XX.- DIRECTORES
1. Necesidad de directores
El tiempo, la actividad, el talento de un hombre son cosa tan limitada, que, de ningún modo, puede satisfacer las legítimas aspiraciones de quien quiera influir sensiblemente en la sociedad. De ahí la tendencia a buscar cooperadores y crear obras que perpetúen el influjo y lo ensanchen dentro de círculos más amplios del que puede abarcar la actividad de una persona.
No todo el que sabe actuar sabe dirigir. Sarasate fue un gran violinista, ejecutor de obras maravillosas; pero no por eso podemos asegurar que hubiera sido un gran director de la Sinfónica. En España son pocos los hombres de acción, pero son muchos menos los que saben dirigir. Si hubiera más que dirigieran bien, habría muchísimos más que actuasen.
El hombre de acción que aspira a dirigir ha de adiestrarse en el arte de hacer hacer. Así multiplica su influjo por el número de aquellos a quienes hace actuar. Hacer hacer es un don que exige dotes de gobierno, prudencia, vigilancia, asiduidad y firmeza de carácter. Y si no se tienen, el puesto de mando se convierte en una ocasión magnífica de que los que han de hacer no hagan nada.
El papel de director es poner derecho lo torcido, ilustrar, corregir, orientar, suscitar iniciativas, estimular, premiar, castigar. Un director de colegio que se ocupe demasiadamente en enseñar matemáticas, por hacer un bien, dejará de hacer otro mayor. Podrá ser un maestro excelente y un director muy malo; enseñar muy bien y hundir el colegio. El que hace hacer, sin hacer otra cosa, hace más que nadie. Doscientos albañiles construyen una casa y tienen un encargado. Pues él, sin poner un ladrillo, trabaja con las manos de todos.
Cuanto más elevado es el puesto que una persona ocupa en la sociedad, más necesario es el arte de hacer hacer. ¿Qué diríamos si viésemos que el Papa se ocupaba habitualmente en enseñar el catecismo a los niños pobres de Roma? Que hacía una gran obra de misericordia a los niños y dejaba de hacer un bien inmenso a la Iglesia, desatendiendo los problemas trascendentales de! mundo. Nadie concibe al director de una gran orquesta tocando al mismo tiempo la flauta.
2. Los directores de almas
Los directores de almas, y no estamos hablando sólo de los sacerdotes, tienen sentir la diferencia y prelación de las diversas obras del apostolado católico. Primero, las más necesarias, universales y urgentes, y después, las que ejercen un influjo menor, intensiva y extensivamente.
No es lo mismo, desde el punto de vista del influjo en la marcha de la sociedad, establecer una catequesis que fundar una universidad. No se hace la misma labor con un albergue nocturno que con un periódico. Hay una diferencia enorme entre un Centro de la Gota de Leche y una Asociación del Magisterio Católico.
Supongamos que a la misma hora se nos ofrece a la vista un niño medio desnudo, un editor de un libro sobre un héroe de nuestra historia, un líder que quiere hacer documentales católicos, y un ciudadano que grita: «¡Socorro! ¡Que arde la ciudad!» ¡Claro que debo acudir a lo más urgente! Hay obras cuyo influjo se sentirá después de los años y que responden a necesidades sociales de trascendencia, pero no inmediata. Hay otras que responden a necesidades urgentísimas, que si no se satisfacen, peligra la sociedad.
Entre fomentar la organización católica obrera, que es el medio contra el del socialismo, o hacer una biblioteca para la glorificación de nuestros héroes, no cabe vacilar por razón de la apremiante necesidad. En el orden de excelencia, la religión es lo primero; en el orden de la necesidad, lo primero es la autoridad, sin ejército la sociedad sería un caos, donde habría no religión, propiedad, ni nada. Por consiguiente, tener medios de comunicación católicos, que es la fuerza armadas de los principios básicos de la sociedad, es la primera de las necesidades sociales.