hacer, la consecuencia es evidente: es que los hombres de acción o son tontos, o cobardes, o malvados.
Los Aristarcos de la vida privada y de la pública son pesimistas que deprimen el espíritu y lo desalientan con la consideración de que e! único premio que van a recibir los que trabajan es la crítica mordaz y despiadada. Crítica tanto más amarga cuanto que procede frecuentemente de los más obligados a no hacerla. Como españoles, deberíamos alentar con nuestro aplauso a los españoles; pero no es así; el aplauso, para los franceses, los alemanes, los rusos; y la crítica, para los españoles. Como católicos, deberíamos disculpar, excusar a los católicos, alabarles, alentarles, y combatir sin tregua a los hombres de izquierda, a los anticlericales, a los socialistas, a la derecha pagana; pero no es así; a éstos se les deja en paz, y la guerra se guarda para los católicos coherentes.