II.- LA MORAL Y LA POLÍTICA
Decía Donoso Cortés «que en toda cuestión política iba envuelta una cuestión teológica». Pues en contra de esa afirmación, digna de un hombre de gran talento, nos encontramos con el hecho de que muchos dicen que los conceptos de la moral y la política parece no tienen vínculo que las una.
Hay quien cree que debe ser católico en privado y en política no. Por eso hay políticos que como personas privadas son probos y rectos. ¡Robar a nadie un euro! pero cobrar una comisión desde un puesto político por resolver un asunto de modo favorable a una empresa… ¡eso ya es otra cosa!
De aquí se deriva, en parte, la opinión desfavorable a los hombres públicos: opinión corroborada por hechos concretos y divulgados con señalamiento de nombres, negocios y cantidades: cosa, aunque muy fea, resabida y tan antigua como la existencia de la política. Lo que ya es menos prudente y justo es la costumbre de prescindir de las reglas de la moral para juzgar la conducta de los hombres que nos gobiernan. Y eso sólo por el hecho de que pertenecen a tal o cual facción más o menos avanzada en ideas irreligiosas.
Sólo por el hecho de que un sujeto no sea religioso no se puede asegurar se haya aprovechado de su puesto para embolsarse unos millones. Indudablemente se falta a la caridad y a la justicia con imputaciones concretas sin fundamento sólido. Se faltaría sólo con el juicio interno, ¡cuánto más con el externo y público!
Pero hay algo peor: la pasión de los partidos. Basta que sea un sujeto enemigo político para que ya no haya obligación de observarse con él los preceptos de la moral: A un político, por criminal que sea, no se le puede atacar, por ser representante de la autoridad, porque al hacerlo se desprestigia el principio de autoridad. Ridículo
En el ataque a los enemigos políticos, aún siendo perseguidores de la Iglesia, no se puede faltar a la verdad, a la justicia, al decoro, a la caridad; pero inutilizarlos para su obra destructora, eso no va contra la autoridad, sino a favor de ella; es faltar a la caridad, sino amor de Dios y del prójimo.
No se puede satirizar lo que se manda con justicia y con derecho; pero en los abusos del poder no es sólo lícito, sino a veces necesario, porque lo que no consigue el argumento lo consigue la caricatura. Es el único medio de hacer impopulares a los embaucadores del pueblo. Dentro del sistema democrático, el prestigio personal lo es todo en orden a las elecciones; ¿es ir contra la autoridad deshacer los prestigios falsos para que no salgan diputados antipatriotas?
Existe otra anomalía en las relaciones entre la moral y la política: el hecho de que sean los políticos los que resuelven las cuestiones morales que suscita su actuación. Nos estamos refiriendo a las famosas Comisiones de Investigación de los Parlamentos para investigar determinadas actuaciones políticas …pero que nunca llegan a nada. Son tan complejas y trascendentales las cuestiones sobre la licitud o ilicitud de ciertos actos en el campo político, que es una enormidad que quieran resolverlas los que no han estudiado moral. ¿Qué digo? En asuntos graves, sería prudente confiarse al juicio de un solo moralista, sino a varios y muy versados en estos estudios. Carlos I, Felipe II y otros reyes nombraron comisiones de teólogos para casos de conciencia delicados, y aun así no acertaban a resolver por discrepancias de pareceres entre los moralistas; y ahora periodistas y políticos dictaminan sobre la licitud o ilicitud de los actos de los políticos, no dejan que otros juzguen determinados hechos o políticas, como sobre la creación de nuevos partidos, la continuación ilimitado en el poder de determinados presidentes, sobre la limpieza del sistema electoral etc…
Y así pasa que mientras por los medios de comunicación circulan soluciones morales como dogmas infalibles, los que han estudiado moral piensan absolutamente lo contrario. ¡Se echa de menos, aquí como en otras ocasiones, el consejo de Universidades Católicas, creadora del pensamiento nacional en los problemas vitales de España! En los morales muy especialmente.