IV.- LOS HOMBRES Y LA POLÍTICA

No entendemos de ninguna manera cómo se habla a veces  tan mal de la política, sin distingos y por personas de gran autoridad. Lo menos que podía tratándose de cosa tan grave, es que se hablase expresamente de la política ruin de los actuales partidos que  nos gobiernan y de sus intereses. Pero condenar la política así en globo, es desconocer que todo ciudadano está obligado en conciencia y gravemente, según las diversas circunstancias de su vida, a mirar por los intereses de la patria, en que entran desde la defensa de la fe, de la familia y de la unidad de España, hasta la de los intereses legítimos materiales de mayor categoría.

Por ese trato despectivo, no de la política mezquina, sino de la política en general, es por lo que se ha retraído de ingresar en la alta política una gran masa de españoles honrados y católicos. Y por ese retraimiento absurdo, egoísta y verdaderamente  criminal, es por lo que tenemos de contemplar el espectáculo de una política antisocial, y antirreligiosa, y antipatriótica, y antieconómica, que ha hundido a España, sin dique que la contuviera.

Estamos hartos de oír una idea que no entendemos. Se nos habla del catolicismo de los pueblos hispanos y se mide ella sólo por las manifestaciones de su piedad. Pero a la par se nos dice que sus gobiernos están alejados del corazón de Dios, sus parlamentos dictan leyes sectarias y contra la moral. No lo entendemos.

Con un mal decreto de un ministro se puede anular toda la enseñanza privada. Y eso sin que en el Parlamento haya un partido católico que lo pueda dificultar. Y con todo, ese pueblo es un pueblo de católicos excelentes. Hay que deshacer ese mito de los católicos excelentes. Mientras en un pueblo cualquiera no haya un núcleo selecto de hombres de talento, de vida sobrenatural y con criterio netamente católico para actuar en la política, no se podrá decir de ese pueblo que sus dirigentes están formados conforme a los deseos de la Iglesia.

Pero he aquí un argumento que engaña a muchos. Sin una ancha base de votantes no hay fuerza, sin fuerza no hay eficacia, sin eficacia es inútil la organización. Prescindamos, pues, del carácter católico de los partidos porque retrae a las multitudes, y formemos organizaciones políticas sobre la base de la neutralidad.

De hecho era lícita esta norma de conducta por la grave dificultad de investigar si en efecto se retraerían o no, de hecho, las masas, caso de llamarlas a una organización netamente confesional. Pero no queremos aquí tratar esta cuestión, sino sólo la táctica, supuesta la licitud. Y decimos que somos enteramente contrarios a esa táctica desde el punto de vista de la fecundidad de la acción.

El apostolado, dentro de las organizaciones políticas de carácter neutro, se ha de reducir por fuerza sólo al influjo personal, ya que la acción colectiva ha de ser neutra por la naturaleza intrínseca de la organización. Resulta así que, en efecto, algún bien es posible si los miembros del grupo político ocupan puestos relevantes; tal vez el mayor bien posible en ciertos momentos, cuando en realidad no hubiese medio de crear una fuerza francamente católica y poderosa para influir en las leyes.

Adelantemos la idea de que muy fácilmente puede nacer esa convicción de falta de vida sobrenatural. Puede obedecer a simple error por persuasión de táctica, aun en personas de vida espiritual intensa: en la mayoría de los casos procederá de falta de fe y de confianza en el poder divino de la Misión Católica, aun en el orden político. La religión es una fuerza divina y eterna, una fuerza expansiva, que no dejará de ganar prosélitos mientras el mundo exista, en todas las manifestaciones de la vida, incluso en la política.

El modo de conquistar las masas para ella no es comenzar por muchos, sino por pocos, un núcleo selecto, ignorado, reducido, lleno de espíritu, de actividad, de optimismo. Las masas van donde van los directores, piensan lo que piensan sus directores, quieren lo que quieren sus directores. Poco a poco ese núcleo conquistará nuevos jóvenes de talento, los que más capaces sean de sentir el apostolado en la política. Y al cabo de algunos años, aquel círculo reducido habrá extendido su radio de acción y se hallará un grupo de hombres formados decididos a luchar ante todo y sobre todo por el imperio de los principios católicos en todos los órdenes de la vida, no sólo la privada, la pública.

Ésa es y no puede menos de ser Misión Católica, que está al margen y por encima de los partidos; que no es política, pero prepara para que sus hombres lo sean, los que se sientan con vocación para serlo, que han de ser todos, cada uno en su esfera, unos como jefes y otros como soldados.

Los hombres católicos, no teóricos, sino prácticos, activos, luchadores, capacitados, optimistas, confiados en la Providencia, de vida sobrenatural intensa; ésos son los verdaderos salvadores de la sociedad. Ellos son la médula del poder de alta política católica, sean cuales fueran las diferencias de las formas de gobierno y de la constitución de .los Estados. Si los tenemos, tendremos salvación; si no, no la tendremos. Que cada cual opine lo que quiera en cuestiones de partidos: la razón y la Iglesia se lo consienten: ¿tenemos hombres católicos, de vida sobrenatural y de criterio católico para aplicarlo a la vida pública? Seremos un pueblo bien gobernado. ¿No los tenemos? Pues con todos los regímenes habidos y por haber seremos un pueblo desventurado.

Sólo el abandono de los deberes ciudadanos explica el caso de pueblos eminentemente católicos dominados por un puñado de hombres anticatólicos. Ocurre en casi todos los pueblos hispanos. No han faltado masas católicas, sino directores, y no directores consagrados sólo a la Misión Católica, sino a la social y a la política. Han faltado hombres para todo; pero más hombres de gobierno que sociales y católicos. Confesemos la verdad: es más fácil y cómodo comulgar devotamente que sacrificarse organizando masas, oponiéndonos a los sinsabores y represalias de los partidos y gobernantes.

Pero la importancia de la política se lleva a veces a una exageración  desmesurada. Para muchos, ni la Misión Católica ni la Acción Social de muchas asociaciones católicas tienen trascendencia: todo está en llevar diputados al Parlamento. Es una exageración: sin hombres católicos no tendremos diputados católicos, y hombres católicos no los tendremos sin la Misión Católica. No decimos precisamente que han de salir de las organizaciones oficiales que la componen; pero sean de ella o no lo sean, aunque es razonable surjan más y mejor formados dentro de sus amplias organizaciones que no aislados, han de formarse en el apostolado desde la juventud. Y eso con un criterio sobrenatural y vida sobrenatural y base de doctrina segura y sólida que les haga aplicar los principios católicos a todas las situaciones la vida.

El caso es que no pase lo que vemos con frecuencia: hombres que se llaman católicos y son cismáticos, hombres que se llaman católicos y son herejes, hombres que se llaman católicos y son paganos, hombres que se llaman católicos y son perseguidores de la Iglesia desde el poder; y si no, por lo menos dejan desde él indefensos los derechos de la Iglesia; todo por falta de formación doctrinal y de prácticas cristianas.

El mismo error que con respecto a la Misión Católica se sufre a con respecto a la acción social. Para muchos, todo está en la política, nada en el apostolado social, y todo su interés estriba en ensanchar los cuadros políticos por medio de los medios de comunicación, de los favores, de los influjos, incluso por medio de las obras de misericordia. No puede ser.

¿En virtud de qué las masas alejadas de la Iglesia van a sentir simpatías por ella? ¿Por los mítines? ¿Por los programas de radio o TV, por la prensa? ¡Tonterías! Quieren algo más sólido: quieren trabajo, quieren jornales altos, quieren participación en los beneficios, quieren escuelas profesionales, quieren hospitales buenos, quieren tierras. Eso es lo que quieren y es lo que les proporciona la Misión Social Católica. ¿Los discursos? ¿La política? No les importan.

Es este asunto muy grave, porque mientras una organización política católica no avance paralelamente a una gran organización social católica como un sindicato, un gran hospital o asociaciones que defiendan a la familia o el orden en la circulación de vehículos en Republica Dominicana no estará cimentada en el aire por numerosa y sólida que parezca.

Desde el poder se pueden dar leyes favorables a los trabajadores, a la familia, al mejor de circulación de vehículo: pero la organización para aprovechar los beneficios de las leyes han de hacerla las personas con la cooperación de toda la sociedad. Sin ese esfuerzo común no se conseguirá un estado social de bienestar económico y de paz y tranquilidad del pueblo; y sin estado de satisfacción interior ni hay partido político seguro, ni sociedad, ni gobierno seguro. La organización de la sociedad influida por los principios cristianos es la base más sólida del Estado.