XVIII.- PLAN

1. ¿Qué significa plan?
Plan es un orden preconcebido para la consecución de un fin. De su misma naturaleza se desprende la gran dificultad que tiene para nosotros los hispanos. Un orden preconcebido significa un estudio maduro de lo que hemos de hacer y eso es penoso para nuestro carácter impetuoso. Significa, además, una sujeción de nuestro espíritu a normas fijas; a las que hay que atenerse para la ejecución. El plan exige reflexión y sacrificio.

Por carecer de este doble espíritu no se crea en España una gran riqueza futura. Entre nosotros serán contadísimas, por ejemplo, las personas que planten pinares para sus nietos. Hacemos al revés, talamos los que nos legaron nuestros padres, aunque los hijos se queden sin puertas. No es sólo falta de previsión, es que no queremos sacrificarnos.

Un educador, si quiere formar educadores, ha de carecer de ellos para sus obras actuales en beneficio de las futuras. Es decir, ha de renunciar a su propia gloria en beneficio del sucesor.

El plan comprende un fin, unos medios, dificultades y modo de resolverlas. A él se opone la improvisación, que es todo esto mismo pero sin tiempo de meditar y, por consiguiente, expuesto al fracaso, o por lo menos, con un resultado menos estimable del debido.

Dios, infinito en su sabiduría, tuvo un orden preconcebido en toda la creación y no pudo menos de tenerlo, por ser ello propio de todo ser dotado de inteligencia. Pero con ser ello así, es frecuentísimo, aun en las personas inteligentes, prescindir del plan; por rutina, por irreflexión, por vehemencia, por falta de hábito y educación. Con lo que se producen males gravísimos y se pierden frutos considerables en el apostolado.

Nadie hace ni un palacio, ni un banco, ni un ferrocarril, sin un plan.

Su eficacia depende de que en él todas las fuerzas conspiren a la consecución de un fin. Esta convergencia de fuerzas es una suma de ellas aplicada a un punto, lo que no puede menos de producir un efecto centuplicado con relación a los esfuerzos considerados aisladamente y aun con relación a los mismos aunados; pero cada día aplicados a un punto diverso. ¿Qué palacio resultaría el hecho con arreglo a cuatro planes diversos? Cada uno de ellos destruiría el otro. Porque donde muchos trabajan en la realización de una cosa, o hay coordinación de trabajos en orden a un fin, o los trabajos resultarán estériles o contraproducentes.

Cuando la labor es de uno sólo, se requiere unidad de pensamiento y de acción. Se trata, v. gr., de formar oradores, y se toma como uno de los medios el ejercicio de la improvisación. Para que ésta dé los resultados apetecidos hay que ejercitar mucho a los de cualidades para la oratoria. Con este fin se debe aprovechar toda ocasión propicia de ejercitarlos; y esto inviolablemente. ¿No se tiene tesón? Pues el fruto será escaso y el ejercicio penoso, cada vez más; hasta que un día, por lo uno y por lo otro, acabe por desaparecer.

El plan ha de tenerse en todo, pero muy especialmente:

En la formación de los hombres.
En la organización de las obras.
En su armonización y coordinación.

2.- Plan en la formación del hombre
– Selección de aptos Aptos para gobernar, aptos para educar, aptos para enseñar, aptos para escribir. La selección es precisa: no todos los españoles tienen el privilegio de los diputados del sistema parlamentario, que sin selección, ni formación, sirven para todo.

– Hecha la selección, es necesaria la estabilidad en la formación. Es decir, que no se mude el plan, aunque los sujetos no resulten sobresalientes. Se hará más con un estable vulgar, que con un talento que mude de orientación a cada paso. Un arquitecto no necesita vencerse para llevar adelante la construcción de un palacio con arreglo a los planos. Le basta ver que si no lo hace y los cambia frecuentemente, le subirá el coste de la obra miles y miles de euros.

En cambio, el educador de un sujeto para el gobierno o para la enseñanza, o para escritor, o para otra cosa cualquiera, necesitará una voluntad férrea para no variar su plan. La inconstancia en el primer propósito puede nacer de vanas causas. Si un pintor no ha concebido con claridad la figura que ha de pintar, a cada pincelada andará vacilando qué ha de hacer.

¡Qué placer tan intenso causa oír una orquesta de grandes maestros! ¡Qué gloria, qué provechos, qué aplausos! Todo el tiempo que pareció perdido para el negocio se recupera ahora con creces por el crédito y el éxito. Es nuestro caso: se tardan años y años en formar hombres, se padecen penurias en ese tiempo, se dejan de acometer empresas, se tiene tal vez que abandonar alguna ya en marcha. Eso es angustiosísimo.
Pero ya están los hombres formados después de grandes fatigas. ¡Qué facilidad en las obras, qué placer, qué crédito, qué utilidad!

– Concluida la formación, ha de haber estabilidad en la práctica de lo aprendido
Los hombres que llegan a ser de mérito son ésos: los que siendo aptos y formados en algo, lo practican toda la vida. Un médico formado para oculista, que practica la especialidad hasta su muerte, forzosamente ha de saber más de ojos que un médico eminente de Medicina general. Ha de ser así, o es un incapaz.

Interrumpir la práctica de lo aprendido para consagrarse a otra cosa es, o no formar, o más bien, deformar. Como si unescultor hiciera una estatua con cabeza de fraile y cuerpo de guerrero. En el orden moral, como si se labrara espiritualmente una  estatua con cabeza de matemático, pecho de filósofo, brazos de escritor y piernas de gobernante. ¡Un monstruo! ¡O un ser ridículo!

Los cambios de orientación en el ejercicio de una profesión producen muchos males:
Se pierde el tiempo
¿De qué sirve formarse para organizar personas si luego se dedica uno al telescopio? Ganas de perder el tiempo. Almacenar cultura para no aprovecharla es perder el fruto del trabajo: y todavía la cultura general es precisa para todos; pero los estudios especiales que no se aprovechan son un crimen pedagógico: es dar a un militar una espada con la condición de no desenvainarla nunca.
Se pierde dinero
Un muchacho, después de estudiar leyes seis años, se dedica a comprar y vender ovejas. Pierde el tiempo, el trabajo y el dinero: una carrera cuesta un dineral.
Se pierde la ilusión
No se puede tener gusto de la vida cuando formados para una cosa nos ocupamos en otra. Porque se tiene conciencia de que es uno un vulgar, sin capacidad de influjo y sin prestigio. Obligar a eso es inhumano. Podrá ser que Dios nos exija el sacrificio; pero si no se junta lo humano con lo divino se hará heroica la ocupación.
No se forman hombres
Si no hay entusiasmo por la profesión, tampoco lo habrá por la formación. Porque ésta es penosa y un vencimiento habitual de dificultades, no se tiene sino con ilusión humana o divina. Lo natural será que si se presiente que la formación no va a servir, ni se desee, ni se pretenda, ni se cultive.
No se hacen obras
Las obras hacen los hombres formados. ¿No se forman? Pues no habrá obras. ¿Se forman y no se aprovecha la formación? Pues tendrán que hacer las obras hombres no preparados. Es decir, no se harán, o se harán y se hundirán. Es llanísimo.

3.- Plan en la organización de las misiones a  realizar
A) Selección
La selección en el apostolado, en que suele haber amplio campo y libertad, es de importancia suma. ¿Qué normas hemos de seguir?

– Las obras que producen un bien más universal
Entre una radio católica, que influye social y políticamente en los destinos de un pueblo, y un asilo para 500 niños huérfanos, no se debería dudar. Han de preferirse las obras que favorecen a mayor número, con mayor duración. Una organización de cien maestros católicos es mucho más estimable que un patronato de cien obreros.

– Más necesarias
Buena cosa es escribir una historia de España para vindicar la de la leyenda negra; pero si nos pusieran en la disyuntiva de hacer eso o remediar el paro: por humanidad, por mayor bien, por evitar mayores males, habríamos de atender a esta mayor y más grave necesidad. La más urgente necesidad del mundo, a nuestro juicio, es remediar el mal del ateismo, ya sea el liberal-capitalista, ya sea el comunismo .

– Un bien más espiritual y permanente
Un seminario para lideres católicos es obra más excelente que una caja de ahorros o una escuela de instrucción primaria.  Advirtamos que una obra material puede, a veces, ser preferible a una espiritual; a saber: cuando una sea condición preliminar para la otra. Una iglesia puede posponerse a un destacamento de la policía si, de no existir éste, se incendiará la Iglesia. Generalmente se han preferido entre nosotros, no las obras que hacían mayor bien, sino las de nuestro agrado; no las más influyentes, sino las que herían más el sentimiento y el afecto; no las más espirituales, sino las más comprensibles.

b) Caracteres de las obras
La primera característica de nuestras obras ha de ser la catolicidad. Hemos conocido muchas colegios sin apenas catecismo; sin estudio serio de la religión, muchas; sin práctica de sacramentos frecuentes, muchísimas. No ha sido por principio, sino por miedo o por desorientación; pero ha sido así equivocadamente. Ni el joven, ni mucho menos el niño, rehúyen la frecuencia de los sacramentos cuando se les cultiva bien. Nuestras obras han de tener la dosis de religión teórica y práctica que pide su naturaleza, y no podemos defraudársela sino con grave daño.

Hemos visto no exigir el silencio en los Ejercicios espirituales y creer que las personas no  eran capaces de hacer Ejercicios en silencio; que no era posible hacer partidos católicos, TV, teatro y cine católicos; todo, por prevención. La experiencia demostró el error.

c) Que sean modernas.
Es decir, que se adapten a necesidades actuales. Un gran libro sobre el amor de las mariposas sería un desacierto. ¡Nos destruyen los ejércitos inmensos de enemigos de la fe, y nosotros disparamos contra las mariposas!

d) Que sean de la eficacia.
De la mayor, no de alguna. No hacerlo, sería contentarse con un molino para hacer competencia a una gran fábrica de cilindros; como si con catapultas hiciésemos frente a los cañones modernos.

e) Que supongan sacrificio. Es consecuencia de la condición anterior. Porque la eficacia supone molestias que se rehúyen a toda costa. Se necesitan dinero, trabajo, tiempo, exposición, propaganda. Eso se rechaza; pero, en cambio, se pide a las monjas que lo encomienden a Dios.

f) Los reglamentos
El plan suele reflejarse en el reglamento, donde exponen el fin, los medios, los caracteres, las obligaciones y derechos, el mecanismo, todo lo que es y debe ser una obra. En los reglamentos hay una parte fundamental y otra mecánica. Esta suele ser minuciosa hasta la saciedad: obligaciones y derechos de la directiva, del comité ejecutivo, de las asambleas, deberes y derechos de los socios, cuotas, admisión y expulsión, etcétera.

No es esta la dificultad: ésta estriba en los principios esenciales que deben regir la organización. De ordinario, sobran directivos y falta dirección. Sobran artículos y cargos y faltan cabezas. Si una obra es nacional, con que haya un presidente y un secretario general y secretarios locales, basta. Con la condición, claro es, de que estén formados. Si no lo están, cuantos más cargos, menos eficacia.

Lo esencial es un elevado ideal con principios fundamentales, sólidos, pocos, pero bien aplicados. Eso es lo que hay que inculcar a los dirigidos y no abandonar nunca, so pena de destruir la obra. También es cierto que esos principios no vivifican las prácticas, entonces se convierten esos principios en un mecanismo rutinario. De ahí la necesidad en obras de alguna trascendencia de formar personal apto y dotarlo de los medios precisos.

g) Personal apto
Ni una fábrica, ni un colegio, ni una orquesta se pueden llevar bien con personas ineptas. ¡Ni con aptos, si son insuficientes! Es el que dirige, si tiene cualidades para ello, el que debe elegir sus colaboradores. Imponérselos desde arriba, es tanto como matar la obra.

Porque para la colaboración no basta la aptitud: se necesita la identificación con el plan del que dirige, la cordialidad, la unión de las voluntades. Cualquier obra de organización católica lleva consigo dificultades proporcionales a su importancia. y si sobre ellas se acumulan las nacidas de la falta de inteligencia entre el que dirige y sus colaboradores, es seguro que sobrevendría el fracaso.

Supongamos que se quiere crear un colegio con principios pedagógicos nuevos. Quien lleve su dirección sabe de sobra los inconvenientes que eso tiene; pero sabe también sus ventajas. Si quien ha de colaborar para llevar adelante la idea se hace cargo de las dificultades y no de los provechos, no habrá familia que mande sus hijos al colegio. Es decir, no habrá obra, por falta de personal.

El personal apto no es el muy inteligente y muy católico, sino el formado para el caso. O, lo que es lo mismo, se necesita personal con cualidades y preparación. Un obrero puede ser muy virtuoso y no servir para albañil, aunque sea inteligente. Necesita haber trabajado bien en el oficio. Muchas obras se vienen abajo por eso. Tienen colaboradores excelentes, pero inútiles. Busquemos, pues, antes de acometer las empresas, los sujetos que han de llevarla y no nos lancemos a hacernos cargo de ellas sin tener seguridad de que contamos con personas aptas.

En la acción social católica ha habido fracasos y se ha sacado la consecuencia funestísima de que eran obras imposibles entre nosotros. No, no son imposibles. Lo que sí lo es hacer obras sin hombres preparados para ellas.

h) Medios materiales
A un director de orquesta se le pide conocimiento de la música, arte de la instrumentación y estudio de las obras que ha de dirigir; pero que busque dinero para comprar flautas y violines, no. Eso se sale de su esfera.  Pues eso es lo que frecuentemente han de hacer los directores de España, y así ocurre que escasean extraordinariamente, y las  obras más.

Nosotros conocemos sujetos designados para organizar obras importantes a los cuales no se les facilitaron ni los céntimos de euro necesarios para el franqueo de una carta. ¡Qué monstruosidad! ¡No puede prosperar así la Misión Católica! Si queremos  verla fecunda, dotemos a los organizadores de medios, no suficientes, sino abundantes. Cuando no hay dinero es preferible que no nazcan las obras a que mueran abortadas.  No fundemos escuelas sino bien dotadas, con material moderno y profesores bien retribuidos; porque si no, tendremos el  desecho de profesorado, murmurarán ellos y los de enfrente, enseñarán mal y nos desacreditaremos nosotros. y para dotarlo bien, entendamos que eso no es cosa del obispo del lugar. Aquí todos cargamos la responsabilidad sobre cualquiera.

El gobierno es el que está obligado a todo, ¡pero nosotros! ¡Y no es así! Somos todos y cada uno de los católicos los que hemos de contribuir generosamente a sostener nuestras obras. Estamos acostumbrados, lo primero, a no dar nada, y, en último término, a dar miserablemente.

4. Plan de coordinación
Un arquitecto ha hecho cincuenta estudios profundos. Uno de cada una de las piezas del palacio. No hay más que pedir. Pero como él hizo planos parciales, al unirlos y coordinarlos, la cocina cae en los antípodas del comedor; la escalera desemboca en el tejado, y al cuarto de baño hay que llevar el agua con cubos.
Clarísimo que debe haber plano de conjunto; no sólo en las obras materiales, sino en todas.

Un general se preocupa profundamente de tener municiones, vituallas, armas de todas clases, fuerzas de todos los cuerpos. ¿No hay plan de batalla? Todo perdido. En una gran ciudad el plan de conjunto exige la coordinación de todos los servicios públicos; de lo contrario, pudiera acontecer que sobrara luz y faltara pan, que hubiera magníficos barrios en los extremos y no hubiera medios de transporte para ellos, etcétera.

En el apostolado se necesita, igualmente, la coordinación de todos los esfuerzos.

La Misión Católica tiene fuerza divina para hacer felices, prósperos y santos los pueblos; pero los pueblos son libres, y habiendo libertad para todas las ideas, aun las más absurdas, era un imposible moral que no existiese en cada país un grupo de sectarios, rebelde a todos los influjos religiosos, que se consagrase a perturbar a las muchedumbres.

Tenemos en España multitud de casas de religiosos y religiosas y de colegios católicos que ejercieron su influencia benéfica sobre millones de españoles. ¿De qué sirvió todo eso para impedir la subversión cultural que hemos vivido?