IV.- EL PROPAGANDISTA DE LA FE
El propagandista de la fe, específicamente considerado, tiene características particulares. Ante todo, una idea fija que le obsesiona: la de defender y dilatar el reino de Dios. Esa idea nace de un amor intenso y de una visión muy clara de la excelencia del apostolado.
Cuando un hombre discurre y raciocina en sus argumentos lleva la fuerza que ha de mover a los que le oyen. Cuando, además, se enciende y habla con energía, entonces a la fuerza de las razones añade la del calor de la palabra, que para las multitudes es más comprensible y persuasiva.
El propagandista de la fe sugestiona. No dice ni quiere decir cosas recónditas, sino llanas y provechosas. Su poder de sugestionar nace de eso precisamente: de que es un apóstol de un ideal que defiende como verdadero.
Cuando un hombre no siente una idea, se le echa de ver al punto; no habla de ella, y si la expone, su acento lánguido y no vibra su voz, no se anima su rostro, no brillan sus ojos. La convicción religiosa tiene un lenguaje y un tono misterioso, pero inconfundible. Un hombre sin espíritu no es ningún misterio para un observador.
Cada propagandista tiene su campo propio; el estudiante, la universidad; el obrero, el la fabrica; el empleado, las oficinas; el hombre de negocios, las asociaciones mercantiles. En ese campo propio es donde su acción logrará más eficacia, porque lo conoce mejor; y por consiguiente, tendrá más autoridad e inspirará menos recelos. Un patrono que hable a los obreros será oído con la desconfianza que un obrero que hable a los patronos. De aquí la necesidad de los obreros y de los patronos propagandistas.
Esto en cuanto campo de acción; en cuanto a los medios de propaganda, son innumerables.
1. Propaganda por el ejemplo
Sabido es el caso de San Francisco de Asís, que, tomando un día a un compañero suyo, le dijo: «Vamos a predicar.» Dio con él una vuelta por la ciudad y, volviéndose a su convento, pregúntole el que le acompañaba: «Padre, ¿cuándo predicamos?» «Ya hemos predicado», contestó el santo, aludiendo al ejemplo de modestia y compostura que habían dado mientras recorrían la ciudad. Sacerdote escandaloso que predique sobre la castidad no sólo hará obra infecunda, sino contraproducente.
2. Propaganda por la conversación
Todos hemos conocido casos de hombres y de mujeres a veces modestísimos, que, con sus conversaciones y visitas, han realizado propagandas admirables. En esta propaganda privada, de la conversación y de la visita, las mujeres aventajan a los hombres.
3. Propaganda por el dinero
Para este apostolado no se necesita ser un Salomón; bastan tres cosas: tener dinero, querer darlo y saber darlo. Hay muchos que tienen dinero. Se tiene y se confiesa y se aparenta más que se tiene. Sólo no se confiesa cuando hay que darlo. Entonces se niega rotundamente. Sabemos de un millonario que, pidiéndole un amigo para los pobres, contestó: «Vais por muy mal camino.» ¡Y tan malo! ¡Como que no le dio un euro!
Otro caso de un banquero. Se le pedía, para hacer campaña contra el comunismo. Respuesta: «Hay que estar bien con todos.» Y en virtud de este principio salvador, no dio un euro ni a las derechas ni a las izquierdas. ¡Qué difícil es dar dinero! Pero lo es más darlo bien. Darlo bien no es emplearlo en lo bueno, sino en aquello que es de más gloria de Dios y bien común.
Bueno es levantar un monumento al Corazón de Jesús, y bueno gastarse en el monumento cinco millones de euros. Pero ¿no sería de más honra de Jesucristo gastárselos en una Universidad Católica? ¿No lo sería gastárselo en una televisión limpia y decente?
¿No lo sería gastárselo en una gran agencia internacional de prensa para que no viviéramos a merced de las agencias manipuladoras? ¿No lo sería invertirlos en sostener y mejorar la vida de los medios de comunicación católicos?
4. Propaganda por el trabajo
Dándoselo al obrero católico, al empleado católico, al médico, y al abogado y al arquitecto católicos. Es una falsedad, con capa filantrópica o caritativa, que no debemos mirar si el obrero es católico o no para darle trabajo. Cuando se pide limosna no se preguntan las ideas del que la pide, porque no se ve en el pobre sino un necesitado.
Cuando se pide trabajo y no se está afiliado a ningún sindicato, sólo se da si se considera que el trabajador es honrado y competente. Pero cuando un trabajador milita en el comunismo, además de la condición de obrero y de necesitado, tenía la de militante en una organización funesta o provechosa al bien común. Y entonces es un absurdo mantenerse indiferente ante este carácter. Y mucho más absurdo desamparar al obrero católico y favorecer al socialista.
5. La demanda legal
La blasfemia, la pornografía, la injuria y la calumnia a la Iglesia, los ataques a la enseñanza católica, etc., se pueden refrenar, y, sino extirpar, sí contener notablemente. Propagandista que organizase esa luchar seriamente, barrería las ciudades de Madrid casi toda la inmundicia que sale de las bocas de muchas personas o se ostenta en cines, obras de teatros y programas de Radio y TV.
6. Organización
Finalmente, es de importancia que el apóstol no actúe aislado, sino dentro de una organización. De esta manera, aparte de las actividades aisladas y de las iniciativas personales, se desarrollan acciones y planes de conjunto que son los verdaderamente fecundos.
Cuántos jóvenes de alma apostólica se han perdido para la causa de la Iglesia por no haber hallado a tiempo una organización que los recogiese y orientase y les señalara campo para sus cualidades y su actividad. ¡Jóvenes católicos, no luchéis desorganizados!