8.- Cualidades que ha de tener el dirigente
Prudencia
Es la primera virtud del gobernante, que consiste en elegir los medios aptos para conseguir un fin honesto; en este caso, dirigir bien a los hombres.
– En cuanto a los subordinados. Se les dirige bien:
Tratándolos con respeto y con amor.
Haciéndoles bien y evitándoles el mal.
Sufriendo sus flaquezas.
Premiándoles sus servicios.
Alentándoles en sus trabajos.
Hablándoles con dulzura.
No cargándolos de ocupación.
Oyéndoles con benignidad.
– En cuanto a los asuntos:
Encomendándolos a Dios.
Pensándolos con madurez.
Aconsejándonos bien.
No resolviendo antes de tiempo.
Siendo cautos en conceder.
No prometiendo con facilidad.
Oyendo a las partes contrarias.
La prudencia no ha de ser política, con segundas, terceras o cuartas intenciones, porque se descubren y producen desconfianza. Pero sí hemos de guardar el precepto de Cristo: Sencillos como palomas y astutos como serpientes.
A) Prudencia en las obras
Los actos y las empresas, lo mismo divinas que humanas, no suelen tener éxito por acometerse imprudentemente:
1°. Por falta de visión de los problemas, es decir, por no haberlos estudiado maduramente, ya que aun las cosas que parecen más sencillas son complejas, y sólo los reflexivos que las estudian despacio ven su complejidad y llegan al éxito. Un gran matemático, no por serlo, es capaz de prosperar en un negocio insignificante.
2°. Por falta de esfuerzo, es decir, de trabajo, más o menos sacrificado, porque una empresa cualquiera exige dinamismo, molestias, gestiones, consultas, viajes, etc., todo lo cual no se gana sino con esfuerzo y sacrificio.
3°. Por falta de tenacidad, es decir, ánimo constante para superar obstáculos y no deprimirse por los fracasos que todo hombre tiene y ha de tener, y aprovecharse de ellos.
4°. Por falta de consejo, cosa que desdeñan los listos más que los vulgares, porque se lo saben todo.
5°. Por falta de preparación, o, lo que es lo mismo, de tiempo suficiente consagrado a practicar sin responsabilidad lo que más adelante se habrá de practicar con ella. De donde se sigue lo necesario que es preparar con tiempo dirigentes y gentes de todas clases. Y no nombrarlos de improviso porque saben geografía o son buenos teólogos.
6°. Por falta de vocación, causa por la cual fracasan muchos en su vida.
7°. Naturalmente que para las obras de Dios, y aun para las indiferentes, hay que confiar, por una parte, en su ayuda, y, por otra, en nuestro propio esfuerzo, cuando hay vocación, tenacidad, consejo y preparación.
B) Prudencia en las palabras
La prudencia en las palabras es más difícil que la prudencia en las obras; éstas dan lugar a la reflexión. ¿Quién no se arrepiente generalmente de haber dicho más de lo que hubiera convenido? Pecamos en esto: Por precipitación. Por pasión. Por exageración. Por vanidad. Por credulidad. Por volubilidad.
Las mujeres pecan más que los hombres; los del sur más que los del norte; los del este más que los del oeste; pero a todos nos toca una partecita. Por eso la Escritura está llena de recomendaciones sobre la guarda de la lengua. El Apóstol Santiago dice: «Si alguno no tropieza en palabras, este tal se puede decir que es varón perfecto»
¿Qué remedios? Hablar poco. Pensar mucho. Trabajar constantemente. Examinar lo dicho. Huir de los murmuradores. Ser reflexivos. Ocuparse en obras buenas.
Para ser prudente en la lucha de las ideas por la Iglesia y por la patria son necesarias las siguientes cosas: Hablar alto. Fastidiarse mucho. Contestar con energía. Tener conciencia de su propia fuerza. No tener miedo a nadie. Confiar en Dios. Aguantar los palos. No esperar ayuda. No hablar de la prudencia. Unirse a los buenos. Sacrificar dinero. Hacer gran propaganda. Tener constancia. Pedir mucho. No ceder en nada. Remover la opinión. Lo contrario sería querer la victoria sin querer la lucha.
Conocimiento de los hombres
Es una magnífica cualidad para dirigir. Tan rara como excelente, tan necesaria, que sin ella no hay gobernante posible, y que con ella casi sola, habría buen gobernante. Añadimos: tan difícil, que no hay dirigente que conozca al hombre. Porque, aunque sea sencillo, es de complejidad que no acaba de conocerse nunca. Ésta es la razón por la cual dice Cristo: «No queráis juzgar» (Mt 7,1).
Si como vemos las caras, viéramos los espíritus, nos espantaríamos de su disparidad. Los confesores se maravillan considerando que, así como no se parecen en el rostro, tampoco en el alma. Cada hombre es de un molde distinto. Es una enormidad querer gobernar a otros como a nosotros mismos.
Para conjeturar algo de lo que hay dentro del hombre, se necesita, Observación. Mucho trato. Juicio reposado. Estimación justa de los valores. Tiempo. Considerar sus obras. Considerar sus palabras. Cotejar las palabras con las obras. Un poco de malicia. Una vista de conjunto. No impresionarse con una cualidad sobresaliente.
Sentido realista
Sentido de lo real es la visión de las cosas tales como son ellas, no como nos las representa la fantasía o el entendimiento. Cualidad indispensable para el gobierno, que no sólo ha de acertar en elegir los hombres para sus puestos, sino en saber dirigir bien las empresas. Cualidad difícil, no idéntica al entendimiento y en orden a la cual son precisas las condiciones siguientes:
Pensar las cosas. Ser hombres de acción. Tratar con hombres de empresa. Observar el juicio general. Examinar el resultado de nuestros actos. Examinar nuestros pronósticos. Capacitarnos para las obras. Conocernos a nosotros mismos. Moderar nuestras pasiones. Pedir consejo a competentes. Hacer cosas útiles, según el juicio ajeno y general.
Hacer cosas no es tener actividad febril, para dar una nota a la prensa dándonos autobombo y callando lo que hacen los demás, para que se entienda que no es suyo, sino nuestro.
Pidamos a Dios dirigentes de sentido realista, que sepan dar pan y justicia al pueblo, dinero a los pobres, trabajo a los obreros, instrucción a los niños. Prensa honrada a la sociedad, espectáculos y juegos decentes a los jóvenes, catedráticos sabios, pedagogos y católicos a la universidad. ¡Un paraíso!
El gobierno de los hombres es de visión de realidades, no de visión de ideas. Por consiguiente, aquéllos serán más aptos para mandar que nazcan con más aptitud para la vida que para los libros, o que por su formación hayan tenido más contacto con los hombres y sus asuntos, que con lo especulativo de las ideas.
De modo que los hombres de empresa, los industriales, los hombres de negocios, los banqueros y los educadores, son de suyo los de mejor madera para mandar. Decía San Ignacio que los hombres aptos para el mundo eran los aptos para la vida religiosa. Se refería a la aptitud para tratar a los hombres, cosa muy necesaria para llevarlos a Dios y para las empresas en bien de la Iglesia.
Prestigio
Los hombres no son ángeles, y necesitan ver en el que gobierna, además de la razón de su gobierno, otros motivos extrínsecos para obedecer con suavidad. Tales son la virtud, la ciencia, la prudencia, la experiencia de los asuntos sobre que manda, etc. Un mínimo de prestigio es imprescindible; un máximo multiplica la autoridad y hace al gobernante amable y su gobierno apetecible.
Dirigentes con gran prestigio son pocos, sobre todo en la política. Porque se eligen parientes, partidistas, caciques, ideólogos..; eso, ¿qué tiene que ver con gobernar? El mismo desacierto podría introducirse en otras sociedades de cultura y arte, económicas y aun religiosas.
Una cosa es que la virtud, la ciencia o la comunicación puedan realzar la autoridad, y otra, muy diversa, que la razón fundamental de elegir a un dirigente sea su ciencia, su elocuencia y no su virtud.
Un sabio, un comunicador, un artista, un millonario, no pueden ser elegidos para gobernar por serlo; sino un virtuoso. Ante todo, que sea prudente, humano, experto, sencillo, bondadoso, conocedor de los hombres. Si tiene eso, cuanto tenga de lo demás, mejor. Si no lo tiene, aunque tenga lo demás, no importa.
El prestigio en orden al gobierno se funda especialmente en el conocimiento de la materia característica del gobierno. Para uno de Hacienda, el prestigio no está en que tenga tres doctorados y sepa seis lenguas, sino en que sea experto en asuntos de hacienda pública, en que haya sido director de un gran banco, o de una empresa, administrándola bien; en que haya escrito obras relevantes, de general aceptación entre los técnicos.
Equilibrio
Hombre reposado, sereno, tranquilo, juicioso, pacífico, realista, de pasiones moderadas, de fantasía moderada. Equilibrado es el sujeto en que ninguna facultad avasalla a las demás. Sujeto normal en todo, que sólo se destaca de los demás en que reúne un conjunto de cualidades no sobresalientes, pero sí buenas, y por eso, pareciendo un vulgar, es un ejemplar raro, pero precioso para ponerlo al frente de obras
El equilibrio se da, no con frecuencia excesiva, en las medianías; talento, visión, actividad, carácter; todo aceptable. En los sobresalientes, el equilibrio es rarísimo: gran talento, gran memoria, gran voluntad, gran sentido práctico, gran energía. Lo corriente es: inteligencia notable y fantasía vulgar, fantasía extraordinaria y poco sentido práctico. Cuando el equilibrio se da en los notables resultan gobernantes extraordinarios.
Experiencia
Cualquiera que haya de gobernar hombres ha de conocer asuntos; porque el gobierno de hombres no lo es de ideas y de libros. Por consiguiente, ha de tener experiencia de la vida, no sólo de años, ya que hay no pocos viejos sin experiencia. Aunque se les suponga de cualidades para mandar, necesitarán antes un período de contacto con la vida; sin el cual expondrán su mando a errores muy lamentables, tanto mayores y más frecuentes, cuanto mayores fueren su talento y su saber.
Un sujeto capaz para el gobierno se malograría si antes de recibirlo sólo hubiera desempeñado cargos de absoluto aislamiento social. La experiencia es la sal del arte de educar y gobernar.
Todos los grandes hombres que cooperaron con San Ignacio en la fundación y desarrollo de la Compañía de Jesús fueron hombres maduros al incorporarse a la obra del santo: no sólo sus primeros compañeros, sino San Francisco de Borja, Nadal, Mirón, Palanca, etc.
Un Jefe de Estado no puede serlo decorosamente si no tiene juicio personal sobre los problemas trascendentales de su gobierno; juicio formado por el trato con técnicos y competentes. Y sin eso, no podrá mandar en conciencia, porque resolvería a ciegas sobre los intereses de todo un pueblo.
Un alto gobierno, no ya político, sino económico, de cultura, y aun religioso, requiere conocimientos generales amplios, no tanto especulativos cuanto prácticos; porque un gobierno importante, del género que sea, aun religioso, no vive aislado, sino en relación con las complejidades de la vida, de gran variedad de asuntos y de personas.
Ejemplaridad
El dirigente ha de hacer lo que manda. Ha de ser exacto en sus deberes. Si es profesor, que no exija puntualidad a los alumnos si él no la guarda. Si es párroco, que no pida a sus feligreses frecuencia de sacramentos si no facilita la confesión.
Podrá ser que, siendo ejemplar quien manda, no lo sea el que obedece; lo que sí será certísimo es que si la autoridad no cumple, el súbdito cumplirá menos.
No ocurra lo que tantas veces se ha visto: que el que hace la leyes, el primero en vulnerarla. Se cumpliría así lo que dijo Cristo de los fariseos: que imponían cargas insoportables y luego ellos no movían un dedo para llevarlas. Cuando un superior es el primero en la observancia se tienen dos fuerzas para guardarla: la ley y el ejemplo. Cuando no hay ejemplo, o no se cumple la ley, o se burla cuando se puede. La autoridad que no la cumpla, si ve que no se cumple, o no la exige, o si la exige, se expone a que le saquen los colores a la cara.
Si siendo bueno, podrá ser un superior inepto; si da mal ejemplo, no lo podrá ser, lo será seguro. Si dando ejemplo la autoridad cuesta tanto seguirla, ¿qué sucederá faltando a su deber? Si el padre es escandaloso, ¿qué pasará con los hijos? Si el párroco no es celoso, ¿qué pasará con el pueblo?
El mal ejemplo tiene más fuerza que el bueno. Un sacerdote bueno influye; un sacerdote malo influye más. Judas, que murmuró del ungüento que la Magdalena derramó sobre el Señor, hizo prevaricar a los demás Apóstoles, que amaban tanto a su Maestro. Los constituidos en autoridad deben temblar por la cuenta que han de dar a Dios de su conducta.
Observación
Se nace con espíritu de observación y se nace con espíritu de distracción. No se nace con espíritu observador para todos igualmente, sino para aquello a que se tiene inclinación natural. Un niño verá con indiferencia una muñeca y una niña con indiferencia una escopeta. Un sujeto nacido para mandar ha de tener aptitud natural para fijar la atención:
1.° En el modo de ser de las personas: su carácter, sus defectos, sus virtudes, su trato.
2.° En las actividades para que sirven y así poder hablar, escribir, mandar.
3.° En lo menudo más que en lo grande; porque lo grande se ve sin observarlo; y lo pequeño no se ve.
4.° En que no se puede educar en serie, ni se puede gobernar en serie.
5.° En que no se puede gobernar a otros por lo que pasa por uno mismo. Para la colectividad basta la ley; para el individuo es necesaria la dirección particular.
Un distraído no es apto para el gobierno. Son distraídos de ordinario, los intelectuales, los poetas, los artistas. Tienen atención, pero sólo para su vida íntima, sus ideas y sus afectos. El espíritu observador lo ha puesto Dios hasta en el instinto de los animales: el gato observa y el ratón también.
Un Jefe de Estado que se aísla, y ni pregunta, ni oye, ni tiene como el instinto de llegar a lo profundo pueblo, sino que se satisface con lo externo, ruidoso, lisonjero, se expone a tremendos desengaños.
La madre observa, y más que el padre; porque la observación nace muchas veces de la delicadeza del sentimiento. Por eso un corazón sensible y delicado será siempre excelente cualidad para gobernar colectividades íntimas. A veces, el único que no se entera es el único que debería saberlo.
Casos ha habido de escándalos nacionales en que el gobernante nada sabía y el pueblo lo sabía todo. Y casos hay, en las intimidades familiares, en que el jefe del hogar vive a oscuras y la casa toda ve con meridiana luz. Y casos en que toda una colectividad critica defectos del superior, y el superior es el único que no se entera.
No sirven porque no observan. Observar no es fisgar; es darse cuenta sin que lo parezca. Se observa inquiriendo; pero es mejor observar oyendo. Querer conocer a uno por lo que ha conocido de otro es querer conocer el rostro de otro por el retrato que tiene de su vecino.
Muy necesaria es la observación para dirigir a otros; pero lo es más para que el que manda sepa dirigirse a sí mismo en el gobierno.
Carácter
Carácter significa energía para mandar: Decir de un general: tiene carácter es lo mismo que decir: sirve. El carácter es necesario para el orden, para exigir el deber, para aplicar la pena, para prevenir las faltas, para lograr la armonía en la convivencia.
Carácter no es mal genio; pero menos es, falta de genio. Es necesario para que se vea claro que se tiene vigor de voluntad para que la ley se cumpla. Si no se tiene, el súbdito descuidará la disciplina, cumplirá a medias con el deber, sacará lo que quiera, no temerá la sanción. Se peca por falta de carácter:
– Cuando debiendo defender un derecho ante otra autoridad y previendo el disgusto de ésta, se calla y no se hace nada. Se dice diplomacia, y es cobardía.
– Cuando debiendo la autoridad corregir un abuso se calla por no disgustar al súbdito. Parece prudencia y es timidez.
– Cuando, viendo el dirigente que entre sus gobernados unos piensan negro y otros piensan blanco, no se da la razón a nadie. Parece se contenta a todos y no se contenta a ninguno.
– Cuando debiendo un jefe defender a un súbdito, que ha cumplido con su deber, le deja indefenso, faltando a su conciencia. Cuando sabiendo que debe avisar un defecto, difiere la corrección y no llega nunca la corrección.
– Cuando debiendo la autoridad descartar un sujeto de una sociedad, no lo hace, con la esperanza de una enmienda que tiene experiencia de que nunca llega. Parece caridad y es mal común.
El término medio entre la prudencia y la cobardía es, en los casos concretos, muy difícil de hallar: lo ordinario es inclinarse a no molestar. Los dirigentes que aspiran a terminar su mando sin fama de rigurosos, corren el peligro de terminarlo con fama de condescendientes. Las sociedades donde el superior es demasiado blando son centros de malestar en que pronto nadie quiere vivir. Energía y dulzura son condiciones esenciales del saber mandar. Carácter y dulzura no son términos antagónicos. Lo son agrio y dulce.
Lo que no es carácter es el mal genio, el imprudente, el que con nadie se entiende, el que riñe con todos, el que se figura que nadie cumple con su deber.
Un superior que cobra fama de gran carácter porque no concede nada, porque exige la letra de la ley, porque manda a rajatabla, porque se indispone con los demás que mandan, porque habla mucho de la austeridad y de la relajación social, no es buen gobernante, no es un carácter; es sólo un mal carácter.
Bondad
A un superior que es bondadoso se le perdona todo, aunque no basta ser bueno para mandar bien; puede mandar mal siendo muy virtuoso. Pero aun así, se le amará. Lo cual quiere decir que, con menos cualidades, podrá producir satisfacción su mando. En cambio, el no bondadoso y amable, sino seco, serio, poco amigo de conversación, con grandes cualidades, no se hará querer ni producirá contento en aquellos a quienes mande.
Al bondadoso se le reconocerá la falta con dolor, porque, a pesar de ella, se le ama; la bondad se ama sin querer. Bondadoso es el que se inclina a conceder lo que es grato y no es perjudicial, el que sabe excusar y dulcificar una negativa, el que sabe avisar sin reñir, el que sabe disimular con discreción, el que sabe perdonar con oportunidad.
Bondadoso no es el que no se sabe si dice que sí o que no, ni el que nunca se atreve a decir que no, ni el que difiere la contestación y nunca la da. Es el que por temperamento o criterio propende a complacer, el que sabe alentar con una palabra amable, el que sabe interesarse por lo que nos interesa, el que sabe demostrar confianza e intimidad, el que sabe consolar cuando se tienen penas.
La condición natural da de sí muchas de estas bondades; pero la gracia y el arte de gobernar perfeccionan esta excelente condición. La bondad no está reñida con la energía, cuando es precisa; antes dejaría de serlo si no se uniese con ella, pasando así a ser simplicidad. La bondad que es virtud suele acompañarse del juicio recto y sereno. Pidamos a Dios gobernantes buenos, pero que nos libre de los benditos.
Sencillez
Cristo nos manda ser sencillos como palomas y astutos como serpientes. Pero ser sencillos es cosa distinta de ser simples. Debemos ser sencillos y astutos, como lo manda Cristo; no infelices, a fuerza de bonachones. No se puede ser simples y astutos, simples y listos.
Ser sencillos es no tener doblez en el trato, no tener en él segundas intenciones; ser francos, claros y transparentes. Ser simples es juzgar los hechos y las personas, desde un solo punto de vista, por algo bueno que se dice o algo bueno que se hace. Es creerlo todo, creer a todos, juzgar buenos a todos.
Juzgar las intenciones ajenas conforme a lo que dan de sí los hechos, no es contra la sencillez, sino talento y perspicacia. Todo hombre, todo hecho, toda obra o institución han de tener su aspecto bueno pero juzgarlo bueno sólo porque tiene algo bueno, eso es simplicidad. Así hay quienes llaman buena a la Revolución francesa y bueno al comunismo porque sus lo único bueno que tenia de bueno era que buscaban la solidaridad entre los hombres, sin fijarse en el tremendo daño que han inflingido a tantos hombres . Hagamos análisis minuciosos de todo; lo bueno, a un lado; lo malo, a otro. Sumemos lo bueno, restemos lo malo. La cosa es lo que queda. Si lo bueno es mucho mayor, la es buena. Si lo malo es mucho mayor, la cosa es mala.
– ¿Cómo hemos de ser astutos como serpientes?
Sabiendo cotejar hechos con dichos, hechos con hechos, dichos con dichos. Si un hecho malo se contradice con un dicho bueno, me quedo con el hecho. No todo el que diga: «Señor, Señor», entrará en el reino de los cielos. Cuando existen católicos que quieren ser comunistas o liberales ateos, no es cosa de darlos por legítimos a todos.
– Males de la simplicidad
Cuando se cae en la excesiva sencillez, la bondad se hace funesta. A veces conviene ser un poco peores para ser mucho mejores. Es decir, no tan candorosos que nos la peguen. Para que colaboremos en cualquier institución hay que ver claro adónde lleva. Por el mismo amor a la Iglesia, a la patria y a la verdad, deben pedirse garantías a cuantos nos pidan colaboración.
– Colaboración, pero sagaz, no simple.
Una colaboración puede ser sabia con uno malo, si hay esperanza de que triunfe el bien. Y otra colaboración puede ser funesta con uno bueno, si hay temor de que triunfe el mal.
– Sencillos, sí; pero no simples
El rey Carlos III fue tan bueno, dicen, que no concebía se pudiera cometer un pecado venial. No lo concebía, pero fue funesto; por infeliz, desconocedor de los hombres, que se rodeó de astutos y perversos; los cuales le llevaron a la expulsión de los jesuitas y a influir en su supresión, al final este Rey Católicos los despojó y desterró de España.