XVI.- LA OBEDIENCIA
En las colectividades no hay unión sin obediencia. Un ejército sin obediencia no es ejército. La obediencia es dura, porque hacer la propia voluntad es placer de dioses. A los españoles nos es difícil de un modo particular.
La obediencia desde un punto de vista de la virtud se basa en que el superior representa a Dios; desde el punto de vista humano, se funda en el derecho a mandar y en el prestigio del que manda.
Ambos caracteres se completan y facilitan la obediencia. Un sujeto que no tiene condiciones de gobierno debe ser obedecido, porque se obedece a Dios en él; pero la obediencia se hará heroica y más tarde o más temprano concluirá por desaparecer. y es que andarán las cosas de cabeza. Por consiguiente, el que manda ha de procurar merecer la autoridad. Ha de ser un gobierno suave, firme y humano; con amor y con energía logrará sin esfuerzo y sin violencia la unión de sus subordinados. y por lo tanto, la unidad de acción.
Esta compenetración entre dirigentes y dirigidos degenera en varios excesos:
1.° Hay quienes para cualquier cosa acuden a la superioridad: sobre las que se tiene libertad de obrar. Eso, fuera de ciertos casos de la vida religiosa, que pueden ser inspiraciones, es una anulación de la personalidad. Sería ridículo, estando en batalla, que un soldado se dirigiese a su jefe y le dijera: Mi general, ¿disparo hacia la derecha o hacia la izquierda? Acudir hasta para lo más a la autoridad es inútil, perjudicial, estorbo para la acción y para la unión, porque es molesto a la autoridad, que quiere obediencia inteligente y expedita.
2.° Consultar a la autoridad sobre lo que no tiene jurisdicción. Es querer cargar responsabilidades sobre ella para salvar la propia porque de antemano se cuenta con que su parecer es el nuestro; cuando suponemos que no lo es, nos guardamos muy bien de consultar. Hacemos lo que ciertas mujeres que piden consejo sobre el partido político al que han de pertenecer; pero en las modas siguen su capricho, aunque la moral o nuestros principios digan lo contrario. Comprometiendo la autoridad, no se estrechan los vínculos con ella.
3.° Hay quien se ingenia para lograr que el superior ordene las cosas a su gusto, y una vez logrado su objeto, se presenta a los demás lo que él llama las órdenes de la autoridad. Todos pierden aquí: la autoridad que se deja sorprender y el que la suplanta. Y más aún la unión entre superiores y súbditos, que nada gana con esas habilidades.
4.° Fingir que se piensa como el que manda, sólo por halagarle. Eso es ofrecerle en holocausto su propio ser, como si fuera un Dios, y si se hace con miras interesadas, económicas por ejemplo, es degradarse dos veces. Pero aunque así no sea, pensar como piensa el que manda, sólo por darle ese placer, sin buscar provecho propio, es indigno de hombres.
Al que gobierna se le debe respeto, porque representa a Dios; y se le debe obediencia. Equivóquese él o no, el que obedece no se equivoca; pero el que manda puede equivocarse en lo que ordena. Porque no es infalible, aun en aquellas cosas que no requieren preparación especial; en las que la requieren, mucho más. Un capitán puede serlo muy bien sin haber estudiado música, y si sobre su estudio manda alguna cosa, será un milagro si no desbarra. Habrá que obedecerle si lo manda, pero creer que ha acertado, será cosa difícil.
La misma lealtad para con el que manda obliga en conciencia a manifestarle respetuosamente que tal vez se equivoca; aunque se moleste. Yeso por dos razones: Por el prestigio de! que manda, que pierde autoridad si se equivoca en lo que manda, y por adularle, se le confirma en su error.
Por los mismos negocios sobre que manda; asuntos tal vez de grave responsabilidad. Hemos de ser serenos en nuestros juicios, diciendo con lealtad cuanto debemos decir; que muchas veces los que obedecen son los mayores responsables de los desaciertos de los superiores, por no haber tenido éstos quienes les informasen de la verdad y aun les contradijeran con modestia, pero con sinceridad. La lealtad modesta acaba por ganarse el afecto de los que mandan.