II.- EL PERIODISTA
Es palmario que un periódico católico es un instrumento de apostolado. Pero es claro también que no llegará a ser un gran periódico católico, de vida duradera, si se planea mal económicamente. Descartado este problema, del cual hablaremos al tratar del periódico, queda el de la formación.
En España tuvimos una excelente Escuela de Periodismo. El examen de los candidatos, el plan de estudios teóricos, las prácticas de periodismo, todo estaba orientado en sentido católico y realista.
La Escuela de Periodismo se halló en esta disyuntiva: o tomaba alumnos jóvenes para formarlos moral y religiosamente, como es debido, y entonces la formación de los directores era muy lenta, porque, habían de seguirse las prácticas en otros cargos subalternos varios años para alcanzar una madurez de años indispensables, o se recibían alumnos de más edad, prácticos ya en el periodismo, y entonces faltaba fácilmente el espíritu, la vida sobrenatural, la vocación para este apostolado, que era lo esencial. Hábiles periodistas, de pluma fácil y de talento, todos los conocemos; pero generalmente inútiles para el fin que se pretende aquí.
Queda por determinar el método para que a la magnitud del sacrificio que exige una escuela de esta índole, responda un fruto razonable. Y para ello es absolutamente preciso averiguar si el alumno siente el apostolado del periodismo, natural y sobrenaturalmente; si tiene temperamento de periodista y es un enamorado de Jesucristo y de su Iglesia. Cualquiera de las dos cualidades que le falte hará de él un hombre inepto para esta profesión.
El director de un gran medio católico necesita muchas cualidades, entre otras las siguientes:
1. Una sólida formación literaria y filosófica
Desde luego, es interesante la formación clásica literaria. Con ella sería imposible aparecieran en un gran diario artículos de autores desequilibrados que, diciendo cosas extravagantes, parezca que dicen cosas profundas. Por ello sería desde luego imprescindible la presencia de un moralista, sin cuyo asesoramiento no se deberían tratar cuestiones morales, graves y dificultosas, so pena de exponer al diario y a sus lectores a errores de trascendencia.
2. Visión clara de los problemas políticos y sociales
No para resolverlos él en persona técnicamente, porque para eso habrá de haber hombres especializados, sino para tener intuición de su realidad y trascendencia y facultad de asimilarse las cuestiones y su solución. Esa visión no puede ser sólo de problemas aislados que resuelvan dificultades del momento. Ganando escaramuzas se puede ir a la derrota definitiva; perdiéndolas, a la victoria final. Es la mirada amplia, profunda y lejana la que caracteriza a los grandes caudillos.
3. Conocimiento de la psicología popular
Ha de ser un gran conocedor de su público para orientarlo, corregirlo, enardecerlo, refrenarlo: conocer sus gustos para agradarle y penetrar en él y moralizarle; apreciar los momentos de gran interés para la vida del periódico, a fin de no dejarlos pasar infructuosamente. El mundo hispano tiene sus características: imaginación, vehemencia, sentimiento, coraje. El diario que quiere penetrar hondo en él ha de hablarle en español. Un sueco no podría ser director de un periódico de Sevilla.
4. Contacto continuo con el ambiente social y político
El estudio, la oración, la reflexión, el tiempo, todo eso que el claustro ofrecería a un director capuchino como ventajas, quedaría anulado por el desconocimiento de la realidad viviente e inquieta. Un periodista abstraído en trabajos especulativos no es capaz de sentir las vibraciones del espíritu popular ni a través de reporteros y redactores.
5. Espíritu batallador
Valor personal, porque es como el general de un ejército en campaña; espíritu agresivo, porque en la guerra perece de remisión el que sólo está a la defensiva; ha de hacer vibrar el alma popular cuando las circunstancias lo pidan, y ahora lo piden a cada paso: no puede ser impresionable ni pesimista, porque ha de estar inyectando en el cuerpo social aliento, coraje, confianza en la victoria, esperanza en el porvenir.
6. Conocimiento de los hombres
y, por consiguiente, trato de los políticos, hombres generalmente insinceros, astutos para combatir la Iglesia, largos en promesas y parcos en cumplirlas.
7. Independencia económica
No estar atento a qué querrá el que está arriba, sobre todo si se depende de él en lo económico, es de espíritus generosos y muy contados. Pues esa cualidad excelsa y rara es precisa a todo buen director, so pena de convertirse, con apariencia de guía de multitudes, en secuaz del espíritu ajeno.
8. Amor a la Iglesia
Que se traduzca, ante todo, en la defensa del imperio de los principios morales y religiosos sobre todos los órdenes de la vida. No sea que acontezca con el director lo que con tantos católicos, que lo son privadamente y no en público; lo son en la iglesia y no en la política; lo son en la doctrina y no en las costumbres; lo son en unos mandamientos y no en otros. Mal gravísimo, porque ese catolicismo mutilado se refleja luego en las páginas del diario, y en vez de formarse un pueblo católico, se formará un pueblo indiferente.
9. Fidelidad en interpretar el sentir unánime de la opinión católica
Esa opinión es certera como lo demuestra su unanimidad y el versar el juicio sobre puntos no recónditos de alta política, sino sobre actitudes y tácticas que están al alcance de todos. Querer entonces torcer el cauce de la opinión, dando soluciones que corresponden a un temperamento personal, es prudente, expuesto a errores y consecuencias muy graves.
La opinión no ha de dirigir al periódico, es evidente; pero tampoco ha de ser el periodista el que, prescindiendo de un sentir que puede llamarse nacional, quiera rectificarlo y anularlo, imponiendo la opinión contraria.
10. Dotes de gobierno
Un gran medio de comunicación católico es como una organización militar en campaña: ha de tener quien mande con prudencia y energía. En los medios no católicos no existe más objetivo que la caja; un redactor escribe blanco y el otro negro; pero en el rotativo católico se fija una orientación, a la que ha de dar unidad, con firmeza, el criterio del director. Si él es blando o no prudente, matará el espíritu de la obra.
11. Cualidades de educador
En la dirección de los medios hay educadores y gerentes de empresa. Las primeros forman multitudes, inculcándoles ideas fundamentales a fuerza de repetirlas. Es el gran papel social de los medios de comunicación y de quienes la dirigen; el apostolado moderno, de eficacia casi sin rival. Los segundos, los que son gerentes de empresas, son los que, por dinero, dan toda clase de noticias. En estas páginas no hay doctrinas, sino intereses.
Un medio-escuela tiene un influjo enorme: como que el lector se forma y se identifica con los esos criterios, los ama, los sigue, se sacrifica por sus mismos ideales. Un medio de comunicación-empresa tal y como están hoy en día planteados divierten y des-educan.
12. Los críticos
Nos parece natural que los críticos que sostienen que el arte, ya sea el cine, la pintura, la música, la escultura, el teatro etc.. nada tiene que ver con la moral, juzguen con desenfado cuanto se les pone por delante. Lo que ya no nos parece razonable es que los católicos juzguen toda clase de obras sin estudio de la moral y el consejo de moralistas.
Todo cristiano sabe que la obscenidad es indeseable, degradante para el ser humano. Como sabe que es laudable la acción caritativa o el sacrificio de la vida por la patria. Pero los argumentos de las obras artísticas, no son siempre tan claros: muchas veces son dificilísimos de juzgar, desde el punto de vista moral y religioso. ¿Con arreglo a qué normas se pueden juzgar entonces?
Ni la educación religiosa de la familia, ni el ambiente católico de un colegio, son suficientes para hacer discernir bien lo bueno y lo malo en los medios de comunicación ó en las diferentes facetas del arte. ¿En virtud de qué ciencia infusa es posible, entonces, formar un juicio acertado, propinándoselo al público, como boticario que sabe que su fórmula es innocua y saludable? ¿Por sentido común e instinto moral? No es suficiente.
Si no se estudia moral, se lleva uno chascos tremendos. Cosas que se creían lícitas, resulta que no lo son, y al revés. Así no puede sorprender que un crítico diga que la novela es blanca, otro que es verde, otro que es rosa y otro que es negra.
¡Naturalmente! El sentido común no basta.