VI.- EL PROFETA NEGRO
Unos ojos que todo lo vieran negro serían ojos que no vieran nada. Todo negro, negro, sería un defecto de visión: algo que estaba en los ojos, no en los objetos. Así hay entendimientos que no aprecian sino la parte sombría de los hechos y de las ideas. Cuando se fijan en los sucesos de actualidad, instintivamente se clavan en lo triste, en lo desagradable, en lo terrorífico, en lo inmoral. Todos los objetos, las personas y los hechos tienen luces y sombras, pues esos ojos son unas cámaras oscuras que lo reproducen todo menos la luz.
¿Y qué diremos del horizonte, de lo que está lejos, de lo futuro? Todo son visiones de males fieros. A veces, el Profeta negro toma una idea, cogida del ambiente social o político, y de ella saca consecuencias y consecuencias cada vez más aterradoras, y como ve con evidencia que se eslabonan unas con otras fatalmente, se figura que en el orden de los hechos ha de pasar lo mismo, y vaticina como un verdadero vidente.
No hay más sino que la lógica de las ideas es una y la de los hechos otra, totalmente diversa y a veces contradictoria. La lógica de las ideas es como una cadena de hierro, cuyos eslabones se enlazan inquebrantablemente. La lógica de los hechos es una cadena de barro, que se quiebra con cualquier cosa. En el orden doctrinal, el ateísmo, cuando se atraviesa la adversidad en la vida, lleva lógicamente al suicidio; en el orden práctico, se quiebra la lógica por el instinto de conservación.
De manera que el Profeta Negro ni ve lo presente ni lo futuro; lo presente, porque en la naturaleza no se da todo de un solo color, y lo futuro, porque el porvenir no es el resultado de unas consecuencias lógicas, sino de un conjunto de caprichos y de pasiones, de virtudes y de defectos, de ideas falsas y de ideas verdaderas, de incongruencias de conducta e inconsecuencias palmarias.
El Profeta Negro no tiene memoria. Un día sí y otro no vaticina cosas horrendas, y las cosas horrendas no llegan. Pero la falsedad de sus pronósticos ni le impresiona ni la advierte. Cuando deja de cumplirse un vaticinio, ya está preocupado con el presagio de otro suceso futuro inminente. El Profeta Negro es indolente. Nadie le hace moverse para nada; ¿para qué, si todo está perdido? Sus dos lemas favoritos son: cuanto peor, mejor; o todo, o nada. Es decir, húndase todo y así estaré más cerca de mi ideal, sin necesidad de que yo trabaje ni me moleste. O todo o nada; es decir, como lograrlo todo es un mito, nos quedaremos con no hacer nada para no trabajar en balde.
Además, no es lícito desear el mal para que venga el bien. Ni nos es lícito hacer de espectadores, sino de médicos. El método expectante que deja obrar a la naturaleza no sabemos si en medicina es un dislate; en sociología y política lo es. Es como el principio liberal de que los males de la libertad, con la libertad se curan. Alegrarse de que se agraven los males de la sociedad para que sane, suele ser una inconsciencia.
O todo o nada. Ésta es la otra norma del Profeta Negro. y no se ve la disyuntiva; o todo o nada. No, señor; o parte; en la práctica, nadie aplica ese principio. Que un comerciante no puede ganar dos millones de pesetas. No exclama: Un millón, ¡qué pequeñez! Cuando defendemos el principio o todo o nada, es que consideramos esencial lo que significamos con la palabra todo, y accidental lo demás. Pero en el orden moral, sólo hay un todo necesario, sin lo cual lo demás es nada: Dios.
Por más optimistas que seamos, bien seguros podemos estar de que nos moriremos sin haber logrado que Cristo reine en todos los corazones españoles. En el reinado social de Jesucristo pasa lo mismo. Hemos de luchar por él, lograr de él la parte que podamos hoy, y estar seguros de que no lo lograremos nunca. Podremos mejorar las leyes, modificar las costumbres, cristianizar las instituciones, alcanzar que los gobernantes sean mejores; pero lograr que toda la vida pública se inspire en el Evangelio, ¿cuándo se ha logrado?