XV.- UN MISMO OBRAR

La unidad en el modo de actuar contribuye al robustecimiento de las organizaciones. Y de ahí la prohibición en la vida religiosa de lo que es singularidad en el vestir, en el comer y en todo lo demás.

Cuando todas las fuerzas de una entidad se suman actuando  del mismo modo y en la misma dirección, el efecto resulta in comparablemente mayor.  Pero este principio evidente se exagera a veces con daño de  la misma unidad. La unidad en lo esencial no excluye la variedad en lo accesorio. La unidad de mando y el sometimiento a él  de todas las fuerzas que persiguen un mismo fin sustancial lleva  a veces a la exageración de un modo idéntico de obrar y a proclamar el frente único de una manera absurda.

Apenas hay dos docenas de asociados en cada una de las diversas entidades, ya se está poniendo el grito en el cielo para que se fundan en un frente único. Es ridículo. En vez de dos asociaciones con doce miembros en cada una, llegamos al gran ejército de tener una sola con veinticuatro. ¡Hemos salvado a la patria! Y mientras tanto, se abandona el trabajo de propaganda para aumentar los prosélitos, que es lo interesante.  Además, el frente único es la dirección única, no la fusión de las organizaciones en una sola que tenga un modo idéntico de obrar.

Un ejército puede guardar el frente único sin necesidad de uniformar los diversos cuerpos militares en uno solo. ¿Qué digo un ejército? Suprimir la caballería, la infantería, la artillería, para crear un solo cuerpo, no es frente único, sino una aberración y un imposible.

¡Bueno fuera que para dar unidad de acción al apostolado de las órdenes religiosas, comenzáramos por suprimir a los capuchinos, franciscanos, dominicos, jesuitas y cartujos! ¡Y hacer que todos tuvieran el mismo hábito, las mismas reglas, los mismos medios de acción, las mismas penitencias!

La variedad admirable de las órdenes religiosas no sólo no se opone al fin común, sino que es necesaria para obtenerlo. Porque esta variedad responde a la variedad de las necesidades de la Iglesia y de las vocaciones y espíritu y hasta del temperamento y las fuerzas físicas y salud de los candidatos a la vida religiosa. De la misma manera, el frente único no estriba en que todos los jóvenes tengan el mismo distintivo, las mismas banderas, el mismo reglamento, las mismas prácticas; sino en que tengan la misma dirección sustancial y el mismo espíritu y estén después-tos para los diversos actos de conjunto, que es dar la cara por la Iglesia.

La variedad, dentro de la unidad sustancial, es no sólo posible, sino provechosa y necesaria. Esa variedad obedece a la naturaleza, que da de sí esas realidades y además produce bienes de incalculable valor moral, entre otros, la satisfacción interior de los grupos, sin la cual no hay unidad perfecta, sino una tendencia incontenible hacia la división; hacia esa división que dentro de ciertos límites, es obra, no de las pasiones, sino de las realidades naturales. De modo que la variedad no se opone a la unidad, sino que la robustece.