4.- Disciplina y discreción

La dificultad de la disciplina está, como todo, en el justo medio. No son muchos los educadores que prácticamente aciertan con ella. Un sacristán transformó a sus monaguillos, antes imposibles de gobernar, de suerte que, admirada del cambio cierta persona, le preguntó: «¿Qué ha hecho usted con ellos?» A lo que respondió: «Tratarlos bien y no pasarles ninguna».

Magnífico programa de educación.

Tratarlos bien.- De palabra y de obra, de un modo humano, no exigiéndoles lo muy dificultoso, sino lo necesario: el orden, la compostura, el silencio, la limpieza, el trabajo.
No pasarles ninguna.- No pasárselas, como si no se hubiera caído en ellas; no pasárselas, como si no importaran; no pasárselas, por menudas que fueran, cuando eran faltas.

El aviso será amable, con la mirada, con una palabra, con un ademán significativo, pero indefectible. El principio de que a la falta ha de seguir el castigo es inhumano. El aviso; sí; pero el castigo, no.  El aviso, siempre cariñoso y amable, más o menos severo; pero el castigo sólo cuando el aviso sea inútil.

Sin pretender dar una definición de lo que es educar, el sacristán aludido dijo mucho más y más sabio que Rousseau cuando definió la educación: arte de educar a los niños y formar a los hombres». ¡El arte de educar! Pues eso es lo que queremos saber. Por su parte, Pestaiozzi dice: «La educación sólo es, por decirlo así, el trabajo que consiste en limar cada anillo de la gran cadena que une a la humanidad y hacer de ella un todo».
Preferimos el concepto del sacristán. Porque aunque no pretendiese definir la educación, en sus brevísimas palabras cerraba dos ideas sustanciales: tratar con amor al educando y corregirle sus defectos humanamente.