VII.- CONFERENCIAS, MITINES, MANIFESTACIONES.

No son pocos los que juzgan inútiles los mítines y conferencias. Es una equivocación muy grave, aunque se tratara de actos aislados; producen tantos bienes, que se podría escribir un libro extenso sobre este asunto. Vamos a enumerar algunos:

1.– Son un recuento de fuerzas.
Cosa de trascendencia, porque no son raros los casos en que el pesimismo deprime los espíritus ante los alardes de fuerza de nuestros enemigos y llegamos a creer que estamos solos, y no es así, sino todo lo contrario; que se convoca una de estas asambleas por organizadores entendidos, y son con extraordinaria frecuencia concurridísimos los auditorios. Por consiguiente, no es sólo el mitin un recuento de fuerzas, siempre útil, aunque veamos que son escasas, porque lo primero que necesitan un ejército y sus jefes es saber cuántos soldados tienen.

2.-  Son un medio eficacísimo de propaganda.
Lo es toda propaganda hablada y mucho más pública y ante grandes concursos. Su eficacia depende de los oradores, de lo que dicen, del modo, de la ocasión en que lo dicen, etc.; pero, sobre todo, de la compenetración entre el orador y el auditorio, de los bravos, de los aplausos, de las ovaciones, de las interrupciones.

Cada asistente al mitin se convierte en un propagandista de las ideas en él expuestas; propagandista entusiasta, que por espacio de varios días en todas las partes habla de lo mismo y a todos los que le rodean contagia de su entusiasmo.

La propaganda por medio del mitin se desenvuelve de dos maneras: estimulando el espíritu proselitista de los convencidos y ganando adeptos. Ambos efectos son importantes, porque muchas veces los auditorios de convencidos son auditorios de inertes, y transformarles de elementos pasivos en apóstoles, es de un influjo extraordinario.

3.- Graba profundamente las ideas, mucho más que la simple exposición, por grande que sea el orador que las exponga. Es una escuela de aprendizaje activo, en el que no toma parte el entendimiento solo, sino la lengua, las manos, los brazos, todo el hombre. Esta corriente eléctrica que va del orador al auditorio y del auditorio al orador, incrusta las ideas y las imágenes en la memoria de los oyentes. Del mitin se sale enardecido y enseñado, con la verdad o con el error, según la calidad moral de los oradores.

4.- Saca de su retraimiento a las gentes bien avenidas con que se lo den hecho todo: ejercicio de movilización, importantísimo, para la educación ciudadana. y con frecuencia pone en movimiento grandes multitudes de católicos, ocultas no sólo a los propios ojos, sino a los de los enemigos, que ante el número y entusiasmo de nuestros auditores aprenden a respetarlas y temerlas. Piénsese en la Jornadas Mundiales de la Juventud que desde los años 90 llevan convocando los dos últimos Papas.

5.- Descubren valores nuevos, hombres aptos para la oratoria y para la organización.Efecto, él solo, de una importancia extraordinaria.

6.- Como toda siembra de ideas, despierta nuevas iniciativasPorque el entusiasmo del auditorio hace germinar proyectos de nuevos actos similares en otros puntos y de organizaciones formadoras de oradores, tales como asociaciones, organizaciones políticas, sociales, juveniles, etc.

7.-La asistencia a estos concursos aveza a las gentes del peligro, que en ocasiones es evidente. Despreciarlo es un robustecimiento del espíritu ciudadano y una demostración a los adversarios de que ni la calle ni la libertad son de ellos exclusivamente.

8.-Para la defensa del derecho de propaganda mediante el mitin es preciso crear núcleos de gente joven decidida a todo.La organización de estos núcleos es a veces necesaria para levantar el espíritu ciudadano, atemorizado por los Nerones de la política.

9.- Toda campaña de mítines debe celebrarse con arreglo a un plan, que es el que debe darle su máxima eficacia; pero el plan más fecundo es el de encauzar las corrientes de prosélitos y simpatías y cooperaciones hacia el fin de la organización en todos los órdenes.

10.- En el plan debe entrar la frecuencia.
Los gobiernos anticlericales, con algaradas callejeras se encaramaban, y con silbatos se desmoronaban. Eran como la ciudad de Jericó. El caso era saber protestar y tener tesón. No bastaba un solo mitin; tampoco en la guerra basta un cañonazo. Hablemos de cualquier cosa, con cualquier motivo legítimo, demos señales de vida en cualquier momento.  Lancemos a la propaganda doscientos, cuatrocientos, mil oradores, cuantos más podamos, sobresalientes o no; pero entusiastas y decididos. Si nos prohíben hablar sobre enseñanza, hablemos sobre colectas del culto y del clero. Si nos prohíben hablar sobre colectas del culto y clero, hablemos sobre cualquier cosa. No importa el asunto; el caso es congregarse, contarse, entusiasmarse, organizarse.

11.- De lo dicho se desprende que una asociación que tuviera por fin exclusivo poner en práctica un plan de mítines, conferencias y concentraciones constantes, con asuntos acomodados a las circunstancias, sería por sí sola una gran obra, aun prescindiendo de la mayor parte de los frutos manifestados aquí. Bastaría que se consagrase a desmentir las calumnias y enormidades de todo género, que constantemente hacen circular en la gente los diarios anticatólicos.

12.- Convendría introducir entre nosotros la costumbre de pagar la entrada a los actos de propaganda. De esa manera se haría posible la multiplicación de los actos, que es lo que les da eficacia. Se depuraría el auditorio de elementos indeseables o los disminuiría y educaríamos en la cooperación económica a las obras católicas, que es cosa de que tenemos mucha necesidad.