XXII.- CONSTRUIR

El socialismo y el capital-liberalismo han actuado destruyéndolo todo, el alma de los hombres y ahora su sistema económico: no es, pues, lo mismo actuar que construir. Sería triste pasarse la vida demoliendo lo ajeno, a veces bueno, no propio, aunque no sea lo mejor. Gritan algunos: «¡Abajo el la TV, el cine o el Internet indecente, las modas provocativas de las mujeres, la política subversiva de la civilización occidental!» Está bien; pero con eso no destruimos nada, y si lo destruimos, no lo sustituimos.

El procedimiento ha de ser otro: levantar frente a los medios de comunicación mentirosos, medios que les hablen de la verdad; frente a tanta pornografía y sensualidad como hay en las TV, hacer series de TV no ñoñas, sino hechas con gusto y con talento; frente al periódico anticlerical, el católico; no el que se lo llame, sino el que lo sea, llámese o no, y tenga difusión e influjo en la sociedad.

Frente a la playa, que es una exposición de desnudos y un peligro y una vergüenza para los niños y para toda persona decente, la playa de las personas honradas, que no quieren mezclarse con mujeres que parecen cualquier cosa. El cine, el periódico, las organizaciones sociales, la TV, el Internet, las playas, etcétera, son cosas necesarias; o se ofrecen buenas o se tornan malas. Es, pues, necesario actuar construyendo, y actuar intensamente. Hay hombres pasivos, ejecutivos, rápidos y de iniciativa.

La vida de muchos hombres es un trabajo que no rinde nada; hacen lo que tantos trabajadores vagos: un ladrillo y un cigarro. Después de un día de actuar pueden preguntarse: ¿Y yo qué he hecho? En los trabajos de apostolado no es infrecuente la pereza, y se pueden convertir en una tertulia de aficionados, donde se comente el suceso político del día. La esterilidad va unida a la pereza. Si sudasen para llevar a cabo la misión, no se satisfarían viéndola infecunda. Subconscientemente piensan: ¡Para lo que trabajamos, bien está!

Los que actúan intensamente, aguzan el sentido de la realidad y ven pronto que hacen el ridículo y pierden el tiempo, si no son fructuosos sus actos. Un albañil que trabajase febrilmente y no recibiera un buen jornal, dejaría pronto de hacerlo. Quien actúa con intensidad busca, por la misma razón, la permanencia del fruto y de la obra. Tres elementos influyen poderosamente en la estabilidad de ésta: su necesidad, las líneas directrices y la formación de los dirigentes.

Cuando una obra responde a una gran necesidad social, todo empuja a su creación y su permanencia. Cuando sus bases fundamentales son firmes, la actuación orientada sobre ellas no puede menos de ser eficaz. Cuando los dirigentes están preparados para actuar, no sólo con ideas especulativas, sino con experiencia, difícilmente dejará de ser su trabajo de efecto duradero.

Hay quien construye cosas tan efímeras, que cuando falta su presencia se vienen abajo. y es que, en realidad, en el fondo no había sino el influjo de un hombre, su prestigio como científico, su oratoria, su carisma pero no una construcción sólida y perdurable.