III.- LA PRENSA IMPRESA O DIGITAL

Pocos medios de lucha habrá hoy comparables al periódico diario. Es un predicador incansable, que todos los días habla a sus lectores, que se dirige a millares y millares de ellos, que se mete en sus casas para convencerlos, que entabla conversación con ellos sobre los más variados y palpitantes asuntos, que ataca  o defiende sus intereses, que les comunica cuantos sucesos han ocurrido en el mundo en las últimas veinticuatro horas. Nos admiramos de la avidez con que se lee; no: es naturalísimo.

1. Su influencia social
Nos referimos a su influjo en los Estados democráticos. En ellos la prensa diaria levanta y derriba gobiernos, crea y mancha prestigios, incuba o impide las guerras, fragua las revoluciones. La prensa y la organización son dos armas modernas de una fuerza incalculable. Contrarias entre sí, no sabemos cuál vencería; unidas son arrolladoras.

Los católicos belgas tienen prensa mediocre y ganan las elecciones por su magnífica organización y por ella se mantienen en el poder hace muchos años. Antes del 13 de abril de 1931, hubo en España gran prensa socializante, que se apoyó en las masas obreras organizadas. En cambio, nosotros no teníamos organizaciones políticas ni organizaciones sociales.

Dentro de los Estados totalitarios la prensa tiene características especiales. En primer lugar, ha perdido su fuerza demoledora; porque la libertad de la prensa no es absoluta, sino restringida dentro del círculo de las ideas del nuevo Estado. Ya no es tan posible socavar la autoridad, ni atacar los principios fundamentales del orden, la familia, la propiedad, la caridad, la religión.

Todo ello es un bien inmenso; pero queda un margen de libertad, en que la prensa debe ejercer su influjo y que en la actualidad no se deja sentir, por falta de orientación o sobra de temor.

La necesidad de que los diarios coadyuven al logro de la construcción de un nuevo Estado no exige que se limite a alabar a los ministros. Una exposición serena y razonada de los asuntos, absolutamente ajena a la crítica, es compatible con el nuevo orden de cosas. Compatible y beneficiosa. Porque la autoridad, aun estando capacitada, no es infalible, ni omnisciente, ni debe desdeñar la opinión de los entendidos.

La prensa puede ilustrar, orientar, sugerir planes, llamar la atención sobre los grandes problemas económicos y sociales, sobre materia de enseñanza, sobre la pública moralidad, sobre los descuidos en los espectáculos, sobre las costumbres populares. Todo eso es cooperar a la edificación de una nueva España.

Y así la prensa no se limitará sólo a incensar, ni sólo a informar; sino que ilustrará y corregirá e interesará.

2. El periódico no debe ser, ni sólo de información, ni sólo doctrinal
Ha de informar, desde luego, y cuanto más, mejor. Como que es el gran cebo de los lectores; de todos, de los católicos y de los no católicos.

El periódico ha de difundirse mucho. Un diario de escasa tirada es como uno que pesca con caña. Y para propagar un diario ha de hacérsele, no sólo doctrinal, sino de gran información. Se deben satisfacer con ella todas las necesidades y gustos legítimos de los lectores.

Pero la sola información no es suficiente. En las entrañas de las noticias debe un periódico llevar su espíritu. Una noticia hábilmente dada es a veces de más efecto que un artículo de fondo. Mas en tiempos en que la sociedad está tan saturada de errores de todo género, precisamente por los artículos de los diarios izquierdistas, no es lícito dejar de luchar con artículos doctrinales. A los socialistas y comunistas no les satisfacen sólo los grabados y las noticias: a los lectores católicos, tampoco. Ni sólo a extremas derechas e izquierdas agradan los programas, sino a las zonas templadas. La masa neutra, cada vez más reducida, desplaza sus huestes hacia los partidos y programas definidos; la política lo ha invadido y lastimado todo, desde los sentimientos religiosos hasta los intereses económicos. Y en esos partidos y programas toman posiciones los ciudadanos para defender sus ideas y sentimientos más caros. De ahí la proporción cada vez mayor de los que emiten el sufragio en las elecciones.

3. El periódico puede o no llamarse católico
Lo esencial es que lo sea. Y para que lo sea no es esencial que lo diga. Que lo diga, que no lo diga, si lo es, todo el mundo lo verá. Por eso, callar el título para cazar incautos es candoroso; pero se puede callar por innecesario. ¿Será necesario que antes de disparar avise un cañón que es alemán? Que disparen bien los cañones es lo preciso; no que se llamen alemanes o franceses.

4. Un gran periódico católico no puede dejar de ser político
Porque sus páginas deben ser un reflejo de la vida nacional. Y la vida nacional ni son sólo los intereses religiosos, ni sólo los económicos, ni sólo los de cultura, sino absolutamente todos, tanto más, cuanto más trascendentales. Luego deberá reflejar la vida política que es de supremo interés; porque de ella depende el bienestar nacional. Pero es que además no puede limitarse a la información; ha de acompañarla con la crítica serena y justa de los hechos. Sería absurdo que cuando la política arrastrase la nación a la ruina, un gran periódico católico sólo informase estoicamente. Un gran diario es un arma formidable y sería contra conciencia no combatir, no ya las causas de la ruina económica nacional, sino más aún las de la religión, tan íntimamente ligada a la orientación de los gobiernos. Por eso un gran rotativo católico, consagrado exclusivamente a la acción católica, o a la acción social católica, ni debe existir, ni puede existir; bastaría una revista.

5. El periódico ha de llevarse como un negocio y si no, morirá irremisiblemente. Un negocio requiere gerente, capital y personas formadas en la industria o asunto de que se trate. El periódico, lo mismo. El gerente no ha de ser sólo una excelente persona, ni sólo un excelente católico, sino un excelente hombre de negocios, hombre de visión de los asuntos y recursos y relaciones entre las gentes de dinero, y de ese modo procurará a toda costa el crédito del negocio, es decir, que pasado el tiempo razonable de su desarrollo rinda interés y reparta dividendos a los accionistas. Así tendrá crédito, y consiguientemente, capital, y por lo tanto, medios de mejorar el periódico.

Y si no, vivirá de milagros de la Providencia, que no se le deben pedir cuando están en nuestras manos los medios naturales de vida. Cuando el periódico no es sólo una empresa, sino un instrumento de apostolado, la gerencia y la dirección han de compenetrarse en absoluto. Si la dirección avasalla a la gerencia, fácilmente no habrá negocio; si la gerencia avasalla a la dirección, fácilmente no habrá diario católico. De estos dos males preferimos, como menor, el predominio de la gerencia sobre la dirección, con tal de que quede a salvo la orientación esencial católica. Habiendo empresa bien llevada, puede haber diario; no habiéndola no.

6.- Nuestro periódico. Qué debemos exigirle.

Debemos exigirle verdad en la doctrina. La verdad católica, ante todo; además la verdad científica, filosófica, literaria, histórica. Verdad en las informaciones, con absoluta seriedad de los corresponsales.

– Debemos exigirle valor en la defensa de los intereses católicos de los intereses de la patria. Nuestro periódico no debe ser camorrista; pero pastelero, menos. Un periódico no pendenciero, pero sí batallador, será siempre más popular y más leído y simpático a las masas. Porque las multitudes no entienden de medias tintas, ni de prudencia, sino de actitudes claras y enérgicas. El periódico es un soldado en batalla, y el soldado en batalla, cuando tiene que disparar, no se pone los guantes. Esta observación es de tal trascendencia que de seguirla a olvidarla puede derivarse la vida o la muerte del periódico, o por lo menos, una notable diferencia de tirada.

Por consiguiente, un periódico católico ha de tener coraje y mostrarlo en las ocasiones. No puede estar midiendo escrupulosamente el ataque para que no exceda ni un milímetro de lo debido; porque por no pasarse un milímetro más allá, se quedará un kilómetro más acá.

– Debemos exigirle moralidad y decoro en los artículos, en las noticias, en los anuncios. Moralidad, no según nuestras normas particulares, sino según las de la Iglesia. Moralidad y decoro en la manera de exponer los asuntos escabrosos. Una cosa es la moralidad y otra el decoro. Ambas cosas ha de tener el diario: lo que es inmoral, no es lícito. Lo que no es decoroso puede serlo; pero ha de rechazarse, porque no dice bien con el carácter del periódico.

– Debemos exigirle pureza y seguridad en la doctrina católica. Un periódico católico no puede hacer más que estar dispuesto a obedecer a la autoridad de la Iglesia en materia de moral y de doctrina.

– Debemos imparcialidad en la crítica, sean amigos, sean enemigos aquellos de que tratamos. Imparcialidad bien entendida. Porque sean enemigos no podemos maltratarlos desfigurando la verdad; pero mucho menos podemos desfigurarla para ensalzarlos.

A veces, la prensa católica trata con demasiada benevolencia a los sectarios. No es táctica acertada, porque no es justa. No es justo, en efecto, que en esta lucha incruenta de las ideas, más trascendental que la otra, porque en ella se ventilan los intereses supremos del hombre, seamos nosotros, los católicos, los enaltecedores y panegiristas de nuestros enemigos.

Si es preciso hablar, seamos justos e imparciales; pero si no es preciso hablar, callemos; o que nuestro elogio sea imparcial y parco. ¿Qué necesidad tenemos de llenar columnas y columnas de nuestros diarios para poner por las nubes a políticos, escritores o periodistas impíos, cuando su misma literatura, aun siendo auténtica, aunque muchas veces es falsa e hiperbólica, ha sido instrumento de perversión para la juventud?

No nos cabe en el alma la idea de que los católicos se entusiasmen con méritos literarios de Voltaire,  y mucho menos, la de entusiasmar a la juventud con ellos. Nos parece una aberración y una falta de sentido católico: Es el caso de un hombre honrado que enalteciese demasiado los rasgos caballerescos de un bandolero. Eso es peligroso y contraproducente, y por añadidura, desagradecido y nefasto. ¡Como si hubiéramos de conseguir con eso que fueran justos con nuestros hombres! Conseguiremos sólo hacerlos simpáticos a ellos con nuestros elogios. De nuestra pintura ha de resultar más aborrecible su moral, que no amables sus bellezas literarias.