1.- EL dirigente nace

El mundo es un campo donde los hombres nacen diferentes, como las plantas. Unos nacen para mandar, otros para obedecer; unos para cuchichear, otros para negociar; unos para cantar, otros para fastidiar.

Los talentos nacen para la ciencia, los comunicadores para la tribu, los realistas para el negocio, los de fantasía para el arte, y el gobierno para los sensatos y de carácter. Por consiguiente, en el interés de la sociedad está investigar las vocaciones.

Suplamos su falta como podamos. Y, en primer lugar, sepamos que las dotes más indispensables de los hombres dirigentes son: Juicio, Carácter, Bondad, Visión realista. Pasiones moderadas. Conocimiento de las personas. Nacer con estas cualidades no significa que no deban perfeccionarse con el ejercicio, el estudio y la práctica de la virtud. Lo que significa es que los nacidos, sin estas cualidades, nunca llegarán a gobernar bien. El conjunto de las cualidades es lo que hace apto para dirigir; no una aislada, ni la misma virtud en abundancia.

La virtud es gran dote para el mando, porque da la prudencia, primera de las virtudes para mandar que descarta las pasiones que impiden el buen gobierno. Pidamos, pues, a Dios nos mande buenos dirigentes. Le pedimos cosechas buenas, y no le pedimos hombres buenos; que den nacer el trigo.

Se debe educar al futuro jefe; pero si Dios no lo cría, como una rosa o una espiga, ¿qué será? Casi nada. En todo, lo primero, lo segundo y lo tercero, la naturaleza; después, el arte, que ayuda, pero no crea. Eso para lo relevante; para lo vulgar, no se necesita pedirlo mucho: Dios lo manda a montones.